
¿Qué es la Pascua?
Es el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, del pecado a la gracia, del tiempo a la eternidad, de lo caduco a lo pleno, de lo terrenal a lo divino.
Es la victoria definitiva sobre el mal que provocó el pecado original en el mundo, ampliamente aumentado por todos los hombres que hemos nacido después (con la única honrosa excepción de María Santísima).
Dios se hizo hombre, asumió las consecuencias del pecado (dolor, injusticia, muerte…) para salvar y transformar al hombre desde dentro.
Dios –que es amor y no podía morir– se hizo hombre para morir, y así divinizar al hombre, que no podía vencer a la muerte, ni participar de la vida divina.
Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz, y su muerte se transformó en una explosión de dolor, de entrega y de amor.
Dando su vida por amor, engendró una vida nueva, definitiva, absoluta, plenamente feliz.
Un amor que da la vida, y que, al darla, da lugar a una vida nueva. Una especie de salto “evolutivo”. Una vida que es humana, pero se hace a la vez eterna, divinizada.
En la resurrección surge algo nuevo: hasta la materia es transformada, glorificada.
Jesús no sólo murió por nosotros, también resucitó por y para nosotros. Y nosotros resucitamos con Él.
Cruz y resurrección son un “combo” divino. Van juntas. No hay una, sin la otra. No hay cruz sin resurrección, ni resurrección sin cruz. Es la lógica del grano de trigo. Por eso Jesús, antes de ir a la cruz, dice: “ahora el Hijo del hombre será glorificado”.
El mundo ha cambiado para siempre. Los nuevos cielos y la nueva tierra ya están realizados. El mal no tiene la última palabra, ha sido vencido. El viejo mundo ha pasado. Y nosotros participamos de esta victoria, aunque todavía no hayamos alcanzado la gloria.
Los sacramentos nos hacen nacer a esta vida plena, divina, eterna. En la Eucaristía, hasta nos comemos a Cristo glorioso.
Estamos sumergidos en la dinámica cruz-resurrección, que sólo se manifestará con plenitud cuando dejemos este mundo.
Todavía estamos del lado de la cruz, pero con Cristo hemos pasado del otro lado. Ya tenemos esa vida en nosotros.
Y la cruz –nuestra cruz– se transforma en engendradora de vida divina.
La Pascua es lo definitivo. Lo mejor ya ha sucedido. Por eso tanta celebración y felicidad.
Esto explica la explosiva afirmación de San Juan:
“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1 Jn 5,4)
Jesús ha vencido, y nosotros vencemos con Él. Nuestra fe en Jesús resucitado vence todo: el mal, la enfermedad, la muerte, la injusticia, el pecado, la caducidad, la limitación, la tristeza…
Por eso aún en la noche más oscura, estamos llenos de luz; en la cruz más dura, experimentamos la resurrección. La victoria es total, plena y definitiva. Porque ahora la cruz, siempre tiene detrás la resurrección, son inseparables. Basta vivirla con Jesús, unidos a la suya; entonces, ya tiene en sí misma la resurrección gloriosa.
¡¡¡Muy felices Pascuas de resurrección!!!
Que sepamos disfrutar de la gloria de la Pascua, que vivamos esta vida divina, que no tengamos miedo a la Cruz que nos llena de vida, nos transforma y nos entrega la felicidad plena.
P. Eduardo Volpacchio
14/04/22