En esta Navidad, ante el pesebre… agradecemos también el Mundial… y para felicitarlos quisiera aprovecharme de una costumbre, viralizada en las redes, en las tensas semanas pasadas.
Con gran ingenio y simpatía, se fue difundiendo la búsqueda de coincidencias entre 1978, 1986 y el 2022… siempre concluidas con una frase: ¡elijo creer!
Una fe humana, del tipo expresión de deseo… Que acabó contagiando el entusiasmo de la gente y de los jugadores…
Delante del pesebre: ¡elijo creer!
Con una fe totalmente diferente: sobrenatural, divina, sólida, fundada en Dios, pero también muy mía, porque yo elijo creer.
Un elijo creer que es respuesta al gran don de la fe, que reclama mi respuesta. Una respuesta libre, decidida; posible gracias al don recibido.
Elijo creer en la cercanía de Dios. Siempre, esté donde esté, pase lo que pase… elijo creer que Jesús está junto a mí.
Elijo creer. En ese Niño divino. En su vida y enseñanzas, en su gracia y su amor, en la salvación que me trae.
Una fe que me permite ver en una pobre gruta, en un rústico pesebre, el Rey de Reyes, al Señor de Señores, al dueño del mundo, que loco de amor, vino a vivir nuestra vida, vino a estar con nosotros, a transformar nuestro mundo y nuestra vida.
Así como su presencia convirtió un lugar tan indeseable para nacer como una gruta, en el centro del universo y expresión de amor, elijo creer que su cercanía también cambia todo en torno a nosotros.
Elijo creer para aprender a mirar la vida de un modo diferente.
Elijo creer que está en mi vida, en todo lo que me pasa y hago, en lo que pasa a mi alrededor… Entonces, todo cambia, todo adquiere otro sentido y valor… Un elegir creer que mete a Dios en mi vida, que me conecta y une con Dios.
Ante la locura de Dios hecho un Niño, elijo esperar.
Esperar en Dios, confiar en Él, de modo absoluto, siempre y en todo.
No necesito coincidencias de fechas…, me basta el amor que sé que Dios me tiene. Me basta su poder, su sabiduría, su grandeza, su generosidad… para elegir siempre esperarlo todo de Él. Me basta ponerme delante del pesebre, y encontrar todos los motivos de esperanza que encierra.
Elijo esperar en Jesús y de Jesús, siempre, en todo, para todo.
Ante el nacimiento de Jesús, elijo amar.
Un amor que comienza eligiendo creer en el amor que Dios me tiene. Elijo saberme querido y cuidado por Dios. Elijo sumergirme en la infinitud de su amor.
Elijo meterme en el pesebre para descubrir todo el amor que encierra…
Elijo creer en el amor que Dios me da para quererlo.
Elijo poner toda mi capacidad de amor, en su amor…
Elijo amar a este Niño con toda mi vida, con lo que soy y lo que tengo. Con todas mis posibilidades y también con todas mis limitaciones y carencias.
Y elijo vivir para amar.
Que en este tiempo de Navidad, hagamos muchos actos existenciales de fe, esperanza y amor (es decir con ocasión de lo que vemos, vivimos, nos pasa…) con esta simple frase convertida en jaculatoria: Jesús, ¡elijo creer! ¡elijo esperar! ¡elijo amar!
¡Muy santa y feliz Navidad!
Santa porque nos santifica. Feliz porque nos llena de felicidad.
Muy pegados Jesús, María y José.
Muy decididos a que junto al pesebre crezcan nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, porque en cada circunstancia elegimos creer, esperar y amar con estos dones divinos que Dios pone en nosotros.
En la Misa de Nochebuena pondré junto al pan y el vino, a todos a los que llegue este mensaje, pidiendo para ellos la paz y el amor que este Niño vino a traernos a la tierra.
Que el Niño Dios nos haga el gran milagro del rechazo del aborto en Argentina.
Que San José proteja a los no nacidos como protegió a Jesús, llevándolo a Egipto: en este año dedicado a él, que transforme a muchos Herodes que votarían por el aborto, en muchos Josés protectores de los niños.
Les dejo la meditación que predicaré esta noche antes de la Misa.
Un gran abrazo, los meteré a todos en el «pesebre» de la Misa, con una bendición para todas sus familias.
P. Eduardo Volpacchio
Isaías exulta de alegría, contemplando este día desde una distancia de 700 años:
Isaías 62, 1-5
Por amor a Sión no me callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que irrumpa su justicia como una luz radiante y su salvación, como una antorcha encendida.
No me cansaré de proclamar el amor que se viene, la justicia, la luz, la salvación…
Las naciones contemplarán tu justicia y todos los reyes verán tu gloria; y tú serás llamada con un nombre nuevo, puesto por la boca del Señor.
Todos podrán verlo… Aunque no todos lo reconocerán. Estará al alcance de quien quiera, pero solo accederán a su gloria –como veremos- los que sean humildes.
Serás una espléndida corona en la mano del Señor, una diadema real en las palmas de tu Dios.
No te dirán más «¡Abandonada!», ni dirán más a tu tierra «¡Devastada!», sino que te llamarán «Mi deleite», y a tu tierra «Desposada.»
Porque el Señor pone en ti su deleite y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios.
Dios no nos abandona nunca. Está aquí y viene a salvarnos.
Y nosotros exultamos de gozo con él.
Isaías no sabía hasta qué extremos llegaría el amor infinito de Dios.
Sal 88, 4-5. 16-17. 27. 29. R. Cantaré eternamente la misericordia del Señor.
Yo sellé una alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor: «Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones.» R.
Otra que alianza: se hizo hombre, apostó muy fuerte…
¡Feliz el pueblo que sabe aclamarte! Ellos caminarán a la luz de tu rostro; se alegrarán sin cesar en tu Nombre, serán exaltados a causa de tu justicia. R.
El me dirá: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.» Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él. R.
Mt 1, 18-25
Este fue el origen de Jesucristo:
Después de relatar la genealogía de Jesús, va al grano y si muy sintéticamente nos cuenta cómo se encarna y nace.
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
Después de relatar cómo Dios hace conocer a José el misterio.
el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»
Y Mateo nos remite a Isaías:
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
«La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros.»
Virgen que concibe al Emanuel: Dios con nosotros. A la distancia de 700 años qué impresionante verlo hecho realidad.
Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.
La Virgen dio a luz y San José le puso el nombre… Qué resumen…
El Papa decía el miércoles en la Audiencia:
Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo.
Un movimiento que nos trajo a la meditación y Misa… que es ir a la cueva de Belén donde Jesús nace para cada uno de nosotros.
Esta noche santa vamos a meditar sobre una condición básica para llegar a Belén, para encontrar a Jesús, María y José, y para que ese encuentro nos cambie.
Es la humildad: portal de entrada a la Navidad.
Por qué es necesaria la humildad para llegar a Belén, para poder acceder a este hecho tan extraordinario, único, que a pesar de haber ocurrido en el tiempo, sigue presente, operativo, existencial para nosotros y todo el mundo.
Siete motivos. Que son siete llamadas a ser humildes.
1. Porque es un evento que realiza la humildad de Dios.
San Agustín, reflexionando sobre su camino de conversión, escribe en sus Confesiones: “Todavía no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, al humilde Jesús, ni conocía las enseñanzas de su debilidad”.
Todavía tenía vedado el ingreso, me faltaba la clave, una clave existencial: la humildad.
Sólo así, en sintonía con la humildad de Dios, podemos entender, sentir, querer, conmovernos con el nacimiento de Jesús: solo desde la humildad podemos entrar en el misterio.
Valorando y amando su debilidad –la debilidad de Dios es su amor– y obviamente no es debilidad en absoluto, sino la forma de poder más poderosa: el poder del amor.
2. Porque es un evento de salvación.
Sólo quien experimenta la necesidad de ser salvado, busca esa salvación y conecta con ella.
Jesús está en el pesebre para volcarse en nosotros… en nuestra necesidades más profundas, las que solo El conoce…
Sentir, experimentar, la necesidad de Dios, de la gracia, de la fe, la verdad, el amor…
Lejos de la autosuficiencia. Los autosuficientes no encuentran lugar en Belén. No porque Dios no los quiera, sino porque para ellos no hay nada interesante… nada que necesiten…
Sólo puede disfrutar la salvación quien se siente necesitado de ella: como el sediento disfruta saciándose la sed…
3. Porque Jesús es un don, el más grande de los dones.
Y para recibirlo es necesaria la humildad, de quien sabe que no merece algo tan grande. Sólo los humildes valoran los dones.
Y es un don a la medida de Dios: no es dinero, placer sensible, poder humano, éxito terrenal… Sólo los humildes aceptan estos dones renunciando a su lógica.
4. Porque en el pesebre hay un misterio demasiado grande.
Sólo a los pequeños se les revela: a María y José, a los pastores, a los Magos que humildemente se dejan guiar…
Años después Jesús dirá: te alabo Padre…
Tanta grandeza, tan escondida…
Tan gran promesa, que exige tanta confianza.
Tanta debilidad, pobreza, pequeñez… que ofrece tanto amor.
Para reconocer a Jesús en sus tres empequeñecimientos estelares –el pesebre, la cruz, la Eucaristía– necesitamos mucha humildad.
Para adorar a un Niño tan chiquito hay que ser humildes. Capaces de descubrir la grandeza. El soberbio está cegado porque no ve la grandeza ajena, solo ve competencia a la suya que es aparente… no le alegra, no la disfruta.
Predicaba San Josemaría una Navidad:
Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres.
Aprender a descubrir los tesoros de amor escondidos en el pesebre…
5. Porque el poder del Dios infinito que se hace presente en el pesebre es de amor.
Y para amar hay que abrirse, salir de uno mismo.
Salir de nosotros mismos para meternos en Dios. Para ponerlo en el centro de nuestra vida.
Sólo así la Navidad nos cambia, nos transforma, se convierte en algo personal, nos afecta la vida…
6. Porque nadie va a Belén solo.
La Virgen va con San José. Los pastores, guiados por los Angeles y en patota… Los Magos de a tres…
El amor nos lleva a Belén. La Navidad la celebramos juntos…
Pedir el don de la humildad, que nos permite amar… y amando a los demás, amamos a Jesús… lo amamos en los demás, con los demás, a partir de los demás…
Rechazar la soberbia: no en general, la nuestra, que está escondida detrás de tantas dificultades que experimentamos para la caridad: solo 10 ejemplos:
Mal humor Desprecio de la opinión ajena Juicio crítico Desánimo ante los fracasos No aceptar nuestros defectos cuando los demás nos los señalan (enojarse) Resistencia a perdonar Resistencia para pedir perdón Tendencia que querer tener siempre razón, que nos den la razón, convencidos que siempre la tenemos, y que los demás nunca la tienen… Envidias: esa molestia ante el éxito ajeno, o esa alegría ante su fracaso… Resistencia a servir a los demás…
7. Porque la humildad nos abre a la alegría y la esperanza.
Sólo los humildes consiguen la alegría en la pobreza. Tienen pocas pretensiones…
Para ser felices, con esta felicidad que nos trae la Navidad, necesitamos ser humildes: la mayor parte de los conflictos personales e interpersonales –los malestares con nosotros mismos y con los demás– proceden de enredos de la soberbia.
Francisco audiencia 23.12.20:
La Navidad nos invita a reflexionar, por una parte, sobre la dramaticidad de la historia, en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, a la búsqueda de misericordia, a la búsqueda de redención; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida.
Y este don de gracia: esto es pura gracia, sin mérito nuestro. Hay un Santo Padre que dice: “Pero mirad de este lado, del otro, por allí: buscad el mérito y no encontraréis otra cosa que gracia”. Todo es gracia, un don de gracia.
Y este don de gracia lo recibimos a través de la sencillez y la humanidad de la Navidad, y puede quitar de nuestros corazones y de nuestras mentes el pesimismo, que hoy se ha difundido todavía más por la pandemia. Podemos superar ese sentido de pérdida inquietante, no dejarnos abrumar por las derrotas y los fracasos, en la conciencia redescubierta de que ese Niño humilde y pobre, escondido e indefenso, es Dios mismo, hecho hombre por nosotros.
Esta realidad nos dona tanta alegría y tanta valentía. Dios no nos ha mirado desde arriba, desde lejos, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: lo único que Él no tiene. Toda la humanidad está en Él. Él ha tomado todo lo que somos, así como somos.
Piedad: enamorarnos del Niño Dios.
El propósito de todos los años…
Francisco audiencia 23.12.20:
meditar un poco en silencio delante del pesebre. El pesebre es una catequesis de esta realidad, de lo que se hizo ese año, ese día, que hemos escuchado en el Evangelio. Para esto, el año pasado escribí una Carta, que nos hará bien retomar. Se titula Admirabile signum, “Signo admirable”. Siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos podemos convertir un poco en niños y permanecer contemplando la escena de la Natividad, y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. Pidamos la gracia del estupor: delante de este misterio, de esta realidad tan tierna, tan bella, tan cerca de nuestros corazones, el Señor nos dé la gracia del estupor, para encontrarlo, para acercarnos a Él, para acercarnos a todos nosotros.
San Josemaría:
He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de este modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús.
Cuando llegan las Navidades, me gusta contemplar las imágenes del Niño Jesús. Esas figuras que nos muestran al Señor que se anonada, me recuerdan que Dios nos llama, que el Omnipotente ha querido presentarse desvalido, que ha querido necesitar de los hombres. Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría.
Francisco audiencia 23.12.20:
Esto hará renacer en nosotros la ternura.
El otro día, hablando con algunos científicos, se hablaba de inteligencia artificial y de los robots… Hay robots programados para todos y para todo, y esto va adelante. Y yo les dije: “¿pero qué es eso que los robots no podrán hacer nunca?”. Ellos han pensado, han hecho propuestas, pero al final quedaron de acuerdo en una cosa: la ternura. Esto los robots no podrán hacerlo. Y esto es lo que nos trae Dios, hoy: una forma maravillosa en la que Dios ha querido venir al mundo, y esto hace renacer en nosotros la ternura, la ternura humana que está cerca a la de Dios.
¿Cómo meternos en el pesebre?
Necesitamos meter la cabeza: meditar, el misterio enamora en cuanto nos sumergimos en él.
Necesitamos meter el corazón: ponerlo. Un encuentro personal, amoroso con Jesús: no solo teórico sobre la redención…
Necesitamos meter la voluntad: lo libertad que se decide por Dios, que quiere lo que Dios quiere, que decide entregarle lo que Dios nos pide…
Decidirnos por El: creo, te creo, porque quiero creer. Espero, espero todo de vos, mi Niño divino, porque decido esperar en vos, más allá de lo que sienta… Te amo: porque decido amarte con todo el corazón.
Jugarnos por Jesús como se jugaron los Magos.
Es mi vida, mi todo, mi Dios, mi amor… Todo, todo, todo…
Jesús María y José que sea humilde como ustedes tres.
Jesús María y José que esta Navidad me enamore de los tres.
Jesús María y José enséñennos a vivir el amor como lo vivieron entre ustedes tres.
Y les envío una cariñosa bendición navideña,
mientras pido al Niño Dios que nos cambie en esas personas que Él quiere que seamos
P. Eduardo V.
Navidad 2011