Amor conyugal y apertura a la vida

Amor conyugal y apertura a la vida

(Charla dada por Zoom, desde el CUP, Córdoba, Argentina, el 27 de agosto de 2020).

Vamos a hablar de la antropología del acto conyugal, ese acto específico en el que los esposos corporalmente expresan y sellan esa unidad existencial que han realizado en el matrimonio.

Comenzaremos con tres cuestiones previas, para enmarcar la cuestión.

El particular modo de aproximar las cuestiones morales, para progresar en su entendimiento, unas premisas que damos por supuestas y el progresivo vaciamiento de la sexualidad que se ha realizado en un poco más de medio siglo.

Cómo progresar en la comprensión de las cuestiones morales

En primer lugar hace falta buenas disposiciones morales. Si no las tengo (si no estoy dispuesto a vivir aquello) es muy difícil que lo entienda. Porque no es como las matemáticas, en las que 2+2=4 no tiene implicancias existenciales. Las cuestiones morales, sí. Por ejemplo: quien es egoísta tiene serias dificultades para entender la justicia, porque siempre pensará que le corresponde más de lo que en realidad le corresponde: no entenderá qué es lo justo, porque su mirada carece de imparcialidad.

Peleas por herencias familiares. Con frecuencia, alguno trata de sacar una tajada más grande… incluso convencido de que lo merece, que los demás le están haciendo la guita (como dicen los tucumanos). O esos jueces coimeros que piensan que es justo que les den una gratificación. Porque no es justo que los abogados se lleven suculentos honorarios, cuando es él quien hace gran parte del trabajo…

Una segunda idea, es que en las cuestiones morales se avanza en su entendimiento de forma de espiral: dando vueltas a los asuntos, mirándolos desde distintas perspectivas, me voy acercando. Hace falta tiempo, leer…

En un mundo supererotizado, no pretendo que con esta charla, agotar sus inquietudes sobre el tema. Sí ayudarlos a da un paso racional hacia el entendimiento de la relación entre el amor conyugal y la apertura a la vida.

Lo que diremos no es cuestión cumplir de reglas. Son exigencias antropológicas de la persona humana. Lo que la realidad exige para recorrer el camino de la plenitud y la felicidad. Procede de la razón –que es capaz de discernir el bien y el mal en la conducta–. En esta tarea se ve ayudada por la revelación divina y por el Magisterio de la Iglesia, que es su intérprete auténtico.

Cuatro premisas para encarar este tema:

  • La unidad corpóreo espiritual que es el ser humano, que hace que el cuerpo sea expresión de toda la persona. Esto lleva consigo que haya un lenguaje del cuerpo, y que por tanto haya verdad o falsedad en sus expresiones. Sonrisa, si/no, saludo… si te abrazo para robarte la billetera, estoy traicionando el abrazo, lo prostituyo.
  • La naturaleza sexuada del ser humano. No existe en neutro: dos modalidades: mujer y varón. En todo el ser: cuerpo –hasta la última célula–, psicología, afectividad, cerebro, forma de pensar… Complementariedad que permite llegar a ser una sola cosa, una carne…
  • El amor total que supone el matrimonio. Cuerpo, alma, presente y futuro, dinero… Implica: exclusivo, definitivo, para siempre…
  • El sentido de la sexualidad como vehículo corporal del amor. El amo ser expresa sexualmente a través de la feminidad y la masculinidad.

El progresivo vaciamiento de la sexualidad

En los últimos 60 años ha habido cuatro divorcios fatales para el sexo. Lo han ido vaciando de contenido, robándole lo más valioso… hasta dejar solo el placer.

1º se lo separó de la procreación (anticoncepción)

2º se lo separó del matrimonio: no hace falta estar casados: prematrimonial, “pareja”.

3º se lo separó del amor: amor libre, amigos con derechos, actividad lúdica: juntos pero no unidos.

4º se lo separó de la corporeidad (de la biología), autopercepción. Todos con todos…

Así se lo fue empobreciendo, vaciando de significado, de valor, despersonalizando, deshumanizando, instrumentalizando. Sólo resta compadecerse: ¡pobre sexo!

De algo sagrado pasó a ser algo tan banal que no es nada. La persona es la que pierde…

EL AMOR ES FECUNDO

Por definición el amor conyugal está abierto a la vida.

Francisco le dedica el 5º capítulo en Amoris laetitia. Veamos los tres primeros números.

Capítulo quinto. AMOR QUE SE VUELVE FECUNDO

165. El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal «no se agota dentro de la pareja […] Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» (JPII; FC 14).

Uno dice: ¡Wow!

Los hijos están en el amor de sus padres, antes de ser concebidos.

Acoger una nueva vida

166. La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida «nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen» (Catequesis 11.2.15). Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos «son amados antes de haber hecho algo para merecerlo» (Id).

Y ya enseguida el Papa entra en la mentalidad antivida, con una descripción que hace patente la crueldad y egoísmo que lleva consigo.

Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! […] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?» (Catequesis 8.4.15). Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres» (Ibid).

Tema central: la cooperación de los padres y Dios en la generación de nuevos seres humanos.

Un paréntesis antes: en los seres humanos hablamos de procreación y no de reproducción como en los animales. Porque Dios participa del asunto, creando el alma personal.

El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna.

Contexto existencial de los hijos: toda la eternidad. Tema central: ¿para qué tienen hijos? Dar la existencia a personas para que sean felices por toda la eternidad. No cabe mayor generosidad…

Yo no puedo hacer eso: yo ayudo a llegar al cielo a seres que ya existen…

Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad.

Por eso no tiene sentido, pensar solo en coordenadas económicas, sociales… terrenales en última instancia.

Y termina la introducción al capítulo, con una referencia a las familias numerosas.

«167. Las familias numerosas son una alegría para la Iglesia. En ellas, el amor expresa su fecundidad generosa. Esto no implica olvidar una sana advertencia de san Juan Pablo II, cuando explicaba que la paternidad responsable no es «procreación ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos» (JPII).»

¿Cuántos hijos debe tener un matrimonio?

Es un tema que deben resolver con Dios. Con generosidad y responsabilidad.

Ni cuantos más, mejor. Ni cuantos menos, mejor.

Depende de los hijos que estén en condiciones de sacar adelante. Tantas variables: salud física, psíquica. Carácter, energía. Condiciones materiales: casa, dinero…; laborales. Capacidad de educar…

Prudencia y generosidad: las dos cosas. No querer tenerlo todo bajo control.

* * * * *

Lo que sigue a continuación está inspirado/ tomado/ sintetizado… del Cap. 9 “La consumación del amor”, del libro “El destino del eros. Perspectivas de moral sexual”, de José Noriega, Ed. Palabra, Madrid 2005, pp. 234-259

Tratar de entender la conexión entre el amor conyugal y la apertura a la vida.

¿Qué sentido tiene el acto conyugal?

Preguntar por el significado de algo quiere decir preguntar por su valor, su sentido dentro de la vida de la persona, por su razón de ser;

El acto conyugal realiza, consuma, significa la entrega de vida de los cónyuges. Corporalmente expresan la unión total de sus vidas. Es sacramento de su unión existencial. Por eso se lo llama conyugal. Por eso ese mismo acto sin conyugalidad, sin estar casados, es una mentira, un engaño, una traición, porque expresa algo que no existe. La unión de vidas, total y exclusiva, definitiva, se realiza en el matrimonio. Y el acto conyugal lo expresa corporalmente.

De manera semejante, se miente cuando se priva al acto conyugal de un significado esencial. Cuando voluntariamente se lo hace infecundo, se esteriliza el amor. Se da un signo de entrega total, que no es verdadero, porque se están reservando, están rechazando, algo de esa entrega.

Es un acto antropológicamente viciado, falso. Contradice el lenguaje del cuerpo.

¿Cuál es el significado del acto conyugal? Los esposos obviamente no teorizan para hacerlo, simplemente se entregan.

Movidos por el deseo, se entregan mutuamente, sin reflexionar. Pero esa espontaneidad que supone el dinamismo sexual no implica que lo realicen sin sentido.

Y esto se hace evidente por dos hechos precisos: en primer lugar, solamente siguen ese deseo con una persona, su cónyuge, único e insustituible, por lo que esa acción es vivida con una exclusividad única. Y en segundo lugar, porque, al seguir ese deseo, ambos son conscientes de que puede venir un tercero, el hijo. No es una acción, por lo tanto, cuyo misterio escape totalmente a nuestra comprensión.

Es una acción llena de misterio. Porque hay algo demasiado grande detrás. La sexualidad es un mundo, porque alcanza hasta lo más íntimo de la persona. Por eso promete tanto, porque se intuye detrás algo que supone plenitud.

¿Qué hay detrás del deseo?

El deseo de entregarse, de cercanía, de unirse, de un modo muy peculiar –sexual– en una unión que conlleva una función procreativa.

El significado, es el valor que perfecciona a la persona. El sentido no viene de la acción física, sino de las personas que la realizan, a las que expresa íntimamente.

La comunión reclama que las personas sean acogidas como persona, no por placer. No es una mera acción que genera placer: expresa unión, amor, lo realiza corporalmente. Una unión particular (exclusiva, total, definitiva), que potencialmente los puede hacer padres.

Básicamente dos significados.

Significado unitivo.

El acto conyugal tiene un significado porque implica su libertad y su corporeidad: el cuerpo que es expresión de la persona y que por tanto tiene un lenguaje, se transmiten algo. En el encuentro de los cuerpos se encuentran las personas y su amor.

La dignidad humana no acepta –demasiado pobre– que la entrega de los cuerpos tenga solo el sentido de experiencia de placer: si solo fuera eso, instrumentalizaría al otro.

La mutua entrega de los cuerpos es expresión y actualización de la voluntad mutua de donación, por lo que es capaz de unir a sus protagonistas: no solamente sus cuerpos, sino también sus afectos, sus libertades, sus personas, sus vidas. La persona toda ella se da. Y dándose acoge al otro. Este mutuo darse y recibirse en la sexualidad abre el espacio de la intimidad al mutuo encuentro, a la presencia real y concreta de ambos, a la compañía recíproca, al aprecio mutuo.

Dos paréntesis

Los animo a profundizar en la riqueza de contenido del acto conyugal, para que de hecho lo realicen en su vida. Para evitar que la rutina, el egoísmo, la superficialidad, empobrezcan su amor.

Es un desafío: cultivar el amor de verdad.

En una cultura hedonista, que en la sexualidad sólo ve placer, descubrir la grandeza del misterio que viven, y entonces el mismo placer se identificará con el amor y no será algo al margen del mismo…

Para que sea real, es necesaria la virtud de la castidad. No nos da el tiempo: pero la castidad es la integración de la sexualidad en la unidad de la persona. Es decir, la sexualidad integrada, expresa a la persona. Cuando falta la castidad, la sexualidad se desconecta de lo espiritual, se convierte en una cabra loca que corre por el monte en busca de cualquier placer…

Seguimos…

Este significado de la unión conyugal se apoya en la función sexual de acoplamiento sexual mutuo, pero no se reduce a ella, ya que le ofrece una plenitud que la mera funcionalidad sexual no es capaz de producir: la unión de las personas. Y porque es una plenitud, adquiere de ella su significado.

Consuma, resume, concentra toda la unión personal.

Tenemos así la posibilidad de situar esta acción concreta dentro de la globalidad de la vida y entender su valor, su finalización. La unión de los esposos que este acto actualiza y favorece no es su única plenitud. Más aún, para que lo sea, aparece un nuevo significado, la capacidad de ser padres que viene a integrarse no como algo extrínseco, sino como algo que pertenece a la misma unión de ambos, ya que esta unión no es de total complementariedad, sino que implica una cierta asimetría que solo el hijo puede llenar.

La capacidad de ser padres no es algo desligado de esta unión. No es una cuestión meramente biológica… es algo personalísimo.

Es más, ser una carne, ser una sola realidad, en sentido pleno lo son como único principio generativo. En el ser padres, se hacen uno: en cada hijo están los dos… Cuando se separan… es una ficción… porque en los hijos no pueden separar lo que es de cada uno…

Es significado procreativo.

La  comunión de los esposos, por implicar la totalidad de la persona, les hace capaces de transmitir la vida, porque dicha unión implica la función sexual, que incluye la función reproductiva. Son capaces de transmitir la vida. No se trata de que si de hecho la transmiten o no, lo cual depende de muchas cosas.

El hecho es que es una acción capaz de generar a una persona.

Entregarse sexualmente implica, entonces, donar la capacidad de convertirse en padre o madre en virtud de lo que se está haciendo. Esta potencialidad de generar vida que se expresa en el significado procreativo se constituye como un verdadero bien inmanente de la misma acción de los esposos. El que los esposos, uniéndose, estén abiertos a generar una vida indica la plenitud de su amor. Hablamos de «capacidad», porque el hecho de que el hijo venga no dependerá de la sola donación. Solamente un número reducido de uniones entre los esposos es fecunda, pero en todo acto está presente esta fecundidad en esta apertura.

Dios interviene, creando el alma. La acción de los esposos adquiere la forma de una colaboración con Dios creador, asumiendo el significado procreativo

Así los esposos participan de una cualidad singular del amor de Dios: porque Dios ha amado cada persona antes que existiera como alguien digno de existir y ser amado por sí mismo, y ha sido ese amor el que le ha movido a creamos. El amor de los esposos es también así, porque cada persona ha sido amada por sus padres antes de que fuese engendrada. Ella es el fruto de un amor que se dirige, en primer lugar, al cónyuge, pero que, dirigiéndose a él, incluye en sí la posibilidad de acoger un nuevo don del amor. El hijo es así amado también como alguien digno de existir por sí mismo, y no en función de los propios deseos a satisfacer o ulteriores utilidades.

La mutua donación se convierte así en el templo santo donde Dios celebra su liturgia creadora, generando una persona como alguien que es amado por sí mismo.

Por eso el hijo es un don. Engendrar un ser humano es un acto humano, no una consecuencia biológica de un acto humano.

Esta apertura a la fecundidad es necesaria para su amor, no es independiente de él, ni puede ser separado de él.

¡Hace que ese amor no se cierre en ellos mismos!

Por ello, esta dimensión procreativa incluye en sí misma también la dimensión educativa, que se radica, por lo tanto, en el mutuo amor de los esposos, en su mutua entrega.

La unión conyugal incluye en sí el significado de la transmisión de la vida que es posible por el don que Dios hace al amor esponsal.

Por eso protege de egoísmos: porque un egoísmo hacia el posible hijo, no puede no ser también egoísmo entre ellos. La apertura a la vida implica y realiza la apertura entre los esposos.

Por eso esta apertura protege el amor.

De hecho hay muchas menos separaciones y divorcios entre quienes no recurren a la contracepción.

La inseparable unión de los dos significados.

¿Se puede eliminar un significado sin afectar al amor? ¿sin que afecte la naturaleza del acto?

Los significados están unidos: se reclaman mutuamente, en una relación de enriquecimiento mutuo, que es constitutiva para ambos. Tienen una dependencia mutua que procede de la misma realidad. No son independientes.

Si no es un acto de amor, la generación de la vida se desnaturaliza.

El significado procreativo se realiza de modo humano en la donación recíproca de amor. Generar una persona –alguien que debe ser querido por sí mismo, no por su utilidad o conveniencia de su existencia– supone acogerla en sí misma, no puede ser producida. Es el gran problema de la fecundación artificial. En la donación recíproca lo esposos acogen el hijo como un don.

Si no es procreativo, el amor se desvirtúa, porque es lo que lo caracteriza en su más profunda realidad.

El significado unitivo, como acto de donación, es un amor interpersonal en la sexualidad capaz de procrear. Solo este tipo de amor es procreativo a diferencia de otros. Es un amor espiritual y corporal. Desde el inicio está especificado como amor procreativo.

Cada uno de los significados adquiere sentido en relación al otro.

Intentar buscar uno de estos significados independientemente del otro lleva a perder la especificidad de cada uno de ellos. Porque cada uno adquiere su sentido en la relación con el otro: una unión capaz de generar una persona, una procreación en la mutua donación. Esta unión de ambos es lo que constituye la especificidad e identidad de cada uno de ellos.

No es una cuestión moral (un deber ser). Es decir, no es que no se deban separar porque hay una ley que lo exige. Se trata, más bien, de una inseparabilidad antropológica: esto es, no se pueden separar, porque, si se separan, se pierden ambos, haciéndose imposible realizar ninguno.

Y ello porque dejan de ser lo que son. Un amor conyugal que no sea procreativo en su significado no es un amor conyugal, o una procreación que no se dé en la mutua donación no es procreación: serían otra cosa. Así como, en la persona, alma y cuerpo están unidos «sustancialmente» del mismo modo la separación de estos dos significados hace que el acto sexual sea algo distinto desde el punto de vista moral, y no quede especificado por ninguno de ellos, asumiendo otros significados.

Resumen

Son significados. No dos funciones o realidades físicas. Obviamente físicamente une y tiene un significados procreativo. Perdón, pero la acción de introducir espermatozoides en un útero… no parece orientarse a otra cosa más que a fecundar óvulos que pueda haber ahí… pero la cuestión va mucho más allá: es muy profunda.

Es procreativo en la medida que es unitivo. Y porque es unitivo, es procreativo. Porque el tipo de unión de amor que realiza no se cierra en los cónyuges sino que está abierta a un nuevo posible ser fruto de ese amor.

Es un amor tan grande que es creador…, más precisamente procreador  (porque no crea solo, necesita que Dios cree el alma).

Me refiero a procreativo como exigencia antropológica: es el contexto en el que debe ser engendrado un ser humano. Su dignidad exige ser fruto de un acto de amor humano, que esté en sintonía con el acto de amor divino que crea su alma. Fruto del amor de sus padres y del amor de Dios.

Y siempre un don. Porque más allá de que pueda no ser esperado, es fruto de la unión amorosa de sus padres.

Cuando el amor se hace infecundo: el problema de la contracepción

Porque –debemos decirlo– la anticoncepción no es una solución, es un problema.

La malicia de la anticoncepción reside en el rechazo de la fecundidad del otro cónyuge. En excluir anulando positivamente de la unión sexual, la fecundidad de amor.

El problema de la contracepción

¿Dónde se sitúa la dificultad de la contracepción?

No está en la elección de no tener más hijos. Puede haber situaciones complicadas en la vida de los matrimonios en las que no vean conveniente la generación de un nuevo hijo. Elegir no tener más hijos no es el problema de la contracepción, porque, además, también los que recurren a la continencia periódica han elegido no tener más niños.

No está en el método. Tampoco se sitúa el problema en el «medio» elegido para no tener hijos. No es el hecho de ser un medio artificial.

El problema está propiamente a nivel de la definición de la acción «unión sexual» que realizan los esposos en una acción contraceptiva.

Es decir, la acción que hacen: porque la anticoncepción afecta a la acción en lo más profundo, cambiando su naturaleza, al cambiar su significado. Es otro acto distinto, aunque físicamente parezcan idénticos.

Si la unión sexual se define como «entregarse en la totalidad de lo que ambos son» , ahora la acción que realiza es una entrega sexual-contraceptiva, que implica eliminar una dimensión intrínseca de la totalidad de la persona. Los esposos –por determinadas circunstancias que les hace valorar como no oportuno el nacimiento de un nuevo hijo– deciden unirse sexualmente eliminando la posibilidad de ser padres, para así poder encontrarse mutuamente y actualizar la unión de sus personas.

¿Se unen de verdad? Cierto que se unen corporalmente, pero en la entrega del cuerpo no está la voluntad de entrega en totalidad, porque han eliminado la posibilidad de ser padres. Entonces, en el acto de voluntad de donación recíproca, se ha introducido un elemento que lo cambia, esto es, deja de ser una entrega en totalidad y una acogida en totalidad de lo que ambos son en su realidad personal. Los cuerpos, ciertamente, están unidos. Pero el acto de amor que motiva la entrega es un acto de amor que se ha hecho infecundo intencionalmente, por lo que no es un acto de amor total.

Ha surgido, dentro del acto de amor, una nueva intención que se dirige contra la función reproductiva, eliminándola. Pero de este modo, la acción deja de tener inmediatamente un significado procreativo, ya que se ha hecho infecunda. Al perder el significado procreativo, la donación deja de tener un significado unitivo, porque a nivel intencional no se incluye la totalidad de entrega. ¿Qué queda en él? Queda la función sexual.

No es una entrega total porque se unen específicamente en cuanto varón y mujer, pero excluyen la fecundidad que es específico de su masculinidad y feminidad.

Como se puede apreciar en la explicación realizada, el problema de la contracepción está en la intención de hacer estéril el amor, y no en que la funcionalidad reproductiva pueda o no realizarse. La misma declaración magisterial que rechaza la contracepción especifica que se trata de aquella acción que se proponga hacer estéril el amor: esto es, que tenga esa intención:

Queda excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga (intendat), como fin o como medio, hacer imposible la procreación (HV 14).

¿Por qué? Sencillamente, porque esta intención de hacer infecundo el amor contradice la verdad del amor conyugal. Aquí está su drama: lo hace imposible, ya que elimina su especificidad propia. El lenguaje sexual, interactuar sexualmente, pierde ahora su significado propio, el de la totalidad de una donación y de una acogida, para adquirir un nuevo significado, el de la posibilidad de colmar una necesidad, un deseo. De ser un regalo mutuo que los esposos se hacían, pasa a ser la ocasión de saciar una carencia, un deseo. Se ha introducido una lógica muy diferente en la sexualidad: ya no es la lógica de la donación, sino la lógica de la necesidad. Aquí está el cambio simbólico que se ha introducido y que vendrá a determinar su relación.

Ciertamente, los esposos pensarán que no es así como ellos quieren vivir sexualmente su amor, proponiéndose la posibilidad de expresarse mutuamente su aprecio, de encontrar momentos de intimidad. Es cierto, pero el problema es que la expresión de ese amor ha sido vaciada de contenido: no dirigiéndose a la donación y aceptación en totalidad de la otra persona, se concentra en la posibilidad que esta acción tiene de autosatisfacción. Aquí está su sentido, más allá de la vivencia que le quieran dar.

No hay entrega… sino satisfacción de una necesidad de sexo… o te necesita a vos sexualmente, si apertura a la familia. Excluyo tu fecundidad, no la quiero…. El acto sale de la esfera de la donación mutua.

Como vemos la anticoncepción no respeta la dinámica del amor conyugal. Por eso siempre fue considerada ilícita.

La píldora es de los 60… pero la anticoncepción existió siempre. En el primer libro de la Biblia aparece: Onán (2º hijo de Judá, es decir, bisnieto de Abraham) le da el nombre al pecado de onanismo (coito interrupto). 1900 años antes de Cristo.

Hasta 1930 todas las confesiones cristianas fueron unánimes. Los anglicanos fueron los primeros… Ahora desgraciadamente, se han apartado de la tradición moral judeocristiana.

Las consecuencias han sido nefastas. Las pandemia de rupturas matrimoniales, tiene en parte su raíz acá. El aborto. La aceptación social de la homosexualidad.

No soy profeta.., pero hace 30 años… decía: quien acepta la anticoncepción, no tiene argumentos para rechazar la homosexualidad, porque está destruyendo la lógica del acto sexual y el sentido de la sexualidad…

Los divorcios de los que hablé al principio: iter: no procreación, no matrimonio, no amor, no biología… solo placer. Trágico para el sexo, y trágico para la persona porque afecta profundamente la capacidad de amar, y por tanto de ser felices.

Cuando el Gobierno de CABA les dice a los adolescentes: disfruta tus derechos, los está animando frívolamente a dar rienda suelta al instinto sexual… y los destruye. ¡Pobres! Se incapacitan para amar de verdad… Además de agarrarse todas las ETS y empujarlos al aborto.

Regulación natural de la fertilidad

¿Cómo afrontar, entonces, aquellas situaciones más o menos temporales en la vida matrimonial en las que no se ve prudente engendrar un hijo más? Estas situaciones concretas de salud física o psicológica, de momento económico o laboral de la familia u otras semejantes, pueden llevar a los esposos a «interpretar» la voluntad de Dios respecto a su vida conyugal y entender que deberían distanciar o posponer la posibilidad del nacimiento de un hijo.

El mismo Creador ha puesto en el dinamismo sexual de la mujer la posibilidad de administrar la fertilidad. Hoy en día es relativamente fácil conocer los ritmos de fertilidad de la mujer con los diferentes métodos de observación.

Y de eso tratan los métodos de regulación natural de la fertilidad.

Premisa: exige un cambio en la vida sexual de la pareja.

Para eso hace falta de una manera particular la virtud de la castidad, como virtud del amor verdadero, ya que, integrando los diversos dinamismos del amor en el amor a la persona, al don de sí misma y a la acogida de la persona amada en totalidad, es capaz de mover al sujeto a cambiar su comportamiento sexual, adaptando su vida sexual a los ritmos de fecundidad.

Así, los esposos se unirán conyugalmente en los tiempos en que previsiblemente la mujer es infecunda, dejando de unirse en los momentos de previsible fecundidad.

Este cambio de su comportamiento sexual tiene lugar por una motivación muy gorda: conservar el sentido íntegro que la mutua unión tiene, esto es, el don total de sí mismos. Por esta razón, el hecho de cambiar entraña ya en sí un acto de amor a la persona, y un acto de amor que compromete también la corporeidad.

¿Esto atenta contra el significado procreativo?

Ciertamente que los esposos obran así porque han elegido no tener un hijo. Los esposos obran así porque han elegido no tener un hijo. Pero esta elección no les mueve a realizar nada contra la función reproductiva, por lo que el significado procreativo de sus actos permanece inalterable: son actos -en sí y por sí mismos- capaces de engendrar vida, aunque ahora la función reproductiva no se activa porque en sí misma no es capaz de hacerlo. Con ello están administrando una posibilidad dada por el Creador de la naturaleza humana.

El que los esposos no quieran tener hijos no es algo negativo, si ellos tienen motivos serios para no tenerlos.

La dificultad surge cuando se hace intencionalmente algo contra la totalidad de la entrega, eliminando de ella la posibilidad de ser padres.

La continencia periódica y los métodos contraceptivos comparten, por tanto, algo: la elección de posponer el nacimiento de un hijo.

Sin embargo se configuran como acciones totalmente diferentes.

La radicalidad de su diferencia reside en que, en la continencia periódica, la persona asume el dinamismo sexual-afectivo y, por amor a la persona, espera el momento oportuno para unirse. Mientras que, en la contracepción, la persona no asume su dinamismo sexual-afectivo en su integridad, realizándolo sin implicar una totalidad de entrega, para lo que debe resolver técnicamente el problema que le plantea: debe hacerlo estéril.

Es verdad que cambiar las costumbres sexuales no es fácil: exige  dominio de sí, y conocimiento de un método que, en ocasiones, puede ser complejo.

La dificultad es real. No hay que minusvalorarla. Pero, se le puede dar vuelta y verla no como un obstáculo a su espontaneidad, sino como una ocasión de madurez en su propio amor. La continencia periódica exige madurez porque requiere un diálogo recíproco, una escucha atenta de la otra persona, un aprender a esperar sus propios tiempos, ya que no siempre se encuentra disponible para la unión conyugal.

La continencia periódica pide asumir el impulso sexual en el amor personal, evitando que este impulso tienda a imponerse como una exigencia. La castidad conyugal ayuda a los esposos a orientar su mirada, a integrar los dinamismos del amor, a buscar con creatividad formas nuevas de expresión de la ternura y del diálogo que permitan abrir espacios de comunión y transmitirse su mutua compañía.

No tiene porqué apagar el amor, lo puede enriquecer.

Integrarlo en el seguimiento de Cristo.

Por otro lado, la dificultad que puede conllevar la continencia periódica en la vida de los esposos no es algo extraño a su propio amor conyugal. Al pertenecer al mismo dinamismo amoroso integrado por la virtud de la castidad, constituye el caminar del matrimonio, que en el seguimiento de Jesús es capaz de acoger los desafíos que conlleva su propia vocación. Es cierto que estos desafíos pueden implicar momentos difíciles, por el esfuerzo que comportan: esfuerzo en el cambio del comportamiento sexual, en el dominio del impulso erótico, de la imaginación y de la atención que se le presta… El gozo de la comunión vivida en la entrega sexual incluye también la dificultad que pueden suponer los momentos de abstinencia. Este es su modo propio de amarse, y, por ello, de seguir a Jesús y, por lo tanto, su modo propio también de santificación.

Diferencia con la anticoncepción: a dos niveles

La exhortación apostólica Familiaris consortio habla, en su número 32, de la diferencia antropológica y moral entre el método de la continencia periódica y el método contraceptivo. Es una diferencia antropológica, porque está en juego es el sentido de la sexualidad, la posibilidad de expresar a la persona en el lenguaje sexual: posibilidad que se ancla no simplemente en un «querer expresar el amor», sino en un efectivo entregarse en totalidad. El cuerpo con todos sus dinamismos se convierte en verdadero sujeto de acción junto con el espíritu, en verdadero principio de operación. La continencia periódica asume la subjetividad del cuerpo en la totalidad de entrega, permite que sea verdadero principio operativo; mientras que, en la contracepción, se establece una división entre el amor espiritual, lo que quiere expresarse, y el lenguaje corporal, lo que de hecho se da, objetivando el cuerpo al eliminar de él su capacidad procreativa.

Y es una diferencia ética, porque entre ambos métodos hay una diferencia radical en el modo como la persona se sitúa ante el impulso sexual y la acción: en la continencia periódica lo hace como verdadero dueño de sí mismo, por lo que puede cambiar su comportamiento y entregar un amor entero; mientras que, en la contracepción, no lo domina y quiere dejarse llevar de él, para lo que tiene que resolver técnicamente el problema que se le plantea.

Un desafío…

Esto es mucho más que un mandamiento a vivir (el sexto), es un desafío, posiblemente uno de los mayores desafíos de los matrimonios católicos.

El desafío de mostrar al mundo que este punto de la moral, no es una carga insufrible, sino una protección del amor y garantía de felicidad, también cuando cuesta vivirlo, cuando se puede hacer cuesta arriba, incluso cuando el cónyuge no entienda mucho.

Es una cuestión de fe, de creer y confiar que Dios no pide imposibles, y que lo que pide es camino de felicidad.

Muy floja estaría nuestra fe, si la viéramos como una carga, y no como una liberación.

Tenemos, –tienen– toda la gracia sacramental para vivirlo y testimoniarlo con alegría.

Muchas gracias.

Eduardo Volpacchio
Córdoba, 27 de julio de 2020

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Quiéreme cuando menos lo merezca (nueva versión)

La canción:

Video de la charla para matrimonios

El amor nos engrandece y nos mejora

Si Dios es amor, el amor es lo que más nos asemeja a Dios.

Por eso el amor nos mejora.

Amar nos engrandece. El amor saca lo mejor de nosotros. Por amor somos capaces de cosas de las que no seríamos capaces sin amor.

El amor mejora a los demás. Sólo amándolos serán mejores. La base de la autoestima de una persona se construye con el amor de los padres: quien se sabe y siente amado con amor incondicional, tendrá una buena autoestima.

El amor completo, maduro, en plenitud, es incondicional.

No es un premio: te portaste bien, entonces, te amor… Es gratuito. No es merecido: te amo porque merecés mi amor…

Se ama personas, no partes de personas: no somos partibles… Si te amo, te amo a vos, como sos, no la imagen que yo tenía de vos: eso es un fantasma…

Si amo solo que me gusta de vos, lo valioso, lo que me hace sentir bien… todavía no he llegado a amarte a vos: se ama a la persona. El amor madura: toda la vida.

El amor de mis padres después de 62 años de casados… era mucho más grande que el del día que se casaron. Y mi padre estaba bastante sordo, mi madre tiene problemas para caminar…

Es clásica la distinción de amor de concupiscencia y de benevolencia. Concupiscencia: amor básico: por el bien que me hace, me gusta… pizza love, lo llama Mary Bonacci. Benevolencia: amor por sí mismo, gusto de hacer feliz, tu existencia llena mi vida, te amo a vos. Amor de madres. Primero tiende a ser posesivo: sos mío (está centrado en mí, por eso puede ser más egoísta…). El segundo es de entrega: soy feliz haciéndote feliz…

Todo amor comienza con complacencia y debería madurar en la entrega (que obviamente incluye el gusto). Similar a la distinción entre eros y ágape.

Amor incondicional. Amo a esta persona, amor que incluye sus defectos (que los tiene).

El amor nos mejora y hace mejor a los demás.

Sólo mejoramos en un clima de amor y con una actitud positiva (y los demás también)

La crítica nos humilla, no nos hace mejores. El pase de factura, nos enoja; sentirnos atacados, nos lleva a defendernos y nos mueve al contraataque. No es verdad que la ley con sangre entra…

Todos tenemos discapacidades: nuestras limitaciones y defectos. Discapacidades afectivas, intelectuales, de atención (no nos damos cuenta de cosas, como un sordo no escucha, y no es por mala voluntad…). Cuando una persona anda en silla de ruedas, no le echamos en cara que no pueda caminar, sino que con cariño procuramos ayudarla… De manera similar deberíamos reaccionar ante las discapacidades de carácter o personalidad de los seres queridos.

¿Cómo conseguir amar cuando el otro no lo merezca? ¿Cómo dejarme amar cuando yo no lo merezca (o cómo facilitarme que me ame… cuando no lo merezco: porque si se lo hago más difícil…)?

1.      Conocerse mutuamente, con empatía (sólo desde el otro podemos conocerlo).

Cuando llegué a Kenia, en escala a mi ida a vivir en Uganda, un sacerdote español que llevaba muchos años en África, me dijo: no te preocupes, ya entenderás las costumbres de estos países… Pensé que entendía… pero pasados dos años comprendí el consejo recibido al llegar… uno mira desde dentro: al llegar yo entendía, pero entendía y juzgaba desde mis esquemas mentales argentinos: lo entendía desde otra perspectiva; necesita tiempo para conseguir meterme en la cultura africana y entenderla desde dentro.

Si no sé lo que le pasa, difícilmente lo entienda, imposible que lo pueda ayudar, evitar lo que le molesta. Sólo podré hacerlo feliz si sé lo que lo hace feliz. Y sólo podrá hacerme feliz si sabe lo que me hace feliz.

Parece una tontería, pero no lo es.

Tratar de comprender al otro. Cosa que no es fácil: los varones y las mujeres pensamos, sentimos, experimentamos y reaccionamos de manera diferente. No olvides el famoso libro: Los hombres son de marte y las mujeres de venus. Y tenemos que aprender cómo vive las cosas el otro, de otro modo seremos injustos en nuestra valoración. Y para esto hay que aprender a escuchar sin defenderse, sin sentirse atacado. Y a expresarse abriendo el corazón, sin atacar, buscando entender al otro y que el otro entienda lo que me pasa. Con esa mutua empatía, no vamos poniendo en condiciones de comprendernos y ayudarnos.

Tratar de entender al otro y comunicar sentimientos.

Varones y mujeres tenemos necesidades distintas. Además, se suman las diferencias de carácter que tenemos.

“Debería darse cuenta”… a veces decimos enojados. Pero posiblemente no se da cuenta. Habrá que decírselo.

No me corresponde. No lo valora. Le enoja todo. Siempre quiere salirse con la suya… El asunto es ¿cómo lo digo sin que se ofenda? ¿cómo lo digo con cariño, de modo positivo, animante?

Y ¿cómo me dejo decir las cosas? Caso mujer que me dice: Padre, tengo un problema…

Todos tenemos ese problema: dejarnos decir las cosas, todo: sin ofenderme, sin defenderme, sin replicar (en silencio, escuchar, dejar hablar), si atacar, sin refugiarme en una cueva después…

Una tentación frecuente es banalizar las necesidades que yo no experimento. Quien no siente la necesidad de algo que el otro le reclama, tiende a pensar que lo que el otro le pide o le reclama es una pavada. Si soy muy casero y no me gusta salir, cuando me reclamen que salimos poco, reaccionaré menospreciando esa necesidad… Sin empatía, solo consigo aumentar el sufrimiento del otro, ya que no se siente comprendido (porque de hecho, no lo comprendo…), y rechazo satisfacer su necesidad.

Los varones -simplificando muchísimo…- necesitan sexo y comida. Las mujeres, cariño, compartir, hablar. Los varones y las mujeres suelen quejarse de las mismas cosas del «otro bando». ¿Y si en vez de despreciar las necesidades ajenas, cada uno se propone ayudar a satisfacerlas? ¿Y si cada uno se propone hacer feliz al otro, en vez de reclamar lo que el otro no le provee?

Sólo me conocerá si me doy a conocer. No pretender que sepa o adivine lo que me pasa. Porque le otro no es yo… es él o ella.

Para  esto fundamental mejorar la comunicación. Sin discursos, sin sermones. No se trata de recordar al otro lo que no hace o hace mal, sino de trasmitirle una necesidad mía que el otro no percibe. Alcanzan frases telegráficas: «me haría feliz…», «no sabés cuanto valoro…», «me dolió mucho lo que me dijiste el otro día…». Sin sermón, sin reclamo.

Mostrar necesidades no es una debilidad. Mostrarnos vulnerables (que algo nos hirió) no es humillante. Todos necesitamos ayuda. Todos tenemos necesidades. Todos necesitamos cariño. Pedirlo cuando haga falta: ¿necesito que me abraces…?

Transmitir mi emoción, sentimiento, carencia… para que el otro lo sepa, para que después lo piense. Con cariño, sin buscar hacerlo sentir culpable: solo para que sepa que algo me haría feliz o lo que me duele. Y si la otra parte tiene un mínimo de corazón –que sí lo tiene– se empeñará en satisfacer esa necesidad o en intentar no volver a hacer sufrir.

2.      Principio básico: No sólo el otro tiene que mejorar…

Cada uno de los cónyuges solo puede mejorar a uno de ellos… a él mismo. Pero a veces nos empeñamos en cambiar al otro… y así no vamos muy lejos.

Los defectos del otro, muchas veces, pueden ser una gran ocasión para que yo crezca en virtud. Y mi intolerancia ante ellos, es fruto –en parte– de mi falta de virtud.

Puede acabarse la paciencia –y se nos acaba–, pero en ese caso el problema es de mi paciencia, no del otro. Y siempre puedo recargar la paciencia que necesito.

Cuando hay buena voluntad de los dos lados, casi siempre se puede llegar a una situación aceptable para los dos lados, que es muchísimo mejor que la separación.

¿Qué pasa cuando echamos en cara lo que nos pasa?

Cuando uno está molesto, enojado, cansado… la primera reacción es cargar sobre quien se considera culpable de mis problemas y echarle en cara todo el asunto.

Olvidamos que, en parte, yo también soy culpable de mi malestar: mi impaciencia, mi soberbia, mi baja autoestima, mi frustración, mi susceptibilidad… hacen que me dé manija y agrande problemas.

Además achacar al otro mis problemas no arregla nada. Suscita en el otro, la actitud refleja de defenderse. Ante un ataque recibido, no me fijo en lo que el otro sufre o tiene razón, sino que busco defenderme. Y ¿cual es la mejor defensa? El ataque. De manera, que paso a echar en cara, los defectos del otro. Así entramos en una discusión sobre la malicia del otro, tratando de convencernos que el otro es muy malo… en vez de buscar cómo querernos mejor y hacernos más felices.

Y así se puede vivir en una espiral de reclamo y de mirar negativamente al otro… solamente como defensa de mí mismo… 

Para ser felices necesitamos querernos más, mirarnos positivamente, ayudarnos… no atacarnos, criticarnos, defendernos…

3.      Punto de partida: amor, actitud positiva, no boicotear el amor

El amor encuentra dificultades, tiene que superar obstáculos y pasa por pruebas que lo maduran, purifican, profundizan, testean su autenticidad, pero también dan lugar a crisis que pueden destruirlo. Es natural que se presenten, sabemos que se presentan, más suaves o más fuertes. La relación puede salir de ellas más sólida que antes. Depende de cómo se manejen, pueden sacar de nosotros lo mejor o lo peor, depende de nosotros: somos libres.

Cuando uno tiene problemas está incómodo, lo pasa mal. El problema se presenta cuando ese malestar dirige el comportamiento y en vez de buscar soluciones, se echa la culpa de los mismos a la otra persona, se pone a la defensiva, en lugar de atacar el problema, se ataca al cónyuge…

Las diferencias matrimoniales se resuelven apostando por mejorar y aumentar lo que los une, no dinamitándolo todo… Así las dificultades podrán ser consideradas en un ambiente positivo y de esperanza, único en el que se resuelven.

Y es importante, no permitir que ese malestar marque la agenda y las respuestas que se dan.

Que sean nuestras virtudes y no nuestros defectos los que manden. Sería muy loco y triste que la soberbia (resistencia a perdonar, a ceder…), el egoísmo (agarrarnos a una pavada y perder lo más importante), el rencor, el deseo de vengarse le ganen a la humildad, el amor, el perdón y la generosidad. Tenemos que evitar que los enojos destruyan lo que más queremos: la familia.

A veces escuchando historias de rupturas matrimoniales me impresiona la cantidad de errores gordos no forzados, tontos, pequeños, que van haciendo una bola de nieve, que acaba destruyendo tontamente una historia de amor. 

Con una actitud de bronca, rencor, venganza, impaciencia, incomprensión… las cosas empeoran, no mejoran. Esto es clarísimo, y es el punto de partida. Sólo desde una actitud positiva ante el otro es puede progresar y encarar problemas, dificultades, errores, etc.

Los problemas de comunicación se mejoran con comunicación, no rompiendo la comunicación. Los problemas matrimoniales se resuelven mejorando el matrimonio, no rompiéndolo…

Si me molestan cosas de mi cónyuge no será poniendo distancia, dándome manija o con pequeñas venganzas cómo contribuya a mejorar la relación… Cuántas veces una mujer, ante la falta de cariño de su marido, reacciona poniendo distancia e indiferencia. ¿Es un buen sistema para conseguir cariño? Parece que no… Y es falso el argumento de que lo hago “para que se dé cuenta…”. Porque de lo único de lo que se dará cuenta es que estoy contra él… y a veces ni sabe por qué. El devolver mal por mal –aunque sea indiferencia–, multiplica el mal, no lo combate. Cuantas veces un marido ante el malestar de su mujer, se refugia en el televisor, en el Ipad, en el deporte… con lo que lo único que consigue es aumentar ese malestar…

Los problemas de relación se mejoran de muchas maneras, pero hay cosas que no la mejoran, sino que la boicotean. Sería triste convertirse en saboteador del amor de nuestra vida.

Cuando algo está roto, hay que procurar repararlo, no destruirlo del todo. No demoler, sino construir.

No es fácil. Hay que aprender, cultivar la paciencia (lo bueno crece de a poco), la humildad (la soberbia lo pudre todo) y la generosidad (el egoísmo destruye el amor). Todo lo que sigue supone un mínimo de buena voluntad de las dos partes, que casi siempre –al menos teóricamente existe–. Y a partir de allí construir.

Hay una canción de la Oreja de Van Gogh que podría ser un buen lema para los matrimonios: “quiéreme cuando menos lo merezca”. Me parece colosal.

No siempre merecemos amor… y siempre lo necesitamos, también cuando no lo merecemos. Si amamos a los demás, los amaremos también cuando no lo merecen… porque no son descartables… Incondicionalmente.

 ¿Cuándo necesito más amor? Cuando menos lo merezco. Y entonces, ese amor no merecido, podrá hacer surgir en mí amor… que me haga merecedor de ese amor que ahora no merezco… Si esperamos que el otro lo merezca, para amarlo… nunca conseguiremos que lo merezca. Aprender de Dios que nos amó y nos ama siempre primero, sin que lo merezcamos. Y así puede despertar nuestro amor.

4.      Con malas políticas es imposible conseguir buenos resultados

Vencer el propio malestar para encarar las cosas

Muchas veces la gente –todos sentimos la tentación– hace todo lo contrario de lo que debería hacer para conseguir lo que querría. Porque el enojo y el malestar interior son de los peores consejeros: difícilmente ofrecerán alternativas positivas y esperanzadoras.

Cuál es la reacción instintiva ante algo que molesta o cuya carencia me hace sufrir (y el peor método para resolverlo): echar en cara al cónyuge la carencia de lo que quiero.

Echar en cara conductas o actitudes que molestan, duelen, hacen sufrir… no ayuda a nadie a cambiar. Es un desahogo –normalmente agresivo o victimista–. Humilla al otro, normalmente lo ofende (aunque sea verdadero).

No puedo sentarme a esperar que cambie, tengo que involucrarme en su cambio.

Sin echar en cara, animando, pidiendo, motivando…

Maridos y mujeres se suelen echar en cara lo que les molesta o las necesidades que el otro no satisface.

Empatía. Meterse en los zapatos del otro, no intentar meter de prepo al otro en los míos… No es fácil porque son distintos, tienen necesidades distintas. Hay que esforzarse por conocer las necesidades del otro, una necesidad que yo puedo no experimentar en absoluto, y que no por eso no es importante.

Qué es importante para mí, qué es importante para el otro. Que el otro sepa qué es importante para mí. El amor lleva a esforzarme para que sea importante para mí, lo que  es importante para el otro…

¿Qué es lo espontáneo? Que me parezca insoportable lo que me molesta del otro, y que me parezca una pavada lo que al otro le molesta de mí… Porque a cada uno le parece importante lo que pretende y banal lo pretendido por el otro.

Que lo importante para el otro sea importante para mí, porque lo quiero.

Si se descuidan –y se dejan llevar por esa tendencia natural– comienzan a carecer de la mínima empatía necesaria para el diálogo. Esto hace muy difícil la comunicación y uno cada vez está más enojado… Entonces recurre a meterse en la propia trinchera para defenderse de los reclamos ajenos, y a su vez bombardear la otra trinchera con reclamos propios, para demostrarle al otro qué malo que es… y que es mucho peor que yo… Se enojan cada vez más, buscan y encuentran cada vez más cosas negativas en el otro. Se van haciendo incapaces de ver cosas buenas. Se va viendo al otro como culpable de todos mis problemas… Un espiral que –si no se maneja bien– acaba explotando…

Hay que aprender a ser paciente y abrir el corazón sin echar en cara. A escuchar sin defenderse. A comprender al otro, ya que mientras no lo comprenda, no pondré entender lo que le pasa y no podremos resolver los problemas (que como los problemas matemáticos, tienen solución).

No discutir enojados

Un principio fundamental: no discutir enojados. Porque enojados decimos muchas cosas que no pensamos realmente, de la peor manera y que se graban a fuego en la otra persona. «Vos siempre…», «vos nunca…»… «ya no te quiero…»»Como tu padre/madre/…».

Solo se busca herir… y se lo consigue. La persona herida, busca venganza y busca herir… Lastimándose mutuamente no arreglarán nada.

Aprender a manejar mejor: si chocamos es porque manejamos mal, no supimos esquivar el choque, frenar… Si chocamos nos abollamos los dos, nos duele a los dos… Obvio hay que evitar choques…

Parece de locos, pero somos así. Por eso hemos de estar atentos. Si lo manejaran mejor… –los dos– podrían vivir en paz. Vale la pena.

Decirlo: no quiero herirte, hacerte sentir mal, ofenderte… te quiero… Decirlo: te quiero: no te digo esto porque te odie o no te quiera. Quiero que seamos felices y nos hagamos felices el uno al otro.

Si quiero resolver las cosas, ayudar a ser mejor, tengo que hacerlo sin humillar, animando a mejorar, no aplastarlo por lo malo que es…

No se trata de dar oportunidades

A veces, cuando un cónyuge está cansado del otro, lo llena de reproches y, en un alarde de generosidad, se propone darle otra oportunidad para que cambie…

Pero no es cuestión de dar oportunidades. Como quien toma un examen para ver si el cónyuge aprueba o es reprobado. El asunto es cómo nos ayudamos, entre los dos, a superar problemas de comunicación, carácter, defectos… que todos tenemos. 

Las cuestiones de amor nunca se resuelven así. Cuando lo pongo a prueba, muchas veces, inconscientemente, tengo la disponibilidad de bocharlo. Pero yo no debería querer bocharlo, debería querer verlo superar con creces el problema que me enoja, molesta, duele, impacienta… Sí le exijo cuestiones concretas, que las charlamos, «negociamos», tirando los dos para el mismo lado.

Se trata de crear oportunidades, de dar ocasiones, de facilitar lo que quiero o necesito del otro.

5.      Búsqueda de acuerdos.

Somos distintos. Hay personas más caseras y otras más salidoras. Unos más deportista y otros más sedentarios. Unos más independientes y otros que disfrutan compartiéndolo todo. Unos que necesitan más aire, y otros que tienen a asfixiar al otro… Por eso, hay que encontrar modos de vivir en pareja, en la cual los dos se sientan a gusto. Algunas parejas necesitarán más aire… y eso les hará bien. Hace falta creatividad para modelar el propio estilo de pareja.

Y cuando no hay acuerdos en algunas cuestiones, renunciar por amor a eso que no consigo quizá sea la solución. Obviamente, en una relación sana, las renuncias no son unilaterales, sino que el amor lleva a los dos a renunciar a algunas cosas. Y si la renuncia es por amor, no genera rencores, ni es traumática…

Una concepción del amor como satisfacción personal conduce a fracasar afectivamente. Un amor sin entrega no es amor. Pero entrega amorosa, no entrega rencorosa (cedo, pero me quedo herido, guardo rencor por haber tenido que renunciar a eso…).

Las renuncias rencorosas hacen mal al corazón. Si renuncio a algo, sin «perdonar» al otro por esa renuncia, mala cosa… eso no es un acto de amor. Cuando la renuncia es un acto de amor, me hace feliz. Si me amarga, significa que no la he procesado bien…

Estoy convencido que dos personas, mínimamente buenas y generosas, son capaces de vivir en armonía, más allá de los cortocircuitos que puedan tener. Si el amor las llevó a casarse, significa que tienen la base mínima necesaria –que es bastante grande– para edificar una pareja razonablemente amable. Lo que, en algunos casos, puede incluir tratamientos psicológicos y psiquiátricos cuando haga falta…

6.      Invertir cariño.

San Juan de la Cruz nos dejó la extraordinaria frase llena de riqueza: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.

En esta enseñanza se condensan tres enseñanzas de San Pablo:

  1. Uno siembra lo que cosecha. Alguna temporada la cosecha se perderá y no se recoge, como pasa en la agricultura, pero también es posible que la siguiente posiblemente coseche más de lo esperado… Quien deja de sembrar por una mala cosecha, no volverá a cosechar nunca.

El que siembra abundantemente cosecha abundantemente…: “Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

  • Ahogar el mal en abundancia de bien: “Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos.  Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos (…) No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12,14-21).

3) «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hechos 20,35).

San Pablo recuerda estas palabras de Jesús. Si das generosamente, te llenarás de alegría. Se encuentra la felicidad, no cuando se la busca para uno mismo, sino cuando se la busca para los demás… No midas tanto lo que recibís… Pon amor y sacarás amor. No te canses de amar, serás feliz.

Sabiendo que –si lo hacemos por Dios– nada nunca se pierde….

7.      Esperanza

La esperanza es de las virtudes más importantes. Todo lo que se consigue, es porque se ha confiado en conseguirlo. Cuando no se espera, no se consigue.

La desesperanza, el pesimismo, la visión negativa y tremendista, son sentimientos que salen de mi corazón, y debo trabajar sobre ellos. Soy libre de aceptarlos o buscar generar otros. Solo con una actitud positiva y esperanzada mejoran las cosas.

Hay motivos para tenerla, porque se han amado mucho; y tienen muchos motivos para luchar. A partir de esa esperanza se pueden curar heridas y construir un futuro mejor.

Esperanza, además, porque hay milagros. He visto muchos “milagros matrimoniales”.

P. Eduardo Volpacchio
Córdoba, 30 de julio de 2020

Paradojas de una muerte

Con la liturgia el Viernes Santo revivimos la muerte de Cristo y nos arrodillamos en el momento de su muerte. Es un día de paradojas divinas.

Muerte de Cristo. Muerte por amor, que mata a la muerte misma: la gran derrotada del Viernes Santo.

Muerte de Cristo: amor que transforma el acto de violencia y destrucción en el comienzo de una nueva creación: en gloria.

Qué misterio: un sufrimiento que produce bien. Muestra que el amor puesto en contacto con el sufrimiento explota en bien. Como la nafta -veneno si la bebemos- puesta en contacto con la chispa que produce la bujía en el motor, explota produciendo un movimiento imponente. El dolor  es veneno, pero con la chispa del amor produce explosiones de bien. Como una reacción química en cadena, el dolor tocado por el amor explota en una explosión creadora.

Una muerte… que es muy viva. Y no sólo porque el cuerpo muerto de Cristo está unido a la divinidad: es decir, es el cuerpo muerto de Dios. Estamos ante la más viva de las muertes, porque es vivificadora.

Una muerte que da vida: porque es entrega de amor infinito. Esa vida entregada no se pierde en el vacío: quienes la reciben viven de ella.

Muerte que da vida: ¡qué misterio más inefable!

Dar la vida hace fecunda la vida entregada. Da vida, no sólo a quien la entrega, sino a muchísimas almas que la reciben. Abre la vida a una fecundidad gloriosa, sobrenatural, divina, que llena –en Cristo- de vida sobrenatural a sí mismo y a los demás.

Toda la vida de Cristo se dirige al Triduo Pascual: glorificación, triunfo, realización y plenitud. Y allí todo es inseparable.

Una muerte unida a la resurrección: Para vivir  hay que morir. En la entrega amorosa de sí mismo está la causa de la exaltación. Con palabras de San Pablo: Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre (Fil. 2,8-9). No como un premio extrínseco, sino como producto de una lógica interna, de una dinámica divina.

Hablando de las imágenes de Cristo, el Card. Ratzinger explica como deben representar todo su misterio, uniendo cruz y gloria:

Cristo es representado como el Crucificado, como el Resucitado, como el que ha de venir de nuevo, como el Señor que reina ya ahora sobre el mundo de forma misteriosa.

Toda imagen de Cristo ha de incluir estos tres aspectos esenciales del misterio de Cristo y, en este sentido, será una imagen pascual. Naturalmente que quedan abiertas aquí diversas posibilidades de acentuación. Una determinada imagen puede explicitar más la cruz, a pasión y el desamparo, o bien puede poner en primer plano la Resurrección y la parusía. Pero ninguna de estas dimensiones debe quedar aislada. A pesar de las diversas acentuaciones, ha de aparecer el misterio pascual en toda su integridad. Un crucifijo en el que en modo alguno pudiera entreverse el elemento pascual sería tan erróneo como un imagen pascual que olvidada las llagas  de Cristo y la actualidad de su sufrimiento.(1)

Hay una conexión entre la muerte y la resurrección.

En la muerte y resurrección de Jesús se verifica y confirma toda su vida y enseñanza: quien quiera salvar su vida la perderá, quien la pierde por mí, la salvará. El que quiera venir en post de mi, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga…: ¿adonde? A la Gloria. Bienaventurados: pobres, mansos, los que lloran, los perseguidos… Dios es amor, amor que da la vida. Nacer de nuevo: Nicodemo para nacer de nuevo, no hay que volver al seno de nuestra madre, tenemos que unirnos a la muerte y resurrección de Cristo. Amor hasta el extremo (¿tiene sentido llamar enemigos a aquellos por los que se da la vida?).

El grano de trigo, que nace al morir, al entregarse del todo se hace fecundo. Muerte que conduce a la resurrección, no sólo propia –la de Cristo mismo-, sino a la de todos los que viven por  Él.

No hay muerte sufrida por amor, sin resurrección: cuando se hace entrega –cuando el sufrimiento se hace entrega amorosa- entonces es transformado radicalmente: se llena de vida, de una vida que es absolutamente superior a la vida previa al sufrimiento, a una vida sin sufrimiento. El amor hace explotar el dolor, transformándolo en vida divina.

No somos salvados desde fuera, sin por una participación personal: incorporándonos a Cristo, a su muerte y resurrección. Es lo que hace el Bautismo. Y es lo que hace la cruz de cada día.

Una vida sin cruz –si fuera posible después del pecado original: que no lo es-, no sería vida, le faltaría el factor que posibilita la entrega amorosa, que hace plena esa vida.

Una vida sin amor no es vida: le faltaría el agente transformador, divinizador, glorificador.

Dinamismo cruz – resurrección: clave, luz, fuerza. Y sobretodo, presencia y compañía del crucificado junto a nosotros: nunca nos deja solos en la cruz. Cercanía de Dios siempre, pero sobretodo en la cruz. Ahí su amor se da hasta el extremo por cada uno.

No nos escapemos de su cruz, no dejemos solo a Jesús con la nuestra.

In laetitia nulla die sine cruce.
Con alegría –con amor, con entrega amorosa- ningún día sin cruz; ningún día sin resurrección, ningún día sin Jesús, sin su gloria.

A San Josemaría no le gustaba nada la palabra resignación: ¿resignarse con lo que da la vida? ¡Si es gloria! ¡Con lo que nos hace hijos de Dios! ¡Con lo que hace fecundos y redentores!

Así como en las imágenes del crucificado debe estar presente la chispa de la resurrección, que sepamos ver en la cruz de cada día –en la de cada uno- la chispa de la gloria, de nuestra gloria en Cristo.

Cruz, fuente de vida. Cruz fuente de amor. Cruz fuente de resurrección. Que no te tengamos ya miedo. Que no nos escapemos de vos. Que te abracemos decididos, que en vos, nos fundamos con el amor divino que nos busca.

Ante Cristo muerto en la cruz, esperando la resurrección, pedimos a gritos: no más esquivar la cruz, no más miedo al dolor, no más amargura ante el sufrimiento, no más cobardía, no más quejas, no más escaparnos, no más protestas, sentirnos víctimas… con aquello que llena de vida, diviniza y glorifica.

La Virgen sabe de la inseparabilidad de la cruz y la resurrección, que nos ayude a ver en cada cruz –en la que sea- la luz de la gloria y nos de el amor que la llene de alegría.

P. Eduardo Volpacchio
Buenos Aires, 6 de abril de 2012

(1) J. Ratzinger, Introducción al espíritu de la Liturgia, San Pablo, Bogotá 2006, pp. 109-110

Para bajar esta entrada en Word: Viernes Santo 2012

¿Qué sentido tiene el celibato?

[Bajar el artículo en Word: ¿Qué sentido tiene el celibato?]

El capítulo 7 de la carta a los Corintios contiene un consejo de San Pablo que hoy resulta ser de las cuestiones que el mundo actual menos entiende del cristianismo: la vocación al celibato. San Pablo transmite su propia experiencia, su propio don. Su vivir en exclusiva para Cristo. Su celibato, que él desearía que fuera para muchos. Y lo hace, diría que con entusiasmo.

Un cristiano debería tener una gran estima por el celibato. Es la forma de vida que Dios asumió para sí en su encarnación (es decir, el tipo de vida que Él quiso vivir como hombre), y el que pidió a las personas que tuvo más cerca: la Virgen, San José, los Apóstoles. Es un dato bastante indicativo de su grandeza. Un género de vida que Dios quiere para muchos cristianos, no sólo para sacerdotes y religiosos; ya que de hecho muchos laicos también son llamados a vivirlo en medio del mundo.

Para valorar el celibato, es necesario entender de qué se trata. Para esto hay que entender qué es el amor y el sentido de la sexualidad.

Este artículo no pretende desarrollar un estudio sobre el celibato, sino solamente acercarnos a entender de qué se trata; es decir, qué es lo que vive quien decide ser célibe (ya desde el comienzo anticipo que es mucho más que un simple no casarse).

A un mundo erotizado como el nuestro se le hace muy difícil entender el amor. Obsesionado, de un modo casi enfermizo con el sexo, se hace incapaz de amar. Y cuando pretende excluir a Dios de la vida, le resulta absolutamente intolerable que haya personas que renuncien al sexo por Dios. Lo constataba Benedicto XVI:

Para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que ver, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. ¡Y esto debería desaparecer!

Efectivamente, el célibe vive a Dios como una realidad que llena la vida, le da sentido, es capaz incluso de provocar esta renuncia que a algunos parece tan imposible.

Entenderlo

El celibato es un don, no una imposición de la Iglesia. Muchas veces me han preguntado –en ocasiones de forma casi agresiva-: ¿por qué los sacerdotes no pueden casarse? Siempre respondo que a mí nadie me persigue con una pistola para impedir que me case. Recibí una vocación maravillosa para dedicar mi vida entera a Dios. Amo mi vocación, por eso no es que no pueda casarme, es que no quiero casarme.

Por otro lado, si bien es cierto que el celibato tiene como consecuencia práctica que quien lo asume no se case, no consiste esencialmente en no casarse, sino en dedicar la vida entera a Dios. El mero no casarse no es vivir el celibato (una persona puede no casarse por muchos motivos y vivir de muchas maneras).

En qué radica la esencia del celibato. Cuál es su razón de ser. ¿Por qué Dios llama a muchos al celibato y éstos lo asumen gustosamente? ¿Consiste sólo en negarles el matrimonio? ¿Es sólo una cuestión sacrificial? No.

Vocación al amor y su realización

La vocación del hombre al amor como don de sí, se realiza de forma total –por tanto, exclusiva y definitiva- en el matrimonio y en el celibato. No son opuestos: son las dos maneras de realizar la entrega total de sí en el amor. Dios llama a unos por un camino, y a otros por el otro.

El celibato es una entrega de amor a Dios: eso es mucho más que no casarse. Es una entrega positiva. Es la entrega total del corazón y la vida a Dios que realiza la vocación al amor. Y como la entrega total en el ser humano incluye la entrega de la sexualidad –basta mirar lo que sucede en el matrimonio-, la entrega en el celibato, también la incluye.

Es una realidad gozosa, no tortuosa. En el mundo lo viven más de 400 mil sacerdotes (y más de cien mil seminaristas que se dirigen al sacerdocio), más de 700 mil religiosas y muchos fieles laicos (aquí son más difíciles las estadísticas). Es decir que estamos hablando de un género de vida que asumieron y hoy viven libremente bastante más de un millón de personas.

Y no son infelices: la revista Forbes en noviembre 2011 publicó un estudio de la Universidad de Chicago sobre las profesiones más felices del mundo. Sorpresa: el sacerdocio es la primera de la lista.

No es mera soltería.

Puede resultar curiosa la crítica constante al celibato en un mundo en el que parece ponerse de moda no casarse. Esta aparente paradoja nos puede ayudar a entender mejor qué es el celibato. Así lo explica el Papa:

Este no casarse es algo totalmente, fundamentalmente distinto del celibato, porque el no casarse (postmoderno) se basa en la voluntad de vivir solo para sí mismos, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de tener la vida en todo momento en una autonomía plena, decidir en cada momento qué hacer, qué tomar de la vida; es por tanto un «no» al vínculo, un «no» a la definitividad, un tener la vida solo para sí mismo. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un «sí» definitivo, es un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del Señor, en su “yo”, y es por tanto un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este «no», de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere entrar en un vínculo; es precisamente el «sí» definitivo que supone, confirma el «sí» definitivo del matrimonio.

Cuando me hablan de novios que se van a vivir juntos, me da mucha lástima. Me apena que no se quieran. Bueno, al menos que no se quieran lo suficiente. Están dispuestos a compartir la cama y los gastos del departamento por algún tiempo, pero no la vida. El problema es que no se quieren, al menos no lo suficiente para entregarse la vida mutuamente, para tener un proyecto común de vida.

En cambio el no casarse del celibato, es una entrega definitiva, por amor, de la propia vida. Para vivir exclusivamente para ese amor: Para Dios y los demás. Quien lo asume, tiene un gran proyecto de vida con Dios, y quiere que sea definitivo.

El celibato en la Iglesia tiene un apellido, es apostólico. Celibato apostólico: dar  la vida a Dios por los demás, por su salvación. Y esta entrega amorosa consigue una gran fecundidad espiritual: hace muy fecunda la propia existencia. De modo que el paralelismo con el matrimonio es bastante completo.

Entonces se comprende que su razón de ser no es sólo una cuestión funcional. Obviamente la disponibilidad de los célibes es muy  útil para la tarea apostólica, pero no es el único motivo que justifica el celibato; casi podría decirse que es su consecuencia. El celibato es una realidad  positiva, vocacional, una forma de realizar la vocación al amor que tiene todo hombre, toda mujer; y llena de fecundidad la vida:  se dedica la vida a los demás que vienen a ser como hijos espirituales, ya que reciben la vida sobrenatural gracias a la entrega del célibe.

¿Es muy difícil ser célibe? No es fácil, exige esfuerzo, como también lo exige el éxito en el matrimonio.  ¿Cuesta mucho? Depende del amor y la prudencia con que se viva.

Siendo una entrega de amor, se entiende la gran importancia que tiene para el célibe su vida interior: su relación personal de amor con Dios. Esto es válido para todos los cristianos, pero para los célibes adquiere una relevancia especial, ya que en ella está en juego la intimidad que justica el celibato mismo. Lo mismo puede decirse de su generosidad apostólica. El célibe no es un solterón –en el sentido despectivo del término-, sino una persona que vive una entrega de amor, dedicada a los demás.

Valorar

Venite post me: Venid en pos de mí. Es decir, dejá todo por Mí, viví conmigo y para Mí. Los Apóstoles se entregaron por amor, lo mismo hicimos los muchos millones de célibes a lo largo de la historia de la Iglesia. Entrega por amor: al amor infinito de Dios, para establecer una comunión de vida.

Un don de Dios para algunos, siempre serán una minoría, pero minoría no significa pocos: son muchos los llamados a vivir el celibato.

Rezar por las vocaciones al celibato. La Iglesia las necesita está es juego se vitalidad –y es signo de la misma: una Iglesia que no fuera capaz de mover a la entrega total de Dios, sería una Iglesia muerta. Aquí se ve su fuerza, su vitalidad, su credibilidad. Es su tesoro.

Rezar no sólo en general, desearlo en la propia familia. Don de Dios para la familia. Una madre de dos hijos chiquitos –el segundo tiene un año, la mayor es una chica-, me hizo reír recientemente con su insistencia. Me decía: rece por Fulano –su hijo de un año-que tiene que ser sacerdote. Dios lo llamará o no, pero su madre reza con entusiasmo para que lo llame. Es un buen termómetro del espíritu cristiano de una familia. Si uno deseara vocaciones al celibato en general, pero fuera del propio entorno, mostraría que no las valora demasiado… Una madre de familia numerosa, sus hijos iban creciendo y ninguno parecía tener síntomas de una vocación de entrega total; me contaba que es su oración, le decía a Jesús, un poco protestando: ¿es que no te gustan mis hijos?

Castidad, condición de la vocación al amor

Para realizar la vocación al amor, tanto en el celibato como en el matrimonio, requiere una virtud fundamental: la pureza. “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”. Pero no se refiere sólo a que verán a Dios en la otra vida, sino a que ya aquí lo pueden ver. Y hay más: como Dios es amor, se podrían cambiar los términos de la bienaventuranza y decir: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán el amor, lo experimentarán. Bienaventurados porque son capaces de amar.

Sólo un amor puro es puro amor

La pureza es condición de un amor puro en sentido propio: amor puro es un amor que es puro amor: sin mezcla, limpio, auténtico, no contaminado, libre de corrupción. No sólo a Dios, de amor puro a los demás.

La impureza contamina el corazón, lo hace incapaz de un amor pleno. Tanto en el celibato, como en el matrimonio. Lo contamina de egoísmo, ese amor corrompido que contamina las relaciones personales. Parece amor, pero es un amor falsificado y como tal no dura, se desvanece dejando un sabor amargo.

¡Cuánto necesitamos la pureza para amar! Nunca ha fracasado tanta gente en el amor como en nuestros días. Y una de las causas principales de estos fracasos es la falta de pureza: corrompe cualquier corazón, contamina cualquier amor, corroe cualquier relación.

Ante la falta de pureza que contemplamos en el ambiente, hay una actitud que no contribuye a mejorarlo: la queja. Dios nos pide una actitud positiva: empeñarse en levantar el nivel de pureza en uno mismo y en el propio ambiente. Supone mejorar desde el modo de vestir y de mirar –obviamente ambos-, de hablar, de pensar, de divertirse, de bromear, de lecturas y películas que se ven, de relacionarse, etc. Sin complejos, sin obsesiones. Con alegría, con naturalidad, con entusiasmo. Y enseñar el sentido del amor.

Hablar de celibato, hablar de matrimonio, hablar de pureza, es hablar de amor. De ese amor que llena la vida, le da sentido, y por eso mismo, constituye la realización personal.

Tenemos que pedirle a la Virgen que nos ayude a ser grandes difusores del amor en el mundo. Nadie puede amar y enseñar a amar como un cristiano: un seguidor por amor de un Dios que es amor.

P. Eduardo Volpacchio
14-2-2012

 NOTA: Las dos citas de Benedicto XVI proceden del Coloquio con sacerdotes en la clausura año sacerdotal (14-6-10).

Homilía a la JMJ 2011 y saludo final

Para bajar en Word:

Todos los discursos en Madrid durante la JMJ 2011

Discursos a los jóvenes JMJ 2011

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HOMILÍA EN LA MISA DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD (21-8-11)

En la explanada de Cuatro Vientos

Queridos jóvenes:

Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?

En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.

Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.

Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.

Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.

Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.

De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.

Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.

 

PALABRAS TRAS LA MISA DE LA JMJ

Al rezar la oración mariana del Ángelus

Queridos amigos,

Ahora vais a regresar a vuestros lugares de residencia habitual. Vuestros amigos querrán saber qué es lo que ha cambiado en vosotros después de haber estado en esta noble Villa con el Papa y cientos de miles de jóvenes de todo el orbe: ¿Qué vais a decirles? Os invito a que deis un audaz testimonio de vida cristiana ante los demás. Así seréis fermento de nuevos cristianos y haréis que la Iglesia despunte con pujanza en el corazón de muchos.

¡Cuánto he pensado en estos días en aquellos jóvenes que aguardan vuestro regreso! Transmitidles mi afecto, en particular a los más desfavorecidos, y también a vuestras familias y a las comunidades de vida cristiana a las que pertenecéis.

No puedo dejar de confesaros que estoy realmente impresionado por el número tan significativo de Obispos y sacerdotes presentes en esta Jornada. A todos ellos doy las gracias muy desde el fondo del alma, animándolos al mismo tiempo a seguir cultivando la pastoral juvenil con entusiasmo y dedicación.

Encomiendo ahora a todos los jóvenes del mundo, y en especial a vosotros, queridos amigos, a la amorosa intercesión de la Santísima Virgen María, Estrella de la nueva evangelización y Madre de los jóvenes, y la saludamos con las mismas palabras que le dirigió el Ángel del Señor.

[Después de rezar el Ángelus, el Papa saludó en diferentes idiomas. En español, dijo:]

Saludo con afecto al Señor Arzobispo castrense y agradezco vivamente al Ejército del Aire el haber cedido con tanta generosidad la Base Aérea de Cuatro Vientos, precisamente en el centenario de la creación de la aviación militar española. Pongo a todos los que la integran y a sus familias bajo el materno amparo de María Santísima, en su advocación de Nuestra Señora de Loreto.

Asimismo, y al conmemorarse ayer el tercer aniversario del grave accidente aéreo ocurrido en el aeropuerto de Barajas, que ocasionó numerosas víctimas y heridos, deseo hacer llegar mi cercanía espiritual y mi afecto entrañable a todos los afectados por ese lamentable suceso, así como a los familiares de los fallecidos, cuyas almas encomendamos a la misericordia de Dios.

Me complace anunciar ahora que la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en 2013, será Río de Janeiro. Pidamos al Señor ya desde este instante que asista con su fuerza a cuantos han de ponerla en marcha y allane el camino a los jóvenes de todo el mundo para que puedan reunirse nuevamente con el Papa en esa bella ciudad brasileña.

Queridos amigos, antes de despedirnos, y a la vez que los jóvenes de España entregan a los de Brasil la cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud, como Sucesor de Pedro, confío a todos los aquí presentes este gran cometido: Llevad el conocimiento y el amor de Cristo por todo el mundo. Él quiere que seáis sus apóstoles en el siglo veintiuno y los mensajeros de su alegría. ¡No lo defraudéis! Muchas gracias.

[En francés]

Queridos jóvenes de lengua francesa, Cristo os pide hoy que estéis arraigados en Él y construyáis con Él vuestra vida sobre la roca que es Él mismo. Él os envía para que seáis testigos valientes y sin complejos, auténticos y creíbles. No tengáis miedo de ser católicos, dando siempre testimonio de ello a vuestro alrededor, con sencillez y sinceridad. Que la Iglesia halle en vosotros y en vuestra juventud a los misioneros gozosos de la Buena Noticia.

[En inglés]

Saludo a todos los jóvenes de lengua inglesa que están hoy aquí. Al regresar a vuestra casa, llevad con vosotros la Buena Noticia del amor de Cristo, que habéis experimentado en estos días inolvidables. Con los ojos fijos en Él, profundizad en vuestro conocimiento del Evangelio y dad abundantes frutos. Dios os bendiga hasta que nos encontremos nuevamente.

[En alemán]

Mis queridos amigos. La fe no es una teoría. Creer significa entrar en una relación personal con Jesús y vivir la amistad con Él en comunión con los demás, en la comunidad de la Iglesia. Confiad a Cristo toda vuestra vida, y ayudad a vuestros amigos a alcanzar la fuente de la vida: Dios. Que el Señor haga de vosotros testigos gozosos de su amor.

[En italiano]

Queridos jóvenes de lengua italiana. Os saludo a todos. La Eucaristía que hemos celebrado es Cristo Resucitado, presente y vivo en medio de nosotros: Gracias a Él, vuestra vida está arraigada y fundada en Dios, firme en la fe. Con esta certeza, marchad de Madrid y anunciad a todos lo que habéis visto y oído. Responded con gozo a la llamada del Señor, seguidlo y permaneced siempre unidos a Él: daréis mucho fruto.

[En portugués]

Queridos jóvenes y amigos de lengua portuguesa, habéis encontrado a Jesucristo. Os sentiréis yendo contra corriente en medio de una sociedad donde impera la cultura relativista que renuncia a buscar y a poseer la verdad. Pero el Señor os ha enviado en este momento de la historia, lleno de grandes desafíos y oportunidades, para que, gracias a vuestra fe, siga resonando por toda la tierra la Buena Nueva de Cristo. Espero poder encontraros dentro de dos años en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en Río de Janeiro, Brasil. Hasta entonces, recemos unos por otros, dando testimonio de la alegría que brota de vivir enraizados y edificados en Cristo. Hasta pronto, queridos jóvenes. Que Dios os bendiga.

Saludo en polaco:

Queridos jóvenes polacos, firmes en la fe, arraigados en Cristo. Que los talentos recibidos de Dios en estos días produzcan en vosotros abundantes frutos. Sed sus testigos. Llevad a los demás el mensaje del Evangelio. Con vuestra oración y con el ejemplo de la vida, ayudad a Europa a encontrar sus raíces cristianas

 

30 preguntas sobre el amor

“CRISTO NOS ENSEÑA A AMAR”

30 preguntas para no equivocarse
en la 
aventura más importante de la vida

 “El amor no es cosa que se aprenda, ¡y sin embargo no hay nada que sea más necesario enseñar! Siendo aún un joven sacerdote aprendí a amar el amor humano. Si se ama el amor humano nace también la viva necesidad de dedicar todas las fuerzas a la búsqueda de un «amor hermoso». Porque el amor es hermoso. Los jóvenes, en el fondo, buscan siempre la belleza del amor, quieren que su amor sea bello” (Juan Pablo II).

 Para bajarlo en Word: 30 Preguntas sobre el amor

1. El amor, ¿vive en el mundo real o el de los sueños?

“Mantente despierto, la vida es breve” decía el anuncio de una marca de café. Nos recordaba así que muchas veces vivimos nuestra vida como si durmiésemos, como quien está soñando. Por muy vivos que sean los sueños nunca podrán sustituir la realidad. Por muy bellos o agradables que sean, son solo una construcción nuestra: no tiene un origen, y sobre todo, no tienen una meta, no tienen destino. Para vivir de verdad, para vivir en la realidad, es necesario estar despiertos, como dice el anuncio. Es necesario aceptar que vivimos en un mundo con personas reales que pueden enriquecernos o defraudarnos, porque no las creamos nosotros. Es decir, para despertar a la vida, es necesario despertar al amor. Solo se despierta quien ama. El amor evita que confundamos la vida con un sueño. Este es el mundo real, el de las personas que están a nuestro lado, con una existencia que es siempre más grande que nuestros deseos o que las ideas que nos hacemos de ellas. El amor hace surgir un horizonte que no se desvanece de golpe, como el de los sueños, sino que se ensancha siempre hacia la meta, hacia un destino lejano y maravilloso. La vida es breve… ¡despierta al amor!

2. ¿Por qué el amor nos atrae tanto?

“Hoy la tierra y los cielos me sonríen / hoy llega al fondo de mi alma el sol. / Hoy la he visto…, / la he visto y me ha mirado… / ¡Hoy creo en Dios!” Así decía un poeta español, queriendo describir sus sensaciones de enamorado. También a él, como a todos, el amor le cambiaba la vida, le llenaba de un entusiasmo inesperado e incontenible, hasta parecerle sobrenatural, incluso divino. Esta es la fuerza del amor: eleva al que ama más allá de sus expectativas, le abre nuevos horizontes e infinitas posibilidades. Es tan grande la alegría que da el amor, que quien lo experimenta corre un peligro: creer que ha llegado ya a la meta. El enamorado queda tan sorprendido de la luz que ha inundado su vida que no hace otra cosa que contemplarla. Al igual que le sucede a un caminante que, tras haber avanzado por senderos oscuros, se encuentra ante una llanura maravillosa e interminable y, en vez de atravesarla, se parase a contemplar la nueva visión. Cuando un enamorado se comporta así, su amor acaba por agotarse, pronto cansa o aburre. El amor nos fascina porque contiene una promesa de belleza, algo tan grande que deseamos poseerlo inmediatamente, en un instante. Pero esto no es posible. El amor nos invita a caminar a lo largo de su sendero, un sendero nuevo que podemos construir solo paso a paso. Si no aceptamos la invitación que nos hace el amor, si nos olvidamos que es una promesa de belleza y no una cosa ya hecha, rápidamente acabará por desilusionarnos. “La felicidad no se compra. Se construye” decía el eslogan de otra campaña publicitaria. Lo mismo pasa con el amor.

3. ¿El amor es siempre igual, siempre verdadero, o hay también amores falsos?

El amor contiene una promesa de felicidad: para vivirlo es preciso aceptar con confianza la promesa que nos hace. Quien confía solo en las propias seguridades porque no quiere cometer errores, ese no cree en el amor, jamás podrá amar. El amor es algo que no nos pertenece, que no depende de nosotros. Es necesario confiarse al amor, abrirse a él, dejarse conducir por él. No importa que hayamos tenido malas experiencias. El amor no es el sentimiento débil y fugaz que algunos nos describen. El amor es más bien la fuerza que nos acompaña desde el inicio de nuestra vida; que existía antes de que viniésemos al mundo, en el abrazo de nuestros padres; que ha sostenido nuestros primeros pasos. Y entonces decimos: Sí, es posible creer en el amor, porque el amor ha venido a mí primero. Dale crédito al amor: el amor ya te ha dado crédito a ti. De este modo la apertura al amor no es un salto en el vacío. Todo amor tiene siempre una meta. Si no la tiene, entonces gira en redondo y se pierde en instantes fugaces, incapaz de seguir un sendero que conduzca hacia el horizonte lejano. Cuando no tiene meta, el amor deja de ser amor. ¿Cuál es nuestra ruta y nuestra brújula para creer en el amor? ¿Cómo distinguir el amor verdadero del falso? Pregúntate si tu amor tiene meta o si das vueltas en círculo. Pregúntate si tu amor construye algo o si es un amor-burbuja, en que dos amantes se limitan a mirarse embelesados el uno al otro… Pregúntate si tu amor te hace crecer y madurar… si te promete y abre un camino. “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1Jn 4,16), dice la Biblia. Conocer a Jesús y tener fe en Él, es creer en su amor, porque su amor te ha encontrado ya a ti. Es experimentar su fuerza y saber que, con este amor, se puede llegar al final.

4. ¿Existen distintos tipos de amores?

La música es una sola y, sin embargo, hay muchas formas distintas de tocarla. Del mismo modo, también hay formas distintas de amar. La música, por ejemplo, puede cantarse en coro. Nuestra voz se une con otras voces. Así es más fácil seguir la melodía y no perder el tono. Cuando cantamos en coro nos une un mismo ritmo, nos contagiamos la pasión por la misma música, nos atrae un mismo misterio. Pues bien, cantar en coro se parece a un tipo de amor, la amistad. Cada amor se distingue por los bienes que se comparten en él: a los amigos les une un ideal común, una visión común, una obra común. Por eso los amigos quieren lo mismo y rechazan lo mismo, hasta verse a sí mismos en el otro, igual que quienes cantan a coro están unidos en una misma pasión y en una melodía común. Hay otro tipo de música: un dúo de instrumentos que dialogan entre sí, cada uno poniendo una parte de la pieza, de forma que entre los dos se haga armónica y bella. Se parece esto al amor esponsal, entre hombre y mujer. Aquí también están los dos unidos por un mismo amor a la música, pero ahora cada uno desempeña un papel distinto, y los dos se complementan, se inspiran, sacan lo mejor del otro en su diferencia. Sin el otro no podrían tocar la partitura, que quedaría incompleta, llena de silencios, rota. ¿Qué bienes comparte este amor? Se trata de la unión en la intimidad, es más, de la formación de una intimidad común, que se abre a la transmisión de la vida. Por eso este amor es exclusivo de la pareja: abrirlo a un tercero es infidelidad.

Por último, podemos pensar en otro tipo de música, la de una orquesta. Un único director reparte a cada músico su papel y su entrada, convierte el sonido de todos en un único movimiento de ritmo y armonía. Esta música se parece a otro tipo de amor, el amor filial, que cada hombre y cada mujer recibe de sus padres y, en último término, de Dios Creador. Este es el amor primero, de donde bebe el amor de los amigos y los esposos, la fuente de todos los tipos de música.

5. El amor, ¿es algo que se encuentra, o hay que aprenderlo?

Cuando se encuentra el amor, nos parece que ya hemos alcanzado la felicidad plena. Todo nos parece hermosísimo, perfecto; corremos el riesgo de hacer como el caminante: pararnos a mirar el horizonte que se ha abierto ante nosotros. Sin embargo, como ya hemos dicho, no basta contemplar nuestro amor para vivirlo en su verdad; al igual que no basta amar la música para saber tocarla. Es necesario el tiempo, el estudio y mucha práctica para llegar a ser verdaderos músicos. Como la música, el amor es un arte que no se aprende ni cultiva en solitario, sino junto a la persona amada. Y hay que contar también con la ayuda de un maestro al que nos abrimos, dejando que sus palabras resuenen en nosotros y nos introduzcan en el arte de amar.

¿Quién es este amigo, experto en el arte de amar, que nos ofrece su amistad y su sabiduría? Lo dice así un escritor cristiano: “Muchos han tratado de entender el amor. Pero ninguno lo ha conseguido como los discípulos de Cristo. Porque tienen como Maestro a la misma Caridad”. Cristo es el Maestro del que tenemos necesidad para aprender a amar: Él nos ha amado primero y nos amará hasta el fin de nuestros días, sin reservarse nada. En su escuela cada uno aprenderá, no solo la fascinación de la música, sino el arte de tocarla, de componer nuevas melodías.

6. ¿El amor es algo espiritual o se vive y expresa gracias a nuestro cuerpo?

Nuestro cuerpo no es un objeto más. Se parece, es verdad, al resto de las cosas (tiene un peso, un tamaño, un color…). A veces otros lo tratan así: pasan a nuestro lado sin saludar o nos miran con ojos posesivos o nos tratan con violencia. Pero nos sentimos mal cuando esto ocurre. Y es que el cuerpo no está solo fuera de nosotros, no es solo lo que observo por fuera, sino también lo que siento por dentro, mi propia intimidad. Con el cuerpo hacemos cosas, pero en el cuerpo forjamos también nuestras inclinaciones, nuestros gustos y preferencias. El cuerpo no es solo una cosa que tengamos, sino algo que somos: las sensaciones que experimentamos, los deseos que nos mueven. De esta forma el cuerpo me habla. Es como si tuviese un lenguaje. ¡Y qué importante es saber descifrarlo! Quien no lo entiende no se entiende a sí mismo. El lenguaje del cuerpo me dice, en primer lugar: no eres un ser aislado. Por el cuerpo nuestra vida se manifiesta a otros, los acontecimientos nos afectan por dentro, participamos en el mundo que nos rodea. Gracias al cuerpo entendemos, también, que no nos hemos dado la vida a nosotros mismos. Nuestro cuerpo se formó, admirablemente, en el seno materno. Por eso el cuerpo te invita a mirar a tu origen: ¿de dónde vengo? Y el cuerpo responde con palabras de la Biblia: “tus manos me formaron en las entrañas maternas…” (Job 10,8; Jer 1,5). Es verdad que a veces no nos gusta nuestro cuerpo. ¿Y si fuera más alto, más fuerte, más atractivo? La respuesta suena: entonces no serías tú; y la gente que te ama de verdad te ama por lo que eres y como eres. Lo que importa no es tener un cuerpo perfecto, sino saber que tu cuerpo es bueno y aceptarlo como un regalo, incluyendo sus límites. Solo entonces aprenderás a entender el lenguaje del cuerpo, y sabrás también expresarte con él.

7. ¿Es verdad que nuestro cuerpo está hecho a imagen de Dios?

En nuestro cuerpo son evidentes las huellas de quien nos ha formado, los dedos del Creador que actuaron a través del amor de nuestros padres. Por eso, antes de nada, nuestro cuerpo nos “dice” que hemos sido hechos, que somos “hijos”. El cuerpo, además, nos “habla” de las personas que nos rodean y nos permite dialogar con ellas. La mano tendida es un signo de ayuda, la sonrisa es signo de aprobación, el abrazo un gesto de acogida. Y en el encuentro del hombre y la mujer, el cuerpo nos permite amarnos en totalidad, hasta hacernos una sola carne. El cuerpo, donde vivimos nuestra intimidad, nos abre a la intimidad con otras personas, permite compartir el mundo. Por eso el cuerpo nos invita a descubrir al otro y a acogerle en nosotros. En el encuentro del hombre y la mujer habla el cuerpo, a través de la sexualidad, el lenguaje del amor conyugal. Un lenguaje que, también en este caso, es difícil de aprender: hablarlo es todo un arte. Pero quien lo domina bien, evitando faltas de ortografía y usando las palabras correctas, puede comunicarlo todo, en la plenitud del amor.

Entendemos ahora por qué el cuerpo es tan importante para el hombre: es capaz de expresar el amor. Nos dice que venimos del amor y que vamos hacia el amor; nos dice que nuestra vida da fruto en el amor. En la primera epístola de Juan (1Jn 4,8) leemos que Dios es amor. Él no es un ser apartado de todo, solitario, encerrado en sí mismo. Sino el amor pleno y eterno entre el Padre y el Hijo, que se unen en el Espíritu Santo. Dios no vive en un monólogo, sino en un diálogo continuo de amor y vida. Y ese misterio de su vida interior lo ha querido comunicar a nosotros a través del cuerpo: en el cuerpo se puede inscribir la imagen de Dios, porque Dios es amor. Cuando recibimos nuestro cuerpo con gratitud, aceptándolo como un regalo; cuando expresamos con nuestro cuerpo el amor a los otros, acogiéndoles, ayudándoles. Entonces en el cuerpo Dios pone su sello, Dios se hace visible y se transparenta en el mundo. Y nos asemejamos a Él.

8. ¿El hombre y la mujer son en verdad diferentes, en qué consiste su distinción?

Ciertamente, el hombre y la mujer son diferentes. El cuerpo tiene su lenguaje, y este nos “habla” también de la diferencia sexual. Esta diferencia permite la unión más plena entre el hombre y la mujer: una unión fecunda, que puede dar la vida. La diferencia de la que hablamos, sin embargo, no se debe al desarrollo accidental realizado por la evolución biológica o a las diferentes culturas, con sus costumbres y modos de educar.

El hombre y la mujer no provienen del azar, sino del amor de sus padres, mediante el cual se manifiesta la fuerza creadora del amor de Dios. Si la diferencia sexual entre el hombre y la mujer fuera solo fruto de la casualidad o de los acontecimientos de la historia, también sería fortuito el amor que nos ha traído a la existencia, y la vida sería un viaje de la nada hacia la nada, como un sueño. La diferencia que existe entre un hombre y una mujer es más profunda que la que vemos entre las razas, las lenguas y las culturas. El hombre y la mujer son, no solo diferentes, sino también complementarios. Se necesitan el uno al otro para enriquecerse recíprocamente. Esto no quiere decir que hombre y mujer sean como las piezas de un puzzle. El hombre y la mujer no son una “media naranja” para el otro que, cuando se unen, quedan cerrados en sí, formando una burbuja. Su amor, por el contrario, se expande, da fruto más allá de ellos, construyen algo juntos y se abren a un misterio que siempre ofrece más. Y es que el amor entre hombre y mujer se basa sobre algo más grande que ellos dos. Ambos se unen en la dimensión de Dios, que les creó y escribió en sus cuerpos el lenguaje de la sexualidad; que les descubre el misterio de la persona amada y bendice su unión con el fruto de una nueva vida, de valor infinito. Sí, hombre y mujer, con la misma dignidad, son diferentes. La diferencia les obliga a salir de sí mismos, a aceptar al otro, a abrirse a un misterio más grande, el misterio mismo de Dios, hacia quien caminan juntos.

9. El sexo, ¿es algo corpóreo o espiritual?

La Iglesia prefiere, más que de sexo, hablar de sexualidad, porque la sexualidad afecta a toda nuestra vida y no solo a una parte de ella, a un órgano o a un deseo particular. La sexualidad, por otra parte, tiene distintas dimensiones: genética (hombre y mujer tienen distinto ADN), gonádica (diferentes órganos sexuales), fisiológica (distinta forma del cuerpo), psicológica (tenemos distinto modo de ser, de reaccionar afectivamente) y, por último, espiritual (la sexualidad toca a nuestro mismo centro como personas, a la manera en que amamos y somos amados). No son dimensiones separadas, sino que todas se unen en mi cuerpo, que es la fuente de donde brotan nuestras vivencias. Ser hombre o ser mujer no es un simple dato que ponemos en nuestro pasaporte, sino una dimensión de nuestra identidad, un modo de responder a la pregunta fundamental: “¿quién soy yo?” Pensemos, por ejemplo, en lo importante que es haber recibido la vida de otros, haber sido engendrado del amor de nuestros padres. Y también en la capacidad que tenemos para dar vida a otras personas. Esto no es accesorio, sino central para nuestra vida, y está unido a la sexualidad. Por eso la sexualidad no es solo una atracción hacia la otra persona, sino también un elemento que nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos, a partir del cual nos construimos a nosotros mismos y nuestras relaciones.

La importancia de la sexualidad nos es bien conocida por la fuerza con la que se manifiesta. Los otros deseos corporales como el hambre, la sed, o las ganas de poseer algo se extinguen cuando obtenemos el objeto que buscábamos. No sucede lo mismo cuando anda por medio la sexualidad. ¿Cómo es esto? Es que la sexualidad, como hemos dicho, es una ventana abierta a un misterio, que no se dirige a una cosa, sino a la comunión con una persona. Por la sexualidad percibo que no puedo vivir para mí mismo. En ella encuentro una llamada profunda al amor, y en el amor se juega el sentido de mi vida. Si alguno la utiliza solo para darse fácil satisfacción, no realiza una comunión personal y se convierte en presa de un narcisismo estéril.

10. ¿Cómo comportarse cuando se experimenta la atracción hacia alguien?

Al hombre le atrae el cuerpo femenino, y a la mujer el masculino. Despiertan en ellos impulsos y deseos. Para aprender a amar es necesario descifrar el lenguaje de esta atracción sexual hacia la otra persona, que tiene tres niveles. El primero es el de la atracción física que experimentamos hacia la persona del otro sexo. Esta tiene tanta fuerza porque apunta a algo más grande que nosotros, al misterio de la persona amada. Solo quien descubre esa belleza más profunda puede descifrar el verdadero sentido de los deseos. Quien se queda solo en el placer físico acaba en desilusión: como ocurre con la droga, la sexualidad cada vez le da menos placer y cada vez le hace más adicto a ella. Está luego el nivel psicológico de la sexualidad: nos atraen las cualidades masculinas o femeninas de la otra persona. Es el mundo de los afectos y sentimientos que me ligan al otro. Estos son tan bellos porque veo en ellos la posibilidad de construir un mundo común: la otra persona se hace presente en mí.

Ahora bien, los sentimientos van y vienen, como las olas del río. Muchas de esas olas se estrellan en la orilla y allí se acaba su fuerza. Pero el río tiene un movimiento más profundo, el de su corriente, que le conduce hacia el mar. El arte de amar es lograr que mis sentimientos se vuelvan también hondos, que impulsen la vida, que hagan madurar y crecer el amor mutuo. Para ello he de descubrir que, más allá del sentimiento, está el encuentro con la otra persona, que me aparece como alguien único, singular, distinto de todas las demás cosas. Es el nivel personal de la sexualidad, en que aprendo a “vivir para el otro” trenzando una vida común. El periodo de noviazgo sirve para comprobar si nuestra atracción y sentimiento han madurado hasta el fondo, si hemos llegado al nivel personal. ¿Nos movemos todavía según las vibraciones del río, que se estrellan en la orilla? ¿O hemos encontrado un amor estable, que abre un camino, el de la corriente que va hasta el océano, llenando de vida sus márgenes?

11. En mi cuerpo siento una llamada a amar: ¿cómo puedo responder a ella?

Nos cuenta la Biblia (1Sam 3,1-18) que el joven Samuel escuchó, en la noche, una llamada. Se despertó por tres veces y preguntó quién le había llamado, pero sin respuesta. ¿Era solo su imaginación? Algo parecido nos ocurre a nosotros. En nuestro cuerpo sentimos también como una llamada, y vamos preguntando quién será su origen y qué querrá decirnos. Como Samuel, nos dirigimos a quienes tenemos cerca: “¿me has llamado tú?”

El camino del amor, decía Juan Pablo II, es como subir por un torrente que viene de la montaña, hasta encontrar el manantial. Para entender adónde nos lleva el amor, hemos de descubrir de dónde viene. ¿Quién ha escrito en mi cuerpo estos deseos de amar? ¿Por qué me fascina tanto la belleza? Y, ¿cómo hacer que mi vida esté a la altura de esa llamada, que sea también una vida bella?

Como hemos visto, nuestro cuerpo nos revela ante todo que el manantial del amor es Dios, que nos ha creado a través del amor de nuestros padres. Es Él quien nos habla, es Él quien nos llama al amor. Para responderle basta aceptar con gratitud el don de la vida y ponernos a su disposición como hijos. Solo si somos hijos, si recibimos el don de Dios, descubrimos que el amor nos convoca a una entrega. Entonces entendemos el amor esponsal: Dios me ha dado a esta persona para que la ame; Dios ha confiado mi vida a esta persona que me ama y recibe. ¡Somos los dos un regalo del Padre! Y si nuestro amor bebe del manantial, que es el origen del amor, entonces los dos juntos rebosaremos vida, con amor paterno y materno, dando un fruto insospechado. Ser hijos, esposos, padres: es la mayor respuesta a la llamada del amor.

12. El pudor que experimento ante la sexualidad, ¿no es acaso una limitación que hay que superar?

El pudor es un sentimiento con doble significado. Tiene un lado negativo: con ella queremos esconder algo, evitar que salga a la luz. Pero hay también una vertiente positiva: si escondemos algo es porque tiene valor, porque comprendemos que es bello y precioso y no queremos que otros abusen de ello. Se ha comprobado que en todas las culturas, aun las más primitivas, existe el pudor en el comportamiento sexual. Es que se trata de una experiencia fundamental que revela el significado principal de nuestra vida y nuestras acciones. No solo sentimos pudor en relación a la sexualidad, sino también en todo lo que toca a nuestra intimidad. Nuestra intimidad es algo precioso y solo la revelamos a quien la recibe con aprecio en un marco de mutua comunicación. Por eso nos enfada que un amigo revele nuestros secretos sin nuestro permiso. Pues bien, la sexualidad es una dimensión de la intimidad humana que toca al centro de quiénes somos. Tiene que ver con la capacidad de amar, con la verdad del cuerpo, con el hacerse “una carne” en el amor entre hombre y mujer (Gén 2, 24). La revolución sexual de nuestros días ha denigrado el pudor, como si fuera propio de personas reprimidas. Pero el efecto real ha sido banalizar la intimidad humana. Vivir en plenitud la sexualidad no consiste en dejar atrás el pudor, sino en descubrir el rico significado que contiene y la intimidad que permite.

13. Si el sexo es un impulso natural, ¿por qué hay tantas normas que lo prohíben?

La sexualidad, las inclinaciones que conlleva, son cosas naturales. Pero no se pueden vivir de cualquier manera. Hace falta interpretar su lenguaje, descubrir su significado. No pueden ser fuerzas que tiren de nosotros en distintas direcciones, dividiendo nuestra vida. ¿Cómo integrarlas en un solo haz? De esto depende nuestra respuesta a la gran llamada, la gran “vocación al amor” que es la vida del hombre en la tierra. En la sexualidad está en juego nuestra capacidad de amar y por eso hacen falta indicaciones que nos ayuden a orientarnos: las normas morales no representan solo reglas y prohibiciones, sino que nos permiten reconocer errores en nuestras acciones, errores que nos hacen daño.

Es como el árbol que, cuando es pequeño, necesita que lo atemos a un palo recto, y protejamos con una valla sus raíces, para que pueda hacerse alto y dar mucho fruto. Lo importante en el árbol no es la verja que lo protege, ni el pequeño palo que lo endereza, sino el fruto y la sombra que llegará a dar. Lo mismo ocurre en nuestras acciones: lo más importante no son los límites sino, sobre todo, el camino hacia una perfección. Pero existen unos mínimos. Por debajo de ellos no se da el amor verdadero. La Iglesia no solo enseña las normas que prohíben los actos malos (actos, es bueno recordarlo, que en primer lugar hacen malo a aquél que los realiza), sino que se preocupa sobre todo por transmitir el significado pleno de la sexualidad. No nos dice solo un “no”. La Iglesia sobre todo nos invita a pronunciar un gran “sí”, a abrazar nuestros deseos más verdaderos. Y para hacerlo, nos recuerda que es necesario poseer una virtud: la castidad. Castidad no significa “no realizar actos sexuales”. La castidad consiste en unificar todas las aspiraciones y deseos del corazón para que puedan expresarse en plenitud, en comunión con la persona amada. La castidad significa integrar todos los significados de la sexualidad para que puedan ser vividos plenamente. La castidad significa amar de verdad.

14. ¿Por qué la masturbación es un pecado, si no hago mal a nadie?

El pecado no es solo lo que daña al otro. Pues puedo dañarme a mí mismo, incapacitarme para el amor verdadero, aunque no dañe directamente a otra persona. Esto es lo que ocurre en la masturbación, donde busco la excitación sexual para mí mismo. Con ello hago expresarse a mi sexualidad en contra de sus significados básicos: la unión con la otra persona y la fecundidad. Es como si mintiese con mi cuerpo. Este pecado lo suele provocar la tristeza de quien se siente solo y conduce a una tristeza todavía mayor: el vacío de un placer sin sentido.

La malicia de este acto se comprende mejor cuando descubrimos la luz contenida en la pureza. Esta consiste en unos ojos limpios, que permiten descubrir una luz especial, la luz del amor. Mi sexualidad se comprende entonces como una fuerza para entregarme a la otra persona y descubrirla en su dignidad. El cuerpo de la otra persona se respeta en su belleza, a la luz del amor. “Bienaventurados los limpios de corazón”, dice Jesús (Mt 5,8). Esta bienaventuranza promete nada menos que la visión de Dios, cuya clave es precisamente el amor. Los limpios de corazón son capaces de mirar el mundo con una mirada nueva, pues descubren la luz del amor, que viene de Dios. Por eso sus fuerzas de amar no están desperdigadas, sino unidas: el amor es un centro que ordena todas sus fuerzas para amar y les da armonía y belleza. Y pueden querer con toda el alma una sola cosa. La guarda de los sentidos, en especial la vista, es necesaria para vivir con alegría y fidelidad la vocación al amor.

15. ¿Cómo debe comportarse quien siente una inclinación sexual ante una persona del mismo sexo?

Si queremos comunicar algo no podemos usar las palabras en el orden que nos parezca. El lenguaje tiene sus propias leyes, su gramática, que no depende solo de mis sentimientos o mis inclinaciones. Pues bien, del mismo modo ocurre con el amor y su lenguaje. Por eso no es suficiente que sienta en mí una inclinación para que un acto sexual sea bueno. Hace falta que me exprese según el lenguaje del acto conyugal, que viva íntegramente sus significados objetivos y corpóreos. ¿Cuáles son estos significados? La unión de hombre y mujer en una diferencia sexual, que es capaz de crear comunión y hacerse fecunda porque está abierta a la vida. Ahora bien, son estos precisamente los significados de que carece un acto homosexual. Si uso el lenguaje de la sexualidad contra estos significados, no estoy comunicando la verdad del amor, vivo en una ficción.

Es importante distinguir: cuando digo que realizar un acto homosexual es malo no estoy diciendo que la persona con inclinación homosexual sea mala. Los actos son intrínsecamente malos: carecen de los significados básicos para realizar la comunión de personas por medio de la sexualidad. En cambio, la persona no es mala por sentir esa inclinación. Al decir que los actos homosexuales son malos tampoco estamos discriminando a nadie. En efecto, los significados de la sexualidad son objetivos y válidos para todos, igual que una lengua tiene la misma gramática para todos. Lo que se pide a la persona que experimenta inclinaciones homosexuales es lo que se pide a todos: vivir la castidad en el propio estado. Es verdad que esta persona puede sentir mayor dificultad subjetiva para esto, según la fuerza de esta inclinación desordenada. Por eso se requiere una ayuda próxima y comprensiva por parte de la comunidad eclesial.

16 ¿El amor es exclusivo, o podemos enamorarnos de dos personas al mismo tiempo?

Hay enamoramientos que parecen suceder de golpe, sin que nos demos cuenta. Por eso se habla de amor a primera vista. Al dios pagano Cupido, responsable de estos amores, se le representa como un niño con alas, armado con una flecha que traspasa los corazones de los amantes. Se sugiere así la idea equivocada de que el enamoramiento sucede sin que podamos hacer nada. Afortunadamente no es así: el amor no prescinde de nuestra libertad. Podemos sentir gusto en la presencia de otra persona y en el trato con ella. Pero esto no es directamente signo de un amor verdadero. Por eso se puede sentir hacia varias personas. La cosa cambia cuando nos implicamos personalmente en el amor para construir una intimidad común, viviendo el uno para el otro. Aquí se requiere apreciar que la otra persona es única, en su cuerpo y en su espíritu. Por eso se experimenta una progresiva exclusividad en ese amor. Ya no se puede tener de igual modo hacia dos o más personas.

Cuando creemos que estamos enamorados no podemos concentrarnos solo en la intensidad de nuestro sentimiento. Estos pueden cambiar con rapidez e incluso apagarse. Lo que determina un amor verdadero no es solo la fuerza del sentimiento, sino la intención de “vivir para el otro”. Por tanto, enamorarse no es algo que simplemente “me sucede” pasivamente. Es un proceso por el que la otra persona se va convirtiendo poco a poco en un fin de mi vida (y así, en una vocación). No es un mero instante que fascina, sino una llamada, cuya respuesta requiere la madurez interior y la fidelidad en el tiempo. El amor no depende de un momento de fascinación, sino de la respuesta voluntaria y libre que damos a una llamada. Al profundizar en el conocimiento de la otra persona se madura en la relación mutua y es posible construir una vida común, contenido propio de la promesa matrimonial.

17. Si el sexo es algo bueno, ¿por qué en la Iglesia hay gente que no se casa y consagra su virginidad a Dios?

Al hacerse hombre, Cristo inauguró un nuevo modo de vivir el camino de amor hacia el Padre, un nuevo modo de expresarse con el lenguaje del cuerpo, de vivir con plenitud también la sexualidad. Lo hizo así porque, para hacer eterno el amor, había que trasformarlo, hacerlo semejante a Dios mismo. Con este nuevo lenguaje Jesús pudo amar a los hombres totalmente, entregándose por todos, con nombre y apellido, con una entrega esponsal, única. Y dijo: “Tomad, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22).

Las personas que se consagran y viven virginalmente en la Iglesia, siguen este modo de vivir de Jesús. Pueden vivir así porque participan de Cristo y reciben su llamada singular. Recuerdan a todas las parejas pasadas que su amor viene de Dios y que tiene que caminar siempre hacia Dios. Nos enseñan a ver la meta del amor, más allá de la muerte, en el abrazo del Padre misericordioso. Vivir virginalmente no es una renuncia del cuerpo. Al contrario, este amor se vive también en el cuerpo, y se vive como hombre y mujer. Es más, la persona consagrada nos enseña a ver la gran dignidad del cuerpo: es capaz de entregarse totalmente a Dios, de hacerle transparente en el mundo, de hacer vivo su amor divino. Entendemos así que el amor de Dios no es abstracto, sino real y concreto, que toca nuestro corazón de carne y lo llena, que nos hace capaces de vivir totalmente entregados a Él.

18. ¿No es excesivo un amor para siempre?

Parece imposible que dos personas que no son eternas prometan un amor eterno. Y, sin embargo, no hay un enamorado que, cuando se declara a su enamorada, no diga que el suyo será un amor “para siempre”. El sentimiento puede cambiar, la atracción física disminuir; pero el amor, recordemos, llega más hondo que las atracciones y sentimientos. Es como la corriente profunda que empuja el agua del torrente hacia el mar, el último destino de la persona. Solo cuando miran a este destino, los enamorados sienten vibrar la promesa de algo más grande, y se hace posible amar para siempre. Es que en ese destino, que está inscrito en la persona, se percibe algo eterno.

Para amar para siempre debemos entonces reconocer lo que hay de eterno en la otra persona: su nombre, su historia, su destino. Sin la ayuda de Dios y de su amor, que se manifiesta también mediante la relación con la familia, los amigos y la misma Iglesia, es imposible tener fe en esta promesa de eternidad. Alguien preguntará: ¿no dejamos de ser libres cuando decimos para siempre? ¿no es mejor vivir sin compromisos? Pero sucede justo al revés. Para decir “para siempre” hay que tener el futuro en las manos. El que no puede prometer, ese vive solo en el presente estrecho, no tiene espacio para moverse, el futuro no es suyo… no es libre. No puede proyectar el mañana ni soñar en dar fruto. Solo tiene un camino quien no cambia de horizonte. La promesa de eternidad que vive en el amor, requiere ser mantenida paso a paso. El “para siempre” que lleva dentro de sí se juega en el “día a día”, construído con la paciencia y el perdón.

19. Si estamos sinceramente enamorados, ¿por qué no entregarnos sexualmente antes del matrimonio?

La sexualidad es una dimensión propia del amor entre el hombre y la mujer, pero no todas sus expresiones son justas: todo depende de la verdad del amor que expresan. Todo depende de la verdad del amor que expresen. Comprendemos fácilmente que no basta con “gustarse” para realizar un acto sexual con otra persona. Es que la verdad de tal acto no es “gustarse juntos” sino formar una vida en común. Por eso la verdadera unión sexual con el otro exige una comunión de personas: es la entrega real y definitiva de “vivir para el otro”. Por eso, antes del matrimonio, las manifestaciones afectivas y sexuales deben respetar la verdad de un don recíproco, que no se ha dado todavía en plenitud. Si realizo el acto conyugal sin haber dicho a la otra persona un “sí para siempre”, entonces estoy mintiendo con mi cuerpo. Mi sexualidad expresa algo (te amo para siempre) que no quiero de verdad decir a la otra persona. La experiencia enseña que las relaciones prematrimoniales no hacen más estables a los matrimonios, sino al revés. La razón es que enturbian gravemente el sentido de entrega propio de la sexualidad humana.

20. ¿No impone el matrimonio demasiadas normas y responsabilidades, todas a la vez?

Para amar, hay que abandonar el individualismo. Si esto no ocurre, entonces el matrimonio es solo una convivencia satisfactoria, en que importan sobre todo los deseos subjetivos de quienes conviven: mis gustos, mis ideas de la vida, mis proyectos. Pero entonces, cuando llega una desilusión, o la frustración ante dificultades, se descubre lo frágil que es el vínculo. Pero el matrimonio es mucho más que dos personas que se unen para conseguir cada uno su propia felicidad. El matrimonio es una comunión de dos personas. Su grandeza es que cada esposo vive “para otro”, y por eso puede realizar un plan que supera los deseos de los dos amantes. Hay algo más grande, un “nosotros” común, una historia juntos: ambos dicen “sí” al bien de la comunión entre ellos. Y ahora la medida de la unión ya no son los deseos subjetivos de cada uno. Lo que les une es la grandeza de una promesa que han visto en la otra persona y les supera a los dos: perciben en su amor una promesa de Dios hacia ellos. Por eso, el contenido del matrimonio no queda al capricho de los esposos, sino que obedece a un plan de Dios al que consienten el día de su boda. Y ahora no solo se prometen el amor que sienten: dicen “sí quiero” a lo que Dios les promete, con toda su grandeza y sus exigencias. Por eso la “comunión de personas” nunca se acaba en la simple situación de estar juntos, sino que requiere la promesa de una “íntima comunidad de vida y amor” (Gaudium et spes, n. 48).

21. Si el amor entre el hombre y la mujer es algo natural, ¿por qué hace falta casarse por la Iglesia con un sacramento?

El primer milagro de Jesús tiene lugar en las bodas de Caná (Jn 2, 1-11). Dos esposos estaban celebrando su matrimonio cuando se acabó el vino. Entonces Jesús quiso hacerles un regalo, el regalo de su amor, de su gozo. Para ello les pidió algo humilde (el agua) y la convirtió en algo mejor, en aquello de lo que tenían necesidad (el vino). Aquello que ocurrió en Caná es lo que sucede cuando celebramos un sacramento como el matrimonio. Jesús, para hacer el regalo de su vino, pide a los esposos que le presenten el agua de su amor humano, la entrega que se hacen el uno al otro, el “Sí” que se intercambian. Jesús toma este amor tal como es para hacerse presente en él, para hacerlo signo del amor que le une con su Iglesia. El don que reciben los esposos es su bendición, su fuerza, su amor divino, el único capaz de sostener el amor que les une. Por eso es muy importante que nos casemos en la Iglesia de Cristo: porque solo si llevamos ante Él nuestro débil amor, podemos amar a la otra persona como Él nos ha amado.

22. ¿Por qué dos esposos que se dan cuenta de que se han equivocado no pueden divorciarse?

Cuando nos equivocamos, cosa que sucede a menudo en la vida, es necesario corregirse: en el trabajo, en el familia, en la sociedad. Sin embargo, con el amor, las cosas son distintas. Si dos personas se aman y deciden casarse, su elección no puede tener fecha de caducidad. Nadie dice “te amo hasta el 30 de Junio” o “te amo los viernes por la tarde.” El amor se alimenta de una fidelidad que requiere permanencia por encima de las pruebas.

Es imposible hablar del amor entre esposos sin asumir su continuidad en medio de las dificultades, “en la prosperidad y la adversidad, en la salud y en la enfermedad”. La entrega conyugal es incondicional. Esta entrega no puede cuestionarse, sino que encuentra en las pruebas la posibilidad de manifestar su verdad. Cuando lleguen los problemas tenemos que pensar: no nos hemos equivocado al amar, ni cuando elegimos entregarnos, sino que hemos de seguir amando de un modo que responda a estos acontecimientos concretos de la vida, que nos vienen sin elegirlos nosotros. Las dificultades de la convivencia, en especial cuando se sufre la infidelidad del otro cónyuge, son motivo de grandes sufrimientos que hacen difícil o incluso imposible continuar viviendo juntos. Es aquí donde el cristiano sabe que experimenta una fidelidad mayor que sí mismo: es la fidelidad de Cristo a la Iglesia. Cristo es fiel aunque el hombre sea infiel. Por eso el cristiano, aun abandonado injustamente, encuentra sentido en su fidelidad plena al compromiso adquirido, que excluye cualquier tipo de unión posterior mientras viva el otro cónyuge. La gracia del sacramento le permitirá descubrir este sentido y convertirlo en fuente de vida y de perdón. Un amor que perdona es un amor que permanece y descubre la fuente del amor eterno de Dios (1Co 13,8).

23. ¿Es posible considerar modelos de familia diversos del “tradicional”?

A veces los problemas en la familia son tan grandes que parecen insuperables: la música del amor parece que se ha apagado, o nos cuesta perdonar las ofensas recibidas… En estos momentos debemos recordar que lo que nos une como familia es algo más grande que nosotros mismos y nuestros problemas. Aquello que une a los esposos, su bien común, es más importante que el bien de cada uno tomado individualmente. En vista de tal bien merece la pena seguir adelante. En todo caso, la solución nunca es echar todo el pasado por la borda y empezar de cero: la vida del hombre no se puede “reinventar” cada vez que las condiciones son desfavorables.

Los problemas que afectan a la intimidad de las personas no se resuelven con soluciones técnicas a lo que es en verdad una cuestión personal, que pone en juego la felicidad y libertad humanas. En concreto, hay que rechazar la imagen de una “familia a la carta” como solución a los problemas familiares. La construcción de una familia es la formación de una comunión de personas que cuenta con un plan trascendente, más allá de las simples decisiones humanas. Esto hace estables e incondicionales las relaciones familiares, que son soporte imprescindible para la madurez personal y base de la sociedad. No se puede pretender igualar la realidad de una familia fundada en el auténtico matrimonio con otro tipo de uniones que dependen solo del deseo subjetivo de las personas.

Considerar distintos “modelos familiares” es ignorar la relación entre los deseos humanos y la plenitud de vida que ofrecen. En estos modelos familiares “alternativos” el deseo de las personas no comparte todos los bienes de la unión matrimonial y no garantiza ninguna estabilidad, lo cual daña tanto a los que constituyen este núcleo familiar “alternativo”, como a la sociedad. El don de la estabilidad, la educación inicial de los hijos y la acogida de las personas que ofrece la familia son bienes que deben ser apreciados por el Estado y reconocidos como el fundamento de las políticas familiares, por la aportación inmensa que las familias ofrecen a la sociedad. Solo la familia con su estabilidad garantiza de hecho un verdadero progreso social.

24. Si el amor humano es en sí algo tan bueno, ¿por qué no basta un matrimonio civil?

Sabemos que el amor humano es muy frágil, su lenguaje nos es oscuro y el camino al que nos conduce es difícil de seguir. Por eso es importante que el hombre y la mujer pongan delante de Cristo su promesa: solo de este modo, como en Caná, Él recibirá el don de los esposos y lo hará crecer, trasformándolo en algo mejor, más fuerte. En el matrimonio religioso el hombre y la mujer piden a Jesús participar de la fuerza de su amor, el mismo amor que le ha permitido sacrificarse hasta la muerte. Este es el regalo que marido y mujer reciben de Cristo el día de su boda: la misma caridad de Jesús, ese amor que le hizo entregarse hasta la muerte. Ese amor es el Espíritu Santo (Rom 5,5), que se derrama sobre hombre y mujer en el matrimonio. Ahora se pueden amar con caridad conyugal, su amor se transforma en el vino del amor de Cristo. En el sacramento los esposos se aman como Cristo les ama. Desde Cristo descubren que son acogidos, amados, perdonados. Además, a través de Cristo su amor se hace fecundo en vida eterna: ya no entregan a sus hijos solo la vida de la tierra, sino también una vida hacia el cielo. Se hacen instrumentos por los que Dios transmite su paternidad divina.

25. ¿Existe un momento justo para tener hijos y un momento en el que conviene cerrarse a la posibilidad de la procreación?

Nadie desea una vida infecunda. Encerrarse en los propios intereses y conveniencias es el mejor modo de arruinar la propia vida. Pero no es fácil vivir la fecundidad, que requiere gran madurez interior: estar dispuesto a una nueva entrega más allá de lo que uno controla o domina. Por eso la fecundidad es una dimensión del amor que no depende de las meras decisiones humanas o de un criterio nuestro subjetivo y no puede ser guiada solo por nuestros deseos. Contraer matrimonio supone entonces estar dispuestos, en condiciones normales de salud y de edad, a recibir hijos de Dios. La disposición inicial a tener hijos se vive dentro de unas circunstancias concretas, en que los cónyuges son responsables del bien común de toda la familia. La posibilidad de recibir un hijo de Dios se ha de vivir según esta responsabilidad. Es aquí donde los cónyuges pueden juzgar si conviene o no una nueva concepción. Es un juicio que corresponde solo a los esposos ante Dios, teniendo en cuenta los motivos graves asociados a la grandeza de recibir una nueva vida. Este juicio práctico, aunque a veces pueda ser negativo, no es una cerrazón a la vida, ya que no quita la disposición a aceptar el juicio de Dios, Señor de la vida. Solo Él puede decidir en última instancia acerca de la existencia de un nuevo ser. Por eso la paternidad responsable puede juzgar que no es conveniente un nuevo embarazo, pero no puede decidir que no quiere de ningún modo que un hijo venga al mundo. Esto sí sería una decisión anticonceptiva, cerrada a la vida.

26. ¿Por qué debemos estar abiertos a la procreación?

La procreación es uno de los significados propios del amor conyugal que no puede ser nunca negado. Pues los esposos, en cada acto, se comunican totalmente, tal y como son, incluyendo también el don de la fecundidad. Cuando no quiero donar esto a mi cónyuge no me estoy entregando del todo.

“La posibilidad de procrear una nueva vida humana está incluida en la donación integral de los esposos. […] De este modo no solo se asemeja al amor de Dios, sino que participa de él, que quiere comunicarse llamando a la vida a personas humanas. Excluir esta dimensión comunicativa mediante una acción que trate de impedir la procreación significa negar la verdad íntima del amor esponsal, con la que se comunica el don divino” (Benedicto XVI).

Este significado procreativo se fundamenta en el lenguaje del cuerpo y no es una mera intención de los cónyuges, sino la expresión de su amor, que se manifiesta mediante el acto conyugal. Por eso un acto sexual entre los esposos al que intencionadamente se priva del significado procreativo, no se puede considerar conyugal, y es por tanto inmoral. Del mismo modo que tampoco es verdadero acto conyugal uno que se impone a la otra persona contra su voluntad, pues se suprime ahora el otro significado del acto: la unión de amor entre los esposos. La realidad del cuerpo impide la reducción de la fecundidad a una mera intención genérica o global en la existencia. Esta se hace presente en toda donación corpórea. Por eso no basta estar abiertos a la vida en general, y luego realizar actos anticonceptivos; igual que no basta tener una actitud general de aprecio por la verdad, si luego en ocasiones decimos una mentira.

Esta dimensión de la fecundidad no se manifiesta solo en la procreación, sino también en la educación de los hijos. La persona humana no se produce, sino que se engendra, y la educación es la expresión continuada de la generación humana. La paternidad responsable significa custodiar y educar a los hijos hasta que alcancen la madurez suficiente para encontrar su propia vocación al amor.

27. ¿Por qué no acudir a los distintos anticonceptivos? Las técnicas de planificación natural de la fertilidad, ¿no son acaso unos anticonceptivos permitidos?

Las técnicas anticonceptivas privan deliberadamente al acto conyugal de su dimensión procreativa. Los esposos que los usan han decidido renunciar a su fecundidad, a través de un acto intrínsecamente malo, contrario a la verdad de su amor conyugal. Pero supongamos otro caso distinto: dos esposos prevén que un acto sexual será fecundo y juzgan responsablemente que no es conveniente concebir un hijo. Por eso consideran inconveniente el acto y no lo realizan. Ahora no se trata de un acto anticonceptivo, porque los esposos no actúan contra ninguno de los significados de su amor conyugal. Por el contrario, estamos ante un ejercicio de responsabilidad dentro de una disposición real de  apertura a la vida. He aquí, la diferencia fundamental entre las técnicas anticonceptivas y los métodos naturales: los unos manipulan el significado del acto conyugal, los otros favorecen la acción responsable de los esposos. La diferencia es de contenido y no ligada al hecho de que unos son artificiales y otros naturales. Los unos son inmorales, los otros pueden ser aceptados.

28. El aborto, ¿no puede ser considerado en algunos casos límite, un mal menor?

Un acto es moralmente malo porque daña a la persona que lo comente. Más allá de sus consecuencias o de la intención subjetiva, el aborto es el homicidio de un inocente y el que lo realiza se convierte en un homicida. Por eso la gran víctima del aborto es la mujer que elige hacerlo. Es ella la que necesita más ayuda para sanar la herida terrible del mal cometido. El aborto no es nunca un mal menor. Llegar a comprender las razones de quien quiere abortar no impide desenmascarar los falsos argumentos con los que se intenta justificar el mal. Los cristianos deben ayudar a cada persona, a través de un ejercicio de verdad, a reconocer su culpa y a recibir la misericordia de Dios. La Iglesia no solo lucha por defender el derecho del más débil, del no nacido; sino también por ayudar a las madres que tienen dificultad para llevar adelante a sus hijos; y por “sanar” a las que han abortado, ayudándolas en el difícil camino de arrepentimiento y reconciliación.

29. Si no se tienen hijos y se desean mucho, ¿por qué no recurrir a las técnicas de reproducción asistida?

El deseo de paternidad de cada pareja de esposos es siempre lícito, justo y bello. Un hijo, sin embargo, es algo más que un deseo, es algo demasiado precioso para que pueda depender solo de una decisión personal. Al hijo no podemos desearle como se desea un objeto, que se consigue a base de esfuerzo o dinero. La única forma de recibir un hijo es acogerle en toda su dignidad personal. Las técnicas de reproducción asistida siguen una lógica productiva: eliminan cualquier producto (hijo) defectuoso, congelan los embriones, investigan sobre ellos y destruyen aquellos que no se consideran convenientes. Esto es, obran de modo contrario a la dignidad personal.

Solo se puede recibir a un hijo como un don de Dios. Así lo recuerda Eva, la primera mujer, la primera madre de la historia: “He concebido un hijo con la ayuda de Dios” (Gén 4,1). Por eso no puede decirse que los cónyuges “tengan derecho” sobre una persona, sino que se han de disponer a recibirla con el agradecimiento de un don. Lo contrario se opondría a la dignidad del hijo. La Iglesia conoce bien el sufrimiento de los esposos que no pueden tener hijos. Les ayuda informándoles de los medios lícitos para tenerlos y liberándoles del deseo de procrear “a toda costa”, invitándoles más bien a descubrir su fecundidad dentro del plan de Dios. La Iglesia les hace ver la fecundidad dentro del plan de Dios, que también se puede vivir por la adopción, la acogida o la entrega generosa en el cuidado de la infancia.

30. Si el amor es cosa de dos, ¿por qué, para casarnos, es necesario una celebración pública?

Nuestra vida se apoya siempre en otros, los necesita, como necesitamos oxígeno para respirar. Necesita sobre todo a Dios, que sostiene el amor, lo hace durar y le permite crecer. Por esto tenemos necesidad de una celebración pública: porque en el rito religioso se manifiesta la petición de ayuda a aquellos que nos ayudarán a construir el amor. Es la ayuda de nuestras familias, de nuestros amigos, de la sociedad. Es la ayuda de Dios, que nos promete su presencia.

El amor de los esposos tiene una dimensión social. Solos no pueden amarse. El amor que sienten lo han aprendido en una familia, y con su familia construyen la sociedad. Por eso su amor no es algo privado, que solo les concierna a ellos. Al entrar en la Iglesia, el amor de los esposos pide ayuda, reconoce necesitar apoyos: los de otras familias, los de la sociedad, de la comunidad creyente, de Dios. La Iglesia, en la liturgia, dice a los esposos algo importante: “no estáis solos. Yo os ofrezco un lugar en el que construir vuestro hogar. Yo os abro a una gran familia para que os apoyéis en ella para fundar la vuestra. Solo así podréis vivir plenamente vuestro destino de amor y acoger los dones que Dios os dará.”

Y, a la vez, en esa liturgia, los esposos se preguntan: ¿qué podemos hacer nosotros por la Iglesia? La construiremos en lo pequeño, en el día a día, con el testimonio de nuestro amor y trabajo. Haremos de nuestra vida una liturgia, de nuestro hogar un templo donde oramos y enseñamos a nuestros hijos a orar, de nuestro trabajo una alabanza al Señor, fuente de todo bien. Seremos una pequeña iglesia, una iglesia doméstica.

Preparado por el Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia