La liberación del perdón

No es nada fácil entender el perdón…

No es nada fácil perdonar.

Sin embargo, es de las cosas más necesarias para ser feliz, superar el mal y sanar las relaciones humanas.

Aquí encotrarás una reflexión serena sobre un tema que consituye uno de los grandes desafíos para el ser humano: perdonar y perdonar.

La Eucaristía lo concentra todo

El Triduo Pascual es el centro de la historia. Jesús se entrega y obtiene la salvación: salva la historia de punta a punta, y abre la puertas a la gloria meta histórica. Todo en tres días, los tres días más importantes de la historia, pero que redimen al resto de la historia, en la medida que se hacen presente en toda ella.

Por eso los tres días son centrales: la Última Cena, la pasión y muerte en la cruz, la resurrección. Los tres unidos en un único hecho salvífico.

Juan Pablo II nos dejó, poco antes de morir, su última encíclica: Ecclesia de Eucaristía. En su anteúltimo Jueves Santo. Algunas citas breves del principio nos ayudan a para meternos en el misterio. 

La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. (…)

Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no. 

¿Cuánto nos enteramos de lo que vivimos? Qué pena que hoy –y antes también…–, la mayoría de los católicos tampoco la entiendan. No saben qué pasa, para qué la viven, para qué “van” a Misa… sí, porque solo van… están físicamente, pero no acaban de entrar en el misterio…

Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del Triduum sacrum, es decir, el lapso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo. En esos días se enmarca el mysterium paschale; en ellos se inscribe también el mysterium eucharisticum. (…)

La Eucaristía solo se entiende integrada en el Triduo Pascual.

Celebrar la Misa el Jueves Santo, la Misa in coena Domini, es algo especial. Es la misma Misa, pero es la primera. Aquí con el corazón en el Cenáculo, estamos reviviendo el big bang de la salvación del mundo. La explosión de la que sale todo lo que Dios quiere para el mundo. De donde brotan los nuevos cielos y la nueva tierra, las nuevas personas que estamos destinados a ser.

Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. (…)

Nosotros vivimos de la Eucaristía y por eso no podemos vivir sin la Eucaristía 

en la celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní.(…)

La hora de nuestra redención. (…) 

Misterio de la fe! «. Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los presentes aclaman: » Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús! «. (…)

Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una » capacidad » verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. (…)

La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. (…)

Y el párrafo central, en el que me quería centrar:

Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente.

Desde la primera vez que leí estas palabras me quedé sorprendido: viene a decir que Jesús no hubiera muerto en la cruz y resucitado, sin dejarnos cómo participar, vivir, beneficiarnos de esa muerte y resurrección suyas. Sin darnos el modo de vivirla, en todo el mundo, a lo largo de todo el tiempo hasta el fin del mundo.

Ya no importa si no vivimos en Jerusalén en el siglo I, todos somos contemporáneos del Triduo Pascual.

¿Qué pasó el Jueves Santo en la Última Cena?

Trataré de explicarlo de un modo sencillo.

Jesús se entrega del todo: va a dar su vida. Consuma su entrega hasta el fondo, sin límites hasta la muerte: le pegan hasta morir, le dejan colgando de clavos para que se desangre, para que se asfixie, hasta que su corazón se pare porque no puede soportar la vida de aquel cuerpo. Se entrega libremente, pero no para morir… sino para resucitar glorioso. Es el grano de trigo, que muriendo consigue nueva vida, no solo para sí, sino para todos los que se unan a Él, lo que se hagan una cosa con Él, participen de su vida.  

Antes se nos entregas en la Eucaristía para que tengamos ese sacrificio: para hacerlo nuestro, que nosotros podamos ofrecerlo a la Trinidad hasta el fin del mundo, para que nosotros pudiéramos sumar nuestra vida al mismo. Para quedarte con nosotros. Para ser nuestro alimento.

Dejame explicarlo con la imagen de un paquete. Supongamos que querés meter en un paquete todo lo que es importante para vos (personas, cosas, hechos…), concentrarlo ahí, que esté todo, que no falte nada… Sería la esencia mágica que lo contiene todo. Eso hace Dios. 

De alguna manera se “mete” en la Eucaristía (el paquete sería el pan y el vino): se mete todo Él, toda su persona, con sus divinidad y su humanidad: cuerpo y alma, divinidad. “Mete” también toda la historia: mete el Triduo Pascual; la eternidad y la temporalidad, se unen de modo misterioso. Hoy aquí, vivimos el ayer de la cruz. El espacio se esfuma: aquí, vivimos lo que pasó en Jerusalén. Vivimos aquí la gloria del cielo.

Todo “metido”, encerrado, en el pan y el vino. Contenido ahí. Encierra todo el amor de Dios: por eso, también nos da el mandamiento nuevo, no cabía mejor contexto para proclamarlo: amar como Yo los estoy amando… Y nos da la fuerza para vivirlo, que sale de la Eucaristía.

Y además, nos das el sacerdocio, para quedarte en nosotros. Para impersonarte en nosotros. Una especie de eucaristización de nuestro ser. 

La Eucaristía contiene, asume, encierra todo el fruto de la redención. Jesús mismo y su pasión, muerte y resurrección. Jesús se metió y metió todo lo vivido en las especies de pan y vino. En tan poco espacio hay tanto, está todo. Concentrado. Vivo. Actual. Operativo. Está Él y lo vivido por Él, y los frutos de salvación. Y el sistema para transformar nuestra vida, para hacerla trascendente, eterna, divina. Engloba todo lo que Jesús hizo por nosotros, todo lo que necesitamos. Invento divino 

Y la locura del sacerdocio, que surge como condición de la Eucaristía, para hacerla posible. Canal de su realización. Cierta «encarnación» de Jesús en el sacerdote, vive en nosotros para actuar desde nosotros. Involucrado en este darse de Jesús por y para la salvación de las almas.

Qué impresionante la locura del Jueves santo. 

Estos días de Semana Santa nos deberíamos morir de amor. Derretirse ante el amor de Dios. Al contacto, a la contemplación de tanto amor… nuestro corazón debería reaccionar, volverse loco.

Se lo pedimos a la Virgen. Que nos enteremos. Que nos volvemos locos de amor, con la misma locura del amor de Jesús.

¡¡¡Muy felices Pascuas de Resurrección para todos!!!

Sobre la ira de Dios y rezar por obligación

Me llega la siguiente pregunta:

En tu pregunta hay varias cuestiones distintas, relacionadas.

Me decís que encontrás gusto en rezar desde el agradecimiento y la contemplación de la naturaleza. De tu devoción a la Virgen…

No entendés que la Virgen pida que se rece el Rosario para que Dios perdone a la humanidad y te hace ruido eso de aplacar la ira de Dios.

Y no entendés la petición de rezar el rosario todos los días, porque te suena a la imposición de una obligación que no siempre podés cumplir, y tenés miedo que Dios se enoje si no lo rezás.

No te preocupes, ni veas fantasmas (gente que inventa cosas para “obligarte” a rezar a partir del miedo). Es bueno que preguntes y te saques las dudas.

Lo que te hace ruido –lo no entendés, te parece contradictorio con el Dios del amor– se resuelve –aunque no terminaremos nunca de desvelar el misterio– entendiendo matices que son importantes.

El camino que conduce a la felicidad –y sobre todo a la felicidad eterna– es el camino del bien. El bien nos realiza, conduce a la plenitud… nos hace buenos. Sobre todo el amor al bien. Hacer las cosas precisamente porque son buena, porque amo el bien, eso es lo perfecto.

Al mismo tiempo, la debilidad humana y la inclinación al pecado, hacen que necesitemos también perspectivas más “pobres” desde el punto de vista del bien. El mal nos hace mucho daño humana y sobrenaturalmente, tiene las peores consecuencias. Es bueno temerlo, ya que el temor también es una fuerza humana, que en este caso utilizamos para superar la inclinación al pecado y no caer en él. Esto no es contradictorio con el párrafo anterior (funcionar por amor al bien), sino complementario. Hay veces que el amor al bien decae, y el temor al infierno, por ejemplo, ayuda a no caer. Esto es bueno, aunque no llegue a la perfección de hacer lo mismo por puro amor.

Amar a Dios y a los demás y “odiar” el pecado, son dos caras de la misma moneda. Complementarias. La segunda no contraría la primera sino que es exigencia suya. Las dos motivaciones: amor y rechazo del mal, se suman. Ojalá la primera fue siempre definitiva, pero a veces, se queda corta… y el bien triunfa en nosotros por el deseo de evitarnos los males que trae el pecado.

Cuando se habla de la ira de Dios, se emplea un lenguaje figurado, muy corriente en el Antiguo Testamento. Dios se ha revelado progresivamente, de menos a más. Una de las consecuencias de esto, es que ante la dureza de corazón, Dios recurre a la imagen del castigo. Dios es remunerador, por lo que premia el bien y castiga el mal. Esto es una manera de hablar, ya que Dios no castiga: el pecado hace mal. Dios no es la causa de las trágica consecuencias de la drogadicción (el mal hace mal…), tampoco manda a nadie al infierno; quienes van allá, van por su propia voluntad. ¿Alguien puede querer ir al infierno? te preguntarás. No directamente, pero sí indirectamente: quien rechaza a Dios, quiere estar lejos de Él, y eso es el infierno. No cabe alternativa: con Dios o contra Dios, y esta decisión es libre. Quien acaba su vida sin arrepentimiento, es lo que elige…

La libertad es el tema central: no[i] hay salvación sin amor a Dios. No hay perdón sin arrepentimiento: la misericordia de Dios “no puede” perdonar los pecados de los que no estoy arrepentido. ¿Por qué? Porque mientras yo no los rechace, mientras me enorgullezca de ellos, no quiera apartarme de ellos, Dios respeta la decisión de mi libertad: solo me puede perdonar si yo quiero ser perdonado; es decir, si yo quiero apartar el pecado de mi vida. Pedir por los pecadores, no es para que Dios no se “vengue” de ellos y los castigue. Es rezar para que les conceda la gracia y se arrepientan y puedan recibir el perdón que Dios quiere darles.

Dios no se enoja. En realidad “sufre” por el amor que tiene al hombre. Como unos padres “sufren” cuando ven que un hijo destruye su vida, va por mal camino… porque se dan cuenta el mal que se hace y cómo va a terminar…

El término ira de Dios, está dirigido a la personas de corazón muy duro a las que el amor no les dice nada. En nuestro tiempo, en el que subrayamos la misericordia de Dios (que siempre hay que integrar con la justicia; ya que así como no cabe una justicia sin misericordia, tampoco cabe una misericordia injusta…) cada vez se recurre menos a ella.

Dios quiere que todos se salven. ¿Entonces para qué rezar por la salvación de los hombres si ya la quiere? Porque por amor a nosotros, nos quiere hacer partícipes de la salvación de la gente.

Vamos al último tema: la oración.

La oración es unión con Dios: algo maravilloso. Pero también es trabajoso, como todo lo humano. A veces sentimos ganas, a veces no… A veces nos aburre, a veces se nos ensancha el corazón de alegría. Es normal. Y es importante que no reduzcamos la oración a cuando nos hace sentir bien. Ese no es el fin de la oración: no rezo para sentirme bien. En el camino de la oración hay momentos en que los sentimientos se apagan (no siento nada, me cuesta, me aburre…) y eso contribuye a la maduración espiritual de la persona. Se trata de perseverar por amor, también cuando no lo siento… Amar con esfuerzo y sacrificio.

Sobre la obligación de rezar, la Iglesia ha marcado un límite muy pequeño: participar de la Misa los domingos. No hay otro límite inferior debajo del cual sea pecado no rezar. Quien busca amar a Dios, no se limita a evitar el pecado, sino que busca la mayor unión posible con Él. Incluso la idea de agradar a Dios es figurada: Dios es feliz, infinitamente feliz, y no necesita que yo le alegre… Obviamente como me ama, le alegra el bien que me hace estar cerca de Él. Como en el caso de la ira de Dios estamos frente a lo que se llama un “antropomorfismo”: hablar de Dios con términos humanos, que nos ayudan a hacernos una idea de cómo es, pero que no se corresponden plenamente a Él.

Rezar el rosario no es obligación. No es pecado no rezarlo. Es muy bueno hacerlo. Cuando no podés, no podés… Esto no quita que te esfuerces por organizarte para rezarlo, pero no por mera obligación, sino por amor. La “obligación” que uno se impone a uno mismo, cuando se propone rezarlo todos los días no es una imposición. Es una ayuda para rezarlo. Porque si uno dijera “lo haré cuando pueda”, muy pocos días se organizará para hacerlo. Pero si se compromete a rezarlo todos los días, casi siempre conseguirá hacerlo. Pero sin escrúpulos, porque los días que no pueda le ofrecerá a la Virgen el “dolor” de no poder rezarlo… No tiene sentido pensar que Dios se enoja si no lo rezo…

Rezar el Rosario nos hace mucho bien a nosotros y consigue mucha gracias de Dios para mover los corazones de los pecadores (conscientes de que todos lo somos: unos con pecados más graves, otros menos graves…, todos con talentos distintos, con circunstancias de vida distintas…, sin compararnos con nadie, pero todos pecadores necesitados de perdón).

Amor y obligación no se oponen. “Obligarse” por amor en cosas que no son obligación, es bueno y de gran ayuda… pero sabiendo que tal obligación como tal no existe y que Dios no nos pide imposibles.[ii]

Espero que estas reflexiones te ayuden, te envío mi bendición rezando por vos.


[i] Para entender mejor el tema del temor de Dios (relacionado con su ira…), podrías ver ¿Qué relación hay entre el temor y el amor de Dios?

[ii] Sobre este tema te recomiendo mi artículo ¿Obligación o libertad?

¡¡¡Muy feliz y santa Navidad!!!

Que con este nuevo nacimiento de Jesús, Él vuelva a nacer en nosotros, a crecer en nosotros, a unirnos cada vez más a Él y vivir cada vez más en cada uno de nosotros.

Hoy este cuarto domingo de Adviento -que es al mismo tiempo mañana previa a la Navidad- podemos fijarnos en tres frases de la Anunciación: “el Señor está contigo”, “el Niño que nacerá” y “he aquí la esclava, hágase en mí”: que nos hablan de cercanía, del corazón y de deseos de entrega.

El Señor está contigo. Y viene a estar más contigo, María, de un modo absolutamente definitivo, a tener una nueva relación: ya sos hija suya, ahora serás Esposa y Madre. Dios viene a estar más con nosotros, de un modo nuevo, desconcertantemente cercano. Que le abramos el corazón y nosotros queramos estar cerca suyo, quiere nacer en nosotros para que vivamos de su vida. Que busquemos experimentar y vivir esta cercanía tan cercana…

El Niño que nacerá… Dios que se hace Niño, porque viene como un Niño para conquistarnos, para volvernos locos de amor. 

Podemos ver en este Niño una prueba de la divinidad de este Dios que es amor. Y que nos llama a acercarnos a Él a través del corazón y a amarlo. Y también el sello de la personalidad de una Persona divina que es Hijo en la Trinidad y se hace Hijo para nosotros. Para ser camino de nuestra divinización: para que aprendamos a hacernos niños para ser hijos de Dios.

He aquí la esclava. Hágase en mí. A Dios que se le entrega, responde María con los mayores deseos y disponibilidad de entrega. Hoy este Niño en los brazos de su Madre, quiere despertar en nosotros buenos deseos y realidades de entrega amorosa. 

Navidad, tiempo del corazón.

Si hemos de ir y amar a Dios con todo nuestro ser -inteligencia, voluntad y afectos-, Navidad es tiempo para el corazón. Un corazón que contará con la iluminación de la inteligencia y con la decisión de la libertad, pero que irá por delante potenciando nuestra respuesta a tanto amor de Dios. Un corazón que nos llenará de buenos deseos. 

Navidad, tiempo de buenos deseos. El mundo entero parece llenarse de bondad. Todos expresan deseos de felicidad para todos. Llenan de regalos a los que quieren. ¡Es que Dios está entre nosotros!

En nuestra relación con Dios, podemos llegar mucho más lejos con nuestros deseos que con nuestras realidades… Y la santidad es cuestión de deseos. Sin descuidar las obras que expresarán esos deseos, en el amor hay mucho deseo. 

¿Cómo le gustaría a Jesús vernos? Como somos, pero llenos de deseos de quererlo y entregarnos… 

¿Cómo nos gustaría a nosotros ser, amarlo, servirlo… recibirlo? ¿Cómo me gustaría recibirlo? Las obras se ven, los deseos necesitan ser pensados, expresados, ser dichos. Es tarea de la oración. 

Deseo de limpieza de corazón. Jesús, limpiá mi alma: purificame… Me gustaría no tener esta mala inclinación, esta resistencia a querer, a perdonar; este miedo a hablar de Dios… 

Deseo llenarme de bondad: ser bueno con todos… La Virgen en Belén… no miraría con mirada crítica a los pastores, porque uno está sucio, el otro curioso… Mirar bien a todos, mal a nadie…

Deseo de más piedad, de más cariño: como me gustaría mirarte, hablarte, quererte…

Con los deseos podemos llegar mucho más lejos… y crecer en el amor… 

Que así como deseamos para todos ¡feliz Navidad!, ¡felices fiestas!… que deseemos para nosotros más fe, esperanza y amor… Más santidad.

Jesús mirá mi corazón. Llénalo de buenos deseos. Deseo amarte más y más cada segundo… me doy cuenta de que puedo llegar mucho más lejos con mis deseos que con mis obras. Para ello tengo que expresarlos… tenerlos… porque si no pienso en ellos, ni siquiera sé que podría tenerlos…

Que estos días nos empeñemos en seguir el consejo de San Josemaría que va por delante, mostrándonos este camino del corazón:

Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!… 

¡¡¡Muy feliz cumpleaños para Jesús!!!

¡¡¡Muchísimas felicidades a la Virgen, por este Hijo que nos hace hijos suyos!!!

Y para todos ¡¡¡Muy feliz Navidad llena de grandes deseos de realizar aquello que este Niño viene a hacer en nosotros!!!

P. Eduardo Volpacchio
Mendoza, 24 de diciembre de 2023

Amar, sufrir y ser feliz

Tres temas claves: felicidad, amor y sufrimiento. Tres realidades de la vida. Tres realidades muy distintas: amar es una actividad (algo que hacemos, en lo que somos sujetos activos, un acto de libertad), sufrir es algo que padecemos (somos sujetos pasivos, nuestra libertad se reduce a cómo lo vivimos, no a no vivirlo…), felicidad es un estado, resultado de muchas cosas.

Y tres desafíos culturales. Un desenfoque en cada uno de ellos, que resulta explosivo.

¿Dónde se pone la felicidad? En el sentirse bien. ¿En qué consiste el amor? Se lo reduce a un sentimiento. Y ¿qué decir del dolor? La única respuesta es que hay que evitarlo, hay que huir. Es un combo que hace muy difícil amar, sufrir con dignidad y ser feliz.

En esta charla, consideramos lo esencial de cada una de ellas y después integremos las tres. Porque te adelanto, es muy importante integrarlas.

Para ser feliz, no basta sentirse bien. Porque es imposible sentirse bien siempre. Porque no depende de nosotros…

La felicidad tiene una relación esencial con el amor: amar y ser amado.

Para ser feliz, además, habrá que aprender a ser feliz también cuando no nos sentimos bien.

El dolor es un hecho, que no podemos evitar. Para vivirlo con dignidad hemos de vivirlo con sentido, entonces también nos enriquecerá.

Buscar evitar el dolor a todo precio, tiene consecuencias muy negativas para la vida. La vacía, porque termina evitando la verdad, el bien y el amor… como posibles fuentes de sufrimiento.

El enojo con el dolor, lleva a enojarse con Dios… y sin Dios el dolor, como tantas realidades humanas, queda sin respuesta.

Porque si la única respuesta que tenemos para el dolor es que hay que evitarlo, nunca encontraremos sentido, nunca podremos vivirlo con dignidad, y nos perderemos el enorme valor humanizante que tiene.

¿Qué es Dios? ¿Quién es Dios?

Para procurar entender mejor de qué hablamos cuando hablamos de Dios.
Conocer mejor su ser y sobre todo, su ser personal.

Para bajarlo en Word:

¿Qué es algo? ¿Quién es alguien? Estas son dos preguntas importantes al hablar de cualquier cosa; y son dos preguntas distintas. Interesa hacérselas respecto a Dios, porque aunque todo el mundo habla de Dios, hay quienes no saben bien de qué, ni de quién, están hablando.

Primero distingamos el “qué”, del “quien”, que nos llevará a distinguir entre naturaleza y persona.

La pregunta acerca del “qué”

Cuando nos preguntamos qué es algo/alguien, estamos preguntando por su esencia. La esencia es la respuesta a la pregunta ¿qué es eso? Es una mesa, un perro, un ser humano, un árbol…

La esencia de algo/alguien es lo que ese algo/alguien es. En términos conceptuales, diríamos que es lo que lo define: la esencia de ser humano, por ejemplo, es lo que hace que alguien sea eso: ser humano. Lo que lo distingue en lo más radical suyo, y hace que no sea otra cosa, lo que lo distingue en cuanto tal.

En los seres vivos, esa vida que tienen y desarrollan se realiza de acuerdo a su naturaleza. ¿Qué es la naturaleza de algo? Es su esencia en cuanto principio de operaciones. Es decir, lo que explica desde lo más profundo de su ser, su forma de existir, moverse, actuar, etc. La naturaleza humana, por ejemplo, incluye todo lo que el hecho de ser un ser humano significa en lo operativo (el tipo de vida que integra su vida vegetativa, sensitiva, afectiva, racional, libre…, es decir, lo propiamente humano, y, por tanto, diferente de la naturaleza angélica y de la animal).

La pregunta del quién

Entre todos los seres existentes, se distinguen los espirituales. Tienen autoconciencia y libertad. Entonces, decimos que cada uno es una persona. Cada persona es única e irrepetible. Todas las personas tienen su naturaleza (común para cada especie), pero cada una es ella misma, distinta a todas las demás. Todos nosotros somos seres humanos, pero él es Pedro, aquél es Juan o Alejandra… Es tal persona.

Entones, distinguimos entre naturaleza y persona.

Naturaleza: Explica lo que somos, el qué somos. En nuestro caso, un ser humano. Eso define nuestro modo de ser y actuar.

Persona: cuando el ser es espiritual, la persona es el sujeto, el yo, quién es. La gran diferencia entre una “cosa” y una “persona”, reside en que la segunda al ser espiritual, tiene conciencia de sí misma. Designamos a la persona por su nombre: es Ana, o Pedro… Sos una persona, esta persona concreta. Y esta persona humana, es un varón o es una mujer: esa es tu naturaleza (qué sos: un ser humano varón o mujer). Tu persona, es ser Ana, ser Pedro…

¿Qué es Dios?

La pregunta ¿qué es Dios? equivale a preguntar por su esencia y su naturaleza. Y nos llevará a hablar de la naturaleza divina.

Dios es el ser absoluto (absoluto en sentido propio). El único ser absoluto –solo puede haber un absoluto por definición de absoluto–, absoluto en cuanto ser: los demás seres, tenemos el ser –tenemos el ser limitadamente: somos seres humanos, o es una planta… algo limitado)- mientras que Dios es el mismo ser subsistente: es todo el ser, el ser absoluto, sin límite, sin tiempo, espacio… nada que lo limite.

Obviamente no podemos agotar la esencia divina: Dios es mucho más de lo que podemos pensar y expresar. Todos nuestros pensamientos y conceptos sobre Él se quedan cortos.

Por ser el ser absoluto, puede crear (solo quien es el ser “total”, puro ser, puede dar existencia a lo que no existe). Nosotros podemos cambiar cosas que ya existen, transformarlas…, pero no “crear”, es decir dar el ser a lo que no lo tiene.

Por ser el ser absoluto, solo puede ser uno. No puede haber dos, ni tres… porque serían limitados (se distinguirían entre ellos, uno tendría algo que el otro no tiene… ninguno sería absoluto). De ahí la racionalidad del monoteísmo (que existe un solo Dios): el politeísmo se opone a la razón.

Solo hay un “Dios” por definición de “Dios”.

Y, por lo mismo, es todopoderoso, eterno, inmutable, simple, plenitud de sabiduría, bondad, belleza… Todo lo que la Teodicea (la parte de la Filosofía que estudia a Dios) nos enseña.

Todo esto explica simplemente la naturaleza divina.

Qué es Dios lo conocemos en parte por la razón a partir de sus obras. Creando el mundo se ha mostrado a sí mismo. De aquí el conocimiento racional que tenemos de su existencia y de sus atributos. Esto lo estudia la Teodicea. Se trata de lo que podemos conocer de Dios a partir de lo que ha creado. Este conocimiento de Dios es limitado, pero es un verdadero conocimiento.

¿Quién es Dios?

Y podemos conocerlo íntimamente (es decir, en sí mismo) a partir de la revelación: Dios ha intervenido en la historia para salvar a los hombres. Ha buscado a Noé, ha llamado a Abraham… formado un Pueblo… Es la historia de la salvación, ahí encontramos cómo ha actuado, qué ha dicho de sí mismo, qué nos ha pedido, etc. El culmen de la revelación se da en Jesús: Dios hecho hombre.

Este Dios infinito no es una “cosa” (energía, por ejemplo), sino que es alguien: un ser inteligente y libre. El orden del universo exige que haya sido creado por un ser inteligente, pensante. Es un ser personal.

En cuanto a qué es Dios en sí mismo, la definición más impresionante, nos la aporta San Juan cuando dice que “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Es decir, que su esencia es amar. Lo cual nos muestra que no sólo no es “algo”, ni sólo  (es alguien pensante), sino alguien que esencialmente ama.

Es decir, que este ser absoluto, es un ser espiritual porque es pensante y ama; y porque obviamente lo material no puede ser infinito, ni ser todo el ser, ya que por definición lo material es limitado. Importa repetirlo, Dios es personal: no es una “cosa” (como energía…), es alguien. Inteligente y libre.

Y este único Dios, en su intimidad, no es soledad, no es una sola persona, sino tres personas. Esto lo sabemos porque Él nos lo ha revelado en el cristianismo.

Tiene una vida de comunión infinita y total, es tres personas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), que son un único Dios. Los tres son un solo Dios (no son personas “independientes”).

Dios es el Padre, es el Hijo, es el Espíritu Santo. Y los tres no son tres dioses, sino un único Dios.

¿Cómo lo sabemos?

Que Dios es uno solo, como ya hemos dicho, lo podemos conocer racionalmente.

Por la revelación de Dios, sabemos que ese único Dios no es pura soledad, sino que tiene tres personas divinas.

Esto es muy importante, porque amamos a una Persona: amar a Dios, es amar al Padre, amar al Hijo, amar el Espíritu Santo. Cuando hablamos, nos dirigimos a las personas: podemos dirigirnos a Dios en su unidad, pero hemos de aprender a distinguir, tratar y amar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

En el Antiguo Testamento Dios siempre se presenta como único. Y aunque hay algunos pasajes en los que podemos encontrar pistas de que ese único Dios, tiene una vida interna. Por ejemplo, en la Creación cuando Dios dice: “hagamos al hombre” en plural.

Es en el Nuevo Testamento cuando Dios se muestra trinidad de personas divinas. ¿Cómo? Precisamente con la actuación de cada una de ellas.

Ya en la Anunciación el Ángel, le habla a María de la Trinidad que hay en Dios y cómo cada Persona actuaría en Ella: “el Espíritu Santo descenderá sobre ti”, le dice. El Padre (“la virtud del Altísimo”, le dice) la cubrirá con su sombra. Y quien nacerá de Ella será llamado “Hijo de Dios”. Ahí estás las tres.

A lo largo del Evangelio, Dios se muestra en sus tres personas. Jesús dice que es Dios, y que no es el Padre. Sin embargo, dice “quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Al mismo tiempo, dice que “el Padre y yo somos uno”. Y también promete el Espíritu Santo, que descenderá sobre los Apóstoles en Pentecostés.

Del Evangelio es claro que el Padre es Dios, que el Hijo (Jesús) es Dios y que el Espíritu Santo es Dios. Que son distintos y que no son tres dioses, sino un solo Dios.

¿Cómo se puede explicar que un solo Dios sea tres Personas?
A partir de los hechos (Dios actúa y aparece, como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo), los cristianos pensaron cómo explicar este hecho misterioso de que Dios sea uno solo, y que en Dios haya tres Personas divinas.

Esas explicaciones dan forma a la doctrina sobre la Santísima Trinidad. Es una explicación racional de los datos revelados. Repito: lo revelado es que hay un solo Dios y que ese Dios es la plenitud de vida y comunión de tres Personas, en una unión tan absoluta que no deja de ser un solo Dios.

Hay dos maneras de explicarlo.

1) Dios es amor. Si es amor, debe haber quien ame (El Padre), quien es amado (el Hijo) y el amor con que se ama (el Espíritu Santo).

El amor crea comunión. Dios como es absoluto, se identifica con sus acciones ad intra (para adentro, “dentro” de la Trinidad). Amar y ser Dios es lo mismo. Su ser es amar. Un amor absoluto, que al ser perfecto y absoluto, hace de los “amantes” (Padre, Hijo y Espíritu Santo) un solo ser.

2) Dios es un ser espiritual. Las dos operaciones de los seres espirituales es conocer y amar.

Dios se conoce a sí mismo. Su conocimiento es perfecto, tan perfecto como Dios mismo. Y, como en Dios, su ser y su obrar son lo mismo, se identifica con Dios. Por eso el conocimiento que Dios tiene de sí mismo es también Dios. Es el Verbo, segunda persona de la Trinidad. Así se podría decir que el Verbo procede del Padre por vía de conocimiento.

El Padre ama al Hijo. Y el Hijo ama al Padre. Ese amor –igual que en el razonamiento del conocimiento– es absoluto; y es Dios mismo, es el Espíritu Santo. Así se dice, que el Espíritu Santo, procede del Padre y del Hijo, porque es el amor que se tienen.

Así resumidamente hemos visto qué es Dios (su naturaleza) y quién es (sus personas). Ahora ocupémonos de Jesús.

¿Qué y quién es Jesús?

Comencemos por responder a ¿qué es Jesús?

De Jesús, leyendo el Evangelio, sabemos que es Dios y es hombre. Es Dios (hace milagros, tiene una sabiduría infinita, es uno con el Padre…) y es hombre (nace, come, duerme, muerte… y resucita).

¿Cómo es esto? Para salvarnos, la segunda Persona de la Trinidad (es decir, Dios mismo, en su segunda Persona), asumió la naturaleza humana (se hizo hombre, sin dejar de ser Dios). Sigue siendo Dios (no puede dejar de serlo), y ahora también es hombre.

Por tanto, a la pregunta ¿qué es Jesús? Respondemos que es Dios y hombre. Es decir, que Jesús tiene dos naturalezas, una divina (desde toda la eternidad, común al Padre y al Espíritu Santo) y otra humana (asumida de su Madre, Santa María).

Por tanto, en Jesús, hay dos naturalezas –es Dios y hombre–, sin mezcla –no es un híbrido humano-divino–, sin confusión –lo humano es humano (come, duerme…), lo divino es divino (hace milagros…)–, sin separación (no es mitad Dios y mitad hombre: todo Jesús es Dios y es hombre).

Esta unión de la naturaleza humana con la divina en Jesús se llama unión hipostática. Ambas naturalezas se unen en la persona del Verbo (en la Persona divina) que es Dios y asume (podríamos decir que “suma”) la naturaleza humana. Es un misterio único. Que solo puede suceder en Dios: nosotros no podemos tener dos naturalezas…

Si en cambio nos preguntamos ¿quién es Jesús? Respondemos señalando su persona.

¿Quién es este “hombre”? ¿Quién es la Persona (en Jesús)? La segunda Persona de la Trinidad, que ahora tiene dos naturalezas (la humana y la divina).

¿Quién es Jesús? Es Dios, en concreto la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo o el Verbo, como se la llama.

La única persona de Jesús es la divina. Que actúa con sus dos naturalezas. Jesús pasa hambre, duerme, camina, habla, muere en la cruz en su naturaleza humana (son acciones humanas, de Dios): la persona (el sujeto que actúa) es la divina, actúa en acciones divinas y humanas (con sus dos naturalezas). Jesús hace milagros, resucita… con su naturaleza divina.

Esto es asombroso: que Dios mismo haya querido asumir todas las realidades humanas que nosotros vivimos, para así darnos la posibilidad de divinizar nuestra vida.

En resumen, en Dios hay una naturaleza y tres Personas. Y en Jesús, dos naturalezas y una Persona.

Eduardo Volpacchio
Mendoza, 30 de mayo de 2023

¿Existe Dios?

Charla sobre la racionalidad de la fe en la existencia de Dios.

Se trata de entender qué es creer, la racionalidad de la fe en Dios y su superioridad racional frente al ateísmo, y la respuesta a los problemas más profundos del ser humano.

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Creo en Jesús, pero no en la Iglesia o en el Papa

No es raro escuchar la frase “Jesús sí, Iglesia no”.

Como slogan puede tener gancho, pero es un  contrasentido porque contradice lo que vemos en el Evangelio que Jesús pensaba sobre el tema.

Además es imposible prescindir de la Iglesia si queremos encontrar a Jesús, y no es posible entender a Jesús y su misión sin la Iglesia

1. Quien cree en Jesús, cree que es Dios y cree en todo lo que hizo y enseñó

Es claro que Jesús fundó una Iglesia, que llamó unos Apóstoles para que continuaran su misión, que prometió su asistencia y el envío del Espíritu Santo. Quien cree en Jesús, cree todo esto. De otro modo, Jesús nos engañó o se le escapó la cosa de las manos, ambas cosas incompatibles con la fe en que sea Dios.

De manera que creer en Jesús incluye la fe en la Iglesia fundada por Él.

Por señalar algunos ejemplos básicos:

Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt 16,18): es decir, mi Iglesia –hay una Iglesia que Cristo fundó– está aquí, con Pedro.

Todo lo que ates, será atado en el cielo” (Mt 16,19): Jesús se comprometió a confirmar la acción de Pedro como cabeza de mi Iglesia, porque velará por él.

Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20): es decir, cuando quieran buscarme, búsquenme en la Iglesia, porque es allí donde estaré.

El Espíritu Santo los llevará  a la verdad plena” (Jn 16,13): les he enseñado muchas cosas, pero necesitan que envíe el Espíritu Santo para que los conduzca a la verdad completa.

Si Jesús no nos engañó, Él está en la Iglesia…

2. Sin la Iglesia no hay acceso real y concreto hoy a Jesús

Porque  desde su Ascensión a los cielos, la Iglesia lo hace presente. Jesús se hace presente en la Iglesia –y sólo en la Iglesia–. Actúa en su nombre (cuando bautiza es Jesús quien bautiza), se pone en sus manos (se “mete” en la Eucaristía para llegar a todos, en y a través de la Iglesia: sin ella no hay Eucaristía), le da su palabra (los Evangelios no son otra cosa que escritos de discípulos de Cristo –miembros de la Iglesia– inspirados por el Espíritu Santo; y Jesús confío su interpretación a la Iglesia, para evitar que cada uno interpretar lo que se le ocurriera).

El encuentro con Jesús hoy se da en la Iglesia, que es su Iglesia (de la que Él es parte como cabeza).

3. Sin Jesús no hay Iglesia

La Iglesia no tiene consistencia propia, en sí misma no es nada… Su misión y sentido es hacer presente a Cristo, ser el lugar de encuentro con Cristo. Su razón de ser es referir a Cristo. Es depositaria de tesoros de doctrina y gracia (sacramentos) que no le pertenecen (en sentido que no puede alterarlos a su antojo, sino sólo puede transmitirlos fielmente), porque son de Cristo.

4. Sin Pedro (el Papa) no hay Iglesia

Sin cabeza visible, no hay cuerpo. Pedro es vital: “sobre esta piedra”, aunque sea frágil por sí misma. Jesús sabe que Pedro lo negará, incluso después de Pentecostés necesitará ser corregido por Pablo cuando ante los judaizantes respete escrupulosamente la ley mosaica, confundiendo a los demás sobre la obligatoriedad de hacerlo; incluso intentará huir de Roma ante la persecución de Nerón… Y no deja de elegirlo por eso. Y confirmar la elección después de las negaciones.

Se nos pide fe en la Iglesia, pero una fe madura. Sin fundamentalismos, sin simplificaciones ingenuas.

El Espíritu Santo la asiste, pero no para que todo le salga bien humanamente… Tendrá que pasar por  la cruz –Pedro, el Papa Francisco y todos los cristianos–.

¿Qué supone la infalibilidad? Es garantía de la perennidad de la Iglesia: que la Iglesia dure para siempre, esencialmente idéntica a sí misma (como la fundó Cristo, sin cambiar; ya que si cambiara no sería la que Cristo fundó, sería otra). Esto implica una asistencia especial en temas doctrinales y morales.

La asistencia del Espíritu Santo no es para toda la vida del Papa y todos sus actos. En lo administrativo, en lo humano, se puede equivocar… y no pasa nada. Dios nos santifica incluso con los errores ajenos. En lo opinable, lo estratégico, el nombramiento de Obispos y hasta de su mayordomo…, en la aprobación del presupuesto de la Santa Sede, y en mil cosas más no goza de la infalibilidad…, no la necesita.

Y creemos en el Papa, lo seguimos y lo queremos, aunque no nos gusten algunas cosas del Papa (ya la fe no nos pide que coincidamos en todo, ni hace falta que lo hagamos…).

5. La Iglesia tiene miserias, que no le impiden hacer presente a Cristo

Los discípulos que Jesús eligió tuvieron defectos (y Jesús lo sabía: no fue ingenuo…). No entendían su enseñanza, Judas lo traicionó, Pedro lo negó, todos huyeron de la cruz… Es obvio que a los que los sucedieran también iban a ser falibles como personas: ¡siguen siendo humanos!

Esto no quita que puedan ser instrumentos de la acción de Dios. Es más, para acceder a la gracia divina no hace falta buscar hasta conseguir un ministro perfecto… Dios garantiza que la gracia pasa a través de sus instrumentos (incluso si no son todo lo dignos que deberían ser… ¡ojalá lo fueran y rezamos para que lo sean!). Y esto,  no es malo, sino que es bueno… Gracias a que confiamos en la acción de Dios, no nos fijamos en el ministro: Dios nos garantiza que Él actúa siempre, de manera que podemos estar sin miedo aunque no nos conste la santidad del ministro: la salvación procede de Dios, no viene del ministro: solo pasar a través suyo…

Eduardo Volpacchio
14.5.23

En Navidad… ¡elijo creer!

¡Muy feliz y Santa Navidad!

En esta Navidad, ante el pesebre… agradecemos también el Mundial… y para felicitarlos quisiera aprovecharme de una costumbre, viralizada en las redes, en las tensas semanas pasadas. 

Con gran ingenio y simpatía, se fue difundiendo la búsqueda de coincidencias entre 1978, 1986 y el 2022… siempre concluidas con una frase: ¡elijo creer!

Una fe humana, del tipo expresión de deseo… Que acabó contagiando el entusiasmo de la gente y de los jugadores… 

Delante del pesebre: ¡elijo creer!

Con una fe totalmente diferente: sobrenatural, divina, sólida, fundada en Dios, pero también muy mía, porque yo elijo creer.

Un elijo creer que es respuesta al gran don de la fe, que reclama mi respuesta. Una respuesta libre, decidida; posible gracias al don recibido.

Elijo creer en la cercanía de Dios. Siempre, esté donde esté, pase lo que pase… elijo creer que Jesús está junto a mí.

Elijo creer. En ese Niño divino. En su vida y enseñanzas, en su gracia y su amor, en la salvación que me trae. 

Una fe que me permite ver en una pobre gruta, en un rústico pesebre, el Rey de Reyes, al Señor de Señores, al dueño del mundo, que loco de amor, vino a vivir nuestra vida, vino a estar con nosotros, a transformar nuestro mundo y nuestra vida. 

Así como su presencia convirtió un lugar tan indeseable para nacer como una gruta, en el centro del universo y expresión de amor, elijo creer que su cercanía también cambia todo en torno a nosotros.

Elijo creer para aprender a mirar la vida de un modo diferente. 

Elijo creer que está en mi vida, en todo lo que me pasa y hago, en lo que pasa a mi alrededor… Entonces, todo cambia, todo adquiere otro sentido y valor… Un elegir creer que mete  a Dios en mi vida, que me conecta y une con Dios.

Ante la locura de Dios hecho un Niño, elijo esperar

Esperar en Dios, confiar en Él, de modo absoluto, siempre y en todo. 

No necesito coincidencias de fechas…, me basta el amor que sé que Dios me tiene. Me basta su poder, su sabiduría, su grandeza, su generosidad… para elegir siempre esperarlo todo de Él. Me basta ponerme delante del pesebre, y encontrar todos los motivos de esperanza que encierra.

Elijo esperar en Jesús y de Jesús, siempre, en todo, para todo. 

Ante el nacimiento de Jesús, elijo amar.

Un amor que comienza eligiendo creer en el amor que Dios me tiene. Elijo saberme querido y cuidado por Dios. Elijo sumergirme en la infinitud de su amor.

Elijo meterme en el pesebre para descubrir todo el amor que encierra… 

Elijo creer en el amor que Dios me da para quererlo.

Elijo poner toda mi capacidad de amor, en su amor…

Elijo amar a este Niño con toda mi vida, con lo que soy y lo que tengo. Con todas mis posibilidades y también con todas mis limitaciones y carencias.

Y elijo vivir para amar. 

Que en este tiempo de Navidad, hagamos muchos actos existenciales de fe, esperanza y amor (es decir con ocasión de lo que vemos, vivimos, nos pasa…) con esta simple frase convertida en jaculatoria: Jesús, ¡elijo creer! ¡elijo esperar! ¡elijo amar!

¡Muy santa y feliz Navidad! 

Santa porque nos santifica. Feliz porque nos llena de felicidad. 

Muy pegados Jesús, María y José. 

Muy decididos a que junto al pesebre crezcan nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, porque en cada circunstancia elegimos creer, esperar y amar con estos dones divinos que Dios pone en nosotros. 

En la Misa de Nochebuena pondré junto al pan y el vino, a todos a los que llegue este mensaje, pidiendo para ellos la paz y el amor que este Niño vino a traernos a la tierra. 

P. Eduardo Volpacchio
Mendoza, Navidad 2022

EUTANSIA: ¿DERECHO O DESHUMANIZACIÓN?

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Ante la eutanasia me surgen varias preguntas, que en el fondo son la misma: ¿es un beneficio para la sociedad o una trampa perjudicial para ella?

Más allá de las intenciones de quienes la promueven, ¿es un bien para la persona y la sociedad o un mal?

¿Es un derecho a morir o abandono a del que sufre? 

¿Es un derecho humano o un antiderecho?

¿Significa un progreso o una regresión? Con a eutanasia ¿ganamos o perdemos?

En este artículo queremos analizar si ese deseo de una persona da lugar a un auténtico derecho que el Estado y la sociedad deberían garantizar y “ejecutar”, o si debería ser canalizado por otro lado…

Hay gente que desea morir. La pregunta es hasta qué punto ese deseo debe ser garantizado por el Estado mediante una ley que legalice la eutanasia.

En una sociedad democrática es importante tener en cuenta los deseos de las personas, su autonomía y su libertad.

Pero el problema aparece cuando, ese deseo entra en colisión con valores que están en los fundamentos de la vida social, impone obligaciones legales a terceros, tiene gravísimos problemas de implementación, riesgos demasiado grandes, ejerce una presión injusta sobre muchos ciudadanos, etc.

Cuando son tantos los problemas y tan negativas las consecuencias que plantea este proyecto de ley, debemos preguntarnos: ¿se puede dar al deseo de una persona sobre su vida semejante poder sobre la vida social?

Cómo está la cuestión en el mundo

La razonabilidad de una ley no depende del número de países que la aceptan, pero no es un tema menor, comprobar que son pocos países han legalizado la eutanasia. Sólo siete de modo total y otros dos en algunos de sus estados: Países Bajos, Bélgica, Colombia (2014), Canadá (2016), España (marzo 2021), Nueva Zelanda (diciembre 2021), Uruguay (2022), algunos estados de Australia y en los Estados de California, Oregón, Washington y Vermont de los Estados Unidos.

Es decir que en sólo siete países es legal la eutanasia activa (acción positiva para matar).

Precisiones conceptuales

Una de las complejidades del tema es la gran variedad de significados que podemos atribuir al término eutanasia. La consideración moral depende de qué entendamos por este término.

Así, deberíamos precisar de qué se trata. Porque no pocas personas que apoyan la eutanasia basadas en el deseo de evitar sufrimientos extremos, dejarían de apoyarla si consideraran la cuestión a fondo y tomaran conciencia de lo que está en juego en el asunto.

Eutanasia propiamente dicha es toda acción u omisión que provoca directamente la muerte de una persona, ya sea por motivos de “piedad” (para que no sufra) o para satisfacer sus deseos de morir.

No se debe confundir la eutanasia con la renuncia por parte del paciente a tratamientos desproporcionados. Algo que es totalmente lícito: no es eutanasia rechazar tratamientos médicos penosos y caros, que solo alargarían una vida que se va apagando…

Rechazar la eutanasia no supone querer prolongar la vida artificialmente: está lejos de lo que se llama “ensañamiento terapéutico”.

Todos estamos de acuerdo de que es importante disminuir el sufrimiento de los enfermos, de que debemos poner los medios a nuestro alcance para suavizar el sufrimiento que llevan consigo las enfermedades incurables y hacer más humano el final de la vida.

Lo que se discute, cuando hablamos de eutanasia, es el derecho del paciente a reclamar la propia muerte, y el consiguiente deber de la sociedad de matar a quien pide que se dé fin a su vida.

También deberíamos precisar qué entendemos por muerte digna, algo que todos deseamos para todo el mundo y a lo que sería absurdo oponerse. Pero sería muy injusto usar este término como sinónimo de eutanasia, ya que -por contraposición– implicaría calificar de muerte indigna la muerte natural…

Cuando hablamos de decidir cómo morir, también deberíamos precisarlo. ¿Quién no quisiera morir en su casa, acompañado por su familia, con asistencia espiritual, habiendo resuelto todos los temas pendientes…? Pero no toda decisión acerca de cómo morir, es igualmente valiosa…

Distintas justificaciones

En el último siglo ha habido una evolución en la consideración y justificación de la eutanasia.

En tiempos pasados se promovía la eutanasia por motivos eugenésicos –así la practicó el nazismo–.

Más adelante se intentó validarla como un acto de piedad hacia quien padecía sufrimientos insoportables.

En la actualidad, los casos de eutanasia «por piedad» son cada vez más excepcionales, pues la medicina paliativa ha conseguido liberar al enfermo terminal de los sufrimientos más agudos e insoportables, para garantizar una muerte digna. Por eso, el homicidio «piadoso» ha sido sustituido por otra fórmula eutanásica, el suicidio asistido.

En nuestros días, se la fundamenta en la autonomía personal de decidir qué hacer con la propia vida.

«El puesto de la piedad, como motivo emocional de la acción eutanásica, ha sido ocupado por una motivación que no tiene nada de compasiva ni de emotiva, sino que es fríamente racional: el respeto, hasta el límite de la sumisión, ante la voluntad suicida del paciente. Detrás de la eutanasia por compasión está el fantasma del sufrimiento del paciente. Detrás de la eutanasia como suicidio asistido existe el espectro de un pretendido nuevo derecho humano a la autodeterminación, un derecho supremo, incuestionable».[1]

Así, la defensa del suicidio asistido se apoya hoy explícitamente en ética de la autonomía: cada uno sería libre de decidir qué hacer con su vida, y los demás no deberían oponerse a sus decisiones. Si una persona padece un sufrimiento que considera insoportable y desea acabar con su vida, ¿quién tiene derecho a impedírselo?

La ética de la autonomía absoluta ha suprimido los valores absolutos. Sólo queda uno: el único absoluto es mi deseo personal. Y todos deben someterse, incluso están obligados a matarme si fuera mi deseo…

Lo que está en juego no es “prohibir” el suicidio (cosa prácticamente imposible, ya es muy difícil evitar que una persona se suicide) sino la supuesta “obligación” de la sociedad a realizar su deseo quitándole la vida (es decir, matándolo, ya no existe otro nombre para la acción de quitarle la vida).

Está en juego que la ley y la profesión médica reconozcan este derecho y tengan que hacerse cargo del “suicidio”, lo que resulta una falacia: se les pide que cumplan la orden a matar a alguien. El hecho de que quien dé la orden de matar y la víctima sean la misma persona, no cambia la esencia de la cuestión. También implica cambiar la presunción de la ley, que está siempre a favor de defender la vida de las personas.

Aquí presento doce motivos muy importantes para por los que no es razonable la legalización de la eutanasia.

1.     Legisla contra el derecho fundamental a la vida

Una ley de eutanasia sería una ley profundamente injusta porque haría que el Estado dejara de ser garante de la vida de todas las personas, y se convertiría en garante y/o ejecutor de la muerte de algunos de sus ciudadanos. El hecho de que haya quienes deseen morir, no basta para que le Estado garantice el cumplimiento de este deseo.

La legalización de la eutanasia realizaría en la legislación y en la concepción de la sociedad un cambio radical en el modo de considerar el hecho de quitar la vida a un semejante. Matar a un semejante –al menos en algunos casos– dejaría de ser un mal, para convertirse en un bien, incluso en una obligación de la sociedad.

No se trata solo de que una persona quiera morir, que quiera suicidarse. Reclama que la sociedad que realice ese deseo y le quite la vida.

Esto pone patas para arriba todo el sistema jurídico: quitar la vida pasaría a ser un acto virtuoso y una obligación.

Por otro lado, se debe tener en cuenta que una persona que desea morir, normalmente se encuentra en un estado de vulnerabilidad que está la causa de ese deseo. Necesita contención, asistencia, compañía…, lo que menos necesita es que le validen ese deseo de autodestrucción. El Estado debe garantizar la ayuda a los más débiles y vulnerables.

Además, supondría desconocer la dignidad humana y la igualdad ante la ley. «Clasificar a un subgrupo de personas como legalmente elegibles para acabar con su vida viola la promesa del Estado de igualdad ante la ley y muestra una absoluta falta de respeto e insensibilidad por los que cuyas vidas no se consideran ya “dignas de vivir”, en particular, los ancianos débiles, los enfermos psiquiátricos o los discapacitados»[2].

Morir no es un bien y vivir no es un mal. Y lo contrario no debería ser aceptado por el Derecho.

Los enfermos activistas de la eutanasia son muy pocos. No parece que sentido cambiar la legislación de todo un país para complacer a una minoría que reclama ser “suicidada”, exponiendo a la mayoría de personas vulnerables a tantos riesgos como esta ley lleva consigo.

2.     El “deseo” de morir no es medible, regulable… No se puede legislar la vida de una persona en base a un deseo.

La causa motivante del hecho eutanásico es el deseo de un ciudadano de morir.

Una persona puede querer morirse por muchos motivos.

Solamente considerar, cuántas veces una persona –ante hechos adversos, errores serios…– dice “me quiero morir” sin ninguna intención de querer morirse o que lo maten, como expresión de frustración, de disgusto o de dolor…, hace pensar que eso de querer morirse tiene muchos matices…

En ese caso, el Estado legislaría qué motivos harían válido y atendible ese deseo y cuáles no; qué deseo daría pie a un derecho y cuál no.

Al principio se exigen sufrimientos debidos a enfermedades incurables y terminales. Poco a poco, se va cediendo a sufrimientos intolerables, con toda la carga subjetiva que el término lleva consigo. ¿Es acaso medible qué resulta insoportable para una persona como para pedir morir?

Habría que tener en cuenta, además, que detrás del deseo de morir, en principio, hay algún tipo de depresión. De hecho, por ejemplo, a las personas que enfrentan un tratamiento para el cáncer, se les ofrece ayuda psicológica, para encarar las dificultades que tienen por delante.

Estamos hablando de personas en una situación de vulnerabilidad por el dolor y la perspectiva de muerte. Personas a las que la enfermedad puede llevarlas a sufrir depresión.

Legislar la eutanasia significaría afirmar que la depresión en algunos casos es una enfermedad que requiere tratamiento, búsqueda de su superación; mientras que en otros casos es causal de un “derecho” a la eutanasia.

Además, como todo deseo, es una experiencia perteneciente al campo de la emotividad, que por definición es inestable y cambiante. Que el derecho a la vida dependa de un deseo es, al menos, muy peligroso.

Y menos todavía que un deseo sea fuente de otro derecho, un supuesto derecho a hacerse morir.

3.     Se daría carta de ciudadanía al suicidio, grave problema de nuestro tiempo

Como decíamos más arriba, la eutanasia ha cambiado de planteo. Hoy, en realidad se trata de suicidio asistido, eufemismo con el que se designa el hecho de ser ejecutor de la voluntad suicida.

La eutanasia como se la propone hoy, supone la exaltación de la autonomía personal hasta el extremo de la autodestrucción.

No podemos olvidar que el suicidio es un problema: hay 700.000 suicidios en el mundo, una de cada cien muertes. Es la segunda causa de muerte en los jóvenes (se triplicaron en los últimos 30 años). De hecho, la OMS ha dado orientaciones para ayudar a los países a prevenirlo.

La legalización de la eutanasia es incompatible con las campañas para prevenir suicidios: ¿cómo explicar que hay suicidios buenos y suicidios malos? ¿Cómo distinguirlos?

4.     La eutanasia es irreversible… Una vez quitada la vida, no hay marcha atrás.

Con una pizca de humor negro, se podría decir: pidió morir… ¿y si se arrepiente? ¿qué hacemos?

No podemos ignorar que el ser humano ante un peligro experimenta miedo; con facilidad imagina cómo será vivir algo negativo que le puede suceder y piensa que no podrá soportarlo… Y cuando la situación se presenta experimenta que sí, que puede soportarlo. La diferencia es que ante un temor imaginado, no tenemos las reservas psicológicas necesarias para enfrentarlo; mientras que en la situación real, sí que las tenemos.

No pocas veces sucede que la voluntad eutanásica ha sido pronunciada en circunstancias distintas a las que atraviesa el paciente en el momento presente, habría que ver cómo se garantiza la actualidad de esa voluntad de ser eliminado. Los cristianos, por otro lado, sabemos que esto se debe –además de a reacciones tendenciales y a recursos psicológicos– , a que Dios nos concede su gracia cuando la necesitamos, no antes: no cuando con nuestra imaginación nos ponemos en una situación extrema, sino cuando verdaderamente la enfrentamos.

Siempre se ha dicho que la petición de la muerte en un enfermo es una llamada de atención: lo que pide es cariño y cuidado. De hecho, las personas que desean morir, cuanto se sienten acogidas, acompañadas y se les ayuda a disminuir sus sufrimientos, abandonan ese deseo de morir.

5.     La legalización de la eutanasia abriría la puerta a muchas injusticias.

La primera injusticia es la practicar la eutanasia a quien no la ha pedido.

La Comisión de Derechos Humanos de la Unión Europea este año 2022 condenó a Bélgica por caso de una mujer que había recibido la eutanasia sin su consentimiento. El caso se llevó adelante por el reclamo de un hijo suyo, que se encontró con que su madre –enferma de depresión– había sido eutanasiada.

Ha sucedido más de una vez el caso de enfermeras que matan pacientes para estar más tranquilas…

 “Un informe del Canadian Medical Association Journal, 120 enfermeras belgas (el 49 por ciento de un total de 248 encuestadas) admitieron haber aplicado la eutanasia sin petición del paciente”[3].

Otro tema no menor, es la posibilidad de realizar crímenes encubiertos bajo la figura de la eutanasia. No hay manera de controlar el tema.

Pensemos en eutanasias realizadas para recibir herencias, como venganza, hartazgo ante un familiar enfermo…, cansancio del personal sanitario…

En Bélgica, y no es difícil pensar que sucede lo mismo en otros sitios, “parte del problema es que las prácticas eutanásicas carecen de control, pues en la mitad de las actuaciones no se cumplen los requisitos legales. En la práctica nadie controla la impunidad de la decisión de los médicos. Concretamente, como se desprende del análisis de los certificados de defunción, hasta el 50 por ciento de los actos no son declarados como eutanasia.”[4]

6.     La eutanasia da la sociedad un mensaje terrible: hay vidas que no merecen la pena ser vividas.

La ley tiene una dimensión pedagógica: siempre da un mensaje.

El mensaje que da la eutanasia es que, ante la enfermedad, los problemas, las crisis… la vida pierde sentido, no merece ser vivida. Y entonces, la opción de la autodestrucción para “dejar de sufrir” no sólo es válida, sino un auténtico derecho.

El mensaje a la sociedad es que hay vidas que carecen de dignidad, que no merecen ser vividas, cuyo derecho a la vida no es tutelable.

Así se promueve un antivalor muy grande.

El suicidio asistido legal dice a los mayores o discapacitados son una carga. En diciembre de 2022, ha salido a la luz el siguiente caso: “Tras cinco años pidiendo una silla salvaescaleras, Christine Gauthier, una exmilitar y exatleta paralímpica canadiense, ha denunciado que el Departamento de Asuntos de Veteranos le ofreció aplicarle la eutanasia.”[5]

La eutanasia es manifestación del gran problema de la falta de sentido. En este caso, el sentido del dolor, la limitación, la vulnerabilidad y de la muerte. Es síntoma de una sociedad que teme al dolor y huye a cualquier precio del sufrimiento. Que prefiere morir antes que verse en esas circunstancias. Que valora la vida solamente en cuanto portadora de placer y satisfacción. 

El sentido de la vida, exige el valor del dolor, del sufrimiento, de la vulnerabilidad, dimensiones inevitables de la existencia. Tienen una función en la maduración humana, que nadie debería ignorar.

Necesitamos darles sentido, mostrar que no es un mal absoluto, y la eutanasia enseña lo contrario.

La humanidad debería resistirse a pensar que la única manera de eliminar el sufrimiento sea eliminar a quienes sufren.

El mensaje que la ley debería transmitir es que morir no es un bien y que vivir no es un mal.

Por esto, mina una de las bases de la ética: nunca hay motivo para la eliminación directa de un ser humano; y el interés social exige que nadie ejecute a otro…

Hay muchas formar de piedad, pero entre ellas no figura el asesinato.

7.     Pervierte la relación médico-paciente

La eutanasia corrompe la práctica de la medicina y la relación médico-paciente usando su «saber para curar» como «técnicas para matar».

La relación médico-paciente está basada en una confianza muy grande. El paciente confía en la buena voluntad de su médico. En su intención de curarlo. Pretender hacer al médico “cómplice” de su suicidio (más precisamente, deberíamos decir ejecutor), trastocaría totalmente esta relación.

Cuando no se puede curar, siempre se puede cuidar, acompañar, sostener, animar…

Facilita en los médicos una minusvaloración del valor de la vida y de sus esfuerzos por sacar adelante a sus pacientes. “Los estudios señalan que solo el 5 por ciento de las peticiones de eutanasia es rechazado, lo que indica que muy raramente los médicos rechazan la eutanasia cuando se les pide. Este dato indica el efecto transformador que supone la legalización de la eutanasia sobre la conducta médica”[6].

Además, viendo que en países donde se ha legalizado la eutanasia –como es el caso de Bélgica– un alto porcentajes de los hechos eutanásicos no han sido solicitados por el paciente, crea una sensación de desconfianza y miedo para parte de ancianos y enfermos. De hecho, en algunos países de Europa hay pacientes que van a operarse a otros países que consideran más “seguros” para su vida…

De hecho, hay un gran rechazo por parte de las sociedades médicas hacia la eutanasia. La Asociación Médica Mundial ha declarado en 2019: “La AMM reitera su fuerte compromiso con los principios de la ética médica y con que se debe mantener el máximo respeto por la vida humana. Por lo tanto, la AMM se opone firmemente a la eutanasia y al suicidio con ayuda médica”[7].

En Argentina, la Academia Nacional de Medicina también se ha manifestado contraria a su legalización. [8]

Todavía más gravedad encierra el hecho de que en algunas legislaciones aprobadas se atenta contra la objeción de conciencia de los agentes sanitarios y las instituciones hospitalarias, asilos de ancianos, etc. Es el caso de España y de los proyectos de ley que se presentaron en Argentina.

8.     Ejerce una presión psicológica cruel para los enfermos crónicos, terminales, discapacitados…

Es natural que un enfermo sienta bajar su autoestima por las limitaciones que sufre. Por eso necesita ayuda, consuelo, acompañamiento, contención… Lo que menos necesita es que les fomentemos el deseo de morir.

Por esto una ley de eutanasia expone sobre todo a los débiles y vulnerables.

¿Cuál es nuestra visión de las personas enfermas, discapacitadas, limitadas, ancianas…?

En general, a nivel teórico, una sociedad que se considera a sí misma humana, reconoce su dignidad y valor, exige su no discriminación, su inclusión social, valora la solidaridad con ellos, su cuidado, atención y acogida.

La relación con el dolor y con los enfermos es un test de la calidad humana de la persona; y nos humaniza.

El problema se presente cuando esta visión tan humanista, comprensiva y valiosa no se corresponde con la realidad. Cuando este lindo discurso, en la práctica se llena de hipocresía.

Es un hecho que el cuidado de los enfermos, personas discapacitadas, ancianos, etc., exige atención a veces permanente, es muy costoso económicamente, requiere sacrificios de la familia y del personal sanitario, cansa…

Este hecho es evidente también para quienes reciben esas atenciones. Esto y el amor que tiene a los suyos, hace que con frecuencia se sientan tentados a sentirse como una carga, un peso para los demás. Es muy importante qué respuesta damos a este sentimiento que empuja a la baja autoestima y a la minusvaloración del valor de la propia vida.

La legalización de la eutanasia confirma este sentimiento y justifica –y hasta promueve– el deseo de morir. Es casi una invitación… y no casi. El testimonio de Jordi Sabaté Pons es revelador de esta presión para que los pacientes pidan la eutanasia.[9]

En este sentido resulta un atentado a la dignidad de los enfermos.

Es muy claro al respecto, el Documento de la Conferencia Episcopal Española sobre el tema:

«La aceptación social y legal de la eutanasia generaría, de hecho, una situación intolerable de presión moral institucionalizada sobre los ancianos, los discapacitados o incapacitados y sobre todos aquellos que, por un motivo u otro, pudieran sentirse como una carga para sus familiares o para la sociedad. Ante el “ejemplo” de otros a quienes se les hubiera aplicado la eutanasia de modo voluntario y reconocido, ¿cómo no iban a pensar estas personas si no tendrían también ellas la “obligación” moral de pedir ser eliminadas para dejar de ser gravosas? Esta consecuencia inevitable de una hipotética despenalización de la eutanasia significaría introducir en las relaciones humanas un factor más en favor del dominio injusto de los más fuertes y del desprecio de las personas más necesitadas de cuidado. Nadie debe ser inducido a pensar, bajo ningún pretexto, que es menos digno y valioso que los demás. La atención esmerada y cuidadosa de los más débiles es precisamente lo que dignifica a los más fuertes y timbre de verdadero progreso moral y social».[10]

9.     Afecta profundamente las relaciones familiares.

Cuando se habla de eutanasia se suele dejar de lado a la familia. El amor familiar es incondicional y va mucho más allá de sus limitaciones y los cuidados que exige su atención. ¿Quién puede querer la muerte de sus seres queridos?

La familia es la base del tejido social, precisamente por este amor incondicional. Es especialmente importante en los “extremos” de la vida: su comienzo y su recta final. No es este el lugar para hacer una apología de la familia, pero sí de subrayar su importancia social, especialmente en los momentos malos y dolorosos.

¿La familia no tiene nada que decir respecto a la vida de un ser querido? Varias veces hemos visto en los medios –en particular en Reino Unido– a padres luchando para que no eutanasien a sus hijos.

El cuidado de los enfermos nos humaniza. La familia y la sociedad los necesita para no deshumanizarse. 

10.  Se disminuyen los cuidados paliativos.

El problema no es la falta de eutanasia, sino la falta de cuidados paliativos.

“En el mundo, sólo un 12% de las personas que requieren cuidados paliativos acceden a ellos. En la Argentina, el porcentaje es aún menor: estimaciones de la Asociación Argentina de Medicina y Cuidados Paliativos (AAMyCP) muestran que en el país el acceso es menor al 5 por ciento”[11].

La respuesta humana a la eutanasia son los cuidados paliativos, a los que todos deberían tener acceso. Ellos hacen que la “excusa” del sufrimiento intolerable, ya casi no tenga sentido. Además, muchos pacientes mueren sedados, sin dolor ni angustia, acompañados del cariño de sus seres queridos.

Las personas con enfermedades terminales no han de sentirse una carga para su familia o para la sociedad, sino que deberían estar rodeados de un ambiente de amor y cuidados, donde se les valore y se les haga sentir cómodos. Los centros de cuidados paliativos atienden las necesidades de los enfermos terminales mucho mejor que en los hospitales, que no están preparados para los que ya no necesitan tratamiento; los hospitales «curan», los centros para enfermos terminales «cuidan».

Merecemos envejecer en una sociedad que vea los cuidados que necesitamos con una compasión basada en el respeto, y sepa ofrecernos un apoyo auténtico en nuestros últimos días. Esto es lo que hoy está en juego. De las elecciones que tomemos ahora entre todos dependerá si dejaremos a las generaciones futuras una sociedad solidaria. Podemos ayudar a construir un mundo en el que el amor sea más fuerte que la muerte. [12]

Esto sí que es un derecho: morir en paz, cuidados, no ser descartados por la sociedad.

Y este derecho con frecuencia es negado.

Es un hecho comprobado que allí donde se legaliza la eutanasia, disminuye la promoción de los cuidados paliativos. Es lógico que así suceda. Entre eutanasia y cuidados paliativos, es fácil que prime la mentalidad economicista: es mucho más barata la eutanasia… Esto ha sucedido, por ejemplo, en Bélgica, donde se prometió que la legalización de la eutanasia iría acompañada por mejoras de los cuidados paliativos. Cosa que no sucedió.

11.  No se investiga en enfermedades incurables.

En los países que eliminan –ya sea por el aborto o la eutanasia– a las personas consideradas deficientes o que no cumplen ciertos estándares de calidad…, se abandonan esos campos de investigación, porque dejan de ser necesarios: si se elimina a los que sufren esas enfermedades carece de sentido buscar curación, sus causas, prevención, etc.

Islandia, por ejemplo, se precia de que aborta el 100% de las personas con Síndrome de Down. Obviamente no existirán investigaciones en ese campo.

Una conocida mía lo vivió en Europa, cuando estaba embarazada de su tercera hija. Le diagnosticaron un síndrome rarísimo. La asustaron y presionaron para que abortase. La niña nació mucho más sana de lo que lo pronosticado. El único que no la presionaba para abortar era el genetista… ilusionado en poder estudiar un caso real…

12.  La legalización de la eutanasia siempre produce una banalización del suicidio: se la suele legalizar para casos extremos, incurables, terminales, y continúa con un tobogán descendiente de ampliación de casos, porque contribuye a crear una mentalidad de menosprecio de la vida que no da satisfacciones.

El reconocimiento de un supuesto derecho a morir –al suicidio asistido– lleva a que se justifique, cada vez, por motivos más banales.

De hecho, se ha aplicado la eutanasia por el sólo hecho del cansancio de vivir.

Y, quizá llegando casi al extremo, Canadá ha aprobado la eutanasia para pacientes con depresión o con problemas económicos. Es decir, que las dificultades económicas, los traspiés en los negocios, a partir de ahora, te darán derecho a la eutanasia…

Una vez que el suicidio es legal y éticamente aceptable, se declara un supuesto derecho al suicidio; entonces, no hay argumentos para limitarlo.

La ampliación de casos no tiene límite: si es un bien, un derecho, ¿por qué limitarlo a algunos?

Es de hecho lo que ha sucedido en los países que han legalizado la eutanasia, en ellos se verifica:

  1. Un aumento sistemático de casos año tras año.
  2. Se amplía a la discapacidad. En clara contraposición con la supuesta cultura de la inclusión para personas discapacitadas, se les da el mensaje que su vida no tiene suficiente calidad de vida para que merezca ser vivida.
  3. A las enfermedades mentales. Tanto psiquiátricas, como psicológicas. Se ha aplicado la eutanasia a una chica que sufría depresión por un abuso sexual sufrido.
  4. Se legaliza la eutanasia de menores, contra el parecer de las Asociaciones de Pediatras, que afirman que los niños no piden la eutanasia.
  5. En Suiza se ha llegado a eutanasiar por “cansancio” de vivir, a personas sin enfermedades graves.
  6. En Bélgica se ha practicado la eutanasia a un preso; y, a partir de allí, son muchos los que lo piden. Evidentemente, si una persona considera que su vida en la cárcel no es digna de ser vivida… ¿con qué argumento se le va a negar su “derecho” a morir?
  7. En Canadá se ha “concedido” la eutanasia a una mujer que por su enfermedad reclamaba una vivienda donde los efectos de la enfermedad fueran más llevaderos. Después de años de pobreza, sin conseguirlo, argumentó que su única salida era la eutanasia. Lo mismo ha sucedido recientemente con un homeless.

Conclusión

Una cosa es el deseo de morir… Y otra cosa es la eliminación de quien tiene ese deseo.

Una cosa es comprender a una persona angustiada o desesperada, sus miedos, cansancio de vivir… y otra alentarla al suicidio, por haberlo convertido en un “derecho”.

Una cosa es no poder evitar el suicidio de una persona y otra muy distinta ocuparse de llevarlo a la práctica.

No hablamos de “prohibir” el suicidio –algo inaplicable– sino de obligar a médicos a matar a quien desea morir…

Una cosa es buscar disminuir y eliminar el sufrimiento y otra muy distinta eliminar a los que sufren…

La legislación debe velar por el bien común, no es razonable legislar para una minoría gravando con consecuencias tan serias a toda la sociedad.

Por eso:

No promocionemos la muerte.
No obliguemos a los médicos a matar.
No presionemos a enfermos y personas vulnerables
Cuidemos, no matemos.

Qué respuesta positiva dar a los pedidos de eutanasia

  1. Cuidado y acompañamiento: cuidados paliativos.
  2. Aliviar el dolor
  3. Sedación final cuando sea necesaria.
  4. Ayudar a descubrir el sentido de la vida, del dolor y de la muerte.
  5. Promover la ayuda a los moribundos y a sus familias.
  6. Facilitar la colaboración de agentes pastorales y de profesionales sanitarios, capacitados para acompañar a tener una buena muerte a los enfermos terminales.

Algunos sitios de referencia:

Prudencia (Uruguay): https://www.prudenciauy.org.uy/

BioeticaWeb: https://www.bioeticaweb.com/

BioeticaWiki: https://www.bioeticawiki.com/Portada

Observatorio de Bioética: https://www.observatoriobioetica.org/

Eduardo Volpacchio
Mendoza, 16 de diciembre de 2022


[1] Del homicidio “por compasión” al suicidio asistido, ACEPRENSA, 23/5/2013.

[2] Ryan T. Anderson, investigador de la Heritage Foundation, citado en Austen Ivereigh, Yago de la Cierva, Jack Valero , Cómo defender la fe sin levantar la voz, Palabra, Madrid 2018, 7ª edición, p. 296.

[3] Como defender la fe sin levantar la voz cit., p. 301.

[4] Ibidem.

[5] https://www.abc.es/sociedad/pide-silla-salvaescaleras-ofrecen-eutanasia-testimonio-exatleta-20221205124053-nt.html.

[6] Como defender a la fe… cit, p. 302.

[7] https://www.wma.net/es/policies-post/declaracion-sobre-la-eutanasia-y-suicidio-con-ayuda-medica/. Y ha renovado su Declaración en la 73ª Asamblea General de la AMM, Berlín, Alemania, octubre 2022

[8] La Academia Nacional de Medicina de la República Argentina publicó en 16 de noviembre de 2022 una declaración sobre el tema: https://www.pallium.com.ar/anm-eutanasia/.

[9] https://twitter.com/pons_sabate/status/1458401952379899904.

[10] Conferencia Episcopal Española, La eutanasia: 100 Cuestiones y respuestas. La eutanasia es inmoral y antisocial, n. 14.

[11] https://www.infobae.com/sociedad/2022/07/06/diputados-sanciono-la-ley-nacional-de-cuidados-paliativos-para-pacientes-y-familiares/

[12] Austen Ivereigh, Yago de la Cierva, Jack Valero , Cómo defender la fe sin levantar la voz, Palabra, Madrid 2018, 7ª edición, p. 291.

¿Obligación o libertad?

Cuando se las ve como alternativas u opuestas, se ha perdido el sentido de ambas…

Dios «nunca impone su voluntad. ¿Por qué? Porque quiere ser amado y no temido. Y Dios también quiere que seamos hijos y no esclavos: hijos libres. Y el amor sólo puede vivirse en libertad.»
Papa Francisco, 1ª Catequesis sobre el discenimiento (1.9.22)

Para bajar en Word: ¿obligación o libertad?

El universo –y el ser humano dentro de él– tiene un orden, un plan, un desarrollo, una realización acorde al plan creador de Dios. El universo no es caos. Sigue un designio divino. La mayor parte de los seres –los que no cuentan con libertad– lo realizan de modo necesario. Así los planetas siguen sus órbitas, la realidad se rige según una leyes físicas, químicas, biológicas… que el ser humano es capaz de descubrir. Y el ser humano existe y se desarrolla dentro de este orden universal.

Dios ha creado seres libres. Los ángeles y los humanos. Es su obra cumbre: seres que actúan sin necesidad, con conocimiento del fin, autodisponiéndose hacia lo qua han elegido, capaces de realizarse voluntariamente. Una maravilla asombrosa.

Esto muestra que Dios no quiere esclavos, ni robot que cumplan su ley como autómatas, sin saber lo que hacen. No quiere mercenarios que por conseguir una paga –el cielo– estén dispuestos a cumplir su voluntad (una voluntad que no entienden, ni les interesa, sino que solo cumplen para conseguir el premio…). No quiere miedosos que, por temor al infierno, hagan lo que los realiza personalmente y los lleva al cielo, inconscientes de su sentido y valor.

Quiere hijos, que sepan distinguir el bien y el mal, que sean conscientes de la grandeza del bien, lo amen con todo el corazón y lo realicen libremente en su vida.

En este contexto podemos hablar de la obligación y la libertad, para entender el sentido de la moral cristiana y de los deberes del cristiano.

¿Qué significa que algo sea obligatorio? ¿Lo obligatorio quita la libertad?

En una ocasión preguntaron a San Juan Pablo II qué hacía en su tiempo libre. El Papa, como sorprendido, le respondió: “todo mi tiempo es libre”. Le explicaba que era tan libre al cumplir sus deberes, como descansando, estando con amigos, o en cualquier otra actividad.

Hay en la cultura moderna una gran alergia a la palabra “obligación”, como si fuera algo impuesto desde fuera, arbitrario, atentatorio contra la libertad. Se trataría de algo que yo no elijo, que me imponen, que querría no hacer. Te encontrás personas que, si piensan que algo es “obligatorio”, ya tienen un motivo para no hacerlo… solo por rechazo a lo “impuesto” (curioso porque paradójicamente, así renunciarían a su libertad, “obligadas” a oponerse a lo obligatorio…).

Pero en la vida cristiana no hay nada “obligatorio”, entendido como forzado, contrario a la propia voluntad, impuesto contra mi querer. Nadie va al cielo o al infierno “obligado” sino que responde a la propia elección existencial, de elegir o rechazar a Dios, y nada más libre que eso.

El principio supremo del cristianismo es el amor y el amor es libre. Sólo puedo amar si quiero.

¿La moral cristiana impone obligaciones?

¿Impone las cosas, en el sentido de forzar a hacerlas? No. Simplemente señala que hay acciones buenas y otras malas, pero no fuerza a hacerlas. Dios no envía un ángel para evitar que una persona asesine a otra… Que no “debe” hacerlo, significa que no es bueno que lo haga; pero, de hecho, nadie le impide hacerlo.

La ley moral no coacciona, no oprime. Enseña, libera, orienta. Quien la “cumpliera” sin saber por qué, desconociendo qué sentido tiene, adonde va… carecería de madurez. Y quien la rechazara por capricho, mostraría todavía más inmadurez…

La moral supone la libertad

Muchas veces me preguntan: “¿Se puede hacer tal cosa? ¿es pecado?” Casi como si tuvieran que pedirme permiso para hacer algo. La respuesta debería ser “hacé lo que quieras…” Pero para saber qué querés hacer, tendrías que plantearte la bondad o malicia de esa acción, si te enriquece como persona o no; entonces podrás decidir qué querés, porque el objeto de la libertad es el combo completo (la acción, sus consecuencias, la perfección o corrupción personal que supone, si acerca o aleja de Dios…).

De hecho, las personas buenas, son las que hacen el bien, por amor al bien. Quien obrara bien, o dejara de obrar el mal, por malos motivos, no sería buena. Así, quien desear matar a otra persona y no lo hiciera solamente porque no se anima o porque no quiere ir a la cárcel, no sería bueno… Quiere asesinar (es un homicida de corazón), pero no se anima a hacerlo…, en todo caso es cobarde y eso no lo hace bueno… (aunque le prive de hacer una barbaridad…).

¿La Iglesia quita libertad?

En no pocas personas existe una visión de la Iglesia como si fuera una “imponedora” de obligaciones. Pero esto no es así. Obviamente enseña el camino al cielo, pero como Jesús, invita: “si alguno quiere venir en detrás de Mí…”

¿Hay obligación de ir a Misa el domingo? Se nos dice que la Eucaristía es un tesoro infinito, necesario para nuestra vida, y que si amamos a Dios necesitamos participar de ella semanalmente, en el día del Señor. ¿Alguien nos obliga a asistir? Hay un precepto que indica que no asistir supone cometer un pecado. Pero, nadie nos obliga a hacerlo. Dios no envía un ángel, ni la Iglesia un cuerpo de guardias suizos a sacarnos de la cama y llevarnos a Misa a punta de pistola. Quien quiere ir, va; quien no quiere, no va. Somos libres. Eso no significa que sea lo mismo asistir o no asistir… Quien no va, ser pierde un tesoro infinito.

Con frecuencia alguien me dice: “Uds. los sacerdotes no pueden casarse”. Respondo, no es verdad, nadie me lo impide; nadie me vigila para evitar que lo haga. Simplemente, no quiero hacerlo. Le entregué mi vida a Dios, y eso incluye darle mi corazón entero, libremente. Porque quiero, no porque “no pueda” casarme.

¿Hay obligación de cumplir los “deberes” que tenemos?

Pienso que los jugadores convocados a la selección nacional no ven como una carga impuesta la concentración en el mundial, las dietas de comida, los entrenamientos… Nadie los obliga… es más, se mueren de ganas de estar entre los veintitrés jugadores convocados… Quien no quiera entrenar, simplemente, no va; nadie lo obliga…

Algo semejante sucede con los deberes de nuestra vida (comer, dormir, beber, querer a los seres queridos, trabajar…).

Hay cosas necesarias para la vida humana. ¿Son obligatorias? Bueno, si quiero cuidar mi vida, tengo que hacerlas. Nadie me obliga. Si no como, estaré desnutrido, débil… Nadie me obliga a comer. Al comer cumplo con un “deber”, pero no por cumplir un deber impuesto, sino porque tengo hambre y me gusta la comida…  Obviamente, si estuviera enfermo e inapetente, me vería “obligado” a comer sin ganas; pero aun así lo haría libremente, comería porque querría recuperar la salud.

¿Y si obligatorio significa condición necesaria para algo, que no puede faltar, que lo exige la realidad misma? ¿Si fuera la misma libertad quien “obliga” a hacer algo?

Como vemos la “obligación” no tiene nada que ver con la coacción a la libertad, sino con algo que la libertad tiene que asumir –al menos si es que quiere conseguir aquello para lo cual la condición en cuestión no puede faltar… –

Así, no podemos hacer huevos fritos sin freírlos… Si los ponemos en agua hirviendo, tendremos huevos duros, no fritos. Somos libres de querer unos u otros, pero una vez elegido lo que queremos, deberíamos ponerlos en una sartén o en agua, según lo que hayamos elegido. Y este “deberíamos” no es una imposición, no nos quita libertad, sino que la realiza…

Hay cosas que son necesarias, otras accesorias, u opcionales, o convenientes… todas libres, pero con márgenes de racionalidad más amplios o más estrechos… Esta secuencia de sustantivos va de más necesario a más prescindible… Siempre soy libre, pero esa misma libertad –eso que he elegido– me exigirá una serie de cosas en orden a realizar lo elegido (la libertad, me exige cosas que he elegido…: obvio, no es mera elección vacía…).

Si algo es necesario para conseguir otra cosa, no puedo prescindir de eso si quiero conseguirlo… El querer el fin, me lleva a querer también los medios para conseguirlo.

Lo que hacemos tiene consecuencias…

Si estudio, aprobaré el examen; si no estudio, posiblemente me bocharán. Si quiero aprobar el examen debo estudiar, pero no porque algo o alguien me obligue, sino porque mi libertad –salvo casos de inmadurez inconsciente– eligió un proyecto completo: estudio/aprobar o no-estudio/me-bochan.

Lo que quita la libertad no son las obligaciones –que se asumen libremente, si es que se asumen…–, sino los vicios y las limitaciones personales. Así, los caprichos, la pereza, la dejadez… disminuyen la libertad en cuanto nos dificultan conseguir lo que queremos. Si quiero tener espiritualidad, conseguir un título universitario, cultivar una amistad, tener buen estado físico…, lo que sea, ese querer –ese proyecto de la libertad– llevará consigo una serie de elecciones que están implícitas en ella, que surgen de esa decisión libre, no impuesta por nadie. Las “obligaciones” surgen de mi decisión, no son impuestas: son lo que quiero, ya que son medios para conseguir el fin propuesto. Esto es obvio.

Siempre he afirmado que la pereza es el gran enemigo de nuestra vida, porque si la dejamos gobernar nuestra vida nos hace inútiles, incapaces de hacer lo que queremos. Por eso, si quiero que mi vida tenga fruto, no quiero pereza: no es que “deba” vencerla; es que no quiero que me arruine la vida. Dejarse llevar por lo fácil supone renunciar a la libertad de llevar las riendas de la propia vida y dirigirnos hacia donde queremos.

Libertad e inteligencia

Pienso que todos queremos ser razonables: la libertad –en casos de locura, no hay libertad–supone actuar de modo razonable. Las elecciones locas no son muy libres (les falta inteligencia), las elecciones no reflexionadas (les falta consideración), tampoco; las puramente pasionales o emocionales (les falta voluntad, donde reside la libertad), tampoco; las compulsivas, tampoco… El conocimiento no nos quita libertad, sino permite a la libertad ser tal (una decisión determinada por la ignorancia, no es muy libre…).

El peligro es que un celo exagerado por defender la propia libertad, rechace la verdad de las cosas, como si fuera una imposición… Así considerada, la libertad acabaría siendo simple capricho, inestable, y muy poco libre…

Si sé que los hongos que me ofrecen para comer pueden ser venenosos, no debería comerlos; pero no porque esté prohibido hacerlo, sino porque no es razonable comer hongos posiblemente venenosos… Siempre libre. En este caso no los comería, porque quiero evitar el peligro de envenenarme.

Lo mismo ocurre con las cuestiones morales (las acciones malas serían como veneno moral, que me corrompe como persona; por lo que no me interesan…). No es que “no se pueda” hacerlo, es que no quiero ser injusto, mentiroso, egoísta… Como poder, claro que puedo; pero como soy libre, no quiero serlo.

Libres de verdad, supone conocimiento, reflexión, valoración y decisión… Si faltan algunos de estos elementos, la libertad está disminuida…

¿Es obligatorio comulgar en estado de gracia? El sacerdote antes de la comunión no te interroga para saber si lo estás. Si te acercás al altar, te dará la comunión. Ahora bien, San Pablo dice que quien recibe indignamente el cuerpo del Señor, come su propia condenación… y no creo que vos quieras hacer una comunión que, en vez de santificarte, te condene… Sos libre, pero espero que no seas tonto… Por tu bien, no por “obligación” …

¿Es malo hacer las cosas por obligación?

La responsabilidad –virtud que mueve a cumplir el propio deber–, es muy buena y ayuda mucho en la vida: da facilidad y gusto para hacer las cosas que debemos hacer (que son muchas: desde asearnos, limpiar la casa…). Pobre quien no sea responsable, todo le resultará una carga pesada.

Está muy extendida una sobrevaloración de la espontaneidad que lleva a despreciar la responsabilidad en el cumplimiento del deber. Hacer las cosas por cumplir, sin sentir atracción o sintiendo rechazo por ello, sería algo malo. He llegado a escuchar a alguna persona decir que, “para ir a Misa por obligación, mejor no ir a Misa”… Lo cual es claramente falso. Quien va por “obligación”, va porque quiere –nadie lo fuerza–, con lo cual, va libremente (si no, no iría).

Cumplir un deber es mejor que no cumplirlo. Esto vale para todo deber.

Pero la responsabilidad sola, es pobre. Necesita ser elevada por el amor. Por eso, cumplir un deber por el mero hecho de cumplirlo, es muy pobre e imperfecto.

[Una pequeña aclaración conceptual: bueno se opone a malo; perfecto, a imperfecto. Una cosa buena pero imperfecta, no es mala: es buena, pero le falta perfección. Lo malo es malo; lo bueno imperfecto, sigue siendo bueno.]

La intención con que hacemos las cosas, añade o quita perfección al acto. El amor es la principal fuente de valor de las cosas. ¿Qué vale más? Lo que es hecho por amor. Por eso, la respuesta al tema de la Misa, debería ser afirmar “que para ir a Misa sólo por obligación, mejor es ir por amor”. La prueba más llamativa es el caso de la viuda del templo: la que menos limosna puso, resultó –en la consideración de Jesús– ser la que más puso. ¿Por qué? Porque se dio ella misma en su ofrenda, puso todo lo que tenía, llena de amor.

La gran libertad es la del amor

Cuando hay amor, poco importa cuánto de obligatorio o no sea alguna cosa. Es más, el amor está en lo que no es obligatorio –el amor entrega gozoso más de lo debido–; pero también debería estar en la motivación de fondo de lo que es obligatorio.

Si hago por amor lo que es obligatorio –y también lo que no lo es–, soy la persona más libre del mundo. Se cumple en mí lo de San Agustín: “ama y haz lo que quieras”. Quien ama de verdad, busca realizar el amor, y eso lo llevará a excederse en el deber, sin pensar que se excede, sin pensar si es deber… quiere hacer feliz, y eso lo hace feliz.

Eduardo Volpacchio
Mendoza, 15.10.22

¿Qué hacemos con las dudas de fe?

¿Quién no ha experimentado dudas de fe?

Pienso que todos las hemos sufrido. Es natural que quien piensa, se plantee preguntas e interrogantes acerca de lo que ve, piensa, reza, hace, reza, vive, etc.

Además, en nuestros días, la cultura reinante desafía constantemente muchas verdades de fe, y es muy importante tener respuesta para esos desafíos. Verdades incómodas para la cultura moderna (la moral sexual cristiana, por ejemplo) exigen un mayor conocimiento de sus razones. Ya San Pedro pedía a los primeros cristianos que estuvieran dispuestos a dar respuesta a “cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pedro, 3, 15).

Por eso no debería inquietarnos experimentarlas, ya que son una ocasión de madurar y crecer en la fe. Plantearnos y replantearnos cuestiones nos lleva a redescubrir su sentido y valor.

Por otro lado, también es cierto que fomentar dudas de modo frívolo, sin resolverlas; o apagarlas para no pensar, puede dañarla y mucho. Todo depende de cómo las analicemos y les respondamos.

Por tanto, no te sientas mal por tener dudas de fe, ni las fomentes. Simplemente, intentemos aprovecharlas.

La seguridad de la fe no excluye una cierta inseguridad

La fe nos aporta el conocimiento más importante de nuestra vida, el más profundo, el que aporta el sentido a todo, el que da trascendencia a una vida –la nuestra– que, sin ella, quedaría encerrada en las coordenadas espacio-temporales en las que trascurre, sin apertura a lo eterno.

Ese conocimiento, por ir más allá de lo sensible y experimentable, no es demostrable a ese nivel. Por definición es un saber de algo que, tenemos por seguro, pero no podemos demostrar en términos de ciencias experimentales, es decir, empíricamente, sin que quede margen de duda. La fe nos permite el conocimiento de lo que es, pero no se ve… No se ve, pero es muy sensato, ya que aporta respuestas a las preguntas más importantes de la vida; preguntas que sin fe, no es que tendrían otras respuestas, sino que se quedarían absolutamente sin respuesta[1].

Ese saber tiene certeza –estoy seguro de lo que creo–, con una certeza que no es ni metafísica (no puede ser de otra manera de modo absoluto), ni física (demostrada empíricamente), sino moral (seguridad subjetiva, sólida, pero no absolutamente cerrada externamente). Para fundamentar esa fe, tengo numerosos argumentos convincentes (es decir, que convencen, sin ser cada uno de ellos definitivos) y convergentes (todos apuntan en la misma dirección, llevan a afirmar la fe). Esto hace de la fe, siempre un acto libre. Los argumentos me llevan a la fe, pero el último paso, lo doy, no movido por una necesidad racional (el caso de aceptar que 2 + 2 = 4, no puedo negarlo sin negar lo evidente), sino en libertad.

Tanto el creyente como el no creyente creen, tienen fe. En el primer caso, una fe positiva (“creo en Dios”) y en el segundo, negativa (“no creo en Dios”). Pero tan fe, la una como la otra.

Y ambos, tanto el creyente como el no creyente, tienen –en su seguridad– un margen de inseguridad. Al creyente le pueden asaltar pensamientos del estilo de “¿y si todo esto es un cuento chino…”. Y al no creyente, “y si Dios existe…”. Nos ocupamos de este tema en mi libro “Creer o no creer: esa es la cuestión”.

Evidentemente la seguridad de la fe de cada uno –cuánto de sólida sea mi fe–, dependerá de su fundamento personal (cuánto conozco de la fe, la he estudiado; conozco sus razones, he alcanzado una visión de conjunto, coherente de la fe; entiendo el sentido que tienen las cosas…), del carácter de cada uno (las personas inseguras, tienden a tener más dudas que el resto, por su forma de ser…), del ambiente en que se vive (en un ambiente creyente, será más fácil que la fe sufra menos terremotos que en un ambiente contrario a la misma).

Cuánto menos conozca de la fe, es natural que más cosas me resulten difíciles de entender… y más dudas se me presenten.

A veces, las dudas de fe tienen su origen en la poca formación personal: en no haber estudiado la propia fe. Muchos no saben bien qué es lo que creen; tienen, más que dudas de fe, dudas de lo que afirma la fe… o dudas de cosas que no son de fe… Y desconocen las razones de la fe.

La duda no es mala en sí misma, hasta puede ser una buena motivación para profundizar en la fe. El asunto es no conservarla como duda, sino como ex duda resuelta…

Maduración de la fe

En el crecimiento de la fe, se debe pasar de la fe infantil (basada en lo que has recibido) a una fe personal (asumida como propia). Y tendrá que pasar por pruebas, para llegar victoriosa a una fe más sólida. Triste cosa sería perderla en esas crisis de crecimiento.

Así nos hacemos merecedores de la bienaventuranza que Jesús pronuncia con ocasión del acto de fe de Tomás, que ha visto y tocado las llagas de sus manos y sus pies: “bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20,39).

Hay dudas y dudas…

Las dudas surgen por muchos motivos (afectivos, ante problemas, falta de formación…).

Para saber cómo manejar las dudas, habrá que precisar un poco.

Hay que distinguir las dudas razonables y la no razonables. Hay dudas que no proceden de la falta de entendimiento o de la dificultad de aceptación de alguna cuestión de fe, sino que tienen su un origen lejos de la racionalidad.

Las dudas afectivas, no son propiamente dudas, porque no tienen un origen racional: surge de la sensibilidad, de un sentimiento: algo no me gusta, me desagrada… y entonces lo cuestiono. Me enojo con Dios porque murió un familiar, y me cuestiono su bondad… También podría ser el caso de quien, cansado para ir a Misa, se pregunta ¿sirve para algo ir a Misa? Su pregunta busca una respuesta negativa, la podríamos llamar duda perezosa. No es “honrada”, en el sentido que no busca encontrar su sentido, sino una excusa para dejar de asistir…

También son dudas afectivas, las que llevan a sentirse raro por las propias creencias en un ambiente ateo o anticristiano. Sería una duda vanidosa o vergonzosa. Uno no se siente bien con su fe, pero no por su relación personal con la fe, sino por la falta de sintonía con quienes le rodean o por cómo lo miran –o piensa que lo miran–; y eso lo lleva a sentirse incómodo. Puede uno sentirse un dinosaurio, donde se considera a la fe pasada de moda… Pero no se trata de incomodidad con la fe, sino de respetos humanos.

Existen las dudas perezosas o desganadas… Me decía una adolescente: “tengo dudas de fe”. Le pregunto qué inquietudes tenía. Y me respondió que no sabía si iba a Misa los domingos por mera costumbre o porque quería… Le expliqué que ese no era un problema para ir a Misa… Le digo: ir por costumbre es bueno, y de hecho si vas es porque querés (si no quisieras, no irías). Es bueno que te lo preguntes, para actualizar tu querer, redescubrir el sentido de la Misa, y encender el amor a Dios cuando asistas, para que no sea sólo costumbre (porque sola es muy pobre). Pero, absolutamente esa duda, no es una duda de fe, ya que no dudás de la Eucaristía, sino de tus ganas de asistir a Misa…

También existen dudas contreras. Es el caso de algunos adolescentes peleados con sus padres. Si estos son creyentes, no es poco frecuente que –para poner distancia con ellos y hasta una pizca de venganza…– rechacen la fe que sus padres tanto valoran.

Hay dudas negativas. Se llaman dudas negativas a las que no tienen razón de ser. Por ejemplo, cuando te estás alejando del auto que dejaste estacionado, te puede venir a la cabeza, ¿habré cerrado con llave o lo dejé abierto? Si no hubiera ningún motivo positivo que genere la duda (salí muy rápido, no escuché el ruido de las trabas al cerrarse…), la respuesta a esta pregunta, debería ser: siempre lo dejo cerrado, seguro que lo cerré. Dudas negativas en el ámbito de la fe son, por ejemplo, esas que vienen a la cabeza del tipo de “y si el cielo no existe”, “y si Dios es un invento humano” …

Las dudas negativas –no tienen razones que las justifiquen, son dudas que surgen sin motivo– deberían ser despreciadas, no tenidas en cuenta, ya que de otro modo nos volveríamos locos dudando de todo y en todo momento…

Las dudas intelectuales son las dudas propiamente de fe. Es cuando me planeo la racionalidad de una verdad de fe, la duda de una cuestión concreta, con ciertos argumentos contra ella. O el sentido de un precepto moral, que de repente nos parece poco razonable. Estas son propiamente las dudas de fe, y es conveniente buscarles respuestas.

¿Qué hacer con las dudas?

  1. Plantearse la racionalidad o no de la duda.
    Para ver si vale la pena resolverla o despreciarla, no perder el tiempo con dudas sin sentido, y encarar las que reclaman una respuesta.
  2. Buscar la respuesta con honradez intelectual.
    Buscar la verdad con apertura mental. Se trata de encontrar la verdad, y no de buscar excusas para vivir más cómodo, o justificar cosas que me gustan… Esta honradez intelectual comienza por buscar conocer qué enseña exactamente la Iglesia sobre el tema que despierta la duda y entender por qué lo enseña.
  3. No esconder dudas bajo la alfombra.
    Siempre me impresionó la honradez del Card. Ratzinger para hacerse preguntas difíciles, esas que quisiéramos evitar porque parece que nos mueven el piso, que no tienen respuesta fácil, que van en contra de nuestra fe… Las dudas son una oportunidad de madurar en la fe, de encontrar respuestas que deberíamos buscar para entenderla mejor. Quien tiene fe, no teme los desafíos de la razón y de la ciencia, porque sabe que nunca la podrán contradecir.
  4. No asumir que una duda es lo que pensamos.
    Que no entienda un asunto, no quiere decir que no crea en él. Que se nos ocurra una duda, nos venga a la cabeza una ocurrencia, experimentar una tentación, no significa que no tengamos fe. Significa solamente que no vemos a Dios cara a cara, como lo veremos en el cielo (donde obviamente no habrá dudas), que nos falta conocimiento más profundo de muchas cuestiones (no somos una enciclopedia), nuestra fe debe madurar (y es en la prueba, como se consolida), que tenemos curiosidad intelectual… Podríamos decir que yo no soy mis dudas, soy mis certezas. Las cosas necesitan estudio y una reflexión profunda.
  5. Pedir al Señor que nos aumente la fe.
    Es un don de Dios, que hemos de pedir con humildad, ya que Dios se esconde de los soberbios y se muestra a los humildes. Quién de modo patotero exige demostraciones, no encontrará a Dios. A quien lo busque humildemente, se le hará el encontradizo.
    A Jesús no le ofenden tus dudas sinceras. Abrí el corazón con Él, contáselas y pedile que te ayude a encontrarles respuesta. No te va a dejar solo. No son un problema solo tuyo, es un problema de los dos. No olvides que creer es primariamente creerle a alguien, y después, creer lo que dice. Cuando te cueste creer, tu reacción bien puede ser la de aquel padre que al constatar que no tenía tanta fe como para conseguir el milagro de la curación de su hijo, pide a Jesús con sencillez: “Señor, creo, pero ayuda mi falta de fe” (Mateo 9,23).
  6. ¿A quién acudir?
    Buscar respuesta en los que saben: el cristianismo ha buscado explicar racionalmente la fe desde su mismo comienzo. Nunca le ha huido a los desafíos intelectuales.
    Los Padres apologistas, por ejemplo, escribieron a los emperadores explicándoles el cristianismo… Toda la historia, hemos estado escribiendo y desafiando la inteligencia para penetrar en el misterio, entenderlo, explicarlo, acercarlo a nuestra cultura (la de cada época). Al punto que las universidades nacieron de la Iglesia.
    Cuanto tengo dudas de fe, el primer paso es buscar entender qué es exactamente eso de lo que dudamos, para precisar la cuestión. Muchas veces, las dudas de fe son motivadas por matices malinterpretados. Por eso, es razonable que la primera búsqueda sea con personas que conozcan la fe mejor que nosotros.
    Ese decir, antes que ponerte a googlear como loco en cualquier sitio, comenzá buscando en fuentes católicas serias. ¿Quién sabe más del cristianismo que cristianos bien formados? Otros pueden opinar, pero debido a prejuicios, falta de conocimiento a fondo de la fe, y no pocas veces una visión deformada de la misma…, no podrán ayudarte.
    Si quiero saber las razones de tal misterio de la fe o de alguna cuestión moral, es razonable que acuda a expertos en el tema, de la misma manera que si quiero saber algo sobre las estrellas, acudo a un astrónomo.
    En mi blog www.algunasrespuestas.com encontrarás, como el nombre indica, algunas respuestas a tus preguntas y también la oportunidad de hacerme preguntas escribiéndome a algunasrespuestas.com@gmail.com
  7. Hacer una lista de cuestiones de fe que me gustaría entender mejor.
    Es un buen sistema para ir mejorando la propia formación a partir de las propias inquietudes. Así podrás ir estudiando temas concretos según tus necesidades de respuesta.
    Así, aprovechando tus dudas para crecer en tus certezas, también serás capaz de dar razón de tu esperanza a muchos que viven sin esperanza y sin sentido.

No pretendas entenderlo todo, pero irás entendiéndolo todo. Con momentos de oscuridad, y otros de tanta luz que deslumbra. Con paciencia y perseverancia, hasta que no necesitemos fe, porque veremos cara a cara.

Eduardo Volpacchio
Mendoza, 18.7.2022

Nota. Quien escribe estas líneas está convencido de la racionalidad de fe en la existencia de Dios y de la racionalidad del cristianismo. De tal manera, que la razón tiene mucho que aportar a nuestra fe, así como la fe le aporta mucho a nuestra razón.

Para bajar el artículo en PDF: Dudas de fe


[1] La diferencia entre una persona con fe y otra sin fe frente a las preguntas sobre el sentido de la vida, el dolor, la muerte…, no es que tengan respuestas distintas, sino que la segunda no tiene respuesta alguna.

¿Hay OBLIGACION de confesarse antes del casamiento?

Es la pregunta de Roberto, amigo a quien se le casa un hijo.

En primer lugar maticemos el término obligación…

No hay una obligación específica de confesarse antes de casarse, en cuanto no es un requisito explícito para recibir el sacramento del matrimonio.

Obvimente, en la parroquia no hay detectores de no confesados para obligarlos a hacerlo; ni pistolas apuntando para obligar a confesar al que no quiere… La confesión es libre, como todo en la Iglesia…

Más allá de la «obligación» (vista como imposición…), sí que puede ser necesario que lo hagan lo novios antes de casarse.

El sacramento del matrimonio, como todo sacramento «de vivos»1 ha de recibirse en estado de gracia. De ahí que, quien no lo estuviera, tendrá que confesarse (pero no porque sea «obligación», sino porque necesita recuperar la gracia, es decir, tener vida sobrenatural).

Quien lo recibiera sin estar en gracia de Dios -además de cometer un sacrilegio: usar algo divino, sin la vida divina en nosotros-, no recibiría la gracia para vivir el matrimonio. El matrimonio sería válido (estaría casado), pero ilícito (no recibiría la gracia del sacramento, que recibirá cuando se confiese…).

Por eso más que obligación, es necesidad, lógica interna del asunto.

Es como si uno preguntara: ¿Hay que bañarse antes de casarse? ¿ir bien vestido?

Lo más básico es casarse reconciliado con Dios, para que Dios esté bien metido en la pareja, bendiciendo, sosteniendo, animando… esa unión.

Preparar el alma para recibir con fruto un sacramento tan grande, debería estar bien metido en el corazón de los contrayentes.

Plantearlo solo como obligación, hace perder de vista la esencia del asunto.

P. Eduardo Volpacchio
Mendoza, 16.07.2022

1 Sacramentos que requieren el estado de gracia: que quien lo recibe esté «vivo» espirualmente. Todos menos el bautismo y la confesión.

La victoria de la Pascua 

¿Qué es la Pascua?

Es el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, del pecado a la gracia, del tiempo a la eternidad, de lo caduco a lo pleno, de lo terrenal a lo divino.

Es la victoria definitiva sobre el mal que provocó el pecado original en el mundo, ampliamente aumentado por todos los hombres que hemos nacido después (con la única honrosa excepción de María Santísima).

Dios se hizo hombre, asumió las consecuencias del pecado (dolor, injusticia, muerte…) para salvar y transformar al hombre desde dentro.

Dios –que es amor y no podía morir– se hizo hombre para morir, y así divinizar al hombre, que no podía vencer a la muerte, ni participar de la vida divina.

Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz, y su muerte se transformó en una explosión de dolor, de entrega y de amor.

Dando su vida por amor, engendró una vida nueva, definitiva, absoluta, plenamente feliz.

Un amor que da la vida, y que, al darla, da lugar a una vida nueva. Una especie de salto “evolutivo”. Una vida que es humana, pero se hace a la vez eterna, divinizada.

En la resurrección surge algo nuevo: hasta la materia es transformada, glorificada.

Jesús no sólo murió por nosotros, también resucitó por y para nosotros. Y nosotros resucitamos con Él.

Cruz y resurrección son un “combo” divino. Van juntas. No hay una, sin la otra. No hay cruz sin resurrección, ni resurrección sin cruz. Es la lógica del grano de trigo. Por eso Jesús, antes de ir a la cruz, dice: “ahora el Hijo del hombre será glorificado”.

El mundo ha cambiado para siempre. Los nuevos cielos y la nueva tierra ya están realizados. El mal no tiene la última palabra, ha sido vencido. El viejo mundo ha pasado. Y nosotros participamos de esta victoria, aunque todavía no hayamos alcanzado la gloria.

Los sacramentos nos hacen nacer a esta vida plena, divina, eterna. En la Eucaristía, hasta nos comemos a Cristo glorioso.

Estamos sumergidos en la dinámica cruz-resurrección, que sólo se manifestará con plenitud cuando dejemos este mundo.

Todavía estamos del lado de la cruz, pero con Cristo hemos pasado del otro lado. Ya tenemos esa vida en nosotros.

Y la cruz –nuestra cruz– se transforma en engendradora de vida divina.

La Pascua es lo definitivo. Lo mejor ya ha sucedido. Por eso tanta celebración y felicidad.

Esto explica la explosiva afirmación de San Juan:

“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Jn 5,4)

Jesús ha vencido, y nosotros vencemos con Él. Nuestra fe en Jesús resucitado vence todo: el mal, la enfermedad, la muerte, la injusticia, el pecado, la caducidad, la limitación, la tristeza…  

Por eso aún en la noche más oscura, estamos llenos de luz; en la cruz más dura, experimentamos la resurrección. La victoria es total, plena y definitiva. Porque ahora la cruz, siempre tiene detrás la resurrección, son inseparables. Basta vivirla con Jesús, unidos a la suya; entonces, ya tiene en sí misma la resurrección gloriosa.

¡¡¡Muy felices Pascuas de resurrección!!!

Que sepamos disfrutar de la gloria de la Pascua, que vivamos esta vida divina, que no tengamos miedo a la Cruz que nos llena de vida, nos transforma y nos entrega la felicidad plena.

P. Eduardo Volpacchio
14/04/22

Reflexiones en una tarde de elecciones

Providencia de Dios y política argentina.

Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Jesús podría haber añadido, y Uds. hagan con amor lo que les toca hacer…

Hoy hemos votado. Cumplido deberes cívicos. Y rezamos: nos unimos al sacrificio redentor de Jesús en la Misa, muchos hemos rezado el Rosario.

Le damos al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Distinguiendo, sin confundirlos; sin separarlos, sin mezclarlos ni identificarlos. Cada uno en el ámbito que le corresponde y con las lógicas relaciones entre ellos. 

Tenemos que rezar más por los dirigentes argentinos. A todo nivel: político, empresarial, eclesiástico, sindical, intelectual, deportivo.

El fracaso argentino es un fracaso dirigencial. Y es un fracaso de todos, porque no sabemos generar líderes con valores, capaces, audaces y prudentes, inteligentes y con corazón. Íntegros. 

Es el fracaso de quienes no se involucran en la vida social y pública (es mucho más amplio que lo político). 

Y de quienes buscan líderes que defiendan intereses de una parte. De falta de sentido social, de exceso de individualismo. 

El fracaso de una crítica mordaz, que lima a todo el que está arriba nuestro. 

La crisis es moral, se repite una y otra vez. Y es verdad. Es una crisis de virtudes. Humildad, sentido del deber y de la ley, justicia, desprendimiento y generosidad que permita trabajar en equipo… 

Pero también es técnica. Décadas de incapacidad para superar los mismos problemas…

Es la crisis a la que no puede no conducir la viveza criolla (tan aguda para zafar y inútil para proyectar). Que usa la capacidad que se posee para zafar (qué palabra más pobre y egoísta). 

Día de elecciones. Día de oración. Pero no para que Dios solucione los problemas que nosotros no encaramos, no sabemos resolver; o que pretendemos que un líder mesiánico nos resuelva por arte de magia, sin esfuerzo ni sacrificio. La oración no es magia. Dios nos haría daño si supliera con milagros nuestra falta de virtud.

Ser mejor ciudadano y mejor cristiano. Van de la mano.

Tantos conciudadanos nuestros bautizados no tienen idea de su fe.

Tantos cristianos por falta de formación no conectan su fe con su vida. 

Muchos sí la conectan con su vida personal y familiar, pero muy pocos consiguen conectarla con sus deberes cívicos, sociales y políticos. Tantos no llegan hasta allá… Se quedan en una vivencia personal y familiar, sin alcance social…

Cuánto tenemos que trabajar en esto.

Marx no entendía la realidad del cristianismo cuando decía que la religión es el opio de los pueblos. No es verdad, es todo lo contrario… No existe mejor motivación para empeñarse en mejorar el mundo, que la conciencia de que esa entrega es valiosa y meritoria para la vida eterna. No lleva a huir del compromiso social; debería promoverlo.

Qué necesitamos. Líderes cristianos en serio. A todo nivel. Políticos, funcionarios, intelectuales, educadores, empresarios, comerciantes… 

Y para que los haya, es necesario que haya ciudadanos cristianos en serio. De entre ellos salen. Cristianos que conozcan la doctrina social. Que sean capaces de dialogar con todos, que no se encierren cómodos en ghettos cristianos…

Los cuatro padres fundadores de la Unión Europea  -Adenauer, De Gaspari, Schuman y Monet- eran católicos y dos de los cuatro, están en proceso de canonización: De Gaspari y Schuman.

Enrique Shaw dejó la marina fundamentalmente por motivos apostólicos. Se daba cuenta que así podría influir y llegar a mucha más gente… como de hecho fue. Pensó en hacerse obrero, pero bien aconsejado desechó la idea: los obreros necesitaban dirigentes empresariales como él, y no otros obreros como ellos.

En estos días rezamos por Esteban Bullrich. No lo conozco personalmente, pero lo que conozco me hace pedir: Señor danos muchos Esteban Bullrich.

Capaces, íntegros, valientes, comprometidos…

La crisis moral no se supera solo votando bien (algo esencial). También es esencial cultivar virtudes personales y sociales, que son perfecciones morales. Cultura del trabajo. Trabajo en equipo. Solidaridad verdadera, que es la que eleva a la gente, dando formación, capacidades, conciencia de su valor…

Dios espera mucho de nosotros. A pesar de nuestras crisis, tenemos muchos recursos humanos y espirituales. 

La batalla por la defensa de la vida comenzó a unir esfuerzos y trabajar juntos. Hemos comenzado. Queda un largo camino por recorrer. Somos un país joven, tenemos mucho por aprender y madurar. Que la Virgen nos ayude, nos enseñe, nos sostenga para que sepamos perseverar en este empeño.

Hace pocos años leí la que considero una de las mejores descripciones de lo que es el optimismo: la diferencia entre el optimista y el pesimista, más que en cómo ven la botella, reside en que el optimista se empeña por llenarla.

Eso es lo que Dios nos pide. Que nos quejemos menos, que critiquemos menos y que cada día luchemos por amor para llenar la botella. Ponemos en las manos de la Virgen el resultado de las elecciones, el futuro trabjajo y la integridad de los que sean elegidos, y nuestro empeño por cultivar las virtudes que harán que surjan muchos dirigentes como los que necesitamos.

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 14 de noviembre de 2021

Oración por la vida

Dios Padre todopoderoso, que creas cada alma en el momento de la concepción y la llamas a una existencia santa destinada a la plenitud en la gloria después de su vida terrena, protege a los no nacidos. Muchos de ellos no tienen quien los proteja en una sociedad que ha decidido considerar un derecho eliminarlos.

Concede la gloria a quienes, privados de la vida en el seno de su madre, no son dejados vivir y nacer. 

Consigue el arrepentimiento a quienes los eliminan: abre sus ojos, no los dejes permanecer en su ceguera abortista.

Sostiene a quienes trabajan en la defensa de la vida en todas sus formas. Que el fuego del amor del Espíritu Santo en sus corazones sea la fuente de su trabajo y se exprese en amor por todos. 

Bendice su empeño para que la sociedad reconozca, defienda y promueva el valor de cada ser humano y sus derechos.

Te lo pedimos por tu Hijo Jesús, que quiso ser no nacido y entregó su vida por todos consagrando también el valor del sufrimiento y de la muerte aceptada por amor a Ti, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Las Tejas, 16 de junio de 2021

Vivir juntos, casados o no, ¿cambia algo?

Está de moda que muchos novios se vayan a vivir juntos antes de casarse. La costumbre se ha normalizado, ya casi no llama la atención; creo que con demasiada superficialidad. Porque este hecho plantea una serie de interrogantes serios sobre qué es el matrimonio –si cambia algo, si tiene sentido, si es una formalidad, si añade algo o no a la relación– que deberían resolverse.

En la base de este artículo hay muchas preguntas, algunas serían como de este estilo:

¿El amor es más importante que el matrimonio? ¿qué tipo de amor? ¿cuánto –qué cantidad– de amor? ¿Cómo se mide?

¿Vivir como casados sin estarlo? ¿es lo mismo? ¿si nos queremos y nos vamos a casar, qué cambia?

¿Es lo mismo desear casarse que estar casados? ¿Es verdad que el amor y el deseo de casarse en el futuro son equivalente al matrimonio? ¿el matrimonio es solo una formalidad o es una realidad? ¿cambia algo el casarse?

Mi tesis – que intentaré demostrar en estas páginas– es que la separación conceptual de amor e institución matrimonial es presagio de problemas matrimoniales (o al menos exponerse seriamente a ellos).

Cuando dos novios aceptan vivir juntos sin estar casados, con la excusa de que quisieran casarse pero no pueden hacerlo ahora, están dando un paso en falso en su relación.

Te pediría que tengas la paciencia de seguir los razonamientos que siguen y juzgues su racionalidad.

Porqué la convivencia previa al matrimonio hace daño al futuro matrimonio.

En otro artículo ya me ocupé del tema de vivir sin estar casados pero desde otra perspectiva. Me centraba en esa ocasión sobre todo en quienes conviven sin proyecto ni compromiso[1]. En esta oportunidad, me referiré a la convivencia marital de no casados que quieren casarse –al menos eso afirman–  y el problema conceptual que encierra el asunto.

Me da lástima lo mucho que se pierden cuando lo hacen, ya que su futuro matrimonio no aportará exteriormente mucho cambio a su vida –para muchos sólo significará la fiesta más grande que organicen en su existencia–, pero a esta fiesta faltará mucha de gracia y magia, ya que es difícil que no vivan su matrimonio –el casarse– como una formalidad.

Me siento obligado a comenzar a aclarando que los cristianos no somos dinosaurios aferrados a una tradición absurda. Tenemos muchos motivos –y muy bien fundados– para pensar como pensamos.

Queremos ser consecuentes con nuestro ser imagen y semejanza de Dios. Un Dios que es sabiduría y amor. Y lo que creemos e intentamos vivir tiene una racionalidad antropológica impecable. Y, no podía ser menos, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.

En el caso de la institución matrimonial, ¿quién no aspira a un amor eterno?

El modelo cristiano de matrimonio, además, tiene una verificación empírica importante: el aumento desmedido del fracaso matrimonial ocurrido desde que se perdieron valores antropológicos muy importantes. Hoy más del 50% de los matrimonios fracasan. Es un dato. Y es razonable pensar que quien hace lo que hacen todos, no puede esperar conseguir resultados distintos.

No es fácil vivir la doctrina católica, pero hay algo hay grandioso por detrás y una promesa de eternidad. Por otro lado, quien no quiera fracasar en su matrimonio como la mayor parte de la gente, tendrá que hacer algo distinto de lo que hace la mayoría (de otro modo, conseguirá los mismos resultados que los demás).

Qué es el amor conyugal o matrimonial

Cuando se habla de amor, es importante distinguir a qué tipo de amor nos referimos, porque existen muchos tipos de amor: desde el paterno/materno/filial, pasando por el fraterno, de amistad… hasta el más profundo de todos que es el conyugal.

Entre tantos tipos de amor, hay un amor único, que se da entre un varón y una mujer, se llama conyugal. Se define como un amor total porque es un amor que lo abarca todo: cuerpo y alma, cabeza y corazón, alcanza toda la existencia, presente y futuro, hasta dimensiones muy pequeñas de la vida diaria (comparten todo)…

La Sagrada Escritura usa una expresión muy gráfica y fuerte para este tipo amor: los hace una sola carne (como si dijera una sola persona). Y precisamente esa totalidad exige que sea exclusivo (no puede uno entregarse del todo a más de una persona) y definitivo (no tiene sentido decir: te amo con toda mi alma por seis meses…). Cuando este amor se hace efectivo, se habla de matrimonio.

Es necesario distinguirlo del amor entre amigos “con derechos”, porque éste último, aunque incluye la dimensión sexual, no tiene nada que ver con el amor conyugal, porque no incluye la entrega de la vida, ni es total. En ese caso no son uno, sino que están juntos…

El matrimonio es una comunidad de vida y amor, que hace de dos vidas, una. Esta “fusión” de vidas se realiza mediante el acto de la voluntad (denominado consentimiento) por el cual los contrayentes entregan y reciben, mutuamente, la vida. Lo hacen –en el caso del matrimonio canónico– con una fórmula que expresa el recibimiento de la entrega del otro y la solidez de la unión, cualesquiera sean las circunstancias:

“Yo, N., te recibo a ti, N., como esposa/o, prometo serte fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándote y respetándote durante toda mi vida”.

Sus dos vidas se hacen una, mediante la entrega mutua –querer pertenecer al otro y, de hecho, entregarle mi vida: dársela para siempre– y la recepción mutua –querer que el otro sea mío y, de hecho, aceptar esa entrega que me hace, hacerme cargo de su vida, comprometerme a hacerlo feliz…–. Cuando lo han hecho, cada uno le pertenece al otro, y se hace cargo del otro. Antes de hacerlo, esto obviamente no ha sucedido.

Es importante subrayar que la unidad es el resultado de la entrega y recepción mutua: ambos y al mismo tiempo se entregan y se reciben, uno al otro, del todo y para siempre. Eso es la forma de amar más grande que puede darse entre seres humanos, un amor total y exclusivo, que quiere hacerse eterno.

Así con el casamiento comienzan una vida nueva, en la que no conjugan el “yo y el vos” sino el “nosotros”, con una vida en común, en la que lo personal –que sigue siendo personal– se conjuga con lo personal del otro, y se abre a los hijos que vengan como fruto de su amor.

Raíz de las crisis afectivas de las parejas

La gran crisis afectiva –roturas de relaciones afectivas– es una pandemia. Más de la mitad de los matrimonios fracasan. Es demasiado. Si se cayeran la mitad de los aviones, nadie tomaría un avión… (quizá por eso hay muchos que optan por no casarse).

Las causas son muchas y no es el fin de este artículo estudiarlas.

Nos limitamos a una raíz conceptual.

Cuando no se entiende qué es el matrimonio, es muy fácil que su vivencia falle.

Cuando el amor y el matrimonio se separan como cosas independientes, cuando se confunden conceptos relacionados pero diferentes, cuando prima el sentimiento inestable en la relación, no estamos en el mejor escenario para el éxito matrimonial.

Distinciones conceptuales importantes

Amor afectivo y entrega de la vida.

Cuando se separan conceptualmente el amor conyugal (ese tipo de amor específico de los esposos, diferente de cualquier otro tipo de amor, que tiene como expresión propia la entrega sexual) y el matrimonio (que realiza la unión efectiva), como si fueran cosas diferentes, separables, y se prioriza el primero, algo no funciona. Significa que estamos ante una concepción del amor que falla en su raíz antropológica.

En el amor podemos distinguir dos dimensiones. Una afectiva: la que se siente –no dependiente de la voluntad–, totalmente ligada al momento presente (es lo que siento ahora, no puedo saber qué sentiré en el futuro, ni puedo decidirlo) y a mi estado emocional circunstancial. Y una dimensión volitiva: la decisión libre de amar, de hacer eterno ese amor que tengo y no quiero perder, de defenderlo, protegerlo, fomentarlo, garantizarlo… Esta segunda dimensión del amor proyecta, decide, construye el futuro. Genera confianza ya que solo puedo confiar en serio, si puedo confiar en la continuidad del amor de la otra persona, en su compromiso de amarme, más allá de lo que pueda sentir en un momento particular.

Estas dos dimensiones del amor son complementarias y no tienen por qué oponerse; de hecho, la segunda es la madurez de la primera. Pero si reduzco mi horizonte afectivo a la primera, es probable que nunca llegue a la segunda. Porque a veces me cansaré de amar, me molestarán cosas del amado…, surgirán conflictos; y solo un compromiso estable de amor definitivo, será capaz de superarlos. Solo si soy capaz de amar cuando la otra persona “menos lo merezca”, la amaré de verdad.

Ahora bien, esa palabra “compromiso” no es un añadido al amor, algo que viene de fuera, sino que es exigencia intrínseca del amor total que es el conyugal. Si amo del todo, quiero que ese amor sea eterno; no es que además hago un compromiso que no querría hacer: el mismo amor lo lleva consigo. Si es amor total, quiere ser para siempre. Si es amor sólo mientras no me canse, mientras dure… claramente no es total. Y como se entregan de verdad (no es una ficción la que hacen al casarse), de hecho no se pertenecen a sí mismos, cada uno le pertenece al otro, y no pueden romper la unidad que en su voluntad ha sido definitiva. Si se unieron para siempre, se unieron para siempre. Si no lo hicieron, no se pertenecen. Hay matrimonio o no hay matrimonio, no hay término medio.

Esta es la grandeza del matrimonio: que dos personas se quieran tanto, que se jueguen el uno por la otra, de modo total, poniéndose en las manos del otro, confiando definitivamente en el otro y ofreciendo esa confianza. Así el amor puede ser total, de otra manera, no.

Un amor reducido a su dimensión afectiva –a que se siente– no puede sostener una relación toda la vida y menos una familia, porque por definición está sujeto a los vaivenes anímicos que son inestable por definición.

Pero el amor conyugal se realiza mediante el acto de entrega que hacen cuando se casan. Ahí se entregan y reciben. Hasta ese momento, todo es deseo, pero nada más…

Relaciones reales y deberes morales.

Separar lo que va junto, confundir sentimientos y realidades, hechos con deberes, no puede ser bueno.

Una cosa es el vínculo real que existe entre dos personas y otra los deberes morales que ese vínculo lleva consigo. Soy hijo de mis padres, debo amarlos; pero el vínculo no depende del amor. No es que si dejo de quererlos, dejaré de ser hijo. Tampoco es que el amor establezca el vínculo: soy hijo independientemente del amor que puedan tenerme. Lo mismo sucede con otras relaciones como ser hermanos, primos, etc.

El vínculo matrimonial se establece por el libre consentimiento de los contrayentes. En principio el amor los lleva a casarse –es deseable que así sea– pero no es el amor quien crea el vínculo, ni éste depende de él.

Si se han casado, están casados. Entonces, el amor se convierte también en un deber, porque al casarse se han obligado a quererse mutuamente. Pero el amor no hizo el vínculo, así como la falta de amor no lo hace desaparecer.

Porque por definición, si se casaron, se entregaron el uno al otro para siempre. Y si no se entregaron para siempre, en realidad no se casaron. Así de sencillo.

Si no confían el uno en el otro como para entregarse la vida y comprometerse a amarse siempre, es que no se quieren con un amor total, que es el que lleva a casarse. Y sería mejor que no se casen…

Promesas y realidades

Imaginemos que te quiero y estoy entusiasmado por vos. Ese amor me lleva a querer darte la mitad de mis bienes… Pero hasta que no haya hecho la escritura a tu nombre de las propiedades que ahora son mías, no serán tuyas, por más grande que sea el deseo que tengo de hacerlo.

Si mi deseo cambia antes de transferirte mis bienes, nunca será tuyos. Si mi deseo cambia después de hacerlo, ya no podría recuperarlos.

La cuestión entonces, es ¿te lo doné o no? ¿Ya lo puse a tu nombre? Si la respuesta es no, los bienes no son tuyos.

Lo mismo sucede con el amor y la propia vida. Entre decir “Te quiero con toda el alma”, “sos mi vida”, “soy todo tuyo”… y entregarte la vida hay una distancia a recorrer. ¿Te entregué la vida, y me la entregaste para siempre? “No, pero queremos hacerlo”. Perfecto, pero sólo se pertenecerán cuando lo hagan. “Pero nos queremos”. De acuerdo, pero ese quererse no ha llegado todavía a la entrega,  y, por lo tanto, no se pertenecen mutuamente.

El matrimonio no es cuestión de fe

Hay quienes se excusan para no casarse en que no tienen fe. Eso es otra cosa. El matrimonio en sí mismo no es cuestión de fe, es cuestión de entrega de vida para convertirse en una comunidad de vida y amor.

La decisión de casarse es humana  y depende del amor. La pregunta es ¿te quiero para toda la vida? ¿Sí o no? ¿Me juego por vos, te entrego mi vida, acepto tu vida en la mía para siempre? Esto es objeto de una decisión personal y de amor, no de fe. Si no querés ofrecer ni aceptar un amor entregado para toda la vida, no le eches la culpa a la falta de fe en Dios, sino a tu egoísmo o tu falta de amor por la otra persona o a que la otra persona no merece semejante confianza.

El matrimonio es algo muy grande, que requiere mucha gracia –aquí aparece la dimensión sacramental para los cristianos–, para que no sólo sea un proyecto humano, sino que sea también -sin dejar de ser muy humano- muy divino.

Con su matrimonio, los esposos cristianos, son signo de la unión de Cristo y su Iglesia –esto es muy fuerte– y forman una iglesia doméstica (una comunidad de vida y amor, en la que se hace la Iglesia, en la que los demás verán a la Iglesia).

Esto es lo que el hecho de estar bautizados añade al matrimonio natural, pero la base –el hecho de entregarse mutuamente la vida, pertenecerse, formar una comunidad de vida y amor– es  común a todo matrimonio, independientemente de la religión, raza, etc.

Un problema conceptual serio: separación conceptual del amor y el matrimonio como institución

Veamos dos problemas: el problema del amor sin matrimonio y el problema del matrimonio sin amor.

Se podría relacionar esta separación a la del amor y la entrega; es decir, el eros sin ágape, y la entrega sin amor, el ágape sin eros. Los dos son un problema.

El matrimonio es la unión de dos personas en una sola carne, es decir, en un solo proyecto existencial, donde dos -en un cierto sentido y con un contenido concreto- se hacen uno: comparten un proyecto existencial que abarca hasta lo más íntimo y cotidiano de sus vidas y los proyecta en los hijos que son el fruto de esa unión.

Como ya hemos visto, se realiza por la mutua entrega de la vida expresada en el consentimiento matrimonial: acto por el que entregan y reciben la propia vida. Se entregan al otro y reciben la entrega del otro. Así se hacen uno. Con una decisión irrevocable. Eso es casarse y cambia radicalmente la relación. Antes no se pertenecían, ahora se pertenecen. Se pertenecen porque se entregaron uno al otro y aceptaron la entrega del otro.  Hasta el momento de hacerlo, no tienen obligaciones respecto al otro. Pueden finalizar la relación cuando quieran y comenzar otra, porque no se han entregado. Después de casarse, no es posible, porque ya no se pertenecen.

El amor los lleva a entregarse mutuamente la vida (quieren pertenecerse mutuamente, unir sus vidas para siempre), y esa unión (el matrimonio que han realizado) crea el deber de fomentar ese amor; el deber de quererse, porque a eso se han comprometido mutuamente. El matrimonio está muy relacionado con el amor, pero no se identifica con él.

La cultura moderna ha separado el amor y la entrega mutua, el amor y la institución, dando primacía absoluta al amor. Un amor que, además, se reduce al amor afectivo, sensible. Que se mide por lo que sienten (lo que no medible exteriormente, ya que no es posible construir una máquina mida el amor de una persona hacia otra). Y que es tan inestable como lo es el sentimiento…

Cuando en la concepción del matrimonio se separa el amor conyugal (es decir, el amor que lleva a compartir toda la vida y se expresa con la entrega sexual) de la institución matrimonial (la real entrega mutua de vida) estamos en problemas (mejor dicho está en problemas quien lo separa). Separar quiere decir hacerlos independientes uno del otro: ya sea  por vivir el amor conyugal sin institución; o por pretender romper la institución en nombre del amor.

¿Qué pasa cuando se los “separa” antes de casarse?

Son los novios que piensan que para “amarse” (es decir, para vivir como si estuvieran casados sin estarlo) no hace falta casarse. Entonces, antes de casarse, viven de modo matrimonial (como si estuvieran casados), porque lo importante es amor que sienten y no los papeles (como si el matrimonio fuera un mero papel, una formalidad). Dicen, para justificarlo, que quieren casarse aunque en este momento no pueden hacerlo[2].

Así estos novios se van a vivir juntos (no es pecado –piensan y dicen–, porque se aman, y se van a casar…). Confunden el amor con la institución. No se entregan la vida (lo que sucede cuando se casan). La entrega de vida no importa, importa que ahora te quiero, y eso justifica todo. No se entregan la vida… solo conviven…, comparten los gastos, la cama… obviamente ahora no quieren tener hijos… El deseo de casarse en el futuro, obviamente, no cambia la realidad de que no se han entregado la vida, y de que hasta el mismo momento de dar el “sí”, no tienen ninguna obligación de hacerlo.

Y después de casarse, esta manera de pensar lleva no considerar el matrimonio indisoluble, ya que ¿para qué seguir juntos si no nos queremos o si ahora quiero a otro/a?

Esto explica la mayor tasa de divorcios entre quienes conviven antes de casarse que entre quienes no lo han hecho. En sus mentes, la entrega no es tan importante, lo sustantivo es el amor de sienten (y que obviamente pueden dejar de sentir, ya que no decidimos los sentimientos que podamos tener en el futuro). El amor que hoy justifica la vida similar a la conyugal sin estar casados, mañana podrá justificar la separación si faltara, aunque lo estuviéramos.

La indisolubilidad del matrimonio tiene que ver con la entrega, no con el amor (que los lleva a entregarse la vida).

La licitud (mejor dicho, santidad) del acto sexual tiene que ver con la entrega, no con el amor (que obviamente es necesario para la santidad del acto). El acto matrimonial es la expresión corporal de la entrega de vida y mutua pertenencia en el amor que tienen. Sin entregarse la vida, el acto está vacío, es una mentira: significa una unión que no tienen. No los une, porque no están unidos.

Después de casados, ese mismo error, cuando uno se ha cansado del otro, lleva a decirle: “ya no te amo, desaparecé de mi vida”. Que se hayan entregado la vida (lo que significa que no se pertenecen) no importa, importa que ahora ya no te quiero…

Como en muchos casos no hay “entrega”, sino solo “amor”; muchos matrimonios hoy son nulos. Porque si no hay voluntad de entregarse, obviamente no hay entrega, y la fórmula que la expresa es una farsa: digo entregarme, pero no me entrego; digo para siempre, pero no quiero que sea para siempre sino solo mientras dure el amor… Y si no me entrego, no hay matrimonio por más pomposa que sea la ceremonia en la que se “casan” o la fiesta que lo celebra.

¿El matrimonio civil es matrimonio? ¿casa a los que “se casan” o es un mero trámite formal?

Aunque pretenda tener aires de matrimonio y hasta haya un juez que predique sermones… el matrimonio civil para un cristiano es –en principio– un trámite civil. Y no casa a los contrayentes tanto por motivos humanos como sobrenaturales[3].

Además, el matrimonio civil (que es matrimonio para un no católico) en su forma actual en Argentina no refleja lo que es el verdadero matrimonio. Porque, de hecho, es el mismo para distintos tipos de uniones que nada tienen que ver con el matrimonio, lo que lo convierte en una unión civil de dos personas con un contenido incierto; y porque es esencialmente disoluble (es casi más fácil divorciarse que despedir un empleado…). Por esto corre el peligro de vaciar de contenido el consentimiento de los contrayentes, que es inválido si carece de elementos esenciales del matrimonio (que en la forma civil no están presentes).

De manera que para un cristiano es un signo de cierto compromiso –es mucho más que nada–, pero no casa a quienes lo contraen. De hecho, una persona casada civilmente se puede casar por la Iglesia con cualquier otra persona: a efectos eclesiales es considerado soltero/a[4].

La contradicción de algunos signos matrimoniales y el convivir antes de casarse.

Cuando se separa conceptualmente el amor conyugal del matrimonio, el matrimonio –la entrega mutua de las vidas– pierde en sus cabezas su valor. La misma ceremonia, llena de simbolismo, es ridícula.

¿Qué sentido tiene el traje blanco de la novia? Su pureza –incluso si no ha sido capaz de vivirla de hecho, significa el hecho de que quiso vivirla: no vivió matrimonialmente antes de casarse–. Si han convivido, obviamente es una farsa. Un color mentiroso, ya que no puede entregar una pureza que no tiene.

¿Qué sentido tiene que la novia entre a la iglesia del brazo de su padre?, ¿que la entregue al novio en al pie del altar antes de la ceremonia? Significa que el padre se la cede, ella deja su casa, para ir a vivir con el novio. Deja su familia de origen, para formar una nueva familia, en una nueva casa. Pero, si han vivido juntos es una broma…, una mentira… Un signo vacío.

¿Qué cambia el día del casamiento? Obviamente mucho espiritualmente porque se han entregado la vida. Pero esa entrega mutua no tiene ninguna implicancia concreta en la vida de todos los días. Externamente, para ellos, significa muy poco. El estar casados no les ha cambiado la vida en lo más mínimo. Y esto es terrible, aunque solo sea desde el punto de vista simbólico: casarse no les significa ningún cambio en su vida. Existencialmente les cambió la vida (ya no se pertenecen a sí mismo, son uno del otro), pero exteriormente no les cambió nada.

A modo de conclusión

La visión que realza la importancia del amor conyugal en detrimento del matrimonio, en realidad responde a una visión antropológica del amor alternativa a la cristiana.

Son dos modelos alternativos de amor. Uno de amor total y el otro de amor light. Uno de amor para siempre; y otro, de amor mientras dure. Uno proyectado hacia el futuro; y otro, centrado en el momento presente. Uno, con entrega de vida; y otro, con algo de entrega, compartiendo el presente. En uno están unidos, y el otro están juntos. En uno se juegan por el otro; en el segundo, disfrutan el momento (mientras dure).

Una pregunta fundamental que deben hacerse quienes se quieren es cómo se quieren, con cuál de los dos amores. Cuánto están dispuestos a sacrificar por otro. Y si ambos hablan del mismo tipo de amor cuando dicen que se quieren (es relativamente frecuente que uno quiera amor definitivo y total, y el otro no tanto…, pero el primero piense que los dos quieren lo mismo…).

*          *          *

Para padres: un caso particular

La objeción de conciencia de los padres ante la imposición de cooperar a una acción inmoral de un hijo.

Cuando un hijo pretende que sus padres lo ayuden económicamente a irse a vivir con la novia antes de casarse, se plantea a los padres un dilema muy grande entre su conciencia y el deseo de ayudar a su hijo; entre sus deberes ante Dios y el miedo a que su hijo de distancie de ellos, por seguir sus principios.

Los pone entre la espada y la pared.

Es importante distinguir entre el respeto de la libertad –siempre necesario– y la cooperación a una acción mala.

Los padres deben respetar la libertad de sus hijos mayores de edad. Si un hijo decide irse a vivir con la novia, no compartirán la decisión, les hará sufrir, pero respetan la libertad de su hijo. Sólo intentarán hacerles ver por qué esa decisión les parece inadecuada. Pero, lo dejan ir, ya no pueden evitar que se vaya, lo siguen queriendo, respetan su libertad. Y punto.

Por eso, podrían decirle a su hijo:

“No discutimos tu libertad. Está fuera de duda el respeto de tu libertad. Sos mayor de edad, respetamos lo que hagas, aunque nos duela (porque no podemos ocultar que nos duele algo que pensamos que le hará daño a tu futuro matrimonio).”

Pero en el caso en que el hijo requiere la colaboración de sus padres para hacerlo, lo que está en juego no es la libertad del hijo, sino la libertad de los padres.

Es cuando se les pide/exige que lo ayuden a realizar esa decisión, ya sea prestando un departamento, pagando parte del alquiler, contribuyendo con muebles, etc.

Le podrían explicar:

Está aquí en juego obligar a tus padres a cometer un pecado para darte un gusto: a actuar contra su conciencia. Vos pensás que no es pecado vivir matrimonialmente sin estar casados, pero nosotros creemos que es una ofensa a Dios (somos católicos y respetamos la doctrina católica). Así como nosotros respetamos tu libertad, te pedimos que respetes la nuestra, y no nos pidas que actuemos contra nuestra conciencia. Te pedimos que aceptes nuestra objeción de conciencia (ejercer el derecho a no ser obligado a actuar contra la propia conciencia).

¿Cuál es el problema en cuestión?

El problema se llama cooperación al mal. Una acción mía que contribuye a que otro actúe mal. Es un tema muy estudiado en la Teología Moral. Es el caso de quien presta dinero para alguien haga un aborto, o vota un partido político que promueve políticas inmorales, o le da alcohol a un amigo para que se emborrache… Sobre el tema se puede consultar cualquier tratado de Teología Moral. En este caso, alquilarle al hijo un departamento propio a bajo precio, para que vaya vivir con su novia es un caso típico de cooperación al mal. Y unos padres cristianos no deberían estar dispuestos a hacerlo[5].

Los padres podrían explicar a su hijo:

“Te podés ir a vivir a cualquier lugar del mundo, cuando quieras, no dejaremos de quererte porque no quieras vivir la moral cristiana, pero no nos pidas a nosotros que te ayudemos, cuando esa ayuda significaría dejar de vivir nuestra fe y principios morales. No sería justo”.

Si el hijo, se enojara y amenazara a los padres de distanciarse de ellos por esto, estaríamos en un caso de extorsión, lo que agravaría la cuestión, ya que el hijo estaría no pidiendo ayuda, sino violentando la conciencia de sus padres.

Por tanto, sí a dar a los hijos toda la libertad que tienen; pero no a la cooperación al mal. Son dos cuestiones muy distintas. Los hijos necesitan la coherencia moral de sus padres, no pueden obrar mal ellos, para dar una alegría a sus hijos. Quizá en el momento no lo entiendan, pero si son sinceros, valorarán la coherencia de sus padres.

Eduardo Volpacchio
Córdoba, 30 de abril de 2021

Para los que quieran profundizar en el matrimonio, les ofrezco cuatro charlas sobre el matrimonio que di el año 2020 por Zoom, durante la cuarentena, y que subí a mi canal de YouTube a modo de curso sobre el matrimonio.


[1] https://algunasrespuestas.wordpress.com/2013/12/21/para-que-casarse-que-diferencia-hay-entre-casarse-y-no-casarse/

[2] Cosa que parece extraña: si tienen donde vivir juntos, no se entiende qué les falta para estar casados. ¿Casarse es sólo una cuestión de tener más dinero?

[3] Ministros del matrimonio son los contrayentes, de manera que bastaría su consentimiento para casarse. Pero el Concilio de Trento en el siglo XVI, ante cierto caos debido a los matrimonios clandestinos (gente que se casaba pero que nadie sabía que estaba casada) puso como condición de validez del matrimonio que ese consentimiento sea expresado delante testigos cualificados (en principio el párroco). De manera que el matrimonio civil es inválido para un católico como matrimonio por no cumplir los requisitos de validez del consentimiento. Sólo es válido realizado con la forma canónica.

[4] Esto se podría matizar un poco, pero para el objeto de este artículo alcanza.

[5] Aclaro que en casos extremos, cabe la cooperación material al mal en ciertas condiciones, sin cometer pecado, pero me parece claro que este caso –en principio– no cumple tales condiciones.

Viernes Santo: amor y sentido del dolor

Ante tanta injusticia, tanto dolor, tanta entrega, tanta destrucción… Ante una muerte tan violenta, puede surgir la pregunta: ¿hacía falta tanto? ¿no había otras maneras de redimir al hombre? Como le preguntaron una vez a San Josemaría en un retiro que predicaba a sacerdotes, después de una meditación sobre la Pasión:¿ Para qué  sufrir y hacer sufrir con la consideración de tanto sufrimiento de Cristo?

La cultura actual se opone al dolor quizá más que cualquiera otra anterior. Y eso la lleva a no comprender el cristianismo. 

Esto se debe a factores positivos como una mayor sensibilidad ante el dolor propio y ajeno, a una mayor conciencia de la dignidad humana, a avances científicos y tecnológicos que permiten vivir más cómodamente. Pero también a otros factores negativos como lo son el profundo hedonismo reinante y el relativismo. La búsqueda de placer como objetivo de la vida, la felicidad reducida a placer se opone radicalmente al dolor al punto de preferir la muerte de un no nacido para evitarme sufrimiento o promover  la muerte de quien sufre como medio para que no sufra. Y el relativismo que conduce a la falta de sentido y hace muy difícil encontrar valor al sufrimiento (y obviamente muchas otras cosas).

Y al huir del dolor, renuncian al amor. Y así se pierden lo mejor de la vida.

Decir el Papa emérito Benedicto:

«no hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia a sí mismos, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad. Donde no hay nada por lo que valga la pena sufrir, incluso la vida misma pierde su valor. La Eucaristía, el centro de nuestro ser cristianos, se funda en el sacrificio de Jesús por nosotros, nació del sufrimiento del amor, que en la Cruz alcanzó su culmen. Nosotros vivimos de este amor que se entrega. Este amor nos da la valentía y la fuerza para sufrir con Cristo y por Él en este mundo, sabiendo que precisamente así nuestra vida se hace grande, madura y verdadera.»

¿Qué nos dice la revelación de la muerte de Jesús?

En primer lugar que no era inesperada. Estaba anunciada por los profetas, hasta en detalles muy pequeños, como el sorteo de sus vestiduras. Se hizo hombre para morir. Es muy fuerte. Tiene que encerrar un misterio muy divino y grandioso, de otro modo sería un gran absurdo.

La revelación nos dice, además, que lo que lleva a Jesús a la no es un destino fatídico, ni la mala suerte, ni la maldad de los ejecutores. Nos dice que es el amor. El amor del Padre, y el amor suyo propio. Aquí reside la clave de todo.

Tantos pasajes del Nuevo Testamento, sobretodo en San Juan: tanto amó Dios al mundo… Nadie tiene amor más grande… Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin… 

También subraya la libertad: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla (Jn 10,17-18).

Enseña además, que nosotros somos los culpables de la muerte de Cristo. Todos. Son nuestros pecados los que llevan a Jesús a la cruz. No somos ajenos a tanto dolor, sino sus protagonistas. Y Jesús lo asume loco de amor, para redimirnos precisamente a quienes somos culpables.

Tenemos que descubrir el amor de Jesús en su Pasión.  Es algo esencial en la vida cristiana. 

Siempre enamoró a los cristianos y los lanzó a imitarlo. 

Descubrieron la fuerza de la cruz. Dejó de ser locura o escándalo, para ser sabiduría y fuerza. San Pablo llega a no querer gloriarse en nada sino en la cruz de Jesús. Es lo que le llena la vida. 

Por eso el cristianismo desde el principio honró la cruz. Guardaron con amor los clavos, Santa Elena buscó la cruz, siempre su fue la reliquia de las reliquias: el lignum crucis. Coronó las Iglesias con una cruz, la puso en los cruces de las rutas. La colgó en el pecho de los obispos y de los fieles. La puso en todas las casas… Es el signo del cristiano, la Santa Cruz.

Tantos libros sobre la Pasión, meditaciones… Tanto arte: cuadros, esculturas, crucifijos…  Hasta una película genial. Tanta música. Para que nos entre también por los sentidos y nos mueva el corazón.

Cuánto depende de nuestro amor a la cruz… 

Hoy ante Jesús muerto, pidamosle a Dios que  nos dé la sabiduría de la cruz. Que nos ayude a transmitir a nuestros contemporáneos -que huyen de Cristo porque huyen de su cruz-, a encontrar en Cristo crucificado y resucitado el sentido de la vida, la fuente de salvación, la fuerza de sus vidas, la felicidad y la paz.

Agradecer tanto amor. Mirar la cruz sin descubrir y experimentar el amor de Jesús por mí  es perdérselo todo. Necesitamos contemplar esa cruz en la que Jesús hace el acto más grande de libertad y amor de la historia.

Y aprender de María, que no quiso ahorrarse el sufrimiento de acompañar a su Hijo y sufrir con Él y por Él  por todos nosotros. Así nos recibió como hijos.

P. Eduardo Volpacchio
Viernes Santo 2021

Amar y sentir a Dios (edición digital)

Un libro sobre el amor y los sentimientos. Porque para poder amar con un amor sólido, estable y profundo, hay que saber qué es el amor, qué lugar ocupan los sentimientos, cómo integrarlos con la inteligencia y la voluntad.

Porque la vida afectiva es complicada, tanto en el amor humano como en el divino.

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¿El infierno está vacío?

El infierno en el Juicio final de Miguel Angel en la Capilla Sixtina

¿El infierno está vacío?

Me contaba una persona amiga que su párroco predica con entusiasmo que el infierno está vacío.

Más allá del alcance que quiera dar dicho sacerdote a la expresión y de la verosimilitud de la tesis –muy discutible por cierto–, no acabo de ver qué busca con su predicación entusiasta; es decir, qué consecuencias prácticas podría tener semejante audaz afirmación.

Comencemos con la verosimilitud de la tesis.

  1. No hay datos en la Sagrada Escritura en los que basar la afirmación.

Efectivamente si uno recorre la Sagrada Escritura no encontrará ningún pasaje que afirme, sugiera o deje entrever que el infierno podría ser una creación «superflua» de Dios porque lo haya creado para nadie…

Es más, resultaría difícil de explicar la insistencia de Jesús en el tema si no existiera o estuviera vacío (lo cual es equivalente). Porque Jesús es quien más menciona el infierno en toda la Biblia, y habla más veces del infierno que del cielo.

El dato es que en latín «infierno» es «infernus»; en Hebreo es «Sheol»; el Griego es «Gehenna». Esta última es usada 12 veces en el Nuevo Testamento, y siempre es traducida infierno. Y siempre está en boca de Jesús.

Solo podría afirmarse que el infierno está vacío a partir de razonamientos genéricos basados en la misericordia de Dios, concebida sin conexión con su justicia –al menos en referencia a nuestra comprensión–, y en claro contraste con la Escritura y la Tradición de la Iglesia.

  • No resultaría fácil hacerlo armonizar con algunas verdades de fe fundamentales.

Por ejemplo, ¿para qué Dios se hizo hombre y murió en la cruz? Si el infierno está vacío no habría de qué salvar al hombre.

Esta idea hace desaparecer el concepto de un Dios remunerador.

Hay muchas enseñanzas de Jesús respecto a la vida eterna que Él concede a quien cree en Él, lo recibe, lo ama, cumple sus palabras… Si esa vida eterna fuera para todos, no parecería que su causa pudiera ser creer en Él, o recibirlo, acercarse a Él y seguirlo… ya que también todos los que no creen, ni lo reciben, ni cumplen su palabra la tienen sin excepción…

¿Qué necesidad habría de amar a Dios si todo es lo mismo? ¿Qué consecuencias tendría amarlo o no amarlo?

  • Es contrario a todas las experiencias místicas referentes al infierno de la historia.

Que yo sepa, nadie ha tenido ninguna visión del infierno en la que lo haya visto vacío; ni ha habido ningún santo que haya declarado haber tenido una experiencia mística o aparición del Señor, la Virgen, ángeles o santos afirmando esto.

Por el contrario, todas las personas que han tenido visiones sobrenaturales del infierno, han visto lo contrario: han visto condenados en él.

Algunos santos que tuvieron visiones del infierno: Santa Teresa de Ávila, Beata Ana Catalina Emmerich, San Juan Bosco, Santa María Faustina Kowalska, Santa Verónica Giuliani, la Venerable Josefa Menéndez y la vidente de Fátima Sor Lucía, hoy en proceso de beatificación. Para releer sus relatos, basta googlear sus nombres.

Vamos al tema en el que me quería detener: qué consigue esta predicación tan “audaz”, por llamarla de alguna  manera.

Consecuencias prácticas de esta predicación

De la teoría del vaciamiento del infierno, más allá de sus poquísimas posibilidades de ser verdadera y de que sería ridículo ponerse a discutir si hay muchos o pocos condenados…; me preocupan sus consecuencias prácticas para la vida moral y espiritual de la gente. Pienso que -en el mejor de los casos- no solo no aporta nada, sino que dificulta el empeño moral por mejorar.

Dejando claro que el cristianismo es una llamada a la santidad (es decir, la meta no es zafar del infierno), que el primer mandamiento es el amor a Dios (este es el motor que lleva a la santidad), y que el miedo al infierno no es motivación suficiente para alcanzar la santidad a la que estamos llamados, me permito imaginar algunas consecuencias que la predicación entusiasta del vaciamiento del infierno podría tener.

  1. Da una seguridad en la propia no condenación –ya que sería imposible- que es al menos peligrosa.

En caso de no estar vacío y existir la posibilidad de acabar en él, expone a quienes viven alegremente su teórica imposibilidad de ir al infierno a efectivamente acabar en él.

Es obvio que no me cuidaré para evitar lo que no existe o no hay posibilidad de sufrirlo.

  1. No lleva a evitar el pecado, sino que más bien inclina hacia él.

Mi padre -un sabio «teólogo» de la calle- subrayaba exagerando -casi caricaturizando la situación, podríamos decir- una paradoja. Decía: «antes la gente le tenía miedo a Dios y se portaba bien. Ahora, desde que «descubrieron» que es bueno, se dedican a ofenderlo». Obviamente no se trata de tenerle miedo a Dios, pero contemplar su amor debería llevar a amarlo más, no a abusar de su amor… Debería llevarnos a experimentar su amor, no a alejarnos de Él precisamente porque es bueno.

Si los pecados no tienen consecuencias, ¿para qué evitar lo que me gusta o me conviene aunque contraríe la ley de Dios…?

Haría casi absurdo el martirio: ¿por qué preferir la muerte antes que pecar, si el pecado no tiene consecuencias?

  1. Aleja de los sacramentos.

Los haría casi superfluos, ya que todos se salvan, los reciban o no.

Una vez una adolescente, justificando su falta de práctica religiosa, me dijo: «Padre, a mí Dios no me va a mandar al infierno por no ir a Misa…» Me limité a contestarle, sin entrar en la discusión: «eso no lo sé, lo que sí sé es que con tan poco amor a Dios, no te va a ser fácil entrar en el cielo…»

De modo particular, pierde urgencia la necesidad de «morir con los sacramentos». Los enfermos graves, terminales, moribundos, son privados de la ayuda de la Unción de los enfermos. Esto sucede de hecho: cada vez son más los católicos que mueren sin el consuelo y la ayuda de los sacramentos: la confesión, Unción y Viático, por dejadez de los familiares. Es un tema no menor, ya que siempre se ha dicho –y resulta razonable pensar que es así- que es el momento más importante de la vida y es cuando el demonio ataca con más intensidad para ganarse su presa.

  1. No mueve al amor y crecimiento interior.

Es verdad que el pensamiento del infierno no es, ni debería ser el principal motivo para evitar el pecado… Un sabio sacerdote –ya difunto, el P. Raúl Lanzetti– solía decir que al cielo no se llega corriendo para atrás. Es decir, no es huyendo del infierno como uno llega al cielo. Pero está claro que el santo temor de ir al infierno, no es de poca ayudar en ciertas circunstancias…

  1. La misión evangelizadora pierde sentido, motivación y empuje.

Si el infierno está vació, si todos se salvan… ¿para qué empeñarse en difundir la fe? Porque en ese caso no la necesitarían para salvarse. Sería un esfuerzo casi superfluo, y obviamente no justificaría gastar energías, sacrificios, medios económicos, exponerse al martirio, etc.

Por todo esto, me parece que aquel párroco fan del vaciamiento del infierno, en el mejor de los casos, está perdiendo el tiempo, y haciendo más difícil a sus fieles el crecimiento en el amor a Dios.

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 1 de febrero de 2021

Carta a un pro-vida después de la tormenta

Reflexiones de un día de dolor lleno de esperanza.
Día triste, de dolor. Un martes/miércoles que es un Viernes santo.
Crucificaron el derecho a la vida de los no nacidos.
Sabemos que resucitará. Lucharemos por ello.
Que tu dolor esté lleno de fe, esperanza y amor.

Fe.

Sabemos que Dios redime con la debilidad, el dolor, el fracaso. Caminos misteriosos, pero que entran en la lógica de Dios. Y nosotros deberíamos ejercitarnos en esa lógica, cuando nos encontramos impotentes ante las fuerzas del mal, la tibieza de los cobardes y la hipocresía de los machiavellos.
“La debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1 Cor 1,25).
Que no sea un dolor frustrado, amargo, cerrado en vos mismo. Entonces será un dolor fecundo, redentor.

Esperanza.

Esos niños a los que se arranca violentamente la vida, sufren una terrible injusticia. Por la fe sabemos que Dios es justo, y que uno de los sentidos fundamentales del juicio final será restablecer la justicia, reparar todas las injusticias de los hombres. Qué absurdo sería el mundo si no hubiera justicia… Qué maravilla saber que se realizará de modo total.
En primera línea están esos niños abortados: recibirán la gloria por la injusticia que han sufrido. Y no serán niños, tendrán la plenitud de la edad en Cristo. Su aborto habrá sido una especie de bautismo de sangre… como el martirio de los santos inocentes.
Esperanza que lleva a seguir trabajando. Tenemos en Estados Unidos un modelo de cómo ir recortando, limitando esta ley infame hasta su derogación.
Y trabajar en el campo de la cultura.
Y trabajar en el campo político. La derrota se debió a la subrepresentación que tenemos en los tres poderes. No representan a la gente. Actúan al margen, incluso contra ella. Aquí tenemos un campo para crecer. Es quizá, la mayor enseñanza.

Amor.

El amor a Dios y a los demás hará dulce el dolor, le dará un sabor agridulce. Dolor compartido.
También -aunque parezca extraño- es un día para dar gracias.

Dar gracias.

Agradecer todo lo que hemos trabajado, rezado, avanzado, aprendido, ganado…
¡Cuánto hemos hecho! Se ha consolidado una mayoría celeste incuestionable.
Todo lo que hemos crecido. Es asombroso. Nos han metido la ley. Pero la mayoría de la sociedad está en contra. Hemos movilizado millones de personas. Somos una fuerza muy grande en las redes. No existíamos como fuerza social. Tenemos referentes de lujo. La mayoría de los Senadores no se vendieron (y casi todos los oficialistas fueron tentados).
El amor que hemos dado y recibido. Fue una gracia. Cuánto fruto dará todo eso. Dios no se deja ganar en generosidad. Sacará bienes de esto, nada se pierde. El grano de trigo que muere da mucho fruto…
Agradecer a Dios toda la gente tan buena que hemos conocido, con la que hemos trabajado. Esto es uno de los frutos de esta batalla. Gracias Señor por tantas personas generosas, entregadas, llenas de amor, de unión… que me has puesto en el camino.
Un gran abrazo, agradeciéndole a Dios, el don de todos ustedes: Señor gracias porque no estamos solos -obviamente siempre estás vos- pero también gracias por estos excelentes compañeros de viaje que me has dado.
Y como no hay nada imposible para Dios, ya podemos disfrutar ahora de aquello por lo que luchamos -que aunque hoy parece perdido- lo contemplaremos gozosos cuando Dios quiera.

P. Eduardo Volpacchio

PD: Y recemos por aquellos que se han hecho tanto daño a sí mismos haciéndose responsables de todo el mal que hará esta ley.

Meditación de Nochebuena: la humildad, portal de entrada a Belén.

¡Muy feliz Navidad para todos!

Que el Niño Dios nos haga el gran milagro del rechazo del aborto en Argentina.

Que San José proteja a los no nacidos como protegió a Jesús, llevándolo a Egipto: en este año dedicado a él, que transforme a muchos Herodes que votarían por el aborto, en muchos Josés protectores de los niños.

Les dejo la meditación que predicaré esta noche antes de la Misa.

Un gran abrazo, los meteré a todos en el «pesebre» de la Misa, con una bendición para todas sus familias.

P. Eduardo Volpacchio

Isaías exulta de alegría, contemplando este día desde una distancia de 700 años:

Isaías 62, 1-5

Por amor a Sión no me callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que irrumpa su justicia como una luz radiante y su salvación, como una antorcha encendida.

No me cansaré de proclamar el amor que se viene, la justicia, la luz, la salvación…

Las naciones contemplarán tu justicia y todos los reyes verán tu gloria; y tú serás llamada con un nombre nuevo, puesto por la boca del Señor.

Todos podrán verlo… Aunque no todos lo reconocerán. Estará al alcance de quien quiera, pero solo accederán a su gloria –como veremos- los que sean humildes.

Serás una espléndida corona en la mano del Señor, una diadema real en las palmas de tu Dios.

No te dirán más «¡Abandonada!», ni dirán más a tu tierra «¡Devastada!», sino que te llamarán «Mi deleite», y a tu tierra «Desposada.»

Porque el Señor pone en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo.

Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios.

Dios no nos abandona nunca. Está aquí y viene a salvarnos.

Y nosotros exultamos de gozo con él.

Isaías no sabía hasta qué extremos llegaría el amor infinito de Dios.

Sal 88, 4-5. 16-17. 27. 29. R. Cantaré eternamente la misericordia del Señor.

Yo sellé una alianza con mi elegido,
hice este juramento a David, mi servidor:
«Estableceré tu descendencia para siempre,
mantendré tu trono por todas las generaciones.»
R.

Otra que alianza: se hizo hombre, apostó muy fuerte…

¡Feliz el pueblo que sabe aclamarte!
Ellos caminarán a la luz de tu rostro;
se alegrarán sin cesar en tu Nombre,
serán exaltados a causa de tu justicia. R.

El me dirá: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le aseguraré mi amor eternamente,
y mi alianza será estable para él. R.

Mt 1, 18-25

Este fue el origen de Jesucristo:

Después de relatar la genealogía de Jesús, va al grano y si muy sintéticamente nos cuenta cómo se encarna y nace.

María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

Después de relatar cómo Dios hace conocer a José el misterio.

el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»

Y Mateo nos remite a Isaías:

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

«La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros.»

Virgen que concibe al Emanuel: Dios con nosotros. A la distancia de 700 años qué impresionante verlo hecho realidad.

Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.

La Virgen dio a luz y San José le puso el nombre… Qué resumen…

El Papa decía el miércoles en la Audiencia:

Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo.

Un movimiento que nos trajo a la meditación y Misa… que es ir a la cueva de Belén donde Jesús nace para cada uno de nosotros.

Esta noche santa vamos a meditar sobre una condición básica para llegar a Belén, para encontrar a Jesús, María y José, y para que ese encuentro nos cambie.

Es la humildad: portal de entrada a la Navidad.

Por qué es necesaria la humildad para llegar a Belén, para poder acceder a este hecho tan extraordinario, único, que a pesar de haber ocurrido en el tiempo, sigue presente, operativo, existencial para nosotros y todo el mundo.

Siete motivos. Que son siete llamadas a ser humildes.

1. Porque es un evento que realiza la humildad de Dios.

San Agustín, reflexionando sobre su camino de conversión, escribe en sus Confesiones: “Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad”.

Todavía tenía vedado el ingreso, me faltaba la clave, una clave existencial: la humildad.

Sólo así, en sintonía con la humildad de Dios, podemos entender, sentir, querer, conmovernos con el nacimiento de Jesús: solo desde la humildad podemos entrar en el misterio.

Valorando y amando su debilidad –la debilidad de Dios es su amor– y obviamente no es debilidad en absoluto, sino la forma de poder más poderosa: el poder del amor.

2. Porque es un evento de salvación.

Sólo quien experimenta la necesidad de ser salvado, busca esa salvación y conecta con ella.

Jesús está en el pesebre para volcarse en nosotros… en nuestra necesidades más profundas, las que solo El conoce…

Sentir, experimentar, la necesidad de Dios, de la gracia, de la fe, la verdad, el amor…

Lejos de la autosuficiencia. Los autosuficientes no encuentran lugar en Belén. No porque Dios no los quiera, sino porque para ellos no hay nada interesante… nada que necesiten…

Humildad: reconocer nuestra necesidad de Dios, nuestra indigencia, nuestra miseria, nuestra pobreza…

Sólo puede disfrutar la salvación quien se siente necesitado de ella: como el sediento disfruta saciándose la sed…

3. Porque Jesús es un don, el más grande de los dones.

Y para recibirlo es necesaria la humildad, de quien sabe que no merece algo tan grande. Sólo los humildes valoran los dones.

Y es un don a la medida de Dios: no es dinero, placer sensible, poder humano, éxito terrenal… Sólo los humildes aceptan estos dones renunciando a su lógica.

4. Porque en el pesebre hay un misterio demasiado grande.

Sólo a los pequeños se les revela: a María y José, a los pastores, a los Magos que humildemente se dejan guiar…

Años después Jesús dirá: te alabo Padre…

Tanta grandeza, tan escondida…

Tan gran promesa, que exige tanta confianza.

Tanta debilidad, pobreza, pequeñez… que ofrece tanto amor.

Para reconocer a Jesús en sus tres empequeñecimientos estelares –el pesebre, la cruz, la Eucaristía– necesitamos mucha humildad.

Para adorar a un Niño tan chiquito hay que ser humildes. Capaces de descubrir la grandeza. El soberbio está cegado porque no ve la grandeza ajena, solo ve competencia a la suya que es aparente… no le alegra, no la disfruta.

Predicaba San Josemaría una Navidad:

Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.

Aprender a descubrir los tesoros de amor escondidos en el pesebre…

5. Porque el poder del Dios infinito que se hace presente en el pesebre es de amor.

Y para amar hay que abrirse, salir de uno mismo.

Salir de nosotros mismos para meternos en Dios. Para ponerlo en el centro de nuestra vida.

Sólo así la Navidad nos cambia, nos transforma, se convierte en algo personal, nos afecta la vida…

6. Porque nadie va a Belén solo.

La Virgen va con San José. Los pastores, guiados por los Angeles y en patota… Los Magos de a tres…

El amor nos lleva a Belén. La Navidad la celebramos juntos…

Pedir el don de la humildad, que nos permite amar… y amando a los demás, amamos a Jesús… lo amamos en los demás, con los demás, a partir de los demás…

Rechazar la soberbia: no en general, la nuestra, que está escondida detrás de tantas dificultades que experimentamos para la caridad: solo 10 ejemplos:

Mal humor
Desprecio de la opinión ajena
Juicio crítico
Desánimo ante los fracasos
No aceptar nuestros defectos cuando los demás nos los señalan (enojarse)
Resistencia a perdonar
Resistencia para pedir perdón
Tendencia que querer tener siempre razón, que nos den la razón, convencidos que siempre la tenemos, y que los demás nunca la tienen…
Envidias: esa molestia ante el éxito ajeno, o esa alegría ante su fracaso…
Resistencia a servir a los demás…

7. Porque la humildad nos abre a la alegría y la esperanza.

Sólo los humildes consiguen la alegría en la pobreza. Tienen pocas pretensiones…

Para ser felices, con esta felicidad que nos trae la Navidad, necesitamos ser humildes: la mayor parte de los conflictos personales  e interpersonales –los malestares con nosotros mismos y con los demás– proceden de enredos de la soberbia.

Francisco audiencia 23.12.20:

La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre la dramaticidad de la historia, en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida.

Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Pero mirad de este lado, del otro, por allí: buscad el mérito y no encontraréis otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia.

Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido todavía más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de pérdida inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y los fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e indefenso, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros.

Esta realidad nos dona tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, así como somos.

Piedad: enamorarnos del Niño Dios.

El propósito de todos los años…

Francisco audiencia 23.12.20:

meditar un poco en silencio delante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esta realidad, de lo que se hizo ese año, ese día, que hemos escuchado en el Evangelio. Para esto, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. Siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. Pidamos la gracia del estupor: delante de este misterio, de esta realidad tan tierna, tan bella, tan cerca de nuestros corazones, el Señor nos dé la gracia del estupor, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos a todos nosotros.

San Josemaría:

He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de este modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús.

Cuando llegan las Navidades, me gusta contemplar las imágenes del Niño Jesús. Esas figuras que nos muestran al Señor que se anonada, me recuerdan que Dios nos llama, que el Omnipotente ha querido presentarse desvalido, que ha querido necesitar de los hombres. Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría.

Francisco audiencia 23.12.20:

Esto hará renacer en nosotros la ternura.

El otro día, hablando con algunos científicos, se hablaba de inteligencia artificial y de los robots… Hay robots programados para todos y para todo, y esto va adelante. Y yo les dije: “¿pero qué es eso que los robots no podrán hacer nunca?”. Ellos han pensado, han hecho propuestas, pero al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Esto los robots no podrán hacerlo. Y esto es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo, y esto hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios.

¿Cómo meternos en el pesebre?

Necesitamos meter la cabeza: meditar, el misterio enamora  en cuanto nos sumergimos en él.

Necesitamos meter el corazón: ponerlo. Un encuentro personal, amoroso con Jesús: no solo teórico sobre la redención…

Necesitamos meter la voluntad: lo libertad que se decide por Dios, que quiere lo que Dios quiere, que decide entregarle lo que Dios nos pide…

Decidirnos por El: creo, te creo, porque quiero creer. Espero, espero todo de vos, mi Niño divino, porque decido esperar en vos, más allá de lo que sienta… Te amo: porque decido amarte con todo el corazón.

Jugarnos por Jesús como se jugaron los Magos.

Es mi vida, mi todo, mi Dios, mi amor… Todo, todo, todo…

Jesús María y José que sea humilde como ustedes tres.

Jesús María y José que esta Navidad me enamore de los tres.

Jesús María y José enséñennos a vivir el amor como lo vivieron entre ustedes tres.

Claves para la lectura de «Fratelli Tutti»

Visión global de la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco.

Claves para leerla y poder discernir su contenido: entenderla como parte de la Doctrina Social de la Iglesia.

Para no dejarse llevar por prejuicios que la distorsionan.

El Papa y las uniones homosexuales. Matices esenciales

En general habría que hacerse tres preguntas hermenéuticas para entender lo que dice el Papa:

Qué dijo exactamente

A quién se lo dijo

En qué contexto lo dijo

Porque las simplificaciones, las faltas de matices y contextos, tergiversa el contenido de lo dicho. Por eso no es aconsejable “creer” en los titulares de los medios de comunicación, ya que procurarán atraer la atención del lector… y para eso pocas cosas mejores que un título escándaloso.

Qué dijo:

“Las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia, son hijos de Dios, tienen derecho a una familia. No se puede echar de la familia a nadie, ni hacer la vida imposible por eso”.

“Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil. Tienen derecho a estar cubiertos legalmente”. “Yo defendí eso”.

Dónde lo dijo: en una entrevista a una periodista de Televisa en mayo de 2019. Ya estaba en YouTube, pero ahora toma notoriedad al ser citadas esas dos frases en un documental sobre la vida y el ministerio del Papa Francisco, al hablar de la pastoral con personas homosexuales.

Contexto: la pastoral con personas homosexuales. Es decir, cómo acercar a Dios a las personas que tienen tendencia homosexual y viven como tales.

Matices:

El Papa (recomiendo ver los 4 minutos de la entrevista original) dijo dos cosas: que las personas homosexuales tienen derecho a tener una familia (y a que no se los eche de la propia familia por su condición homosexual) y afirma su opinión acerca de la necesidad de una legislación civil que garantice derechos de personas que se encuentran en una unión homosexual (esta segunda afirmación fue suprimida de la grabación ya antes de la publicación del documental).

La afirmación del Papa está muy lejos de aprobar la unión homosexual. Basta ver como en Amoris laetitia 251 recoge una de las conclusiones del Sínodo:

“no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia […] Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre personas del mismo sexo”

Que sea necesaria algún tipo de legislación que se ocupe del tema (una opinión personal del Papa), no supone en absoluto aprobar este tipo de unión. Basta poner un ejemplo: todos estaremos de acuerdo que en un país polígamo (he vivido en Uganda, donde es legal tener cuatro esposas), es bueno que la legislación proteja a la segunda, tercera o cuarta “esposa”. Y esto no significa, en absoluta, que uno considere moralmente buena la poligamia. Simplemente, siendo una realidad que existe, la legislación también debería garantizar los derechos de las personas que se encuentran en esa situación.

De hecho debe notarse que el Papa no habla de “matrimonio” sino de una ley de convivencia.

¿Esto supone un cambio doctrinal en la Iglesia? Absolutamente no.

¿Supone un cambio de actitud ante la conveniencia de la un tipo de legislación civil? Parece que sí (habría que estudiar mejor los antecedentes, implicancias, etc.), pero siendo algo que pertenece al campo prudencial, no al doctrinal, no presenta ningún problema.

Para sacarse dudas de lo que dijo y del contexto, lo mejor es ver esa parte de la entrevista original:

La entrevista completa de donde sacó el documental dos frases (ver minutos 00:56:01 a 01:00:04)

Conclusión: a la hora de noticias sobre la Iglesia y el Papa, no te guíes por los medios de comunicación generales. En general no tienen el mínimo de conocimiento de la doctrina y vida de la Iglesia necesarios como para poder informar con exactitud.

Buscá a los que saben del tema. Andá a las fuentes y medios católicos:

https://www.vaticannews.va/es.html

https://es.zenit.org/

https://www.aciprensa.com/

Eduardo Volpacchio
21.10.2020

Índice temático de la Encíclica Fratelli Tutti

Fratelli tutti. Una primera impresión

Para facilitar la búsqueda de temas en la Encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco.

Para bajar en Word: índice temático

Amabilidad222-224
Amor59-62, 85, 87-100, 164-166, 180-197
Ancianos19, 98
Autoestima51-52
Ayuda al desarrollo137-138
Buen Samaritano56-87, 101-102
Causas profundas275
Colonialismo cultural12-14,51-52
Comunicación42-50
Covid7, 32-36
Cultura del encuentro215-224
Derechos humanos22-24, 107-108, 111, 126, 129, 189, 209, 126
Desarrollo21, 122, 161
Descarte18-20
Desempleo18
Destino universal de los bienes118-125
Deuda externa126
Diálogo198-224
Empresas123
Es Doctrina social6
Esperanza55
Fin de la encíclica6
Fraternidad universal1, 82-83, 99-100
Globalización12-14,29-31, 142-153
Gratuidad139
Guerra25, 256-262
Hambre172, 189, 262,
Indiferencia29-30,57, 64, 69, 73, 78, 81
Individualismo105, 163, 182, 209, 222
Ley natural (valores permanentes)211-214
Liberalismo163-168
Libertad103, 110,
Libertad religiosa297
Lógica nueva127
Mafias28
Mercado168
Miedo27-28
Migrantes37-41, 129-136
Moral112-113
Movimientos populares169
Mujeres23
Nacionalismos11, 141, 146-150
Natalidad19
No solución única165
Orden jurídico132, 138,
Paz228-232
Pena de muerte263-270
Pena de muerte263-269
Perdón, reconciliación229, 236-254
Pobreza20-21, 51, 116, 137-138, 162, 187
Poder internacional170-175
Política15-16, 154- 168, 176-197,276
Populismo155-162
Propiedad privada120, 143
Pueblos originarios148, 220
Relativismo115, 206-210
Religiones271-285
Servicio115
Solidaridad75, 114-117
Subsidiariedad77, 175, 187
Trabajo20, 162
Trata24
Unidad de la Iglesia280
Verdad50, 184-185, 206-214, 226-227
Violencia, odio43-46, 227, 232, 242

Amor conyugal y apertura a la vida

Amor conyugal y apertura a la vida

(Charla dada por Zoom, desde el CUP, Córdoba, Argentina, el 27 de agosto de 2020).

Vamos a hablar de la antropología del acto conyugal, ese acto específico en el que los esposos corporalmente expresan y sellan esa unidad existencial que han realizado en el matrimonio.

Comenzaremos con tres cuestiones previas, para enmarcar la cuestión.

El particular modo de aproximar las cuestiones morales, para progresar en su entendimiento, unas premisas que damos por supuestas y el progresivo vaciamiento de la sexualidad que se ha realizado en un poco más de medio siglo.

Cómo progresar en la comprensión de las cuestiones morales

En primer lugar hace falta buenas disposiciones morales. Si no las tengo (si no estoy dispuesto a vivir aquello) es muy difícil que lo entienda. Porque no es como las matemáticas, en las que 2+2=4 no tiene implicancias existenciales. Las cuestiones morales, sí. Por ejemplo: quien es egoísta tiene serias dificultades para entender la justicia, porque siempre pensará que le corresponde más de lo que en realidad le corresponde: no entenderá qué es lo justo, porque su mirada carece de imparcialidad.

Peleas por herencias familiares. Con frecuencia, alguno trata de sacar una tajada más grande… incluso convencido de que lo merece, que los demás le están haciendo la guita (como dicen los tucumanos). O esos jueces coimeros que piensan que es justo que les den una gratificación. Porque no es justo que los abogados se lleven suculentos honorarios, cuando es él quien hace gran parte del trabajo…

Una segunda idea, es que en las cuestiones morales se avanza en su entendimiento de forma de espiral: dando vueltas a los asuntos, mirándolos desde distintas perspectivas, me voy acercando. Hace falta tiempo, leer…

En un mundo supererotizado, no pretendo que con esta charla, agotar sus inquietudes sobre el tema. Sí ayudarlos a da un paso racional hacia el entendimiento de la relación entre el amor conyugal y la apertura a la vida.

Lo que diremos no es cuestión cumplir de reglas. Son exigencias antropológicas de la persona humana. Lo que la realidad exige para recorrer el camino de la plenitud y la felicidad. Procede de la razón –que es capaz de discernir el bien y el mal en la conducta–. En esta tarea se ve ayudada por la revelación divina y por el Magisterio de la Iglesia, que es su intérprete auténtico.

Cuatro premisas para encarar este tema:

  • La unidad corpóreo espiritual que es el ser humano, que hace que el cuerpo sea expresión de toda la persona. Esto lleva consigo que haya un lenguaje del cuerpo, y que por tanto haya verdad o falsedad en sus expresiones. Sonrisa, si/no, saludo… si te abrazo para robarte la billetera, estoy traicionando el abrazo, lo prostituyo.
  • La naturaleza sexuada del ser humano. No existe en neutro: dos modalidades: mujer y varón. En todo el ser: cuerpo –hasta la última célula–, psicología, afectividad, cerebro, forma de pensar… Complementariedad que permite llegar a ser una sola cosa, una carne…
  • El amor total que supone el matrimonio. Cuerpo, alma, presente y futuro, dinero… Implica: exclusivo, definitivo, para siempre…
  • El sentido de la sexualidad como vehículo corporal del amor. El amo ser expresa sexualmente a través de la feminidad y la masculinidad.

El progresivo vaciamiento de la sexualidad

En los últimos 60 años ha habido cuatro divorcios fatales para el sexo. Lo han ido vaciando de contenido, robándole lo más valioso… hasta dejar solo el placer.

1º se lo separó de la procreación (anticoncepción)

2º se lo separó del matrimonio: no hace falta estar casados: prematrimonial, “pareja”.

3º se lo separó del amor: amor libre, amigos con derechos, actividad lúdica: juntos pero no unidos.

4º se lo separó de la corporeidad (de la biología), autopercepción. Todos con todos…

Así se lo fue empobreciendo, vaciando de significado, de valor, despersonalizando, deshumanizando, instrumentalizando. Sólo resta compadecerse: ¡pobre sexo!

De algo sagrado pasó a ser algo tan banal que no es nada. La persona es la que pierde…

EL AMOR ES FECUNDO

Por definición el amor conyugal está abierto a la vida.

Francisco le dedica el 5º capítulo en Amoris laetitia. Veamos los tres primeros números.

Capítulo quinto. AMOR QUE SE VUELVE FECUNDO

165. El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal «no se agota dentro de la pareja […] Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» (JPII; FC 14).

Uno dice: ¡Wow!

Los hijos están en el amor de sus padres, antes de ser concebidos.

Acoger una nueva vida

166. La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida «nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen» (Catequesis 11.2.15). Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos «son amados antes de haber hecho algo para merecerlo» (Id).

Y ya enseguida el Papa entra en la mentalidad antivida, con una descripción que hace patente la crueldad y egoísmo que lleva consigo.

Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! […] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?» (Catequesis 8.4.15). Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres» (Ibid).

Tema central: la cooperación de los padres y Dios en la generación de nuevos seres humanos.

Un paréntesis antes: en los seres humanos hablamos de procreación y no de reproducción como en los animales. Porque Dios participa del asunto, creando el alma personal.

El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna.

Contexto existencial de los hijos: toda la eternidad. Tema central: ¿para qué tienen hijos? Dar la existencia a personas para que sean felices por toda la eternidad. No cabe mayor generosidad…

Yo no puedo hacer eso: yo ayudo a llegar al cielo a seres que ya existen…

Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad.

Por eso no tiene sentido, pensar solo en coordenadas económicas, sociales… terrenales en última instancia.

Y termina la introducción al capítulo, con una referencia a las familias numerosas.

«167. Las familias numerosas son una alegría para la Iglesia. En ellas, el amor expresa su fecundidad generosa. Esto no implica olvidar una sana advertencia de san Juan Pablo II, cuando explicaba que la paternidad responsable no es «procreación ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos» (JPII).»

¿Cuántos hijos debe tener un matrimonio?

Es un tema que deben resolver con Dios. Con generosidad y responsabilidad.

Ni cuantos más, mejor. Ni cuantos menos, mejor.

Depende de los hijos que estén en condiciones de sacar adelante. Tantas variables: salud física, psíquica. Carácter, energía. Condiciones materiales: casa, dinero…; laborales. Capacidad de educar…

Prudencia y generosidad: las dos cosas. No querer tenerlo todo bajo control.

* * * * *

Lo que sigue a continuación está inspirado/ tomado/ sintetizado… del Cap. 9 “La consumación del amor”, del libro “El destino del eros. Perspectivas de moral sexual”, de José Noriega, Ed. Palabra, Madrid 2005, pp. 234-259

Tratar de entender la conexión entre el amor conyugal y la apertura a la vida.

¿Qué sentido tiene el acto conyugal?

Preguntar por el significado de algo quiere decir preguntar por su valor, su sentido dentro de la vida de la persona, por su razón de ser;

El acto conyugal realiza, consuma, significa la entrega de vida de los cónyuges. Corporalmente expresan la unión total de sus vidas. Es sacramento de su unión existencial. Por eso se lo llama conyugal. Por eso ese mismo acto sin conyugalidad, sin estar casados, es una mentira, un engaño, una traición, porque expresa algo que no existe. La unión de vidas, total y exclusiva, definitiva, se realiza en el matrimonio. Y el acto conyugal lo expresa corporalmente.

De manera semejante, se miente cuando se priva al acto conyugal de un significado esencial. Cuando voluntariamente se lo hace infecundo, se esteriliza el amor. Se da un signo de entrega total, que no es verdadero, porque se están reservando, están rechazando, algo de esa entrega.

Es un acto antropológicamente viciado, falso. Contradice el lenguaje del cuerpo.

¿Cuál es el significado del acto conyugal? Los esposos obviamente no teorizan para hacerlo, simplemente se entregan.

Movidos por el deseo, se entregan mutuamente, sin reflexionar. Pero esa espontaneidad que supone el dinamismo sexual no implica que lo realicen sin sentido.

Y esto se hace evidente por dos hechos precisos: en primer lugar, solamente siguen ese deseo con una persona, su cónyuge, único e insustituible, por lo que esa acción es vivida con una exclusividad única. Y en segundo lugar, porque, al seguir ese deseo, ambos son conscientes de que puede venir un tercero, el hijo. No es una acción, por lo tanto, cuyo misterio escape totalmente a nuestra comprensión.

Es una acción llena de misterio. Porque hay algo demasiado grande detrás. La sexualidad es un mundo, porque alcanza hasta lo más íntimo de la persona. Por eso promete tanto, porque se intuye detrás algo que supone plenitud.

¿Qué hay detrás del deseo?

El deseo de entregarse, de cercanía, de unirse, de un modo muy peculiar –sexual– en una unión que conlleva una función procreativa.

El significado, es el valor que perfecciona a la persona. El sentido no viene de la acción física, sino de las personas que la realizan, a las que expresa íntimamente.

La comunión reclama que las personas sean acogidas como persona, no por placer. No es una mera acción que genera placer: expresa unión, amor, lo realiza corporalmente. Una unión particular (exclusiva, total, definitiva), que potencialmente los puede hacer padres.

Básicamente dos significados.

Significado unitivo.

El acto conyugal tiene un significado porque implica su libertad y su corporeidad: el cuerpo que es expresión de la persona y que por tanto tiene un lenguaje, se transmiten algo. En el encuentro de los cuerpos se encuentran las personas y su amor.

La dignidad humana no acepta –demasiado pobre– que la entrega de los cuerpos tenga solo el sentido de experiencia de placer: si solo fuera eso, instrumentalizaría al otro.

La mutua entrega de los cuerpos es expresión y actualización de la voluntad mutua de donación, por lo que es capaz de unir a sus protagonistas: no solamente sus cuerpos, sino también sus afectos, sus libertades, sus personas, sus vidas. La persona toda ella se da. Y dándose acoge al otro. Este mutuo darse y recibirse en la sexualidad abre el espacio de la intimidad al mutuo encuentro, a la presencia real y concreta de ambos, a la compañía recíproca, al aprecio mutuo.

Dos paréntesis

Los animo a profundizar en la riqueza de contenido del acto conyugal, para que de hecho lo realicen en su vida. Para evitar que la rutina, el egoísmo, la superficialidad, empobrezcan su amor.

Es un desafío: cultivar el amor de verdad.

En una cultura hedonista, que en la sexualidad sólo ve placer, descubrir la grandeza del misterio que viven, y entonces el mismo placer se identificará con el amor y no será algo al margen del mismo…

Para que sea real, es necesaria la virtud de la castidad. No nos da el tiempo: pero la castidad es la integración de la sexualidad en la unidad de la persona. Es decir, la sexualidad integrada, expresa a la persona. Cuando falta la castidad, la sexualidad se desconecta de lo espiritual, se convierte en una cabra loca que corre por el monte en busca de cualquier placer…

Seguimos…

Este significado de la unión conyugal se apoya en la función sexual de acoplamiento sexual mutuo, pero no se reduce a ella, ya que le ofrece una plenitud que la mera funcionalidad sexual no es capaz de producir: la unión de las personas. Y porque es una plenitud, adquiere de ella su significado.

Consuma, resume, concentra toda la unión personal.

Tenemos así la posibilidad de situar esta acción concreta dentro de la globalidad de la vida y entender su valor, su finalización. La unión de los esposos que este acto actualiza y favorece no es su única plenitud. Más aún, para que lo sea, aparece un nuevo significado, la capacidad de ser padres que viene a integrarse no como algo extrínseco, sino como algo que pertenece a la misma unión de ambos, ya que esta unión no es de total complementariedad, sino que implica una cierta asimetría que solo el hijo puede llenar.

La capacidad de ser padres no es algo desligado de esta unión. No es una cuestión meramente biológica… es algo personalísimo.

Es más, ser una carne, ser una sola realidad, en sentido pleno lo son como único principio generativo. En el ser padres, se hacen uno: en cada hijo están los dos… Cuando se separan… es una ficción… porque en los hijos no pueden separar lo que es de cada uno…

Es significado procreativo.

La  comunión de los esposos, por implicar la totalidad de la persona, les hace capaces de transmitir la vida, porque dicha unión implica la función sexual, que incluye la función reproductiva. Son capaces de transmitir la vida. No se trata de que si de hecho la transmiten o no, lo cual depende de muchas cosas.

El hecho es que es una acción capaz de generar a una persona.

Entregarse sexualmente implica, entonces, donar la capacidad de convertirse en padre o madre en virtud de lo que se está haciendo. Esta potencialidad de generar vida que se expresa en el significado procreativo se constituye como un verdadero bien inmanente de la misma acción de los esposos. El que los esposos, uniéndose, estén abiertos a generar una vida indica la plenitud de su amor. Hablamos de «capacidad», porque el hecho de que el hijo venga no dependerá de la sola donación. Solamente un número reducido de uniones entre los esposos es fecunda, pero en todo acto está presente esta fecundidad en esta apertura.

Dios interviene, creando el alma. La acción de los esposos adquiere la forma de una colaboración con Dios creador, asumiendo el significado procreativo

Así los esposos participan de una cualidad singular del amor de Dios: porque Dios ha amado cada persona antes que existiera como alguien digno de existir y ser amado por sí mismo, y ha sido ese amor el que le ha movido a creamos. El amor de los esposos es también así, porque cada persona ha sido amada por sus padres antes de que fuese engendrada. Ella es el fruto de un amor que se dirige, en primer lugar, al cónyuge, pero que, dirigiéndose a él, incluye en sí la posibilidad de acoger un nuevo don del amor. El hijo es así amado también como alguien digno de existir por sí mismo, y no en función de los propios deseos a satisfacer o ulteriores utilidades.

La mutua donación se convierte así en el templo santo donde Dios celebra su liturgia creadora, generando una persona como alguien que es amado por sí mismo.

Por eso el hijo es un don. Engendrar un ser humano es un acto humano, no una consecuencia biológica de un acto humano.

Esta apertura a la fecundidad es necesaria para su amor, no es independiente de él, ni puede ser separado de él.

¡Hace que ese amor no se cierre en ellos mismos!

Por ello, esta dimensión procreativa incluye en sí misma también la dimensión educativa, que se radica, por lo tanto, en el mutuo amor de los esposos, en su mutua entrega.

La unión conyugal incluye en sí el significado de la transmisión de la vida que es posible por el don que Dios hace al amor esponsal.

Por eso protege de egoísmos: porque un egoísmo hacia el posible hijo, no puede no ser también egoísmo entre ellos. La apertura a la vida implica y realiza la apertura entre los esposos.

Por eso esta apertura protege el amor.

De hecho hay muchas menos separaciones y divorcios entre quienes no recurren a la contracepción.

La inseparable unión de los dos significados.

¿Se puede eliminar un significado sin afectar al amor? ¿sin que afecte la naturaleza del acto?

Los significados están unidos: se reclaman mutuamente, en una relación de enriquecimiento mutuo, que es constitutiva para ambos. Tienen una dependencia mutua que procede de la misma realidad. No son independientes.

Si no es un acto de amor, la generación de la vida se desnaturaliza.

El significado procreativo se realiza de modo humano en la donación recíproca de amor. Generar una persona –alguien que debe ser querido por sí mismo, no por su utilidad o conveniencia de su existencia– supone acogerla en sí misma, no puede ser producida. Es el gran problema de la fecundación artificial. En la donación recíproca lo esposos acogen el hijo como un don.

Si no es procreativo, el amor se desvirtúa, porque es lo que lo caracteriza en su más profunda realidad.

El significado unitivo, como acto de donación, es un amor interpersonal en la sexualidad capaz de procrear. Solo este tipo de amor es procreativo a diferencia de otros. Es un amor espiritual y corporal. Desde el inicio está especificado como amor procreativo.

Cada uno de los significados adquiere sentido en relación al otro.

Intentar buscar uno de estos significados independientemente del otro lleva a perder la especificidad de cada uno de ellos. Porque cada uno adquiere su sentido en la relación con el otro: una unión capaz de generar una persona, una procreación en la mutua donación. Esta unión de ambos es lo que constituye la especificidad e identidad de cada uno de ellos.

No es una cuestión moral (un deber ser). Es decir, no es que no se deban separar porque hay una ley que lo exige. Se trata, más bien, de una inseparabilidad antropológica: esto es, no se pueden separar, porque, si se separan, se pierden ambos, haciéndose imposible realizar ninguno.

Y ello porque dejan de ser lo que son. Un amor conyugal que no sea procreativo en su significado no es un amor conyugal, o una procreación que no se dé en la mutua donación no es procreación: serían otra cosa. Así como, en la persona, alma y cuerpo están unidos «sustancialmente» del mismo modo la separación de estos dos significados hace que el acto sexual sea algo distinto desde el punto de vista moral, y no quede especificado por ninguno de ellos, asumiendo otros significados.

Resumen

Son significados. No dos funciones o realidades físicas. Obviamente físicamente une y tiene un significados procreativo. Perdón, pero la acción de introducir espermatozoides en un útero… no parece orientarse a otra cosa más que a fecundar óvulos que pueda haber ahí… pero la cuestión va mucho más allá: es muy profunda.

Es procreativo en la medida que es unitivo. Y porque es unitivo, es procreativo. Porque el tipo de unión de amor que realiza no se cierra en los cónyuges sino que está abierta a un nuevo posible ser fruto de ese amor.

Es un amor tan grande que es creador…, más precisamente procreador  (porque no crea solo, necesita que Dios cree el alma).

Me refiero a procreativo como exigencia antropológica: es el contexto en el que debe ser engendrado un ser humano. Su dignidad exige ser fruto de un acto de amor humano, que esté en sintonía con el acto de amor divino que crea su alma. Fruto del amor de sus padres y del amor de Dios.

Y siempre un don. Porque más allá de que pueda no ser esperado, es fruto de la unión amorosa de sus padres.

Cuando el amor se hace infecundo: el problema de la contracepción

Porque –debemos decirlo– la anticoncepción no es una solución, es un problema.

La malicia de la anticoncepción reside en el rechazo de la fecundidad del otro cónyuge. En excluir anulando positivamente de la unión sexual, la fecundidad de amor.

El problema de la contracepción

¿Dónde se sitúa la dificultad de la contracepción?

No está en la elección de no tener más hijos. Puede haber situaciones complicadas en la vida de los matrimonios en las que no vean conveniente la generación de un nuevo hijo. Elegir no tener más hijos no es el problema de la contracepción, porque, además, también los que recurren a la continencia periódica han elegido no tener más niños.

No está en el método. Tampoco se sitúa el problema en el «medio» elegido para no tener hijos. No es el hecho de ser un medio artificial.

El problema está propiamente a nivel de la definición de la acción «unión sexual» que realizan los esposos en una acción contraceptiva.

Es decir, la acción que hacen: porque la anticoncepción afecta a la acción en lo más profundo, cambiando su naturaleza, al cambiar su significado. Es otro acto distinto, aunque físicamente parezcan idénticos.

Si la unión sexual se define como «entregarse en la totalidad de lo que ambos son» , ahora la acción que realiza es una entrega sexual-contraceptiva, que implica eliminar una dimensión intrínseca de la totalidad de la persona. Los esposos –por determinadas circunstancias que les hace valorar como no oportuno el nacimiento de un nuevo hijo– deciden unirse sexualmente eliminando la posibilidad de ser padres, para así poder encontrarse mutuamente y actualizar la unión de sus personas.

¿Se unen de verdad? Cierto que se unen corporalmente, pero en la entrega del cuerpo no está la voluntad de entrega en totalidad, porque han eliminado la posibilidad de ser padres. Entonces, en el acto de voluntad de donación recíproca, se ha introducido un elemento que lo cambia, esto es, deja de ser una entrega en totalidad y una acogida en totalidad de lo que ambos son en su realidad personal. Los cuerpos, ciertamente, están unidos. Pero el acto de amor que motiva la entrega es un acto de amor que se ha hecho infecundo intencionalmente, por lo que no es un acto de amor total.

Ha surgido, dentro del acto de amor, una nueva intención que se dirige contra la función reproductiva, eliminándola. Pero de este modo, la acción deja de tener inmediatamente un significado procreativo, ya que se ha hecho infecunda. Al perder el significado procreativo, la donación deja de tener un significado unitivo, porque a nivel intencional no se incluye la totalidad de entrega. ¿Qué queda en él? Queda la función sexual.

No es una entrega total porque se unen específicamente en cuanto varón y mujer, pero excluyen la fecundidad que es específico de su masculinidad y feminidad.

Como se puede apreciar en la explicación realizada, el problema de la contracepción está en la intención de hacer estéril el amor, y no en que la funcionalidad reproductiva pueda o no realizarse. La misma declaración magisterial que rechaza la contracepción especifica que se trata de aquella acción que se proponga hacer estéril el amor: esto es, que tenga esa intención:

Queda excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga (intendat), como fin o como medio, hacer imposible la procreación (HV 14).

¿Por qué? Sencillamente, porque esta intención de hacer infecundo el amor contradice la verdad del amor conyugal. Aquí está su drama: lo hace imposible, ya que elimina su especificidad propia. El lenguaje sexual, interactuar sexualmente, pierde ahora su significado propio, el de la totalidad de una donación y de una acogida, para adquirir un nuevo significado, el de la posibilidad de colmar una necesidad, un deseo. De ser un regalo mutuo que los esposos se hacían, pasa a ser la ocasión de saciar una carencia, un deseo. Se ha introducido una lógica muy diferente en la sexualidad: ya no es la lógica de la donación, sino la lógica de la necesidad. Aquí está el cambio simbólico que se ha introducido y que vendrá a determinar su relación.

Ciertamente, los esposos pensarán que no es así como ellos quieren vivir sexualmente su amor, proponiéndose la posibilidad de expresarse mutuamente su aprecio, de encontrar momentos de intimidad. Es cierto, pero el problema es que la expresión de ese amor ha sido vaciada de contenido: no dirigiéndose a la donación y aceptación en totalidad de la otra persona, se concentra en la posibilidad que esta acción tiene de autosatisfacción. Aquí está su sentido, más allá de la vivencia que le quieran dar.

No hay entrega… sino satisfacción de una necesidad de sexo… o te necesita a vos sexualmente, si apertura a la familia. Excluyo tu fecundidad, no la quiero…. El acto sale de la esfera de la donación mutua.

Como vemos la anticoncepción no respeta la dinámica del amor conyugal. Por eso siempre fue considerada ilícita.

La píldora es de los 60… pero la anticoncepción existió siempre. En el primer libro de la Biblia aparece: Onán (2º hijo de Judá, es decir, bisnieto de Abraham) le da el nombre al pecado de onanismo (coito interrupto). 1900 años antes de Cristo.

Hasta 1930 todas las confesiones cristianas fueron unánimes. Los anglicanos fueron los primeros… Ahora desgraciadamente, se han apartado de la tradición moral judeocristiana.

Las consecuencias han sido nefastas. Las pandemia de rupturas matrimoniales, tiene en parte su raíz acá. El aborto. La aceptación social de la homosexualidad.

No soy profeta.., pero hace 30 años… decía: quien acepta la anticoncepción, no tiene argumentos para rechazar la homosexualidad, porque está destruyendo la lógica del acto sexual y el sentido de la sexualidad…

Los divorcios de los que hablé al principio: iter: no procreación, no matrimonio, no amor, no biología… solo placer. Trágico para el sexo, y trágico para la persona porque afecta profundamente la capacidad de amar, y por tanto de ser felices.

Cuando el Gobierno de CABA les dice a los adolescentes: disfruta tus derechos, los está animando frívolamente a dar rienda suelta al instinto sexual… y los destruye. ¡Pobres! Se incapacitan para amar de verdad… Además de agarrarse todas las ETS y empujarlos al aborto.

Regulación natural de la fertilidad

¿Cómo afrontar, entonces, aquellas situaciones más o menos temporales en la vida matrimonial en las que no se ve prudente engendrar un hijo más? Estas situaciones concretas de salud física o psicológica, de momento económico o laboral de la familia u otras semejantes, pueden llevar a los esposos a «interpretar» la voluntad de Dios respecto a su vida conyugal y entender que deberían distanciar o posponer la posibilidad del nacimiento de un hijo.

El mismo Creador ha puesto en el dinamismo sexual de la mujer la posibilidad de administrar la fertilidad. Hoy en día es relativamente fácil conocer los ritmos de fertilidad de la mujer con los diferentes métodos de observación.

Y de eso tratan los métodos de regulación natural de la fertilidad.

Premisa: exige un cambio en la vida sexual de la pareja.

Para eso hace falta de una manera particular la virtud de la castidad, como virtud del amor verdadero, ya que, integrando los diversos dinamismos del amor en el amor a la persona, al don de sí misma y a la acogida de la persona amada en totalidad, es capaz de mover al sujeto a cambiar su comportamiento sexual, adaptando su vida sexual a los ritmos de fecundidad.

Así, los esposos se unirán conyugalmente en los tiempos en que previsiblemente la mujer es infecunda, dejando de unirse en los momentos de previsible fecundidad.

Este cambio de su comportamiento sexual tiene lugar por una motivación muy gorda: conservar el sentido íntegro que la mutua unión tiene, esto es, el don total de sí mismos. Por esta razón, el hecho de cambiar entraña ya en sí un acto de amor a la persona, y un acto de amor que compromete también la corporeidad.

¿Esto atenta contra el significado procreativo?

Ciertamente que los esposos obran así porque han elegido no tener un hijo. Los esposos obran así porque han elegido no tener un hijo. Pero esta elección no les mueve a realizar nada contra la función reproductiva, por lo que el significado procreativo de sus actos permanece inalterable: son actos -en sí y por sí mismos- capaces de engendrar vida, aunque ahora la función reproductiva no se activa porque en sí misma no es capaz de hacerlo. Con ello están administrando una posibilidad dada por el Creador de la naturaleza humana.

El que los esposos no quieran tener hijos no es algo negativo, si ellos tienen motivos serios para no tenerlos.

La dificultad surge cuando se hace intencionalmente algo contra la totalidad de la entrega, eliminando de ella la posibilidad de ser padres.

La continencia periódica y los métodos contraceptivos comparten, por tanto, algo: la elección de posponer el nacimiento de un hijo.

Sin embargo se configuran como acciones totalmente diferentes.

La radicalidad de su diferencia reside en que, en la continencia periódica, la persona asume el dinamismo sexual-afectivo y, por amor a la persona, espera el momento oportuno para unirse. Mientras que, en la contracepción, la persona no asume su dinamismo sexual-afectivo en su integridad, realizándolo sin implicar una totalidad de entrega, para lo que debe resolver técnicamente el problema que le plantea: debe hacerlo estéril.

Es verdad que cambiar las costumbres sexuales no es fácil: exige  dominio de sí, y conocimiento de un método que, en ocasiones, puede ser complejo.

La dificultad es real. No hay que minusvalorarla. Pero, se le puede dar vuelta y verla no como un obstáculo a su espontaneidad, sino como una ocasión de madurez en su propio amor. La continencia periódica exige madurez porque requiere un diálogo recíproco, una escucha atenta de la otra persona, un aprender a esperar sus propios tiempos, ya que no siempre se encuentra disponible para la unión conyugal.

La continencia periódica pide asumir el impulso sexual en el amor personal, evitando que este impulso tienda a imponerse como una exigencia. La castidad conyugal ayuda a los esposos a orientar su mirada, a integrar los dinamismos del amor, a buscar con creatividad formas nuevas de expresión de la ternura y del diálogo que permitan abrir espacios de comunión y transmitirse su mutua compañía.

No tiene porqué apagar el amor, lo puede enriquecer.

Integrarlo en el seguimiento de Cristo.

Por otro lado, la dificultad que puede conllevar la continencia periódica en la vida de los esposos no es algo extraño a su propio amor conyugal. Al pertenecer al mismo dinamismo amoroso integrado por la virtud de la castidad, constituye el caminar del matrimonio, que en el seguimiento de Jesús es capaz de acoger los desafíos que conlleva su propia vocación. Es cierto que estos desafíos pueden implicar momentos difíciles, por el esfuerzo que comportan: esfuerzo en el cambio del comportamiento sexual, en el dominio del impulso erótico, de la imaginación y de la atención que se le presta… El gozo de la comunión vivida en la entrega sexual incluye también la dificultad que pueden suponer los momentos de abstinencia. Este es su modo propio de amarse, y, por ello, de seguir a Jesús y, por lo tanto, su modo propio también de santificación.

Diferencia con la anticoncepción: a dos niveles

La exhortación apostólica Familiaris consortio habla, en su número 32, de la diferencia antropológica y moral entre el método de la continencia periódica y el método contraceptivo. Es una diferencia antropológica, porque está en juego es el sentido de la sexualidad, la posibilidad de expresar a la persona en el lenguaje sexual: posibilidad que se ancla no simplemente en un «querer expresar el amor», sino en un efectivo entregarse en totalidad. El cuerpo con todos sus dinamismos se convierte en verdadero sujeto de acción junto con el espíritu, en verdadero principio de operación. La continencia periódica asume la subjetividad del cuerpo en la totalidad de entrega, permite que sea verdadero principio operativo; mientras que, en la contracepción, se establece una división entre el amor espiritual, lo que quiere expresarse, y el lenguaje corporal, lo que de hecho se da, objetivando el cuerpo al eliminar de él su capacidad procreativa.

Y es una diferencia ética, porque entre ambos métodos hay una diferencia radical en el modo como la persona se sitúa ante el impulso sexual y la acción: en la continencia periódica lo hace como verdadero dueño de sí mismo, por lo que puede cambiar su comportamiento y entregar un amor entero; mientras que, en la contracepción, no lo domina y quiere dejarse llevar de él, para lo que tiene que resolver técnicamente el problema que se le plantea.

Un desafío…

Esto es mucho más que un mandamiento a vivir (el sexto), es un desafío, posiblemente uno de los mayores desafíos de los matrimonios católicos.

El desafío de mostrar al mundo que este punto de la moral, no es una carga insufrible, sino una protección del amor y garantía de felicidad, también cuando cuesta vivirlo, cuando se puede hacer cuesta arriba, incluso cuando el cónyuge no entienda mucho.

Es una cuestión de fe, de creer y confiar que Dios no pide imposibles, y que lo que pide es camino de felicidad.

Muy floja estaría nuestra fe, si la viéramos como una carga, y no como una liberación.

Tenemos, –tienen– toda la gracia sacramental para vivirlo y testimoniarlo con alegría.

Muchas gracias.

Eduardo Volpacchio
Córdoba, 27 de julio de 2020

Quiéreme cuando menos lo merezca (nueva versión)

La canción:

Video de la charla para matrimonios

El amor nos engrandece y nos mejora

Si Dios es amor, el amor es lo que más nos asemeja a Dios.

Por eso el amor nos mejora.

Amar nos engrandece. El amor saca lo mejor de nosotros. Por amor somos capaces de cosas de las que no seríamos capaces sin amor.

El amor mejora a los demás. Sólo amándolos serán mejores. La base de la autoestima de una persona se construye con el amor de los padres: quien se sabe y siente amado con amor incondicional, tendrá una buena autoestima.

El amor completo, maduro, en plenitud, es incondicional.

No es un premio: te portaste bien, entonces, te amor… Es gratuito. No es merecido: te amo porque merecés mi amor…

Se ama personas, no partes de personas: no somos partibles… Si te amo, te amo a vos, como sos, no la imagen que yo tenía de vos: eso es un fantasma…

Si amo solo que me gusta de vos, lo valioso, lo que me hace sentir bien… todavía no he llegado a amarte a vos: se ama a la persona. El amor madura: toda la vida.

El amor de mis padres después de 62 años de casados… era mucho más grande que el del día que se casaron. Y mi padre estaba bastante sordo, mi madre tiene problemas para caminar…

Es clásica la distinción de amor de concupiscencia y de benevolencia. Concupiscencia: amor básico: por el bien que me hace, me gusta… pizza love, lo llama Mary Bonacci. Benevolencia: amor por sí mismo, gusto de hacer feliz, tu existencia llena mi vida, te amo a vos. Amor de madres. Primero tiende a ser posesivo: sos mío (está centrado en mí, por eso puede ser más egoísta…). El segundo es de entrega: soy feliz haciéndote feliz…

Todo amor comienza con complacencia y debería madurar en la entrega (que obviamente incluye el gusto). Similar a la distinción entre eros y ágape.

Amor incondicional. Amo a esta persona, amor que incluye sus defectos (que los tiene).

El amor nos mejora y hace mejor a los demás.

Sólo mejoramos en un clima de amor y con una actitud positiva (y los demás también)

La crítica nos humilla, no nos hace mejores. El pase de factura, nos enoja; sentirnos atacados, nos lleva a defendernos y nos mueve al contraataque. No es verdad que la ley con sangre entra…

Todos tenemos discapacidades: nuestras limitaciones y defectos. Discapacidades afectivas, intelectuales, de atención (no nos damos cuenta de cosas, como un sordo no escucha, y no es por mala voluntad…). Cuando una persona anda en silla de ruedas, no le echamos en cara que no pueda caminar, sino que con cariño procuramos ayudarla… De manera similar deberíamos reaccionar ante las discapacidades de carácter o personalidad de los seres queridos.

¿Cómo conseguir amar cuando el otro no lo merezca? ¿Cómo dejarme amar cuando yo no lo merezca (o cómo facilitarme que me ame… cuando no lo merezco: porque si se lo hago más difícil…)?

1.      Conocerse mutuamente, con empatía (sólo desde el otro podemos conocerlo).

Cuando llegué a Kenia, en escala a mi ida a vivir en Uganda, un sacerdote español que llevaba muchos años en África, me dijo: no te preocupes, ya entenderás las costumbres de estos países… Pensé que entendía… pero pasados dos años comprendí el consejo recibido al llegar… uno mira desde dentro: al llegar yo entendía, pero entendía y juzgaba desde mis esquemas mentales argentinos: lo entendía desde otra perspectiva; necesita tiempo para conseguir meterme en la cultura africana y entenderla desde dentro.

Si no sé lo que le pasa, difícilmente lo entienda, imposible que lo pueda ayudar, evitar lo que le molesta. Sólo podré hacerlo feliz si sé lo que lo hace feliz. Y sólo podrá hacerme feliz si sabe lo que me hace feliz.

Parece una tontería, pero no lo es.

Tratar de comprender al otro. Cosa que no es fácil: los varones y las mujeres pensamos, sentimos, experimentamos y reaccionamos de manera diferente. No olvides el famoso libro: Los hombres son de marte y las mujeres de venus. Y tenemos que aprender cómo vive las cosas el otro, de otro modo seremos injustos en nuestra valoración. Y para esto hay que aprender a escuchar sin defenderse, sin sentirse atacado. Y a expresarse abriendo el corazón, sin atacar, buscando entender al otro y que el otro entienda lo que me pasa. Con esa mutua empatía, no vamos poniendo en condiciones de comprendernos y ayudarnos.

Tratar de entender al otro y comunicar sentimientos.

Varones y mujeres tenemos necesidades distintas. Además, se suman las diferencias de carácter que tenemos.

“Debería darse cuenta”… a veces decimos enojados. Pero posiblemente no se da cuenta. Habrá que decírselo.

No me corresponde. No lo valora. Le enoja todo. Siempre quiere salirse con la suya… El asunto es ¿cómo lo digo sin que se ofenda? ¿cómo lo digo con cariño, de modo positivo, animante?

Y ¿cómo me dejo decir las cosas? Caso mujer que me dice: Padre, tengo un problema…

Todos tenemos ese problema: dejarnos decir las cosas, todo: sin ofenderme, sin defenderme, sin replicar (en silencio, escuchar, dejar hablar), si atacar, sin refugiarme en una cueva después…

Una tentación frecuente es banalizar las necesidades que yo no experimento. Quien no siente la necesidad de algo que el otro le reclama, tiende a pensar que lo que el otro le pide o le reclama es una pavada. Si soy muy casero y no me gusta salir, cuando me reclamen que salimos poco, reaccionaré menospreciando esa necesidad… Sin empatía, solo consigo aumentar el sufrimiento del otro, ya que no se siente comprendido (porque de hecho, no lo comprendo…), y rechazo satisfacer su necesidad.

Los varones -simplificando muchísimo…- necesitan sexo y comida. Las mujeres, cariño, compartir, hablar. Los varones y las mujeres suelen quejarse de las mismas cosas del «otro bando». ¿Y si en vez de despreciar las necesidades ajenas, cada uno se propone ayudar a satisfacerlas? ¿Y si cada uno se propone hacer feliz al otro, en vez de reclamar lo que el otro no le provee?

Sólo me conocerá si me doy a conocer. No pretender que sepa o adivine lo que me pasa. Porque le otro no es yo… es él o ella.

Para  esto fundamental mejorar la comunicación. Sin discursos, sin sermones. No se trata de recordar al otro lo que no hace o hace mal, sino de trasmitirle una necesidad mía que el otro no percibe. Alcanzan frases telegráficas: «me haría feliz…», «no sabés cuanto valoro…», «me dolió mucho lo que me dijiste el otro día…». Sin sermón, sin reclamo.

Mostrar necesidades no es una debilidad. Mostrarnos vulnerables (que algo nos hirió) no es humillante. Todos necesitamos ayuda. Todos tenemos necesidades. Todos necesitamos cariño. Pedirlo cuando haga falta: ¿necesito que me abraces…?

Transmitir mi emoción, sentimiento, carencia… para que el otro lo sepa, para que después lo piense. Con cariño, sin buscar hacerlo sentir culpable: solo para que sepa que algo me haría feliz o lo que me duele. Y si la otra parte tiene un mínimo de corazón –que sí lo tiene– se empeñará en satisfacer esa necesidad o en intentar no volver a hacer sufrir.

2.      Principio básico: No sólo el otro tiene que mejorar…

Cada uno de los cónyuges solo puede mejorar a uno de ellos… a él mismo. Pero a veces nos empeñamos en cambiar al otro… y así no vamos muy lejos.

Los defectos del otro, muchas veces, pueden ser una gran ocasión para que yo crezca en virtud. Y mi intolerancia ante ellos, es fruto –en parte– de mi falta de virtud.

Puede acabarse la paciencia –y se nos acaba–, pero en ese caso el problema es de mi paciencia, no del otro. Y siempre puedo recargar la paciencia que necesito.

Cuando hay buena voluntad de los dos lados, casi siempre se puede llegar a una situación aceptable para los dos lados, que es muchísimo mejor que la separación.

¿Qué pasa cuando echamos en cara lo que nos pasa?

Cuando uno está molesto, enojado, cansado… la primera reacción es cargar sobre quien se considera culpable de mis problemas y echarle en cara todo el asunto.

Olvidamos que, en parte, yo también soy culpable de mi malestar: mi impaciencia, mi soberbia, mi baja autoestima, mi frustración, mi susceptibilidad… hacen que me dé manija y agrande problemas.

Además achacar al otro mis problemas no arregla nada. Suscita en el otro, la actitud refleja de defenderse. Ante un ataque recibido, no me fijo en lo que el otro sufre o tiene razón, sino que busco defenderme. Y ¿cual es la mejor defensa? El ataque. De manera, que paso a echar en cara, los defectos del otro. Así entramos en una discusión sobre la malicia del otro, tratando de convencernos que el otro es muy malo… en vez de buscar cómo querernos mejor y hacernos más felices.

Y así se puede vivir en una espiral de reclamo y de mirar negativamente al otro… solamente como defensa de mí mismo… 

Para ser felices necesitamos querernos más, mirarnos positivamente, ayudarnos… no atacarnos, criticarnos, defendernos…

3.      Punto de partida: amor, actitud positiva, no boicotear el amor

El amor encuentra dificultades, tiene que superar obstáculos y pasa por pruebas que lo maduran, purifican, profundizan, testean su autenticidad, pero también dan lugar a crisis que pueden destruirlo. Es natural que se presenten, sabemos que se presentan, más suaves o más fuertes. La relación puede salir de ellas más sólida que antes. Depende de cómo se manejen, pueden sacar de nosotros lo mejor o lo peor, depende de nosotros: somos libres.

Cuando uno tiene problemas está incómodo, lo pasa mal. El problema se presenta cuando ese malestar dirige el comportamiento y en vez de buscar soluciones, se echa la culpa de los mismos a la otra persona, se pone a la defensiva, en lugar de atacar el problema, se ataca al cónyuge…

Las diferencias matrimoniales se resuelven apostando por mejorar y aumentar lo que los une, no dinamitándolo todo… Así las dificultades podrán ser consideradas en un ambiente positivo y de esperanza, único en el que se resuelven.

Y es importante, no permitir que ese malestar marque la agenda y las respuestas que se dan.

Que sean nuestras virtudes y no nuestros defectos los que manden. Sería muy loco y triste que la soberbia (resistencia a perdonar, a ceder…), el egoísmo (agarrarnos a una pavada y perder lo más importante), el rencor, el deseo de vengarse le ganen a la humildad, el amor, el perdón y la generosidad. Tenemos que evitar que los enojos destruyan lo que más queremos: la familia.

A veces escuchando historias de rupturas matrimoniales me impresiona la cantidad de errores gordos no forzados, tontos, pequeños, que van haciendo una bola de nieve, que acaba destruyendo tontamente una historia de amor. 

Con una actitud de bronca, rencor, venganza, impaciencia, incomprensión… las cosas empeoran, no mejoran. Esto es clarísimo, y es el punto de partida. Sólo desde una actitud positiva ante el otro es puede progresar y encarar problemas, dificultades, errores, etc.

Los problemas de comunicación se mejoran con comunicación, no rompiendo la comunicación. Los problemas matrimoniales se resuelven mejorando el matrimonio, no rompiéndolo…

Si me molestan cosas de mi cónyuge no será poniendo distancia, dándome manija o con pequeñas venganzas cómo contribuya a mejorar la relación… Cuántas veces una mujer, ante la falta de cariño de su marido, reacciona poniendo distancia e indiferencia. ¿Es un buen sistema para conseguir cariño? Parece que no… Y es falso el argumento de que lo hago “para que se dé cuenta…”. Porque de lo único de lo que se dará cuenta es que estoy contra él… y a veces ni sabe por qué. El devolver mal por mal –aunque sea indiferencia–, multiplica el mal, no lo combate. Cuantas veces un marido ante el malestar de su mujer, se refugia en el televisor, en el Ipad, en el deporte… con lo que lo único que consigue es aumentar ese malestar…

Los problemas de relación se mejoran de muchas maneras, pero hay cosas que no la mejoran, sino que la boicotean. Sería triste convertirse en saboteador del amor de nuestra vida.

Cuando algo está roto, hay que procurar repararlo, no destruirlo del todo. No demoler, sino construir.

No es fácil. Hay que aprender, cultivar la paciencia (lo bueno crece de a poco), la humildad (la soberbia lo pudre todo) y la generosidad (el egoísmo destruye el amor). Todo lo que sigue supone un mínimo de buena voluntad de las dos partes, que casi siempre –al menos teóricamente existe–. Y a partir de allí construir.

Hay una canción de la Oreja de Van Gogh que podría ser un buen lema para los matrimonios: “quiéreme cuando menos lo merezca”. Me parece colosal.

No siempre merecemos amor… y siempre lo necesitamos, también cuando no lo merecemos. Si amamos a los demás, los amaremos también cuando no lo merecen… porque no son descartables… Incondicionalmente.

 ¿Cuándo necesito más amor? Cuando menos lo merezco. Y entonces, ese amor no merecido, podrá hacer surgir en mí amor… que me haga merecedor de ese amor que ahora no merezco… Si esperamos que el otro lo merezca, para amarlo… nunca conseguiremos que lo merezca. Aprender de Dios que nos amó y nos ama siempre primero, sin que lo merezcamos. Y así puede despertar nuestro amor.

4.      Con malas políticas es imposible conseguir buenos resultados

Vencer el propio malestar para encarar las cosas

Muchas veces la gente –todos sentimos la tentación– hace todo lo contrario de lo que debería hacer para conseguir lo que querría. Porque el enojo y el malestar interior son de los peores consejeros: difícilmente ofrecerán alternativas positivas y esperanzadoras.

Cuál es la reacción instintiva ante algo que molesta o cuya carencia me hace sufrir (y el peor método para resolverlo): echar en cara al cónyuge la carencia de lo que quiero.

Echar en cara conductas o actitudes que molestan, duelen, hacen sufrir… no ayuda a nadie a cambiar. Es un desahogo –normalmente agresivo o victimista–. Humilla al otro, normalmente lo ofende (aunque sea verdadero).

No puedo sentarme a esperar que cambie, tengo que involucrarme en su cambio.

Sin echar en cara, animando, pidiendo, motivando…

Maridos y mujeres se suelen echar en cara lo que les molesta o las necesidades que el otro no satisface.

Empatía. Meterse en los zapatos del otro, no intentar meter de prepo al otro en los míos… No es fácil porque son distintos, tienen necesidades distintas. Hay que esforzarse por conocer las necesidades del otro, una necesidad que yo puedo no experimentar en absoluto, y que no por eso no es importante.

Qué es importante para mí, qué es importante para el otro. Que el otro sepa qué es importante para mí. El amor lleva a esforzarme para que sea importante para mí, lo que  es importante para el otro…

¿Qué es lo espontáneo? Que me parezca insoportable lo que me molesta del otro, y que me parezca una pavada lo que al otro le molesta de mí… Porque a cada uno le parece importante lo que pretende y banal lo pretendido por el otro.

Que lo importante para el otro sea importante para mí, porque lo quiero.

Si se descuidan –y se dejan llevar por esa tendencia natural– comienzan a carecer de la mínima empatía necesaria para el diálogo. Esto hace muy difícil la comunicación y uno cada vez está más enojado… Entonces recurre a meterse en la propia trinchera para defenderse de los reclamos ajenos, y a su vez bombardear la otra trinchera con reclamos propios, para demostrarle al otro qué malo que es… y que es mucho peor que yo… Se enojan cada vez más, buscan y encuentran cada vez más cosas negativas en el otro. Se van haciendo incapaces de ver cosas buenas. Se va viendo al otro como culpable de todos mis problemas… Un espiral que –si no se maneja bien– acaba explotando…

Hay que aprender a ser paciente y abrir el corazón sin echar en cara. A escuchar sin defenderse. A comprender al otro, ya que mientras no lo comprenda, no pondré entender lo que le pasa y no podremos resolver los problemas (que como los problemas matemáticos, tienen solución).

No discutir enojados

Un principio fundamental: no discutir enojados. Porque enojados decimos muchas cosas que no pensamos realmente, de la peor manera y que se graban a fuego en la otra persona. «Vos siempre…», «vos nunca…»… «ya no te quiero…»»Como tu padre/madre/…».

Solo se busca herir… y se lo consigue. La persona herida, busca venganza y busca herir… Lastimándose mutuamente no arreglarán nada.

Aprender a manejar mejor: si chocamos es porque manejamos mal, no supimos esquivar el choque, frenar… Si chocamos nos abollamos los dos, nos duele a los dos… Obvio hay que evitar choques…

Parece de locos, pero somos así. Por eso hemos de estar atentos. Si lo manejaran mejor… –los dos– podrían vivir en paz. Vale la pena.

Decirlo: no quiero herirte, hacerte sentir mal, ofenderte… te quiero… Decirlo: te quiero: no te digo esto porque te odie o no te quiera. Quiero que seamos felices y nos hagamos felices el uno al otro.

Si quiero resolver las cosas, ayudar a ser mejor, tengo que hacerlo sin humillar, animando a mejorar, no aplastarlo por lo malo que es…

No se trata de dar oportunidades

A veces, cuando un cónyuge está cansado del otro, lo llena de reproches y, en un alarde de generosidad, se propone darle otra oportunidad para que cambie…

Pero no es cuestión de dar oportunidades. Como quien toma un examen para ver si el cónyuge aprueba o es reprobado. El asunto es cómo nos ayudamos, entre los dos, a superar problemas de comunicación, carácter, defectos… que todos tenemos. 

Las cuestiones de amor nunca se resuelven así. Cuando lo pongo a prueba, muchas veces, inconscientemente, tengo la disponibilidad de bocharlo. Pero yo no debería querer bocharlo, debería querer verlo superar con creces el problema que me enoja, molesta, duele, impacienta… Sí le exijo cuestiones concretas, que las charlamos, «negociamos», tirando los dos para el mismo lado.

Se trata de crear oportunidades, de dar ocasiones, de facilitar lo que quiero o necesito del otro.

5.      Búsqueda de acuerdos.

Somos distintos. Hay personas más caseras y otras más salidoras. Unos más deportista y otros más sedentarios. Unos más independientes y otros que disfrutan compartiéndolo todo. Unos que necesitan más aire, y otros que tienen a asfixiar al otro… Por eso, hay que encontrar modos de vivir en pareja, en la cual los dos se sientan a gusto. Algunas parejas necesitarán más aire… y eso les hará bien. Hace falta creatividad para modelar el propio estilo de pareja.

Y cuando no hay acuerdos en algunas cuestiones, renunciar por amor a eso que no consigo quizá sea la solución. Obviamente, en una relación sana, las renuncias no son unilaterales, sino que el amor lleva a los dos a renunciar a algunas cosas. Y si la renuncia es por amor, no genera rencores, ni es traumática…

Una concepción del amor como satisfacción personal conduce a fracasar afectivamente. Un amor sin entrega no es amor. Pero entrega amorosa, no entrega rencorosa (cedo, pero me quedo herido, guardo rencor por haber tenido que renunciar a eso…).

Las renuncias rencorosas hacen mal al corazón. Si renuncio a algo, sin «perdonar» al otro por esa renuncia, mala cosa… eso no es un acto de amor. Cuando la renuncia es un acto de amor, me hace feliz. Si me amarga, significa que no la he procesado bien…

Estoy convencido que dos personas, mínimamente buenas y generosas, son capaces de vivir en armonía, más allá de los cortocircuitos que puedan tener. Si el amor las llevó a casarse, significa que tienen la base mínima necesaria –que es bastante grande– para edificar una pareja razonablemente amable. Lo que, en algunos casos, puede incluir tratamientos psicológicos y psiquiátricos cuando haga falta…

6.      Invertir cariño.

San Juan de la Cruz nos dejó la extraordinaria frase llena de riqueza: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

En esta enseñanza se condensan tres enseñanzas de San Pablo:

  1. Uno siembra lo que cosecha. Alguna temporada la cosecha se perderá y no se recoge, como pasa en la agricultura, pero también es posible que la siguiente posiblemente coseche más de lo esperado… Quien deja de sembrar por una mala cosecha, no volverá a cosechar nunca.

El que siembra abundantemente cosecha abundantemente…: “Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

  • Ahogar el mal en abundancia de bien: “Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos.  Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos (…) No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12,14-21).

3) «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hechos 20,35).

San Pablo recuerda estas palabras de Jesús. Si das generosamente, te llenarás de alegría. Se encuentra la felicidad, no cuando se la busca para uno mismo, sino cuando se la busca para los demás… No midas tanto lo que recibís… Pon amor y sacarás amor. No te canses de amar, serás feliz.

Sabiendo que –si lo hacemos por Dios– nada nunca se pierde….

7.      Esperanza

La esperanza es de las virtudes más importantes. Todo lo que se consigue, es porque se ha confiado en conseguirlo. Cuando no se espera, no se consigue.

La desesperanza, el pesimismo, la visión negativa y tremendista, son sentimientos que salen de mi corazón, y debo trabajar sobre ellos. Soy libre de aceptarlos o buscar generar otros. Solo con una actitud positiva y esperanzada mejoran las cosas.

Hay motivos para tenerla, porque se han amado mucho; y tienen muchos motivos para luchar. A partir de esa esperanza se pueden curar heridas y construir un futuro mejor.

Esperanza, además, porque hay milagros. He visto muchos “milagros matrimoniales”.

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 30 de julio de 2020

Quiéreme cuando menos lo merezca*

Ideas para prevenir, evitar y superar crisis matrimoniales.


Algunos modos eficientes y contraproducentes de encarar dificultades matrimoniales

Este artículo complementa uno anterior: ¿Separarse es una buena solución?

Como dice la canción de la Oreja de Van Gogh cuando más necesito que me quieras, es cuando menos lo merezco… Eso sí que es amor, y protege el amor: porque ambos cónyuges hay momentos en que merecen cualquier cosa menos amor… Y es ese, precisamente, el momento para quererlos, porque queriéndolos es como se los ayuda a que comiencen a merecerlo…

El amor encuentra dificultades, tiene que superar obstáculos y pasa por pruebas que lo maduran, purifican, profundizan, testean su autenticidad, pero también dan lugar a crisis que pueden destruirlo. Es natural que se presenten, sabemos que se presentan, más suaves o más fuertes. La relación puede salir de ellas más sólida que antes. Depende de cómo se manejen, pueden sacar de nosotros lo mejor o lo peor, depende de nosotros: somos libres.

Cuando uno tiene problemas está incómodo, lo pasa mal. El problema se presenta cuando ese malestar dirige el comportamiento y en vez de buscar soluciones, se echa la culpa de los mismos a la otra persona.

Las diferencias matrimoniales se resuelven apostando por mejorar y aumentar lo que los une, no dinamitándolo todo… Así las dificultades podrán ser consideradas en un ambiente positivo y de esperanza, único en el que se resuelven.

Y es importante, no permitir que ese malestar marque la agenda y las respuestas que se dan.

Que sean nuestras virtudes y no nuestros defectos los que manden. Sería muy loco y triste que la soberbia (resistencia a perdonar, a ceder…), el egoísmo (agarrarnos a una pavada y perder lo más importante), el rencor, el deseo de vengarse le ganen a la humildad, el amor, el perdón y la generosidad. Tenemos que evitar que los enojos destruyan lo que más queremos: la familia.

A veces escuchando historias de rupturas matrimoniales me impresiona la cantidad de errores gordos no forzados, tontos, pequeños, que van haciendo una bola de nieve, que acaba destruyendo tontamente una historia de amor. 

Con una actitud de bronca, rencor, venganza, impaciencia, incomprensión… las cosas empeoran, no mejoran. Esto es clarísimo, y es el punto de partida. Sólo desde una actitud positiva ante el otro es puede progresar y encarar problemas, dificultades, errores, etc.

Los problemas de comunicación se mejoran con comunicación, no rompiendo la comunicación. Los problemas matrimoniales se resuelven mejorando el matrimonio, no rompiéndolo…

Si me molestan cosas de mi cónyuge no será poniendo distancia, dándome manija o con pequeñas venganzas cómo contribuya a mejorar la relación… Cuántas veces una mujer, ante la falta de cariño de su marido, reacciona poniendo distancia e indiferencia. ¿Es un buen sistema para conseguir cariño? Parece que no… Y es falso el argumento de que lo hago “para que se dé cuenta…”. Porque de lo único de lo que se dará cuenta es que estoy contra él… y a veces ni sabe por qué. El devolver mal por mal –aunque sea indiferencia–, multiplica el mal, no lo combate. Cuantas veces un marido ante el malestar de su mujer, se refugia en el televisor, en el Ipad, en el deporte… con lo que lo único que consigue es aumentar ese malestar…

Los problemas de relación se mejoran de muchas maneras, pero hay cosas que no la mejoran, sino que la acaban por destruir.

Cuando algo está roto, hay que procurar repararlo, no destruirlo del todo. No demoler, sino construir.

No es fácil. Hay que aprender, cultivar la paciencia (lo bueno crece de a poco), la humildad (la soberbia lo pudre todo) y la generosidad (el egoísmo destruye el amor). Todo lo que sigue supone un mínimo de buena voluntad de las dos partes, que casi siempre –al menos teóricamente existe–. Y a partir de allí construir.

Hay una canción de la Oreja de Van Gogh que podría ser un buen lema para los matrimonios: “quiéreme cuando menos lo merezca”. Me parece colosal. ¿Cuándo necesito más amor? Cuando menos lo merezco. Y entonces, ese amor no merecido, podrá hacer surgir en mí amor… que me haga merecedor de ese amor que ahora no merezco… Si esperamos que el otro lo merezca, para amarlo… nunca conseguiremos que lo merezca. Aprender de Dios que nos amó y nos ama siempre primero, sin que lo merezcamos. Y así puede despertar nuestro amor.

Vencer el propio malestar para encarar las cosas

Muchas veces la gente –todos sentimos la tentación– hace todo lo contrario de lo que debería hacer para conseguir lo que querría. Porque el enojo y el malestar interior son de los peores consejeros: difícilmente ofrecerán alternativas positivas y esperanzadoras.

Cuál es la reacción por excelencia ante algo que molesta o cuya carencia me hace sufrir (y el peor método para resolverlo): echar en cara al cónyuge la carencia de lo que quiero.

Echar en cara conductas o actitudes que molestan, duelen, hacen sufrir… no ayuda a nadie a cambiar. Es un desahogo –normalmente agresivo o victimista–. Humilla al otro, normalmente lo ofende (aunque sea verdadero).

Un principio fundamental: no discutir enojados. Porque enojados decimos muchas cosas que no pensamos realmente, de la peor manera y que se graban a fuego en la otra persona. «Vos siempre…», «vos nunca…»… «ya no te quiero…»»Como tu padre/madre/…».

Solo se busca herir… y se lo consigue. La persona herida, busca venganza y busca herir… Lastimándose mutuamente no arreglarán nada.

Si quiero resolver las cosas, ayudar a ser mejor, tengo que hacerlo sin humillar, animando a mejorar, no aplastarlo por lo malo que es…

No puedo sentarme a esperar que cambie, tengo que involucrarme en su cambio.

Sin echar en cara, animando, pidiendo, motivando…

Maridos y mujeres se echan en cara lo que les molesta o necesitan. Y a todos les parece normal que a cada uno le parezca insoportable lo que le molesta del otro, y una pavada lo que al otro le molesta de uno… A cada uno le parece importante lo que pretende y banal lo pretendido por el otro. Si se descuidan –y se dejan llevar por esa tendencia natural– comienzan a carecer de la mínima empatía necesaria para el diálogo. Esto hace muy difícil la comunicación y uno cada vez está más enojado… Entonces recurre a meterse en la propia trinchera para defenderse de los reclamos ajenos, y a su vez bombardear la otra trinchera con reclamos propios, para demostrarle al otro qué malo que es… y que es mucho peor que yo… Se enojan cada vez más, buscan y encuentran cada vez más cosas negativas en el otro. Se van haciendo incapaces de ver cosas buenas. Se va viendo al otro como culpable de todos mis problemas… Un espiral que –si no se maneja bien– acaba explotando…

Parece de locos, pero somos así. Por eso hemos de estar atentos. Si lo manejaran mejor… –los dos– podrían vivir en paz. Vale la pena.

Hay que aprender a ser paciente y abrir el corazón sin echar en cara. A escuchar sin defenderse. A comprender al otro, ya que mientras no lo comprenda, no pondré entender lo que le pasa y no podremos resolver los problemas (que como los problemas matemáticos, tienen solución).

Tratar de comprender al otro. Cosa que no es fácil: los varones y las mujeres pensamos, sentimos, experimentamos y reaccionamos de manera diferente. No olvides el famoso libro: Los hombres son de marte y las mujeres de venus. Y tenemos que aprender cómo vive las cosas el otro, de otro modo seremos injustos en nuestra valoración. Y para esto hay que aprender a escuchar sin defenderse, sin sentirse atacado. Y a expresarse abriendo el corazón, sin atacar, buscando entender al otro y que el otro entienda lo que me pasa. Con esa mutua empatía, no vamos poniendo en condiciones de comprendernos y ayudarnos.

No se trata de dar oportunidades

A veces, cuando un cónyuge está cansado del otro, lo llena de reproches y, en un alarde de generosidad, se propone darle otra oportunidad para que cambie…

Pero no es cuestión de dar oportunidades. Como quien toma un examen para ver si el cónyuge aprueba o es reprobado. El asunto es cómo nos ayudamos, entre los dos, a superar problemas de comunicación, carácter, defectos… que todos tenemos. 

Las cuestiones de amor nunca se resuelven así. Cuando lo pongo a prueba, muchas veces, inconscientemente, tengo la disponibilidad de bocharlo. Pero yo no debería querer bocharlo, debería querer verlo superar con creces el problema que me enoja, molesta, duele, impacienta… Sí le exijo cuestiones concretas, que las charlamos, «negociamos», tirando los dos para el mismo lado.

Se trata de crear oportunidades, de dar ocasiones, de facilitar lo que quiero o necesito del otro.

No sólo el otro tiene que mejorar…

Cada uno de los cónyuges solo puede mejorar a uno de ellos… a él mismo. Pero a veces nos empeñamos en cambiar al otro… y así no vamos muy lejos.

Los defectos del otro, muchas veces, pueden ser una gran ocasión para que yo crezca en virtud. Y mi intolerancia ante ellos, es fruto –en parte– de mi falta de virtud.

Puede acabarse la paciencia –y se nos acaba–, pero en ese caso el problema es de mi paciencia, no del otro. Y siempre puedo recargar la paciencia que necesito.

Cuando hay buena voluntad de los dos lados, casi siempre se puede llegar a una situación aceptable para los dos lados, que es muchísimo mejor que la separación.

¿Qué pasa cuando echamos en cara lo que nos pasa?

Cuando uno está molesto, enojado, cansado… la primera reacción es cargar sobre quien se considera culpable de mis problemas y echarle en cara todo el asunto.

Olvidamos que, en parte, yo también soy culpable de mi malestar: mi impaciencia, mi soberbia, mi baja autoestima, mi frustración, mi susceptibilidad… hacen que me dé manija y agrande problemas.

Además la política de achacar al otro mis problemas no arregla nada. Suscita en el otro, la actitud refleja de defenderse. Ante un ataque recibido, no me fijo en lo que el otro sufre o tiene razón, sino que busco defenderme. Y ¿cual es la mejor defensa? El ataque. De manera, que paso a echar en cara, los defectos del otro. Así entramos en una discusión sobre la malicia del otro, tratando de convencernos que el otro es muy malo… en vez de buscar cómo querernos mejor y hacernos más felices.

Y así se puede vivir en una espiral de reclamo y de mirar negativamente al otro… solamente como defensa de mí mismo… 

Para ser felices necesitamos querernos más, mirarnos positivamente, ayudarnos… no atacarnos, criticarnos, defendernos…

Tratar de entender al otro y comunicar sentimientos.

Varones y mujeres tenemos necesidades distintas. Además, se suman las diferencias de carácter que tenemos.

“Debería darse cuenta”… a veces decimos enojados. Pero posiblemente no se da cuenta. Habrá que decírselo.

No me corresponde. No lo valora. Le enoja todo. Siempre quiere salirse con la suya… El asunto es ¿cómo lo digo sin que se ofenda? ¿cómo lo digo con cariño, de modo positivo, animante?

Una tentación frecuente es banalizar las necesidades que yo no experimento. Quien no siente la necesidad de algo que el otro le reclama, tiende a pensar que lo que el otro le pide o le reclama es una pavada. Si soy muy casero y no me gusta salir, cuando me reclamen que salimos poco, reaccionaré menospreciando esa necesidad… Sin empatía, solo consigo aumentar el sufrimiento del otro, ya que no se siente comprendido (porque de hecho, no lo comprendo…), y rechazo satisfacer su necesidad.

Los varones -simplificando muchísimo…- necesitan sexo y comida. Las mujeres, cariño, compartir, hablar. Los varones y las mujeres suelen quejarse de las mismas cosas del «otro bando». ¿Y si en vez de despreciar las necesidades ajenas, cada uno se propone ayudar a satisfacerlas? ¿Y si cada uno se propone hacer feliz al otro, en vez de reclamar lo que el otro no le provee?

Para  esto fundamental mejorar la comunicación. Sin discursos, sin sermones. No se trata de recordar al otro lo que no hace o hace mal, sino de trasmitirle una necesidad mía que el otro no percibe. Alcanzan frases telegráficas: «me haría feliz…», «no sabés cuanto valoro…», «me dolió mucho lo que me dijiste el otro día…». Sin sermón, sin reclamo. Transmitir mi emoción, sentimiento, carencia… para que el otro lo sepa, para que después lo piense. Con cariño, sin buscar hacerlo sentir culpable: solo para que sepa que algo me haría feliz o lo que me duele. Y si la otra parte tiene un mínimo de corazón –que sí lo tiene– se empeñará en satisfacer esa necesidad o en intentar no volver a hacer sufrir.

Y cuando no hay acuerdos en algunas cuestiones, renunciar por amor a eso que no consigo quizá sea la solución. Obviamente, en una relación sana, las renuncias no son unilaterales, sino que el amor lleva a los dos a renunciar a algunas cosas. Y si la renuncia es por amor, no genera rencores, ni es traumática…

Una concepción del amor como satisfacción personal conduce a fracasar afectivamente. Un amor sin entrega no es amor. Pero entrega amorosa, no entrega rencorosa (cedo, pero me quedo herido, guardo rencor por haber tenido que renunciar a eso…).

Las renuncias rencorosas hacen mal al corazón. Si renuncio a algo, sin «perdonar» al otro por esa renuncia, mala cosa… eso no es un acto de amor. Cuando la renuncia es un acto de amor, me hace feliz. Si me amarga, significa que no la he procesado bien…

Búsqueda de acuerdos.

Somos distintos. Hay personas más caseras y otras más salidoras. Unos más deportista y otros más sedentarios. Unos más independientes y otros que disfrutan compartiéndolo todo. Unos que necesitan más aire, y otros que tienen a asfixiar al otro… Por eso, hay que encontrar modos de vivir en pareja, en la cual los dos se sientan a gusto. Algunas parejas necesitarán más aire… y eso les hará bien. Hace falta creatividad para modelar el propio estilo de pareja.

Estoy convencido que dos personas, mínimamente buenas y generosas, son capaces de vivir en armonía, más allá de los cortocircuitos que puedan tener. Si el amor las llevó a casarse, significa que tienen la base mínima necesaria –que es bastante grande– para edificar una pareja razonablemente amable. Lo que, en algunos casos, puede incluir tratamientos psicológicos y psiquiátricos cuando haga falta…

Invertir cariño.

San Juan de la Cruz nos dejó una extraordinaria frase llena de riqueza: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

En este consejo se condensan tres enseñanzas de San Pablo:

1. Uno siembra lo que cosecha. Alguna temporada la cosecha se perderá y no se recoge, como pasa en la agricultura, pero también es posible que la siguiente posiblemente coseche más de lo esperado… Quien deja de sembrar por una mala cosecha, no volverá a cosechar nunca.

El que siembra abundantemente cosecha abundantemente…: “Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

2. Ahogar el mal en abundancia de bien: “Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos.  Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos (…) No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12,14-21).

3. «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hechos 20,35).

San Pablo recuerda estas palabras de Jesús. Si das generosamente, recibirás alegría. Se encuentra la felicidad, no cuando se la busca para uno mismo, sino cuando se la busca para los demás… No midas tanto lo que recibís… Pon amor y sacarás amor. No te canses de amar, serás feliz.

Sabiendo que –si lo hacemos por Dios– nada nunca se pierde….

Esperanza

La esperanza es de las virtudes más importantes. Todo lo que se consigue, es porque se ha confiado en conseguirlo. Cuando no se espera, no se consigue.

La desesperanza, el pesimismo, la visión negativa y tremendista, son sentimientos que salen de mi corazón, y debo trabajar sobre ellos. Soy libre de aceptarlos o buscar generar otros. Solo con una actitud positiva y esperanzada mejoran las cosas.

Hay motivos para tenerla, porque se han amado mucho; y tienen muchos motivos para luchar. A partir de esa esperanza se pueden curar heridas y construir un futuro mejor.

Esperanza, además, porque hay milagros. He visto muchos “milagros matrimoniales”.

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 9 de junio de 2020

* Título de una canción de la Oreja de Van Gogh (recomiendo escucharla).

Rezando junto a la tumba de Jesús

Un rato de oración, acompañando el cuerpo muerto de Jesús, antes de que resucite.

tumba Jesús

Ayer nos dabas tu vida
En el Calvario morías
No era un viaje sin salida
Porque en gloria terminaría.

Pasaste tanto dolor
Cómo quisiste sufrir
Es que te llevó el amor
Que a la tierra te hizo venir

Jesús en el sepulcro
Con piedad depositado
No queremos dejarte
Ahí desamparado.

Meterse como polizón
Dentro de esta cueva santa
Parece locura de amor
Pero locura sensata.

Hacerte compañía
Estar bien solos  los dos
Rezar con toda la paz
Esa paz que viene de vos

Y aunque vas a resucitar
En el amanecer de mañana
Te quiero acompañar
Desde la hora más temprana

Y esperar junto a tu cuerpo
Ese cuerpo muerto y divino
Encerrado en esa cueva
Tu salto a la gloria sentido

Un cuerpo muerto que no está muerto
Porque está divinizado
Y en su frialdad helada
Vibra de amor por todos lados.

Quietud del sepulcro de Cristo
Cerrado y bien sellado
La vida está dentro
Los muertos del otro lado.

Que viva que es tu muerte…
Después que vos la sufriste
Con ella venciste a la muerte
Y a la gloria podemos seguirte.

Cuerpo frio de Jesús
En una tumba confinado
¿Cómo puede encerrar
A Dios mi bien amado?

Tanta paz tiene esta tumba
de muchos ángeles llena
Que a su Rey y Señor
También aquí veneran

Si no fuera tan loco
Se me ocurriría suspirar
Jesús ¡que bien estamos!
No te apures en resucitar.

Pero el mundo te espera
Lleno de gran ansiedad
Y su Rey, su amor, su todo
No quiere hacerlo esperar.

Estar siempre con vos
No importa donde eso sea
Seguirte a todas partes
Aunque a una tumba sea.

Jesús que no me separe
Ya nunca jamás de vos
Y que siempre vivamos
Muy unidos los dos.

Antes que resucites
Me atrevo hoy a decir
Jesús gracias por todo
Con vos, todo es vivir.

Córdoba, 11 de abril de 2020

Cómo «confesarse» durante la cuarentena

Así como existe la comunión espiritual,
podríamos hablar de una confesión espiritual

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La misericordia de Dios siempre actúa, también en tiempos de iglesias cerradas o imposibilidad de salir a la calle.

La Semana Santa es el tiempo del año por excelencia para acudir a la confesión. Si acompañamos al Señor en su Pasión redentora, queremos hacerlo con el alma lo más limpia posible, purificados de todo pecado.

¿Qué hacer cuando no puedo confesarme?

Primero un poco de doctrina sobre la confesión, para entender de qué se trata lo que vamos a hacer.

El sacramento de la confesión es el medio ordinario para el perdón de los pecados. Pero Dios no se ata las manos, su acción va más allá de los sacramentos.

La Teología enseña que un acto de contrición perfecta, con el propósito de confesar cuánto antes se pueda, perdona los pecado mortales y devuelve la gracia santificante. No permite comulgar todavía (salvo caso de necesidad, cosa muy rara), pero el alma está en gracia. Es decir, Dios le ha perdonado el pecado, anticipativamente a la confesión que uno desea pero no puede hacer.

La contrición es el dolor de los pecados: el arrepentimiento  por los pecados concretos que uno tiene. Cuando ese dolor es motivado por el amor a Dios (por ser tan bueno que no merece que lo ofendamos, porque nos duele haber ofendido a quien nos quiere tanto), la contrición es perfecta (porque es un dolor perfecto). Cuando ese dolor es motivado por la fealdad del pecado, por miedo al infierno, por ganas de irse al cielo… (es decir, motivos que siendo buenos, no son el amor a Dios por Él mismo), la contrición es imperfecta: es buena, pero no es perfecta, y no alcanza para el perdón de pecados mortales fuera de la confesión (sí para el perdón de pecados veniales).

Por eso hemos de fomentar el amor, que haga perfecta nuestra contrición. ¿Cómo hacerlo?

Te recomiendo hacerlo con calma, como fruto de un buen rato de oración.

Ante un crucifijo o imagen de la Divina Misericordia.

Contale a Jesús cómo te gustaría confesarte. Incluso donde, con quién… Hasta te podés imaginar haciéndolo.  Explícale que no podés…

Podés meditar un pasaje del Evangelio: por ejemplo la parábola del hijo pródigo (en el capítulo 15 del Evangelio de San Lucas). Así podrás aumentar tu sentimiento de la necesidad del perdón de tan buen padre.

Después hacé un buen examen de conciencia, para que el arrepentimiento sea concreto. Despacio, sin apuro. Si hace mucho que no te confesás, quizá te ayude buscar un examen de conciencia en la web (basta poner en Google: examen de conciencia para la confesión).

Después expresale a Jesús tu dolor por haberlo ofendido (podés  repasar cada uno de los pecados que has descubierto, para pedir perdón por ellos, uno por uno).

Contale a Jesús que hacés el propósito de confesarse en cuanto puedas.

Intentá hacer algún propósito respecto a los pecados que le has pedido perdón (contale a Jesús como quisieras ser en cada una de esas cosas).

Rezá el pésame o cualquier acto de contrición que conozcas o te guste.

Y ¡a disfrutar de la gracia!

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 8 de abril de 2020

LOS REGALOS DEL PAPA Y EL ABORTO

El Papa Francisco ha regalado hoy cinco documentos suyos al Presidente argentino Alberto Fernández.

En ellos todos ellos habla del aborto. Aquí las citas.

Evangelii gaudium

  1. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre».176
  2. Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?

 

Laudato sí

  1. Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social 97.

 

Gaudete et exsultate

  1. También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte84. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente.

La nota 84 dice:

Cf. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, según el magisterio constante de la Iglesia, ha enseñado que el ser humano «es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las etapas de su existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte», y que su vida debe ser cuidada «desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural» (Documento de Aparecida, 29 junio 2007, 388, 464).

 

Amoris laetitia

  1. Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! […] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?» 179. Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres» 180. El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna. Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad 181.
  2. El embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso. La madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida. La maternidad surge de una «particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora sirve a la concepción y a la generación del ser humano» 183. Cada mujer participa del «misterio de la creación, que se renueva en la generación humana» 184. Es como dice el Salmo: «Tú me has tejido en el seno materno» (Sal 139, 13). Cada niño que se forma dentro de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1, 5). Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador. Pensemos cuánto vale ese embrión desde el instante en que es concebido. Hay que mirarlo con esos ojos de amor del Padre, que mira más allá de toda apariencia.
  3. Con los avances de las ciencias hoy se puede saber de antemano qué color de cabellos tendrá el niño y qué enfermedades podrá sufrir en el futuro, porque todas las características somáticas de esa persona están inscritas en su código genético ya en el estado embrionario. Pero sólo el Padre que lo creó lo conoce en plenitud. Sólo él conoce lo más valioso, lo más importante, porque él sabe quién es ese niño, cuál es su identidad más honda. La madre que lo lleva en su seno necesita pedir luz a Dios para poder conocer en profundidad a su propio hijo y para esperarlo tal cual es. Algunos padres sienten que su niño no llega en el mejor momento. Les hace falta pedirle al Señor que los sane y los fortalezca para aceptar plenamente a ese hijo, para que puedan esperarlo de corazón. Es importante que ese niño se sienta esperado. Él no es un complemento o una solución para una inquietud personal. Es un ser humano, con un valor inmenso, y no puede ser usado para el propio beneficio. Entonces, no es importante si esa nueva vida te servirá o no, si tiene características que te agradan o no, si responde o no a tus proyectos y a tus sueños. Porque «los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible […] Se ama a un hijo porque es hijo, no porque es hermoso o porque es de una o de otra manera; no, porque es hijo. No porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo» 186. El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge gratuitamente.
  4. A cada mujer embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría. No permitas que los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa felicidad de ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo. Ocúpate de lo que haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su sierva» (Lc 1, 46-48). Vive ese sereno entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría para que puedas transmitirla a tu niño.
  5. La adopción es un camino para realizar la maternidad y la paternidad de una manera muy generosa, y quiero alentar a quienes no pueden tener hijos a que sean magnánimos y abran su amor matrimonial para recibir a quienes están privados de un adecuado contexto familiar. Nunca se arrepentirán de haber sido generosos. Adoptar es el acto de amor de regalar una familia a quien no la tiene. Es importante insistir en que la legislación pueda facilitar los trámites de adopción, sobre todo en los casos de hijos no deseados, en orden a prevenir el aborto o el abandono. Los que asumen el desafío de adoptar y acogen a una persona de manera incondicional y gratuita, se convierten en mediaciones de ese amor de Dios que dice: «Aunque tu madre te olvidase, yo jamás te olvidaría» (Is 49, 15).

 

Christus vivit

  1. Todavía son «más numerosos en el mundo los jóvenes que padecen formas de marginación y exclusión social por razones religiosas, étnicas o económicas. Recordamos la difícil situación de adolescentes y jóvenes que quedan embarazadas y la plaga del aborto, así como la difusión del VIH, las varias formas de adicción (drogas, juegos de azar, pornografía, etc.) y la situación de los niños y jóvenes de la calle, que no tienen casa ni familia ni recursos económicos»30. Cuando además son mujeres, estas situaciones de marginación se vuelven doblemente dolorosas y difíciles.

 

OTRAS INTERVENCIONES DE FRANCISCO SOBRE EL TEMA

Discurso a los obispos en la Catedral de San Mateo Apóstol, Washington D.C.
Miércoles 23 de septiembre de 2015.
Viaje a Cuba y EE.UU., 19-28.IX.15

Las víctimas inocentes del aborto, los niños que mueren de hambre o bajo las bombas, los inmigrantes se ahogan en busca de un mañana, los ancianos o los enfermos, de los que se quiere prescindir, las víctimas del terrorismo, de las guerras, de la violencia y del tráfico de drogas, el medio ambiente devastado por una relación predatoria del hombre con la naturaleza, en todo esto está siempre en juego el don de Dios, del que somos administradores nobles, pero no amos. No es lícito por tanto eludir dichas cuestiones o silenciarlas. No menos importante es el anuncio del Evangelio de la familia que, en el próximo Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia, tendré ocasión de proclamar con fuerza junto a ustedes y a toda la Iglesia.

 

Indulgencia en el Jubileo extraordinario de la Misericordia
1 de septiembre de 2015

Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre.

 

Vuelo de regreso a Roma. Miércoles 17 de febrero de 2016.
Viaje apostólico del Papa Francisco a México (12-18.II.16)

Paloma García Ovejero – «Cope»

Santo Padre, desde hace algunas semanas hay mucha preocupación en diversos países latinoamericanos, pero también en Europa, por el virus «Zika». El riesgo mayor sería para las mujeres embarazadas –hay angustia– Algunas autoridades han propuesto el aborto o evitar el embarazo. En este caso, ¿la Iglesia puede tomar en consideración el concepto de «mal menor»?

Papa Francisco

El aborto no es un «mal menor». Es un crimen. Es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia. Es un crimen, es un mal absoluto. Sobre el «mal menor»: evitar el embarazo es un caso –hablamos en términos de conflicto entre el quinto y el sexto mandamiento. Pablo vi, el grande, en una situación difícil en África permitió a las monjas usar anticonceptivos para casos de violencia. No hay que confundir el mal de evitar el embarazo, por sí solo, con el aborto. El aborto no es un problema teológico: es un problema humano, es un problema médico. Se asesina a una persona para salvar a otra –en el mejor de los casos– o para vivir cómodamente. Va contra el juramento hipocrático que los médicos deben hacer. Es un mal en sí mismo, pero no es un mal religioso al inicio: no, es un mal humano. Y, evidentemente, como es un mal humano –como todo asesinato– es condenado. En cambio, evitar el embarazo no es un mal absoluto. En ciertos casos, como en este que he mencionado de Pablo VI, era claro. También yo exhortaría a los médicos a que hagan de todo para encontrar también las vacunas contra estos dos mosquitos que contagian esta enfermedad. Sobre esto se debe trabajar.

 

Carta Apostólica Misericordia et misera (20 de noviembre de 2016)

  1. En virtud de esta exigencia, para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar14, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario. Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial.

 

Congreso «Yes to Life! Cuidando del precioso don de la vida en su fragilidad»
Sábado, 25 de mayo de 2019.

Buenos días y bienvenidos. Saludo al cardenal Farrell y le agradezco sus palabras de presentación. Saludo a los participantes en la conferencia internacional «Yes to Life! Cuidando del precioso don de la vida en su fragilidad», organizada por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y por la Fundación «Il cuore in una goccia», una de las realidades que trabajan todos los días en el mundo para acoger a los niños que nacerían en condiciones de extrema fragilidad. Niños que, en algunos casos, la cultura del descarte define «incompatibles con la vida» y así condenados a muerte.

Pero ningún ser humano puede ser incompatible con la vida, ni por su edad, ni por su salud, ni por la calidad de su existencia. Todo niño que se anuncia en el seno de una mujer es un don que cambia la historia de una familia: de un padre y una madre, de los abuelos y de los hermanos. Y este niño necesita ser acogido, amado y cuidado. ¡Siempre! También cuando lloran, así [aplausos]. Quizás alguien piense: «Pero, hace ruido… vamos a llevárnoslo». No: esta es la música que todos tenemos que escuchar. Y diré que escuchó el aplauso y se dio cuenta de que eran para él. Siempre debemos escuchar, incluso cuando el niño nos molesta un poco; incluso en la iglesia: ¡que los niños lloren en la iglesia! Alaban a Dios. Nunca, nunca ahuyenten a un niño porque llora. Gracias por el testimonio. (…)

Desafortunadamente, la cultura hoy dominante no promueve este enfoque: a nivel social, el miedo y la hostilidad hacia la discapacidad a menudo llevan a la elección del aborto, configurándolo como una práctica de «prevención». Pero la enseñanza de la Iglesia sobre este punto es clara: la vida humana es sagrada e inviolable y el uso del diagnóstico prenatal con fines selectivos debe ser desalentado, porque es la expresión de una mentalidad eugénica inhumana, que sustrae a las familias la posibilidad de aceptar, abrazar y amar a sus hijos más débiles. A veces escuchamos: «Vosotros los católicos no aceptáis el aborto, es el problema de vuestra fe». No: es un problema pre-religioso. La fe no tiene nada que ver. Viene después, pero no tiene nada que ver: es un problema humano. Es un problema pre-religioso. No carguemos a la fe con algo que no le pertenece desde el principio. Es un problema humano. Dos frases solamente nos ayudarán a entender esto: dos preguntas. Primera pregunta: ¿es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema? Segunda pregunta: ¿es permisible alquilar un sicario para resolver un problema? La respuesta es vuestra. Este es el punto. No buscar en lo religioso algo que concierne a lo humano. No es lícito. Jamás eliminar una vida humana o alquilar a un sicario para resolver un problema.

El aborto nunca es la respuesta que buscan las mujeres y las familias. Más bien, es el miedo a la enfermedad y la soledad lo que hace que los padres vacilen. Las dificultades prácticas, humanas y espirituales son innegables, pero precisamente por esta razón son urgentes y necesarias acciones pastorales más incisivas para sostener a los que tendrán hijos enfermos. Es decir, es necesario crear espacios, lugares y «redes de amor» a los que las parejas puedan recurrir, así como dedicar tiempo a acompañar a estas familias. Me acuerdo de una historia que supe en mi otra diócesis. Había una niña Down de 15 años que se quedó embarazada y sus padres fueron al juez para pedirle permiso para abortar. El juez, un hombre justo en serio, lo estudió y dijo: «Quiero interrogar a la niña». «Pero es Down, no entiende…» «No, no, que venga». La niña de 15 años fue, se sentó allí, comenzó a hablar con el juez y él le dijo: «¿Sabes lo qué te pasa?» «Sí, estoy enferma…» «Ah, y ¿cómo es tu enfermedad?» «Me dijeron que tengo un animal adentro que se come mi estómago, y para eso tienen que hacer una operación» «No… no tienes un gusano que se come tu estómago. ¿Sabes lo que tienes ahí? ¡Un niño!» Y la chica Down dijo: «¡Oh, qué bien!». Así, pues, el juez no autorizó el aborto. La madre lo quiere. Pasan los años. Nació una niña. Estudió, creció, se hizo abogado. Esa niña, desde que supo su historia porque se la contaron, siempre que era su cumpleaños llamaba al juez para darle las gracias por el don de su nacimiento. Las cosas de la vida. El juez murió y ella ahora se ha convertido en promotora de justicia. ¡Pero mira qué bonito! El aborto nunca es la respuesta que buscan las mujeres y las familias.

 

Qué lindo decir, con todo el corazón y a todos: ¡Feliz Navidad! 

Navidad greco

¡Feliz Navidad!

Dos palabras tan valiosas, que encierran tanto amor, tanta fe, tanta alegría…

Son un regalo, un deseo, una invitación y un compromiso.

Tantas veces decimos estos días estas palabras tan lindas y tan llenas de contenido… 

Es el saludo habitual de esta parte del año. Pero ¿que decimos?

Con ese deseo nos expresamos y nos deseamos mutuamente, al mismo tiempo, el mejor regalo, consejo, deseo y empeño que intercambiamos.

¡Feliz Navidad! significa que deseo para vos que Jesús te haga feliz. Porque El es el único que puede hacerte feliz de verdad. Para eso se encarnó, para eso quiere estar cada vez más cerca nuestro.

Pero para que te haga feliz -por eso es un consejo-, debés abrirle tu corazón, abrirle tu inteligencia, abrirle tu vida, para que se pueda meter y llenarlo todo.

El mejor regalo. Quiero regalarte a Jesús. Su amor, cercanía, su gracia, su grandeza, su gloria. Quiero que lo encuentres como los pastores y los Magos, que vivas tan cerca suyo como María y Jesús.

El mejor deseo, porque Jesús quiere hacerte feliz y llenar tu vida. Y hacer que todos los sucesos de tu vida -los que son buenos y los que parecen malos también- sean camino a la felicidad plena. Como en el pesebre: ¿te has preguntado cómo un lugar tan pobre, incómodo, solitario, puede ser un lugar de tanta paz y tanta alegría?

El mejor consejo. Cuando no deseamos feliz Navidad, nos recordamos mutuamente que la  felicidad la encontraremos en Jesús, y entregándonos como El a los demás, buscando hacerlos felices, con Él y por Él.

El mejor empeño, porque desearte feliz Navidad encierra un compromiso: es como decirte me comprometo a intentar hacerte feliz.

Que con la gracia de Dios, tantos deseos de felicidad, estén muy llenos de contenido y sean tan fecundos como el amor que Dios nos tiene.

Y les deseo a todos, de verdad, con todo el corazón, que tengan una ¡Muy feliz Navidad!

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 24.12.19

De la cruz del aborto a la gloria del cielo

santos inocentes

Los Santos Inocentes de Belén mueren por el miedo de Herodes a perder el poder, miedo que lo lleva a querer matar al Rey de la Paz.

Hoy otros santos inocentes mueren por el aborto, por miedo a perder bienestar, a complicarse la vida, a la ecología, a la pobreza…

Tristes miedos que llevan a matar, como si con la muerte de inocentes se arreglaran problemas.

Estos versos surgen de relacionar estas muertes y quieren encender la esperanza y la paz en quienes defienden la vida y, a veces, se sienten frustrados ante tanta crueldad.

De la cruz del aborto a la gloria del cielo

Imagino la cruz
Con otro crucificado
En vez de Jesús
Son bebés abortados

Este mundo nuestro
Se redime con dolor
Sufriendo lo injusto
Uno se hace redentor

Aquellos niños inocentes
Que crecían en Belén
Fueron dignos antecedentes
De los que hoy matan también

Este mundo loco
Se ha puesto a sacrificar
No nacidos inocentes
En el altar de la libertad sexual

Paga un precio muy caro
Por no querer controlar
Sus instintos sexuales
Sin verdadera intimidad

Uno deja de ser gente
Cuando intentar justificar
La muerte de un inocente
Para afirmar su propia libertad

Declararlo no querido
No alcanza para eliminar
Su existencia y su destino
Por toda la eternidad

La muerte de tanto inocente
Cuyo vivir es truncado
No deja indiferente
Al Dios que los ha creado

La justicia divina
Llena de misericordia
Transforma toda miseria
Y la hace cauce de gloria

El Creador en su bondad
Con su amor y omnipotencia
Será generoso al compensar
Tanta sufrida violencia.

Y nosotros en sus manos
Confiando en su clemencia
Ponemos también resignados
Toda nuestra impotencia

Inocentes del siglo nuestro
Asesinados hoy sin piedad
Recibirán con creces
Recompensa por tanta crueldad

Dios murió en la cruz
Infundiendo amor en la muerte
La injusticia llenó de luz
Y de vida la hizo fuente

Bebés hoy abortados
Que comparten con Él la cruz
Serán resucitados
Por el poder de Jesús

Y escucharán sorprendidos
Llenos de gozo henchidos:
Hoy estarán conmigo
¡Vengan al paraíso!

EMV
Los Talas, 15 de diciembre de 2019
Aclaración: Estos simples versos, sin ninguna pretensión poética, son sencillamente fruto de un rato de oración.

¿Separarse es una buena solución?*

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La vida, con el diario trajín, con facilidad produce falta de alegría, insatisfacción, frustración, desánimo, cansancio y aburrimiento. Las causas son múltiples –externas e internas– pero no es rara la tentación de atribuirlas casi en exclusiva al matrimonio (que también tiene su parte en el asunto, aunque no en exclusiva…).

Entonces, las dificultades en la relación de pareja recrudecen, se enfría el cariño, se conversa menos, se mete el pesimismo en la relación… y aparecen pequeñas crisis que aunque no sean graves, cansan… Entonces, puede ocurrir que comience a aparecer en la mente –como flashes– el pensamiento de separarse, como una liberación que traería la paz y tranquilidad que faltan.

Pero, este pensamiento agrava las cosas y engaña, ya que presenta como liberador algo que, en realidad, en la mayoría de los casos, posiblemente sea la peor solución, porque no soluciona nada: no arregla la relación sino que acaba por destruirla. Puede haber casos en que una separación temporal -y planteada así, como temporal, para tomar aire y perspectiva- pueda ayudar a mejorar alguna relación matrimonial, pero en la mayoría de los casos, la empeora o rompe definitivamente.

Es obvio que hay casos en los que no queda más que la separación. De todos modos, quien escribe estas líneas está convencido que en muchísimos casos no es el mejor remedio, ya que los motivos que empujan a hacerlo pueden superarse –y los cónyuges tienen muchos motivos para hacerlo–: con creatividad, paciencia y generosidad se pueden resolver muchísimos problemas, diferencias, incomprensiones, arideces, enojos, hartazgos, etc.; puede renacer el amor y ser felices.

Por las dudas, aclaro que está bien lejos de mi intención proponer una política de aguante: pienso que aguantar suele ser de las peores políticas (aunque a veces, aguantar alguna cosa, por un tiempo, puede resultar muy buena política, siempre que no sea incondicional, sea medida, hablada…, y con metas concretas…).

Estoy convencido –basado en la experiencia de muchos años escuchando gente casada– que dos personas medianamente buenas y razonables, que se han casado por amor, son capaces de vivir juntas y ser más felices juntas que separadas. Aunque tendrán que encontrar la forma, los modos, los estilos, etc., que les permitan minimizar las diferencias y maximizar lo positivo que tienen. Entre otras cosas porque no hay marcha atrás: la separación no los devuelve al momento previo a casarse, porque rompe una unión que es parte de su biografía, y no pueden no romperse también ellos (es el ejemplo de dos estatuitas pegadas, que al separarse, cada un queda con parte del otro…) y los hijos.

Suele suceder que la separación saca lo peor de cada uno respecto al otro y produce una espiral de crítica y enojo hacia el otro cónyuge, al que se acaba viendo como causante de todos mis males (cosa que raramente es cierta).

Cuando uno lo está pasando mal, la primera reacción es el deseo de salir cuanto antes de la situación que le produce stress, dolor, incomodidad, etc. Pero corre el peligro de pasar a una situación peor que la anterior. A veces el remedio puede ser peor que la enfermedad. Y antes, habría que buscar -juntos- soluciones, que las hay muchas.

Consecuencias de la separación

Como, de hecho, casi siempre, la madre queda viviendo con los hijos, se deja -de hecho, en el día a día- a los hijos huérfanos de padre. Y se carga a la madre con todo el cuidado diario de los hijos (ya no se reparten las tareas).

Se priva al marido y padre de su propia casa (debe irse a vivir a otro lugar) y su familia (ya no puede vivir con sus hijos). Ya no podrá ver a sus hijos crecer en el día a día, compartir las comidas, emociones y dolores… Su participación en la educación de los hijos será muy esporádica. Se convertirá para ellos en un visitante o cuidador de fin de semana, una especie de extraño muy cercano…

Además se lo condena a la soledad (a vivir solo) o a que busque otra pareja…: que una mujer «eche» al marido de casa, salvo casos de malos tratos, violencia, peligro, infidelidad sistemática…, me parece cruel.

No habrá más vacaciones juntos… para el padre y los hijos es duro.

Y cuando el padre está con los hijos, se da la extraña sensación para la madre de que se trata de una liberación (porque habitualmente ella debe hacerse cargo de todo), como si los hijos fueran un problema.

Normalmente el efecto económico de la separación es notable para todos. Y fuente de muchos nuevos problemas: como es lógico, mantener dos casas es mucho más caro que mantener una, y esto hace que la situación económica decaiga, y se aumenten las tensiones por el dinero.

Los problemas de comunicación se mejoran con comunicación, no rompiendo la comunicación.

Las molestias que provocan formas de ser o defectos del cónyuge, se solucionan con entrega de ambas partes… el amor es capaz de hacer amable algo que molesta.

Si me molestan cosas de mi cónyuge no será poniendo distancia o con pequeñas venganzas cómo lo ayude a cambiar y contribuya a mejorar la relación…

Los problemas de las relaciones se mejorar de muchas maneras, pero romper la relación no la mejora, sino que la acaba de destruir.

Quizá lo primero y más importante sea fomentar la esperanza. Cuando desaparece la esperanza, se acaban las fuerzas, la motivación, todo se hace más difícil, más pesado, más oscuro. Aparece la tibieza, el desánimo, el victimismo… Sin esperanza se hace muy duro vivir. Pero el principal problema… no son los problemas, las dificultades, los obstáculos… es esa falta de esperanza, que agobia, cansa y quita las fuerzas.

Siempre cabe la esperanza. Es una decisión nuestra. Y para un cristiano, además, es extensión de la fe. Nunca hay que dar todo por perdido o por irrecuperable. Con la gracia de Dios, todo es posible.

Y necesitan ayuda. Cuando la relación se empantana… es como una camioneta que se empantana en el barro… cuando más acelera, más se hunde. Necesita que venga un tractor que la saque arrastrando… Y esa camioneta, incapaz de salir con sus propias ruedas, con ayuda sale y sigue su ruta como antes… Necesitan ayuda espiritual y de orientación familiar; y, con frecuencia, también psiquiátrica y psicológica, porque hay defectos de carácter que necesitan para superarse ayuda de terapia y pastillas.

En el próximo artículo, analizaremos algunas soluciones reales a los problemas, soluciones que no crean más problemas de los que querían resolver…

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 19 de octubre de 2019

*En este artículo me refiero a matrimonios, es decir a un hombre y una mujer que han unido sus vidas en un proyecto de vida común, de cara a los hijos, formando una comunidad de vida y amor estable. Obviamente excluyo noviazgos –que es razonable que se rompan cuando no funcionan–, matrimonios presumiblemente nulos, parejas de hecho, etc.

Para bajar el artículo en Word: Separarse no es una buena solución

Una reflexión moral después de las PASO

No son pocos los de desearían que la Iglesia bajara línea concreta a sus fieles cara a las elecciones.

Hay tres aspectos que ayudan a entender por qué no lo hace.

1) en el ámbito moral hay muy pocos absolutos morales. Porque la vida es muy rica, el punto de referencia son las virtudes, las normas morales no son un reglamento sino exigencias de las virtudes y en casos límites su delimitación puede ser muy finita, hay matices, etc.

2) la conciencia teniendo referencias absolutas es personal, también porque hay casos muy complejos, otros parecidos pero distintos, en los que hay varias virtudes en juego y muchos matices. Obviamente erraría si decidiera actuar contra un absoluto moral, pero en muchos casos puede exigir a personas distintas cosas distintas: porque tiene presupuestos personales y circunstancias distintas, no es un reglamento para aplicar al margen de lo concreto.

3) respeto de la libertad. En política, economía, ordenamiento una sociedad el ámbito de libertad es enorme. La Iglesia no debe quitar la libertad que Dios nos ha dejado. Prefiere quedarse corta que pasarse de largo… Por eso da criterios generales…

CONCLUSIÓN: aunque en principio es ilícito votar a un abortista, es posible hacerlo -rechazando el aborto- por motivos graves. Esto se explica en la entrada anterior de este blog, cuando se explica la posibilidad de cooperar materialmente al mal. Porque se consideran otras necesidades urgentes, no es seguro que lo ponga, etc. Cuanto más abortista sea alguien, más graves deberán ser los motivos para que sea lícito votarlo.

Una vez pasadas las PASO, con uno de los candidatos que ha manifestado que una de sus prioridades será legalizar el aborto, los pro-vidas discuten qué hacer.

Aquí sólo analizo lo moral -qué es lícito hacer-, la decisión personal será guiada por la virtud de la prudencia, que se ocupa de lo que es conveniente hacer.

[Aclaración sobre las distintas funciones de la conciencia y la prudencia. La conciencia juzga la licitud o ilicitud de una acción; la prudencia, qué es conveniente hacer: es decir, busca la acción más acertada (lo que supone que sea lícita: con la injusticia nunca se puede construir justicia].

La prudencia es personal: en nuestro caso concreto, unas personas verán necesario votar a MM ante el peligro de CK (y hasta podrán justificarlo diciendo que es menos abortero y es una posibilidad factible, etc.), mientras que otras verán necesario votar a GC pensando en el largo plazo, que es necesario armar un partido con valores, etc. Y las dos posturas son igualmente válidas desde el punto de vista moral. Unos se inclinarán por una y otros por la otra.

Es razonable intentar convencer a la otra parte de la posición propia, pero respetando la otra posición como válida moralmente.

La libertad es un don muy grande…, que en temas políticos parece patear en contra, pero a largo plazo es una bendición que nos previene de autoritarismos…

En caso de optar por un candidato que promueva el aborto (o que sea ambiguo), se tendrá obligación de intentar  neutralizar las consecuencias malas del voto: votando legisladores pro-vida, trabajando contra el aborto, etc. Que pueda ser lícito votar un candidato a presidente de este tipo, no garantiza que lo sea votar la boleta complete. Lo anterior no es un «permiso», sino una actuación lícita, siempre y cuando vele por la efectiva realización del bien.

En las PASO llamó la atención el poco corte de boleta a favor de candidatos pro-vida al Congreso. Resulta incomprensible que muchas personas que participaron en marchas por la vida, votaran candidatos a diputados y senadores promotores del aborto (y lo peor es que ni siquiera se dieran cuenta de que lo hicieron).

Y en muchos casos por motivos muy vanos: ignorancia (no sabía cómo hacerlo), pereza (algunos se excusaron de que era muy complicado cortar boleta), miedo a hacerlo mal y que les impugnen el voto…

El voto supone una responsabilidad muy grande, y exige aprender a ejercerlo. Es una obligación seria. Quien quiere votar en conciencia, lo primero que debería hacer es saber a quienes vota (conocer los candidatos de la lista sábana) y saber cómo optimizar su voto, eligiendo de boletas distintas. Es una irresponsabilidad muy grande no analizar el tema como lo merece y no saber llevar a cabo lo que la conciencia manda.

¿Es moralmente lícito votar a un candidato o partido que promoverá el aborto?

[Aclaración: en el n. 3 de las conclusiones había un error: faltaba un «no» que ya ha sido introducido, hoy 26/6/19]

Artículo en Word para bajar: Sobre la licitud moral de votar candidatos favorables al aborto

¿Es moralmente lícito votar a un candidato o partido que promoverá el aborto?

Este artículo está escrito desde la perspectiva de la Ética natural, de manera que no se dirige solo a creyentes sino que es válido para quien reconozca una ética común cognoscible racionalmente.

En el campo político, social y económico los católicos tienen toda la libertad que les da su fe. Son campos con inmensos márgenes de opinabilidad, en los que cada uno piensa y decide cómo le parezca, haciendo uso de su libertad, siempre buscando el bien común. Sólo tienen los límites de la fe y la moral: es la coherencia que deben tener consigo mismo.

La Iglesia siempre ha sido escrupulosamente delicada en este ámbito y nunca indica a quien se debe o no votar. Esto se debe que en este ámbito la línea entre la libertad personal en materia política y la moral es muy finita: y no debe invadir ninguno de los dos campos: ni dejar actuar inmoralmente a los fieles, ni quitarles la libertad que Dios les ha dado.

Como es obvio resulta un deber moral grave conocer la postura de los candidatos sobre los temas morales fundamentales. Sería una omisión importante votar si conocer la opinión de los mismos.

Hay evitar que el apasionamiento político oscurezca el análisis moral del caso, que siempre es concreto (depende candidatos, opciones, tipo de cargos en juego, etc.). No es un cálculo matemático, sino un juicio de conciencia (la conciencia busca discernir la bondad o malicia moral de un acto que va a realizar).

Para justificar el voto a candidatos abortistas, no alcanza con un slogan de campaña del tipo «para no convertirnos en Venezuela». Ni tampoco, la negación de la posibilidad de la licitud de votar en un caso determinado a un abortista, en el extremo opuesto.

El tema es muy complejo, no puede darse una respuesta válida para todos los casos, pues depende de muchos matices.

Aportamos algunos criterios para el análisis personal.

Daremos cuenta a Dios de las consecuencias conocidas de nuestros votos. Una cosa es que un candidato nos engañe, otra distinta es votarlo sabiendo lo que hará. Esto hace que tengamos que pensar el voto en conciencia, sabiendo que nos jugamos personalmente responsabilidades morales.

Principio general: en principio no es moralmente lícito votar un abortista porque es una clara cooperación al mal.

Ensayo dos explicaciones, una breve y una profunda.

Explicación sencilla.

Votar a un candidato supone –en principio– adherirse a su propuesta, contribuir a que salga elegido para llevarla a cabo, elegirlo como representante propio, de manera que uno participa en la responsabilidad de las cosas que realice con el cargo que consigue con mi voto (está ahí, haciendo eso, gracias a que yo lo voté). El voto me hace “socio” de las cosas que yo sabía que iba a hacer (en este caso, yo sabía que votaría a favor del aborto). Soy además una especie de cómplice necesario: sin mi voto, no sería congresista y no podría votar a favor del aborto. Por tanto, en principio, votarlo equivale a que yo vote a favor del aborto.

Si en mi intención, lo voto compartiendo su postura abortista, ese voto es un pecado mortal. Sin ninguna duda.

Pero si lo votara, rechazando interiormente su postura abortista, por otras razones que me parecen importantes, debería tener motivos muy graves, de muchísimo peso, para que ese voto fuera lícito. Hacerme responsable con mi voto de la posible aprobación de una ley de aborto es una cuestión muy grave.

En caso de que todos los candidatos fueran abortistas, debería votar a quien fuera menos abortista (no sería obligatorio votar en blanco); pero si hubiera uno que no lo fuera, tendría que tener una causa mucho muy grave para no votarlo y votar a un abortista.

Explicación teológica.

Cuando una acción mía –en sí misma buena o indiferente– contribuye a la acción mala de otra persona, estamos ante un caso de cooperación al mal. Es un tema muy estudiado en la Teología Moral.

En la vida profesional y social es frecuente que se den este tipo de casos. Sucede, por ejemplo, cuando el dueño de un supermercado vende bebidas alcohólicas quien se va a emborrachar, ya que está cooperando con su borrachera.

¿Cómo saber si es moralmente lícito o no hacer una acción, que servirá a otra persona para hacer algo malo?

Comencemos dejando sentado otro principio general: tenemos obligación de cooperar al bien y de no cooperar al mal.

Pero podrían presentarse casos en los que tengo que hacer algo bueno a pesar de que otra persona se aproveche de ello para obrar mal. Se trata de una cooperación material al mal que podría ser lícita.

El análisis de la licitud se hace recurriendo al estudio de las acciones de doble efecto (acciones que tienen un efecto bueno y uno malo).

El estudio requiere considerar primero la necesidad que tengo de hacer esa acción: si no hubiera verdadera necesidad de realizar la acción que coopera al mal, no sería lícito hacerla.

En caso de que considere necesario hacerlo, habrá que estudiar cuatro condiciones de licitud:

  • la bondad de mi acción (que no sea mala en sí misma),
  • la conexión entre ella y el efecto malo no deseado (que mi acción no sea la causa directa de la malicia de la acción del otro),
  • mi intención (que sea buena),
  • y la proporcionalidad entre la necesidad de lo que busco y la malicia del efecto malo.

La acción será lícita si tengo necesidad real de hacerla y las cuatro condiciones se cumplen.

Apliquémoslo al caso de votar a un candidato abortista:

En primer lugar hay que descartar mi intención de adherirme a la acción mala de la otra persona. En nuestro caso, si yo votara a un favorable al aborto, porque es favorable al aborto, mi voto es siempre un pecado mortal. No cabe duda.

Pero ¿qué pasa cuando quiero votarlo –no por ser abortista, ya que yo estoy contra el aborto–, sino a pesar de que lo sea, porque me interesan otras propuestas de ese candidato, o me preocupan las consecuencias económicas o ideológicas de que gane otro…?

Estaríamos ante un típico caso de cooperación al mal: yo no quiero el mal que hace el otro, pero de algún modo contribuyo al mismo. Estaría votando a un candidato que me parece bueno y que hará mucho bien, aunque en su plataforma incluya el aborto (que sería un efecto no querido de mi voto). ¿Es lícito hacerlo?

En nuestro caso, supuestas las tres primeras condiciones, el punto clave es el siguiente: ¿hay proporcionalidad entre el peligro de aprobación de una ley de aborto y los motivos sociales, políticos, económicos, etc., que me llevan a querer votar por ese candidato?

1) Riesgo de aprobación de la ley: cuánto más probable sea que se sancione la ley, más graves deben ser los motivos que puedan justificar el voto. Cuanto menos probable sea que se sancione la ley, menos graves deberán ser para poder votarlo. En las décadas anteriores cuando no se trataba el proyecto de aborto en el Congreso, la cooperación era muy remota. Cuánto más probable sea que se trate la ley, más graves deben ser los motivos que justifiquen favorecer a un abortista ganar las elecciones.

2) Proporción entre la gravedad de una ley de aborto y el peligro que quiero evitar votando a ese candidato. Siendo el valor de la vida humana algo tan importante para la sociedad, si bien no puede descartarse que esta proporción sea posible, debería ser motivos de mucha gravedad. El precio de una ley de aborto es un precio demasiado caro a pagar para conseguir otras cosas, por muy buenas que sean.

Otra distinción

También hay que tener en cuenta si estoy votando cargos ejecutivos o legislativos. Ya que debería realizar dos análisis diferentes.

En el caso de elecciones legislativas, teniendo una opción defensora de la vida, no parece que pueda ser lícito votar una lista de candidatos que estén a favor del aborto, porque con mi voto estoy cooperando bastante directamente a la instauración del aborto.

Si la lista de candidatos está mezclada, tendré que analizar quienes pueden ser realmente elegidos.

Es importante recordar que en las elecciones de parlamentarios, tengo obligación positiva de ayudar a candidatos defensores de la vida a llegar al Congreso.

Conclusión

Tengo obligación de velar por el bien común con mi voto, lo que incluye la defensa de la vida.

En algún caso, por motivos graves, podría llegar a ser lícito votar a un candidato abortista.

Y ese caso, la persona que decida votar a un abortista deberá  estudiar mucho como compensa los efectos negativos de su voto a través del corte de boleta, votando diputados y Senadores mayoritariamente defensores de la vida, etc.

La cooperación al mal no es un “permiso” para obrar mal. Surge de la necesidad de hacer el bien, que en alguna ocasión me expone al riesgo de cooperar al mal que no hago, ni quiero, pero no puedo evitar.

Y deberá evitar el escándalo explicando muy bien a los demás por qué hace lo que hace y cómo buscó disminuir los efectos negativos del propio voto.

La decisión en conciencia debe tomarla cada uno, bien estudiado el asunto y meditado en la oración, sabiendo que dará cuenta a Dios de su voto.

Consejos prácticos a partir de lo expuesto:

  1. Conocer la postura sobre el aborto de los candidatos a presidente y vice, gobernador y vice, los dos senadores y los primeros de la lista de diputados, intendente y primeros de la lista de concejales. Votar sin saberlo sería cometer un pecado de imprudencia posiblemente grave. Encontrarás información en cualquier movimiento pro-vida.
  2. En una lista de candidatos a diputados y concejales habrá que ver cuántos candidatos pro-vida y pro-aborto hay en los primeros lugares (quienes entrarían al Congreso con mi voto), para analizar si con mi voto estoy apoyando la vida o el aborto. En cargos legislativos parece más difícil que se de la proporcionalidad que permita la cooperación al mal.
  3. Por ejemplo, votar una lista formada por dos candidatos a Senadores abortistas es pecado grave, porque no parece que pueda haber una causa grave que pudiera hacer lícita esta cooperación al mal. Si hubiera candidatos a legisladores pro-vida habría obligación de votarlos.
  4. Pudiendo ser lícita, por una causa grave, la votación de un candidato a presidente que apoye el aborto, no deja de ser recomendable votar en primera vuelta a un candidato pro-vida aunque no tenga posibilidades de ganar.
  5. En caso de decidir apoyar, por una causa grave, a un candidato presidencial favorable al aborto, debería cortar boleta, y votar legisladores favorables a la vida.

A mí personalmente, no me gustaría exponerme a cargar sobre mi conciencia la sanción de una ley de aborto y todas sus consecuencias. Porque como es obvio, los culpables de una ley son responsables de todo el mal que la ley realice.

 

Eduardo Volpacchio
Doctor en Teología Moral
25.6.2019

 

ANEXO

Adjunto la Carta que el Card. Ratzinger envió a los Obispos de los Estado Unidos sobre el tema en junio de 2004.

Se debe tener en cuenta que la carta responde a la situación concreta de Estados Unidos y no puede ser generalizada sin más. Una diferencia de situación importante es que en USA la ley de aborto estaba vigente. Es decir, el voto de un candidato abortista en principio no cambiaría la situación legal del aborto. Es el caso en que en una elección hubiera peligro de que el aborto fuera legalizado, la nota aclaratoria hubiera sido mucho más exigente.

 

Carta del Cardenal Ratzinger a los obispos de Estados Unidos:

Dignidad para recibir la Sagrada Comunión

Principios Generales

  1. El presentarse para recibir la Sagrada Comunión debería ser una decisión consciente, basada en un juicio razonado respecto de la propia dignidad para hacerlo, según los criterios objetivos de la Iglesia, haciéndose preguntas como: “¿Estoy en plena comunión con la Iglesia Católica? ¿Soy culpable de algún pecado grave? ¿He incurrido en una pena (p.ej. la excomunión, el entredicho) que prohíbe que reciba la Sagrada Comunión? ¿Me he preparado ayunando por lo menos una hora antes?” La práctica de presentarse indiscriminadamente a recibir la Sagrada Comunión, simplemente como consecuencia de estar presente en la Misa, es un abuso que debe ser corregido(cf. Instrucción Redemptionis Sacramentum, números 81, 83).
  2. La Iglesia enseña que el aborto o la eutanasia son pecado grave. La Carta Encíclica Evangelium vitae, respecto de decisiones judiciales o leyes civiles que autorizan o promueven el aborto o la eutanasia, declara que existe “una grave y clara obligación de oponerse por la objeción consciente. En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como una ley que permite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito por tanto obedecerla, o ‘participar en una campaña de propaganda a favor de tal ley o votar por ella’” (n. 73).

Los cristianos tienen “una grave obligación de conciencia de no cooperar formalmente en prácticas que, aún permitidas por la legislación civil, son contrarias a la ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente con el mal. …Tal cooperación nunca puede ser justificada invocando el respeto a la libertad de otros o apelando al hecho de que la ley civil lo permite o lo requiere” (n. 74).

  1. No todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión.

Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia.

  1. Aparte del juicio de un individuo respecto de su propia dignidad para presentarse a recibir la Santa Eucaristía, el ministro de la Sagrada Comunión se puede encontrar en la situación en la que debe rechazar distribuir la Sagrada Comunión a alguien, como en el caso de un excomulgado declarado, un declarado en entredicho, o una persistencia obstinada en pecado grave manifiesto (cf. Can. 915).
  2. Respecto del grave pecado del aborto o la eutanasia, cuando la cooperación formal de una persona es manifiesta (entendida, en el caso de un político católico, como hacer campaña y votar sistemáticamente por leyes permisivas de aborto y eutanasia), su párroco debería reunirse con él, instruirlo respecto de las enseñanzas de la Iglesia, informándole que no debe presentarse a la Sagrada Comunión hasta que lleve a término la situación objetiva de pecado, y advirtiéndole que de otra manera se le negará la Eucaristía.
  3. Cuando “estas medidas preventivas no han tenido su efecto o cuando no han sido posibles”, y la persona en cuestión, con obstinada persistencia, aún se presenta a recibir la Sagrada Comunión, “el ministro de la Sagrada Comunión debe rechazar distribuirla” (cf. Declaración del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos “Sagrada Comunión y Divorcio, Católicos vueltos a casar civilmente” [2002], números 3-4).

Esta decisión, propiamente hablando, no es una sanción o una pena. Tampoco es que el ministro de la Sagrada Comunión está realizando un juicio sobre la culpa subjetiva de la persona, sino que está reaccionando a la indignidad pública de la persona para recibir la Sagrada Comunión debido a una situación objetiva de pecado.

Nota aclaratoria: Un católico sería culpable de cooperación formal en el mal, y tan indigno para presentarse a la Sagrada Comunión, si deliberadamente votara a favor de un candidato precisamente por la postura permisiva del candidato respecto del aborto y/o la eutanasia.

Cuando un católico no comparte la posición a favor del aborto o la eutanasia de un candidato, pero vota a favor de ese candidato por otras razones, esto es considerado una cooperación material remota, la cual puede ser permitida ante la presencia de razones proporcionadas.Principio del formulario

 

Análisis preliminar del proyecto de Código Penal en relación al aborto y el inicio de la vida

Informe de Jorge Nicolás Lafferriere

El 25 de marzo de 2019 el Poder Ejecutivo Nacional presentó en el Senado de la Nación el proyecto de nuevo Código Penal. En este boletín presentamos un primer y rápido análisis del texto en relación al aborto y los delitos vinculados con el inicio de la vida.

1) Descripción de los cambios con relación al Código Penal actual en artículos 85-88:

Desde lo metodológico, el aborto continúa siendo un delito contra las personas y más específicamente contra la vida.

Se modifica la redacción del inciso referido al aborto no punible por peligro para la vida de la madre y se precisa que el peligro refiere a la salud “física o mental”. Actualmente sólo dice “salud”. Este cambio puede interpretarse parcialmente como más restrictivo, pues actualmente el Código Penal sólo habla de la “salud” sin especificaciones. La nueva redacción excluye los supuestos de peligros para la salud “social”, pero explicita los casos de la salud “mental”. Este punto es problemático. Sin embargo, se mantiene la frase referida a que el peligro no pueda ser evitado por otros medios, que ya está en el texto vigente, lo que constituye una restricción importante en este punto. Entendemos que este inciso debe ser interpretado como compatible con la doctrina del aborto indirecto, siempre y cuando no se proceda a realizar un aborto en forma directa y se cumpla las condiciones de tal situación.

Se reemplaza la actual redacción del art. 86 inciso 2 sobre el caso de aborto no punible si el embarazo fue fruto de una violación o atentado al pudor sobre mujer idiota o demente. Se recurre a la expresión más amplia de “abuso sexual”. En este punto, el texto resulta merecedor de las críticas que se formularon en su momento al fallo FAL que significó interpretar el citado artículo 86 inciso 2 en forma amplia y extensiva a todo abuso sexual.

Se incorpora la figura de aborto culposo, es decir, cuando es causado “por imprudencia, negligencia o por impericia en su arte o profesión o inobservancia de los reglamentos o deberes a su cargo” (art. 87.2). Actualmente el CP no legisla este caso como delito.

Se incorpora una norma que permite al juez dejar en suspenso o eximir de pena a la mujer, “teniendo en cuenta los motivos que impulsaron a la mujer a cometer el hecho, su actitud posterior, la naturaleza del hecho y las demás circunstancias que demuestran la inconveniencia de aplicar pena privativa de la libertad” (art. 88).

Se baja el máximo de la pena para la mujer que comete su propio aborto (art. 88), que pasa a ser de 3 años. Habrá que ver cómo se conjuga ello con las disposiciones de la parte general en tanto en el código vigente, si la pena no supera los 3 años, siempre es posible su cumplimiento condicional (art. 26 CP texto actual). Según podemos apreciar el proyecto mantiene ese criterio.

2) Otros textos vinculados con el inicio de la vida

Se incorpora el infanticidio como figura atenuada del homicidio, de modo que según el artículo 81.3, se impondrá prisión de 3 a 6 años, “a la madre que matare a su hijo durante el nacimiento o inmediatamente después, en circunstancias extraordinarias de atenuación”.

Se incorporan tres artículos sobre el delito de lesiones a la persona por nacer (arts. 95 a 97), que sancionan con prisión de 1 a 4 años “al que causare a una persona por nacer una lesión o enfermedad que perjudique gravemente su normal desarrollo o provoque en él una grave afectación física, o mental” (art. 95). En el artículo 96 se contempla la figura culposa con pena de prisión de 6 meses a 2 años o de 6 a 24 días-multa. Y en el artículo 97 se aclara que no son punibles las lesiones a la persona por nacer que sean causadas por la propia mujer embarazada.

En el artículo 100, ubicado entre los delitos por tratamientos médicos no consentidos, se sanciona en forma agravada el hecho de realizar un tratamiento médico sin el debido consentimiento si se trata de “un acto de violencia obstétrica”.

Se incorporan nuevos delitos que sancionan la manipulación genética. El artículo 439 dispone que “se impondrá prisión de 2 a 6 años y 24 a 72 días-multa, al que realizare prácticas tendientes a hacer nacer un ser humano genéticamente idéntico a otro vivo o muerto”. Por su parte, según el artículo 440, se impondrá la misma pena “al que transfiera a una mujer o a un animal un embrión de una especie diferente a la receptora, o formado como consecuencia de fusionar embriones de especies diferentes, utilizando para ello al menos un embrión humano”.

3) Algunos comentarios iniciales

Como todo nuevo código, la valoración de la nueva redacción debe ser hecha considerando todo el articulado, especialmente la parte general. Se trata de apreciar cuál es la política legislativa subyacente para determinar la relevancia que se otorga al bien jurídico de la vida humana y cómo se procura conjugar los otros bienes en juego, como la protección de la maternidad vulnerable y la búsqueda de alternativas para salvar las dos vidas. Así, por ejemplo, en los artículos 95, 96 y 97 se regula lo relativo a las lesiones a la persona por nacer, reconociendo su carácter de persona.

La redacción propuesta para el delito de aborto resulta mucho más acotada en sus modificaciones que anteriores proyectos de modificación del Código Penal.

La ampliación de la redacción del aborto no punible por “abuso sexual” es el punto más cuestionable del proyecto (art. 86.2.2). Se sigue al fallo FAL lo que conlleva una incoherencia del sistema penal con las disposiciones constitucionales y convencionales que protegen la vida desde la concepción y con las otras normas que protegen el derecho a la vida como bien jurídico protegido.

En cuanto a la posibilidad de eximir de pena a la mujer, como potestad del juez (art. 88), algunos penalistas interpretan que esa cláusula puede dar lugar a interpretaciones abusivas que la transformen en una regla de no punibilidad. Otros penalistas discrepan con tal interpretación y consideran que se trata de un supuesto de excepcionalidad, que respeta el carácter de injusto del aborto, pero modera los efectos de la aplicación de la pena en el caso concreto.

La subsistencia de los casos de abortos no punibles y la existencia de protocolos de actuación para tales supuestos, configuran una situación que ha promovido el aborto, ha generado la impresión de que existen casos de abortos “legales” y ha generado las condiciones para una indebida presión sobre los médicos para obligarlos a realizar abortos. El proyecto no trae modificaciones en este punto.

Mis twits sobre el aborto (1)

Comparto por este medio los twists que he ido sacando estos días de debate sobre el aborto en Argentina… como una colección de ideas sobre el tema…

¿Aborto un derecho?

El aborto jamás puede ser un derecho: es la eliminación de un ser humano. La desesperación, situación extrema, angustia… pueden exculpar a una mujer que lo comete, pero no lo convierten en un  derecho: sigue siendo negativo, nunca digno de promoción.

¿Qué discutimos?

Una pregunta ¿estamos debatiendo que exista un derecho a destruir una vida humana?

Términos claros…

Un debate comienza por aclarar los términos del mismo. Quien está embarazada tiene un hijo creciendo en su útero. ¿Alguna duda al respecto?

Otro

¿El aborto, un derecho? ¿Cómo es posible que algo dramático, una decisión tomada muchas veces en una situación desesperada, que destruye una vida humana pueda ser presentado como un derecho?

¿Es posible?

¿Puede haber una contradicción mayor que pretender que el aborto sea un derecho humano? ¿La eliminación de un ser humano indefenso un derecho? ¿Estamos locos?

Aborto e inclusión social…

¿Algo más opuesto a la inclusión social que el aborto? Es la exclusión definitiva de la sociedad de uno de sus miembros, no se le da ni siquiera una tumba para descansar, sino que acaba -con suerte- entre desechos sanitarios.

Otro

La peor de las exclusiones: la licencia para eliminar un ser humano simplemente porque alguien lo declara «no deseado».

¿Aborto una ayuda a la mujer?

¡Cuántas mujeres son presionadas a abortar por parejas, jefes inescrupulosos, abusadores…! Una legalización, les quitaría el poco margen que tienen en esos casos para defender su libertad de criar a su hijo y salir de la explotación

¿Seguir el ejemplo de países desarrollados?

Países desarrollados tienen aborto… ¿Será que cuánto más dinero y utilitarismo, más materialismo y consumismo tiene una sociedad, menos valora toda vida humana? Los pobres valoran más los hijos que los ricos: compará los testimonios de la farándula y la Villa

Ver para saber…

El debate por el aborto debería incluir la realización de ecografías de mujeres embarazadas en el Congreso para que los diputados puedan ver, en los hechos, de qué están discutiendo.

¿Confundir un ser humano?

Quien justifica el aborto diciendo que se elimina parte del cuerpo de la mujer, confunde un óvulo con un nuevo ser originado de la fecundación. O ignora una cuestión básica de biología o está mintiendo descaradamente para justificar el aborto

Un ser humano…

¿Quién puede decir que no sabe qué es «eso» que saca la mano?

House With The Cute Fetus !! vía

¿Interrumpir la maternidad…?

Una mujer embarazada no va a ser madre, ¡ya lo es! ¿Otorgarle un derecho a eliminar/matar a su hijo? ¿Eso es civilizado? Si tiene dificultades para aceptar a su hijo, lo que necesita es ayuda, no licencia para matar.

Un fracaso como sociedad…

Legalizar el aborto sería el mayor fracaso ante la maternidad vulnerable. Es renunciar a hacer algo por ella y empujarla hacia la eliminación del hijo, dejándola sola con la terrible carga que implica.

¿Cómo ayudamos…?

Ante una mujer embarazada en crisis por su maternidad, la alternativa de la sociedad es darle los medios para superar la crisis, darle licencia para eliminar al hijo, o dejarla sola. ¿Queremos solidaridad, crueldad o individualismo?

Cruel

¡Qué cruel una sociedad que, ante una mujer embarazada con problemas, en vez de ayudarla se lava las manos, y para sacarse el «problema»  de encima, le ofrece eliminar a su hijo!

¿Un problema?

Una mujer embarazada puede tener problemas, pero el hijo nunca es el problema. Necesita ayuda solidaria. El aborto nunca es solidario, sino una manera de lavarse las manos.

¿Una conquista para las mujeres?

La mujer merece algo mejor, más grande, generoso, positivo, amoroso, lindo, solidario… que el aborto.

¿Un problema de salud pública?

El aborto no es un problema de salud pública. Es una crisis moral que sufre una mujer ante la llegada de un hijo inesperado. Una sociedad sana responde con ayuda solidaria para superar la crisis, no con una licencia para eliminar al hijo.

Aclarar el debate

Para la sinceridad del debate: ¿Qué buscan? ¿Despenalizar el aborto (que deje de ser un delito) o declararlo un derecho (como dice la ley presentada, que lo convertiría casi en obligación para el Estado…)? Son dos cosas radicalmente distintas.

Mentiras sobre los números…

Es curioso… en un país donde la gente no cree en las estadísticas oficiales… los medios están difundiendo números de abortos por año… (actividad ilegal de la que no hay estadísticas…) que son exageradamente grandes… y ¡¡¡se las creen!!!

Tantas mentiras…

¡Cuántas falacias! Escuchar a un promotor del aborto decir que quiere que haya menos abortos… Su sistema para reducirlos es facilitarlos, que el Estado se haga cargo y proclamarlo un derecho (¡curioso decir que quieren que un derecho no se actúe!)

Una editorial del diario La Nación…

¿Somos todos iguales o no?

Pareciera que ya no todos los seres humanos somos iguales. Que hay seres humanos que son «menos» humanos, y antes de nacer, no tienen derechos; es más, sería un «derecho» eliminarlos… ¿Esto es lo que queremos como sociedad?

¿Un servicio del Estado?

El aborto ¿un «servicio» que el Estado debe «prestar» a sus futuros ciudadanos y a todos los que sean traídos a morir en el suelo argentino?

¿Promover el aborto?

¿El aborto algo progresista? ¿Una conquista? ¿Un derecho? ¿Algo positivo? ¿Un evento feliz, quizás? Hay quienes lo defienden en términos semejantes ¿nos están tomando el pelo?

¿Una solución?

La eliminación de un ser humano nunca puede ser la solución: ¡es un gran problema!

Por favor, basta de mentiras.
Es agotador escuchar a los promotores del aborto repetir sistemáticamente mentiras, mentiras y más mentiras.

– «Queremos que haya menos abortos» (y promueven todo lo contrario a disminuirlos: facilitarlo, que lo pague el Estado…)
– «No se sabe cuando comienza a ser humano el embrión» (mentira: todos los científicos lo saben)
– «Miles de mujeres mueren» (mentira)
– «Se hacen quinientos mil abortos por año» (otra mentira, insostenible)
– «Tenemos derecho de decidir sobre nuestro cuerpo» (mentira, no es tu cuerpo: tu hijo no sos vos)
– «Queremos aborto seguro para los pobres» (y ¿los pobres también lo quieren?)
– «Los países desarrollados, como Estados Unidos lo tienen…» (y callan que también tienen libre portación de armas… y otras cosas que odian).
– «No estamos a favor del aborto, solo queremos salvar vidas» (y lo declaran un derecho: extraño afirmar que algo que no quieren sea un derecho).
– «Queremos despenalizar el aborto» (cuando lo que proponen es declararlo un derecho)
– «hasta las 12 semanas no es humano» (cuando sí lo es, y lo que quieren legislar es el aborto libre hasta los 9 meses)

¡¡¡Aporten algún argumento verídico!!! y ¡¡¡dejen de mentir!!! Así es muy difícil un debate.
¿Es que no se puede defender el aborto sin mentir?
La verdad, estoy harto de tanta hipocresía y mentira…

Cuando la ideología se impone sobre la ciencia

Ejemplo 1

«Si te amputan un brazo, sus células estarán vivas durante un tiempo. Voy a ser un poco duro: un embrión en el vientre de una madre se parece más a un órgano de la madre que a un ser independiente»

Alberto Kornblihtt, investigador del Conicet y director del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias, en diario La Nación, 25.3.18.

¿Puede un científico estar tan ideologizado  para no ser capaz de distinguir una parte del cuerpo humano de un ser humano completo? ¿No es capaz, acaso, de distinguir el todo de la parte? ¿confunde un brazo con un ser humano? ¿sigue siendo científico?

Ejemplo 2

¿Es posible dudar que el ser humano en la panza de su madre sea humano? ¿Nos están tomando el pelo? ¿Cómo alguien puede decir que no sabe qué tipo de vida sea «eso»?

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