Creo en Jesús, pero no en la Iglesia o en el Papa

No es raro escuchar la frase “Jesús sí, Iglesia no”.

Como slogan puede tener gancho, pero es un  contrasentido porque contradice lo que vemos en el Evangelio que Jesús pensaba sobre el tema.

Además es imposible prescindir de la Iglesia si queremos encontrar a Jesús, y no es posible entender a Jesús y su misión sin la Iglesia

1. Quien cree en Jesús, cree que es Dios y cree en todo lo que hizo y enseñó

Es claro que Jesús fundó una Iglesia, que llamó unos Apóstoles para que continuaran su misión, que prometió su asistencia y el envío del Espíritu Santo. Quien cree en Jesús, cree todo esto. De otro modo, Jesús nos engañó o se le escapó la cosa de las manos, ambas cosas incompatibles con la fe en que sea Dios.

De manera que creer en Jesús incluye la fe en la Iglesia fundada por Él.

Por señalar algunos ejemplos básicos:

Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt 16,18): es decir, mi Iglesia –hay una Iglesia que Cristo fundó– está aquí, con Pedro.

Todo lo que ates, será atado en el cielo” (Mt 16,19): Jesús se comprometió a confirmar la acción de Pedro como cabeza de mi Iglesia, porque velará por él.

Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20): es decir, cuando quieran buscarme, búsquenme en la Iglesia, porque es allí donde estaré.

El Espíritu Santo los llevará  a la verdad plena” (Jn 16,13): les he enseñado muchas cosas, pero necesitan que envíe el Espíritu Santo para que los conduzca a la verdad completa.

Si Jesús no nos engañó, Él está en la Iglesia…

2. Sin la Iglesia no hay acceso real y concreto hoy a Jesús

Porque  desde su Ascensión a los cielos, la Iglesia lo hace presente. Jesús se hace presente en la Iglesia –y sólo en la Iglesia–. Actúa en su nombre (cuando bautiza es Jesús quien bautiza), se pone en sus manos (se “mete” en la Eucaristía para llegar a todos, en y a través de la Iglesia: sin ella no hay Eucaristía), le da su palabra (los Evangelios no son otra cosa que escritos de discípulos de Cristo –miembros de la Iglesia– inspirados por el Espíritu Santo; y Jesús confío su interpretación a la Iglesia, para evitar que cada uno interpretar lo que se le ocurriera).

El encuentro con Jesús hoy se da en la Iglesia, que es su Iglesia (de la que Él es parte como cabeza).

3. Sin Jesús no hay Iglesia

La Iglesia no tiene consistencia propia, en sí misma no es nada… Su misión y sentido es hacer presente a Cristo, ser el lugar de encuentro con Cristo. Su razón de ser es referir a Cristo. Es depositaria de tesoros de doctrina y gracia (sacramentos) que no le pertenecen (en sentido que no puede alterarlos a su antojo, sino sólo puede transmitirlos fielmente), porque son de Cristo.

4. Sin Pedro (el Papa) no hay Iglesia

Sin cabeza visible, no hay cuerpo. Pedro es vital: “sobre esta piedra”, aunque sea frágil por sí misma. Jesús sabe que Pedro lo negará, incluso después de Pentecostés necesitará ser corregido por Pablo cuando ante los judaizantes respete escrupulosamente la ley mosaica, confundiendo a los demás sobre la obligatoriedad de hacerlo; incluso intentará huir de Roma ante la persecución de Nerón… Y no deja de elegirlo por eso. Y confirmar la elección después de las negaciones.

Se nos pide fe en la Iglesia, pero una fe madura. Sin fundamentalismos, sin simplificaciones ingenuas.

El Espíritu Santo la asiste, pero no para que todo le salga bien humanamente… Tendrá que pasar por  la cruz –Pedro, el Papa Francisco y todos los cristianos–.

¿Qué supone la infalibilidad? Es garantía de la perennidad de la Iglesia: que la Iglesia dure para siempre, esencialmente idéntica a sí misma (como la fundó Cristo, sin cambiar; ya que si cambiara no sería la que Cristo fundó, sería otra). Esto implica una asistencia especial en temas doctrinales y morales.

La asistencia del Espíritu Santo no es para toda la vida del Papa y todos sus actos. En lo administrativo, en lo humano, se puede equivocar… y no pasa nada. Dios nos santifica incluso con los errores ajenos. En lo opinable, lo estratégico, el nombramiento de Obispos y hasta de su mayordomo…, en la aprobación del presupuesto de la Santa Sede, y en mil cosas más no goza de la infalibilidad…, no la necesita.

Y creemos en el Papa, lo seguimos y lo queremos, aunque no nos gusten algunas cosas del Papa (ya la fe no nos pide que coincidamos en todo, ni hace falta que lo hagamos…).

5. La Iglesia tiene miserias, que no le impiden hacer presente a Cristo

Los discípulos que Jesús eligió tuvieron defectos (y Jesús lo sabía: no fue ingenuo…). No entendían su enseñanza, Judas lo traicionó, Pedro lo negó, todos huyeron de la cruz… Es obvio que a los que los sucedieran también iban a ser falibles como personas: ¡siguen siendo humanos!

Esto no quita que puedan ser instrumentos de la acción de Dios. Es más, para acceder a la gracia divina no hace falta buscar hasta conseguir un ministro perfecto… Dios garantiza que la gracia pasa a través de sus instrumentos (incluso si no son todo lo dignos que deberían ser… ¡ojalá lo fueran y rezamos para que lo sean!). Y esto,  no es malo, sino que es bueno… Gracias a que confiamos en la acción de Dios, no nos fijamos en el ministro: Dios nos garantiza que Él actúa siempre, de manera que podemos estar sin miedo aunque no nos conste la santidad del ministro: la salvación procede de Dios, no viene del ministro: solo pasar a través suyo…

Eduardo Volpacchio
14.5.23

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¿En qué gasta la Iglesia el dinero que recibe?

Para responder a quien pregunta qué hace la Iglesia con el dinero que recibe, habría que comenzar por analizar primero qué dinero recibe la Iglesia, de quién y para qué.

Y antes de encarar el tema, sería interesante señalar que quienes cuestionan a la Iglesia por este tema, no son precisamente contribuyentes de la misma preocupados por el destino del dinero que ellos aportan… Puede resultar curioso ver tanta preocupación por el uso que la Iglesia hace de un dinero que ellos no han aportado.

Para considerar el tema en su conjunto, es necesario observar que la Iglesia es una institución muy descentralizada. Cada diócesis es autónoma -de hecho cada Obispo gobierna con autoridad propia (no es un delegado del Papa)- también económicamente. Cada parroquia es económicamente autónoma (aunque las diócesis se organizan para equilibrar las parroquias de las zonas más ricas con las de las más pobres). Cada institución, orden religiosa, movimiento, asociación, etc., es independiente económicamente y se organiza por su cuenta.

Así cada una gestionará sus recursos y los administrará. Por eso no cabe hablar de la Iglesia en términos económicos como si fuese una multinacional, que manejara cantidades enormes de dinero: no existen unas finanzas globales de la Iglesia. La Santa Sede –el Vaticano- tendrá las suyas (considerando que además de las cuestiones pastorales, tiene los gastos de un Estado independiente, como por ejemplo, los de las embajadas en todos los países -eso son las nunciaturas-). Y cada diócesis, cada institución, cada parroquia, escuela, universidad, hospital, dispensario, orfanato, leprosario, etc., según de quien dependa en concreto, organizará sus ingresos y gastos.

Lo cual es bastante lógico: cada comunidad debería auto sostenerse y ayudar a las demás (las misiones, por ejemplo).

¿En qué se gasta el dinero? Como los católicos somos seres humanos, todas las actividades en las que intervenimos tienen un costo económico: es necesario solventar las catequesis, los colegios, pagar la luz de las iglesias y capillas, arreglar techos y todo tipo de mantenimiento de edificios, pagar sueldos de sacristanes, secretarias parroquiales, comprar tizas para pizarrones y velas para el culto, ponerle nafta a los autos, y otros innumerables gastos de todo tipo (las lista sería inacabable). Aquí encontramos una clave fundamental para la respuesta que estamos dando: no existe un dinero que la Iglesia tenga, previo a las necesidades, que habría que buscar en qué invertir o gastar, sino que se buscan fondos para financiar las necesidades reales que existen. Es más, normalmente, son mucho más grandes las necesidades que los recursos.

¿De dónde proceden estos recursos? Según hemos dicho, habría que ver, caso por caso. En los colegios se suele pagar una cuota como en todos los colegios del mundo; los hospitales tendrán su fuente de financiamiento (que desconozco en concreto, pero supongo similar al del resto de los hospitales); etc. Casi todas las iniciativas pastorales, educativas, sanitarias, etc., son deficitarias, lo que exige siempre buscar lo que falta para llegar a fin de mes… En general, las contribuciones salen de los fieles: son ellos los que sostienen la Iglesia. Incluso en los pocos países en los que el Estado recauda un impuesto que los ciudadanos deciden a qué confesión religiosa se destina (caso Alemania, España), la Iglesia recibe lo que sus fieles orientan a Ella.

Muchos de los fondos que recibe la Iglesia proceden de donaciones, en cuyo caso la cuestión fundamental a tener en cuenta es el destino dado por los donantes. Se trata de uno de los principios más básico de las donaciones: el respeto de la voluntad del donante. ¿Qué hace la Iglesia con el dinero que recibe de donaciones? Lo destina al fin para el que lo ha recibido: el culto, la educación, la asistencia sanitaria, los refugiados, etc.

También existen otras formas de financiarse: en algunos lugares, por ejemplo, la diócesis tiene algunos inmuebles que se alquilan (los fieles los han donado con la idea de que esa renta sirva para solventar las necesidades locales: desde sostener el seminario hasta los tribunales diocesanos, pasando por Caritas y muchas otras necesidades más).

Se puede encontrar una lista de 123.000 instituciones asistenciales que la Iglesia lleva en todo el mundo, al final del artículo El mito de las riquezas de la Iglesia.

En este tema, como en todos los demás, para que la gente entienda es fundamental la amabilidad al explicar las cosas. Si discutimos con ánimo de derrotar al otro, éste se atrincherará en su postura para no ser derrotado, actitud que no lo ayudará a encontrar la verdad. Habrá que ayudar a que se dé cuenta que su planteo no es sólido, en un clima simpático. Lo peor que podemos hacer es enojarnos: quien grita, acusa, insulta, ha perdido la referencia racional, y no conseguirá mostrar la verdad a otros: no se trata de ganar discusiones, sino de iluminar a los demás para que vean las cosas. Habrá que cortar acusaciones gratuitas, animando al otro a aportar datos concretos y no simples intuiciones o repetir lugares comunes sin verificación. Muchas veces quien pregunta lo hace en tono acusador (como dando por supuesto que la Iglesia dispone de gran cantidad de dinero y no se sabe bien qué hace con él); por eso, necesitaremos armarnos de paciencia, para explicar la cuestión con calma, sin entrar en el tono polémico o agresivo.

En nuestro caso, me parece que bastaría con mostrar que los contribuyentes de la Iglesia son voluntarios (nadie los obliga) y que contribuyen porque están satisfechos cómo se usan esos fondos (saben que en la Iglesia hay más honradez que en todos los Estados y empresas).

De manera que, se les puede aconsejar que no se preocupen. Si se acercan a una parroquia, seguramente les mostrarán las cuentas y qué hacen con el dinero. Entonces, se sorprenderán al constatar cómo se puede hacer tanto con tan poco. Y verán que procuramos vivir el desprendimiento de los bienes, que no nos interesa sacar provecho personal de los mismos, que queremos que sirvan para la gloria de Dios, la salvación de las almas y la mejora de las situaciones de miseria en el mundo.

De hecho no existe otra institución que haga tanto por los necesitados como la Iglesia (lo que no quita que todos -los críticos y también cada uno de nosotros- podría hacer más).

P. Eduardo Volpacchio
Buenos Aires, 5 de marzo de 2012