¿Qué relación hay entre el temor y el amor de Dios?

 «Quien teme al Señor no tiene miedo de nada», dice el Eclesiástico (34,14). El temor de Dios libera del temor de los hombres. Hace libres.

Benedicto XVI, Homilía del 6.1.13

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Relación entre el temor y el amor

Del temor al amor

En la consideración de bastantes cristianos, el temor de Dios habría dejado de ser una virtud –como se lo consideró siempre-, para convertirse en una realidad negativa, que debe ser rechazada.

Es un tema que sale con frecuencia durante la preparación para la confirmación, cuando se habla de uno de los dones del Espíritu Santo: el temor de Dios. A veces,  uno encuentra personas que quisieran eliminar este don…

¿Qué ha pasado para que algo pase de ser considerado bueno a ser tenido por malo? Como todas las realidades sobrenaturales, se hace necesario entender a qué nos referimos y matizar la cuestión para no caer en simplificaciones erróneas. Posiblemente la cuestión más básica de la religión es la actitud del hombre ante Dios. Quién es Dios, quién soy yo, qué tipo de relación se establece entre nosotros.

La realidad es la base: Dios es Dios, yo soy una criatura. Dios es todopoderoso y yo limitado. Dios es la Bondad infinita, yo necesito de su misericordia. Soy mortal, necesito que me de vida eterna. Dios ha querido redimirnos con su amor infinito y hacernos  hijos suyos, darnos una vida divina, destinarnos a la felicidad eterna en Él, por toda la eternidad.

El amor de Dios ha superado la distancia infinita que nos separaba de Él.

Dios realizó la Redención a lo largo de la historia. En ella se reveló progresivamente, hasta llegar a la plenitud con la Encarnación del Verbo. En el tema que nos ocupa, se fue mostrando como el Dios Único, Santo, Dueño y protector del Pueblo elegido, hasta mostrarnos su rostro en Cristo. Vemos en las páginas del Antiguo Testamento que el temor de Dios tuvo un lugar muy importante. Ahora bien, ¿qué tipo de temor pedía Dios a su Pueblo? Y en la Nueva Alianza, vemos que reina el amor; pero ese amor ¿hace desaparecer el temor o sigue siendo importante en nuestra relación con Dios?

Sobre la relación entre el temor y el amor, y la necesidad que tenemos de un sano temor en la vida espiritual, he escrito otro artículo “¿Dejar de amar a Dios porque es bueno?” Ahora nos detendremos a considerar de modo casi telegráfico, qué dice la Sagrada Escritura sobre el temor de Dios: nos sorprenderemos con la cantidad de matices, bondades y distintas dimensiones que le atribuye.

El temor de Dios en Sagrada Escritura

Como consecuencia de la revelación de la filiación divina, se da un gran paso del Antiguo al Nuevo Testamento: cambia el centro de gravedad de la motivación del fiel: de la centralidad del temor a la centralidad del amor.

Pero nos equivocaríamos si viéramos aquí un corte radical. Si entendemos el temor de que habla el Antiguo Testamento, descubriremos que el paso realizado consiste en pasar de algo bueno hacia su plenitud. El temor anterior a Cristo, es un temor nacido y empapado de amor; un temor que el Redentor llevará a su plenitud, convirtiéndolo en amor. Un amor que está lleno de respeto, respeto que no es otra cosa que temor de Dios. Es decir, que antes, el temor tenía amor; y ahora, el amor incluye el temor.

Temor en el Antiguo Testamento

Puede resultar llamativa la insistencia de la Sagrada Escritura, sobretodo en el Antiguo Testamento, en el temor, casi como fundamento de la relación con Dios. Su necesidad e importancia por todas partes. Y el algo muy positivo.

Si no estuviéramos atentos a qué se refiere, correríamos el riesgo de hacernos una idea muy equivocada del mismo. Esto es porque el temor que nos pide la Escritura es un temor muy particular, que muy poco tiene que ver con el miedo. Es un temor muy positivo y protector, llena de seguridad a quien lo tiene. Un temor que está muy relacionado con la fe en Dios Omnipotente, Bueno y Providente. Veamos rápidamente –sin pretensión de ser exhaustivos- características del temor de Dios presentes en la Escritura.

–       Dios ama a quienes le temen

Ps 103,11.17 Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen;… Mas el amor de Yahveh desde siempre hasta siempre para los que le temen, y su justicia para los hijos de sus hijos,

–       Define a los que aman a Dios

Ps 22, 24 «Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel».

–       Dios cuida a los lo temen

Ps 34,18 Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor… 8 Jet. Acampa el ángel de Yahveh en torno a los que le temen y los libra. 9 Tet. Gustad y ved qué bueno es Yahveh, dichoso el hombre que se cobija en él. 10 Yod. Temed a Yahveh vosotros, santos suyos, que a quienes le temen no les falta nada…. 12 Lámed. Venid, hijos, oídme, el temor de Yahveh voy a enseñaros.

–       Es causa de gran estima

Judit 8,8 y no había nadie que pudiera decir de ella una palabra maliciosa, porque tenía un gran temor de Dios.

Judit 16,16 Porque es muy poca cosa todo sacrificio de calmante aroma, y apenas es nada la grasa para serte ofrecida en holocausto. Mas quien teme al Señor será grande para siempre.

–       Conduce a la felicidad

Deut 6,24 Y Yahveh nos mandó que pusiéramos en práctica todos estos preceptos, temiendo a Yahveh nuestro Dios, para que fuéramos felices siempre y nos permitiera vivir como el día de hoy.

Ps 112 ¡Dichoso el hombre que teme a Yahveh, que en sus mandamientos mucho se complace!

–       No debemos tener miedo a su presencia. Cada vez que Dios aparece, personalmente o enviando un Ángel, las primeras palabras son “no temas”.

Gen 15,1 Después de estos sucesos fue dirigida la palabra de Yahveh a Abram en visión, en estos términos: «No temas, Abram. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande».

–       Es una bendición

2 Cron 19, 7.9 ¡Que esté sobre vosotros el temor de Yahveh! Atended bien a lo que hacéis, porque en Yahveh nuestro Dios no hay  iniquidad ni acepción de personas ni soborno». (…) Les dio esta orden: «Obraréis en todo en el temor de Yahveh, con fidelidad y con corazón perfecto.

Ps 128, 1.4 Dichosos todos los que temen a Yahveh, los que van por sus caminos….  Así será bendito el hombre que teme a Yahveh.

Ps 147, 11 Se complace Yahveh en los que le temen, en los que esperan en su amor.

–       Hay una bienaventuranza para quienes temen a Dios

Prov 28, 14 Dichoso el hombre que siempre está en temor; el que endurece su corazón caerá en el mal.

Ps 2,11-12 Servid a Yahveh con temor, con temblor besad sus pies; no se irrite y perezcáis en el camino, pues su cólera se inflama de repente. ¡Venturosos los que a él se acogen!

–       Es fruto de la fe en Dios

Ex 14,31 Y viendo Israel la mano fuerte que Yahveh había desplegado contra los egipcios, temió el pueblo a Yahveh, y creyeron  en Yahveh y en Moisés, su siervo.

–       Don de Dios, hay que pedirlo

Ps 86,11 Enséñame tus caminos Yahveh, para que yo camine en tu verdad, concentra mi corazón en el temor de tu nombre.

–       Es fruto de haber visto las obras del Señor:

1 Samuel 12, 24 Sólo a Yahveh temeréis y le serviréis fielmente, con todo vuestro corazón, porque habéis visto esta cosa grandiosa que ha realizado en medio de vosotros.

–       Dios escucha a quienes lo temen

Ps 145, El cumple el deseo de los que le temen, escucha su clamor y los libera

–       Quien teme al Señor, lo tiene todo.

Tobías 4, 21 No debes preocuparte, hijo, porque seamos pobres. Muchos bienes posees si temes a Dios, huyes de todo pecado y haces lo que es bueno ante el Señor tu Dios.

Ps 31, 20 ¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen,

1 Samuel 12, 14 Si teméis a Yahveh y le servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra las órdenes de Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a Yahveh vuestro Dios, está bien.

–       El temor de Dios define al hombre bueno

Job 1, 1.8 Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal….  Y Yahveh dijo al Satán: «¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal!»

Job 2,3 Y Yahveh dijo al Satán: «¿Te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra: es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal! Aún persevera en su entereza, y bien sin razón me has incitado contra él para perderle».

Job 14,2 Quien anda en rectitud, teme a Yahveh; el de torcido camino le desprecia.

Ps 118, 4 ¡Digan los que temen a Yahveh: que es eterno su amor!

–       Es lo más básico de la  relación con Dios. Incluye amor, porque une a Él..

Deut 10,12-13 Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz?

Deut 10,20 A Yahveh tu Dios temerás, a él servirás, vivirás unido a él y en su nombre jurarás.

Deut 13,5 A Yahveh vuestro Dios seguiréis y a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis y viviréis unidos a él.

Ps 34,18-22 Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria. Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos. Sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros, como está en ti nuestra esperanza.

–       Excluye todo otro temor

Gen 26,24 Yahveh se le apareció aquella noche y dijo: «Yo soy el Dios de tu padre Abraham. No temas, porque yo estoy contigo. Te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham, mi siervo».

1 Samuel 12, 24 Sólo a Yahveh temeréis y le serviréis fielmente, con todo vuestro corazón, porque habéis visto esta cosa grandiosa que ha realizado en medio de vosotros.

–       Llena al hombre de confianza

Deut 3,22 No les temáis, porque el mismo Yahveh vuestro Dios combate por vosotros.

Deut 31,6 ¡Sed fuertes y valerosos!, no temáis ni os asustéis ante ellos, porque Yahveh tu Dios marcha contigo: no te dejará ni te abandonará.

Ps 115,11.13 los que teméis a Yahveh, confiad en Yahveh, él, su auxilio y su escudo. …  bendecirá a los que temen a Yahveh, a pequeños y grandes.

–       Está lleno de bienes

Ps 19, 10 El temor de Yahveh es puro, por siempre estable; verdad, los juicios de Yahveh, justos todos ellos,

Ps 85,10 Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la Gloria morará en nuestra tierra.

–       El temor de Dios se aprende (por tanto, no consiste en tener miedo)

Deut 14,23 en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar que él haya elegido para morada de su nombre, comerás el diezmo de tu trigo, de tu mosto y de tu aceite, así como los primogénitos de tu ganado mayor y menor; a fin de que aprendas a temer siempre a Yahveh tu Dios.

Deut 17,18-19 Cuando suba al trono real, deberá escribir esta Ley para su uso, copiándola del libro de los sacerdotes levitas. La llevará consigo; la leerá todos los días de su vida para aprender a temer a Yahveh su Dios, guardando todas las palabras de esta Ley y estos preceptos, para ponerlos en práctica.

Deut 31,12-13 Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que vive en tus ciudades, para que oigan, aprendan a temer a Yahveh vuestro Dios, y cuiden de poner en práctica todas las palabras de esta Ley. Y sus hijos, que todavía no la conocen, la oirán y aprenderán a temer a Yahveh vuestro Dios todos los días que viváis en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán».

2 Crónicas 26,5 (sobre Ozías) Buscó a Dios durante la vida de Zacarías, que le instruyó en el temor de Dios; y mientras buscó a Yahveh, Dios le dio prosperidad.

Prov 2, 5 entonces entenderás el temor de Yahveh y la ciencia de Dios encontrarás.

–       Es el comienzo del camino a la sabiduría (es decir, hace sabio)

Ps 111, 5.10 Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. (…) Res. Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican.

Prov 9,10 Comienzo de la sabiduría es el temor de Yahveh, y la ciencia de los santos es inteligencia.

Job 29, 28 Y dijo al hombre: «Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia».

Prov 1, 7.29 El temor de Yahveh es el principio de la ciencia; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción…. Porque tuvieron odio a la ciencia y no eligieron el temor de Yahveh.

Prov 3,7 No seas sabio a tus propios ojos, teme a Yahveh y apártate del mal.

–       Está en la raíz del cumplimiento de la voluntad de Dios

Gen 22,12 Dijo el Ángel: «No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único».

Ex 1,17 Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños.

Deut 8,6 y guarda los mandamientos de Yahveh tu Dios siguiendo sus caminos y temiéndole.

–       Lleva a evitar el mal

Prov 16, 6 Con amor y lealtad se expía la falta; con el temor de Yahveh se evita el mal.

–       Aleja del pecado

Ex 20 20 Respondió Moisés al pueblo: «No temáis, pues Dios ha venido para poneros a prueba, para que su temor esté ante vuestros ojos, y no pequéis».

Lev 19 14 No maldecirás a un mudo, ni pondrás tropiezo ante un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo, Yahveh.

25 17 Ninguno de vosotros dañe a su prójimo, antes bien teme a tu Dios; pues yo soy Yahveh vuestro Dios.

–       Incluye la confianza en el perdón

1 Samuel 12,20 Pero Samuel dijo al pueblo: «No temáis. Cierto que habéis hecho esta maldad. Pero ahora, no os alejéis de Yahveh y servidle con todo vuestro corazón,

Ps 130,4 Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido.

–       Las consecuencias del pecado se atribuyen a castigo de Dios

Deut 28,58-59 Si no cuidas de poner en práctica todas las palabras de esta Ley escritas en este libro, temiendo a ese nombre  glorioso y temible, a Yahveh tu Dios, Yahveh hará terribles tus plagas y las de tu descendencia: plagas grandes y duraderas, enfermedades perniciosas  y tenaces.

–       Siempre va unido al servicio a Dios

Deut 24,14 «Ahora, pues, temed a Yahveh y servidle perfectamente, con fidelidad; apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros padres más allá del Río y en Egipto y servid a Yahveh.

–       La falta de temor de Dios es la causa profunda de las malas acciones

Deut 19,20 Los demás, al saberlo, temerán y no volverán a cometer una maldad semejante en medio de ti.

–       Debe estar unido a todo

2 Crónicas 19, 7.9 ¡Que esté sobre vosotros el temor de Yahveh! Atended bien a lo que hacéis, porque en Yahveh nuestro Dios no hay  iniquidad ni acepción de personas ni soborno. (…) Les dio esta orden: Obraréis en todo en el temor de Yahveh, con fidelidad y con corazón perfecto.

Primera conclusión: en el Antiguo Testamento se promueve un temor de Dios lleno de confianza en Él, alejado de todo miedo servil, lleno de bondades.

El Nuevo Testamento y el temor de Dios

En los Sinópticos, aparece con mucha frecuencia, sobre todo referido al asombro que causaban los prodigios que Jesús obraba. Es la reacción ante lo sagrado, lo sublime, el poder infinito de Dios.

–       Es la actitud natural ante lo sobrenatural

Lc 1, 11 Se le apareció un ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. 12 Y Zacarías se inquietó al verlo y le invadió el temor. 13 Pero el ángel le dijo:  —No temas, Zacarías, porque tu oración ha sido escuchada, así que tu mujer Isabel te dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Juan. 14 Será para ti gozo y alegría; y muchos se alegrarán con su nacimiento, 15 porque será grande ante el Señor.

Lc 2, 8 Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. 9 De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz. Y se llenaron de un gran temor. 10 El ángel les dijo: —No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: 11 hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor;

–       Es un temor lleno de respeto

Mt 17, 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo:  —Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me he complacido: escuchadle. 6 Los discípulos al oírlo cayeron de bruces llenos de temor. 7 Entonces se acercó Jesús y los tocó y les dijo: —Levantaos y no tengáis miedo.

Hebreos 12, 28 Por eso, nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, mantengamos la gracia, y a través de ella ofrezcamos a Dios un culto que le sea grato, con reverencia y temor, 29 porque nuestro Dios es fuego devorador.

–       Es la actitud ante los milagros

Lc 5, 25 Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa glorificando a Dios. 26 El asombro se apoderó de todos y glorificaban a Dios. Y llenos de temor decían:—Hoy hemos visto cosas maravillosas.

Lc 7, 15 Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar. Y se lo entregó a su madre. 16Y se llenaron todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».

Lc 8, 24 Puesto en pie, increpó al viento y a las olas, que cesaron; y sobrevino la calma. 25 Entonces les dijo:—¿Dónde está vuestra fe?  Ellos, llenos de temor, se asombraron y se decían unos a otros: —¿Quién es éste que manda a los vientos y al agua, y le obedecen?

–       Temor que se parece mucho a la sorpresa, al asombro, ante lo sublime

Lc 1, 64 En aquel momento recobró el habla, se soltó su lengua y hablaba bendiciendo a Dios. 65 Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban estos acontecimientos por toda la montaña de Judea; 66 y cuantos los oían los grababan en su corazón, diciendo:—¿Qué va a ser, entonces, este niño?  Porque la mano del Señor estaba con él.

Mt 9,6 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados –se dirigió entonces al paralítico–, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. 7 Él se levantó y se fue a su casa. 8 Al ver esto, la gente se atemorizó y glorificó a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.

Mc 9, 6 Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor. 7 Entonces se formó una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:—Éste es mi Hijo, el amado: escuchadle.

Mt 27, 54 El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de gran temor y dijeron:  —En verdad éste era Hijo de Dios.

–       Un temor lleno de alegría

Mt 28, 8 Ellas partieron al instante del sepulcro con temor y una gran alegría, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. 9 De pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. 10 Entonces Jesús les dijo: —No tengáis miedo; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.

Mc 4, 40 Entonces les dijo: —¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?  41 Y se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: —¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?

Mc 16, 8 Y ellas salieron y huyeron del sepulcro, pues estaban sobrecogidas de temblor y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque estaban atemorizadas.
Lc 8, 37 Y toda la gente de la región de los gerasenos le pidió que se alejara de ellos, porque estaban sobrecogidos de temor. Él subió a la barca y se volvió.

Lc 9, 34 Mientras así hablaba, se formó una nube y los cubrió con su sombra. Al entrar ellos en la nube, se atemorizaron. 35 Y se oyó una voz desde la nube que decía:  —Éste es mi Hijo, el elegido: escuchadle. 36 Cuando sonó la voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por entonces nada de lo que habían visto.

Lc 24, 3 Pero al entrar, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. 4 Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. 5 Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia tierra, ellos les dijeron: —¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? 6 No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea 7 diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día.

–       En el Evangelio de Juan

La única vez que se habla de miedo, es para referirse al miedo que los Apóstoles tenían a los judíos después de la crucifixión de Jesús. Es un miedo que es radicalmente distinto al temor de Dios del que nos hablan las Escrituras.

Jn 19, 38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque a escondidas por temor a los judíos, le rogó a Pilato que le dejara retirar el cuerpo de Jesús.

–       Cómo lo vivían los primeros cristianos

Hechos 2, 42 Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. 43 El temor sobrecogía a todos, y por medio de los apóstoles se realizaban muchos prodigios y señales.

Hechos 5, 5 Al oír Ananías estas palabras cayó en tierra y expiró. Un gran temor sobrecogió a todos los que lo oyeron. 6 Se levantaron algunos jóvenes, lo amortajaron y lo llevaron a enterrar. 10 Al instante cayó a sus pies y expiró. Al entrar los jóvenes la encontraron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido. 11 Un gran temor llenó a toda la Iglesia y a todos los que oyeron estas cosas.

Hechos 9, 31 La Iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaría. Se consolidaba y caminaba en el temor del Señor y crecía con el consuelo del Espíritu Santo.

Hechos 10, 1 Un hombre de Cesarea llamado Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica, 2 piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, que daba muchas limosnas al pueblo y oraba a Dios sin cesar, 3 vio claramente en una visión, hacia la hora nona del día, al ángel de Dios que llegaba hasta él y le decía —¡Cornelio! 4 Él le miró fijamente y, sobrecogido de temor, dijo:—¿Qué ocurre, señor?   le respondió: —Tus oraciones y limosnas han subido como memorial ante la presencia del Señor.

Hechos 19, 17 Todos los judíos y griegos que vivían en Éfeso se enteraron de esto; el temor se apoderó de todos y fue ensalzado el nombre del Señor Jesús. 18 Muchos de los que habían creído venían para confesar y manifestar sus prácticas supersticiosas. 19 Bastantes de los que cultivaban la magia trajeron sus libros y los quemaron delante de todos. Calcularon su valor y resultó ser de cincuenta mil monedas de plata. 20 Y así la palabra del Señor se propagaba con fuerza y se robustecía.

–       La falta de temor de Dios, resume la actitud de los impíos…

Rom 2, 18 No hay temor de Dios ante sus ojos.

–       Un sano temor de  Dios, aleja del mal

Hebreos 11, 7 Por la fe, Noé, prevenido por Dios acerca de lo que aún no se veía, construyó con religioso temor un arca para la salvación de su familia, y por esta fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe.

1 Timoteo 5, 20 A los que pecan repréndelos delante de todos, para que también los demás alcancen el temor.

Ef 5, 21 Estad sujetos unos a otros en el temor de Cristo.

2 Cor 7, 1 Por tanto, queridísimos, teniendo estas promesas, purifiquémonos de toda mancha de carne y de espíritu, llevando a término la santificación en el temor de Dios.

Fil 2, 12 Por tanto, queridísimos míos, así como siempre habéis obedecido, no sólo en mi presencia, sino también mucho más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor; 13 porque Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito.

Col 3, 22 Siervos: obedeced en todo a vuestros amos de la tierra, no sólo para que os vean, como quien busca complacer a los hombres, sino con sinceridad de corazón y con temor del Señor. 23 Todo cuanto hagáis hacedlo de corazón, como hecho para el Señor y no para los hombres, 24 sabiendo que recibiréis del Señor el premio de la herencia. Servid a Cristo, el Señor.

1 Pe 1, 17 Y si llamáis Padre al que sin hacer acepción de personas juzga a cada uno según sus obras, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación

–       Pero, lo decisivo es la rectitud de intención

2 Cor 10,9 Y que nadie piense que pretendo atemorizaros con mis cartas.

Rom 13, 3 Haz el bien, y recibirás su alabanza, 4 porque está al servicio de Dios para tu bien. Pero si obras el mal, teme, pues no en vano lleva la espada; porque está al servicio de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal. 5 Por tanto, es necesario estar sujeto no sólo por temor al castigo, sino también por motivos de conciencia.

Ef 6, 5 Siervos: obedeced a los amos de la tierra, con temor y respeto, como si fuera a Cristo, con sencillez de corazón, 6 no para que os vean, como quien busca complacer a los hombres, sino como siervos de Cristo que hacen de corazón la voluntad de Dios, 7 sirviendo de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres, 8 conscientes de que cada uno, sea siervo o sea libre, será recompensado por el Señor según el bien que haya hecho.

–       De temor al amor, pero sin perder el temor

1 Jn 4, 17 En esto alcanza el amor su perfección en nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, porque tal como es él, así somos nosotros en este mundo. 18 En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no es perfecto en el amor.

Rom 8, 14 Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!»

CONCLUSION

Pienso que es hora de dejemos de hacerle mala prensa al temor de Dios. Lo divino es simple, pero sublime, la simplificación hace mucho daño porque lo llena de ordinariez.

Tenerle miedo a Dios es malo. Pero no tener temor de Dios (es decir, no temer hacer aquello que le desagrada) también es malo. El amor está protegido por el temor a lo que se le opone. Sería absurdo dedicarnos a balancearnos de un extremo a otro de este péndulo, cuando lo que Dios nos pide es otra cosa: un amor lleno de respeto, una confianza llena de admiración, una adoración llena de humildad, una cercanía llena de sentido de lo sagrado.

 P. Eduardo María Volpacchio
Buenos Aires, 6.1.13

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¿Dejar de amar a Dios porque es bueno?

Aunque parezca curioso —y en realidad sea paradójico— hay personas que se alejan de Dios porque piensan —con razón— que es muy bueno. ¿Tiene esto sentido?

Me preocupa que haya almas que se alejen de Dios por una concepción sentimental del amor, sin darse cuenta de lo poco razonable de un planteo que dan por obvio, y que no lo es en absoluto.

En concreto, hay personas que justifican, por ejemplo, su inasistencia a la Misa dominical, con un argumento sorprendente:

«Yo no voy a Misa los domingos. Dios es bueno y no me va a castigar por eso»

Parecería que detrás se esconde el siguiente razonamiento:

“No voy a Misa porque Dios no me va a condenar por eso; es decir, sólo iría en caso de que corriera peligro de condenación”.

Y con la misma actitud se intenta justificar algunos comportamientos contrarios a la moral cristiana (el uso de anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, el concubinato —que es como se llama técnicamente que novios vivan juntos—).

Ante estos casos, tenemos que preguntarnos si la misericordia infinita de Dios es motivo para ofenderlo sin reparo. Y si esa ofensa es gratis; es decir, no tiene un costo personal para nuestras almas.

No vamos a ir aquí al fondo de la cuestión (el papel de la moral en la vida cristiana, la obligatoriedad moral de los preceptos de la Iglesia y el papel de la Eucaristía en la vida cristiana, etc.), sino que simplemente nos preguntaremos si el supuesto que Dios no va a castigarme por dejar de adorarlo, de amarlo y de dedicarle tiempo, es un motivo razonable para dejar de hacerlo; si pensar que no va a condenarme es motivo suficiente para ofenderlo con actos contrarios a su ley moral.

La aclaración de algunos puntos fundamentales ayudará a entender el error que esconde la justificación que nos estamos analizando.

1) El amor y la vida cristiana

Comenzamos por analizar el papel del amor de Dios y de nuestra correspondencia en la salvación.

Una cosa es clara: lo que nos salva es el amor de Dios, no nuestras obras. Hay una primacía absoluta de la gracia sobre nuestras obras.

Jesucristo no se hizo hombre para evitar la condenación de los hombres, sino para llevarlos a la plenitud de la filiación divina: eso es lo que nos salva.

La causa de la salvación no es el amor que tenemos a Dios, sino el amor que Dios nos dona con la gracia.

Un amor cuyo fruto no es sólo la satisfacción afectiva de quien lo recibe, sino sobre todo una vida nueva (ese amor es amor divino, y como tal, nos diviniza). Esa vida, la recibimos y vivimos nosotros. Ser amados por Dios no es algo meramente pasivo, hemos de aceptar y asimilar ese amor, haciéndolo nuestro y ¡viviéndolo!

“Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, decía San Agustín. Nuestra libertad tiene un papel fundamental.

Haciendo nuestro amor que Dios no dona, podemos amar con ese amor y entonces la salvación se expresa en ese amor: recibimos el amor para asimilarlo, y una vez asimilado –hecho nuestro- poder amar con ese amor de Dios, que ahora es nuestro.

Es decir, es Dios quien nos salva, pero nuestras obras coherentes con esa salvación resultan indispensables para aceptación y la vivencia de esa salvación.

2) Quien salva y quien se condena

Si nos negáramos a amar, rechazaríamos el amor y con él, la salvación que se nos ofrece… y, por lo mismo, dejaríamos de estar salvados.

El amor de Dios es inagotable (es infinito), de manera que no se cansa de ofrecernos su amor salvador. Siempre estará dispuesto a perdonarnos, si volvemos a El arrepentidos. Siempre estará dispuesto a recibirnos, si a Él nos acercamos. Pero para que efectivamente nos perdone, nos salve y nos reciba, hemos de aceptarlo amando: nuestra libertad también aquí es imprescindible.

Dios no nos condena, pero no porque no pueda hacerlo, sino porque ¡no quiere hacerlo! Espera paciente y quiere la conversión de nuestro corazón. Conversión que sólo se llevará a término recorriendo el camino que El nos señala. Si nosotros no queremos amarlo, si rechazamos su voluntad, si nos cerramos a las fuentes de la gracia, estamos rechazando libremente su amor, su perdón y su salvación. Y esto es muy malo, haciéndolo nos condenamos a nosotros mismos. En esto consiste el infierno:

Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno».

Catecismo de la Iglesia Católica, 1033.

3) Razón de ser de las exigencias de Dios

Dios no necesita nuestro culto ni nuestra obediencia. Simplemente pide lo que necesitamos para alcanzar la plenitud humana y sobrenatural. Así lo creemos los cristianos. Detrás de sus mandamientos no vemos un capricho irrazonable, sino una voluntad paterna que conduce a la plenitud en la vida eterna, a través de las vicisitudes de esta vida. Eso vale para los mandamientos y para la recepción de los sacramentos, para la oración y para la caridad. Todo es importante, porque nuestro Padre Dios nunca nos pedirá algo para molestarnos.

Jesús nos enseñó a pedir: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Y pedimos que la cumplan los planetas, y los animales y los hombres… comenzando por nosotros mismos. Porque ¡de verdad!, es lo mejor para nosotros.

4) El perdón de Dios y realización personal

El pecado hace mal al alma. El perdón, no es una cuestión formal: Dios cura el alma cuando perdona. Sería una locura pecar solamente porque Dios perdona (como diciendo, ¿para qué dejar de pecar si después te perdonan igual?).

Este planteo supone que pecar es bueno —lo mejor que podemos hacer—, pero un Dios caprichoso nos lo prohíbe. Pero como tan malo no es, nos deja una puerta de escape: que lo hagamos tranquilos ya que después El nos perdona. ¡Esto es absurdo!

Otra cosa es que seamos débiles y caigamos. Entonces necesitamos perdón de por las cosas malas que hacemos, y por el bien que dejamos de hacer, por el amor que dejamos voluntariamente de tener. Y el primer paso para el perdón es el arrepentimiento: es imposible el perdón sin el rechazo personal del pecado, ya que Dios no nos liberará de las acciones que nosotros no rechazamos (una vez más respeta nuestra libertad). Pero esto imposible si pensamos que lo que hicimos es bueno.

Pero no es sólo cuestión de que pensar en el perdón de Dios. Es el aspecto negativo: liberarnos de lo malo que haya en nuestra vida.

Pero hay una cuestión mucho más importante y muy positiva: para realizarnos, cumplir su palabra es esencial.

Cumplir la ley de Dios no es lo que nos salva, sino que es la consecuencia natural de haber sido alcanzados por su amor. La procuramos cumplir no por miedo a castigo, sino porque hemos descubierto el amor de Dios. Queremos hacer lo que Dios nos pide porque lo amamos. Porque entendemos lo grande que es su sabiduría y su amor.

En el caso de la Misa; no asisto por miedo a que Dios me castigue (sé que me va a perdonar todas las veces que sinceramente le pida perdón por haberlo ofendido), sino porque quiero participar de la mayor donación de amor de Dios a los hombres: la Eucaristía.

5) Amor y temor

La Teología nos enseña que el temor de Dios es un don del Espíritu Santo: se nos infunde junto con la gracia santificante y las virtudes infusas.

Esto podría resultar un poco curioso: ¿Acaso Dios quiere que le temamos? ¿No es acaso nuestro Padre? ¿El buen Pastor que busca la oveja perdida y da la vida por ella?

Ante estas perplejidades es justo que nos preguntemos qué tipo de temor nos infunde el Espíritu Santo, de qué miedo se trata.

En relación a Dios, puede haber varios tipos de temores, uno malo, uno imperfecto y otro óptimo.

Tener miedo a Dios y mantenerse alejado de Él por eso, es un temor malo, sin sentido. Un miedo que teme a un Dios del que habría que cuidarse…

Está claro que no hemos de tener miedo a Dios: es el más amoroso de todos los padres.

Entonces, ¿miedo a qué hemos de tener? En primer lugar a nosotros mismos… a que —por nuestra debilidad— nos apartemos de Dios, a que lo ofendamos. Se trata de un sano temor a ofender a quien tanto nos quiere, un temor que nos lleva a alejarnos de las ocasiones de hacerlo. En esta línea el sacerdote reza en Misa, antes de recibir la Comunión: “haz que siempre cumpla tus mandamientos y no permitas que me separe de Ti”. Este es el temor de Dios bueno: temor a fallarle a nuestro Padre, a estropear nuestra vida con el pecado. Es un “miedo” muy santo, filial, cariñoso.

Un temor a cometer la locura de rechazar su amor pecando, de vivir lejos de El; y, por lo mismo, terminar lejos suyo por toda la eternidad (te recuerdo que eso es el infierno).

Hay quienes piensan el amor y la confianza excluyen todo respeto y temor. Pero no es así; el amor incluye el respeto como línea de mínimo: respeto a quien amo, y difícilmente amaré a quien ni siquiera respete.

Y el respeto es una cierta forma de temor: un temor que puede ser amoroso, cuando lo que se teme es alejarse del amado, hacerlo sufrir, fallarle, ofenderlo.  De manera que amor, temor y respeto, si se los considera en su justo lugar, están relacionados.

Por eso la Sagrada Escritura enseña que “el comienzo de la sabiduría es el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican” (Ps 111,10).

6) El miedo y el cumplimiento de los preceptos

En relación al temor de Dios y el cumplimiento de su voluntad caben varias posibilidades. Analicemos sólo tres de ellas.

a) Podemos movernos en la vida por miedo al infierno, un miedo nada filial ni amoroso. Sería un miedo timorato, un miedo que nos apartaría del pecado y nos haría cumplir la voluntad de Dios; un miedo que nos llevaría a hacer cosas buenas y evitar las malas —por tanto que nos haría buenos—, pero imperfecto porque le faltaría amor. Imperfecto no significa malo: es bueno, pero carece de perfección.

Antiguamente –y también en nuestros días- era frecuente encontrar personas que cumplían los preceptos de la ley de Dios por este tipo miedo: miedo a un castigo de Dios, miedo al infierno, etc.

Aunque debemos reconocer que no todo era miedo. Querían a Dios lo suficiente para no querer perdérselo en la eternidad, y estaban dispuestas a pagar el precio de cumplir con lo que Dios mandara para conseguirlo. Se trataba de un miedo que era bueno, porque las apartaba de hacer cosas malas y las conducía a hacer otras buenas, aunque como dijimos bastante imperfecto. No habían descubierto el amor a Dios como motor de su comportamiento. Esas personas tendrían que superar este temor, aprendiendo a cumplir la ley de Dios por amor a Dios.

b) También existe –y ojalá lo tengamos- el santo temor de Dios, que excluye todo miedo a Dios y está lleno de confianza en El.

Quien tiene este santo temor de Dios, hará lo que Dios le pide por amor. Un amor que le llevará a sacrificarse cuando le cueste, para evitar ofender a quien tanto quiere.

c) Podríamos experimentar también una carencia de miedo “patotera”, que enfrenta a Dios. Éste es el caso del que nos ocupamos en este artículo.

Nos encontramos aquí con una versión radicalizada del miedo como motor de la relación con Dios, pero desde una perspectiva negativa: ya no es que cumpla con Dios por miedo al infierno, sino que dejo de cumplir con El, precisamente porque no le tengo miedo.

En esta versión Dios se ha vuelto inofensivo: ya no inspira miedo. Entonces no mueve.

Es bueno no tener miedo; pero es muy triste dejar de gozar de la Eucaristía por falta de miedo. Es bueno no tener miedo a Dios, pero es triste alejarse de El con la excusa de esa falta de miedo.

7) La esperanza y la presunción

En este análisis no puede faltar una breve referencia a la presunción. Es un pecado contra la virtud de la esperanza, que el Catecismo de la Iglesia (n. 2092) define de la siguiente manera:

“Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas, (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito)”.

De más está decir que el caso que no ocupa se encuadra absolutamente en estos términos.

De más está decir que el caso que no ocupa se encuadra absolutamente en estos términos.

Conclusión: cosas que no cierran…

Dejar de ir a Misa porque Dios no me va a condenar por eso, resulta curioso. Y parece bastante egoísta.

Si Dios no me condena, entonces no hago lo que me pide, no me acerco a la Eucaristía, no cumplo sus preceptos. Como si la voluntad de Dios fuera opuesta a la mía… y mientras no corra peligro de condenación, no tengo ninguna intención de corregir la mía para identificarla con la suya.

Además surge otro inconveniente: la asistencia a Misa dominical no es un opcional de la vida cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica señala que “la Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (…) (y) recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días” (n. 1389). Es decir, es de las cosas que determinan la identidad cristiana.

Lo mismo ocurre con los preceptos morales: no son simples consejos, sino que hacen a la fidelidad fundamental a Cristo.

Ante semejante planteo, surgen muchas preguntas que no encuentran respuesta:

¿Donde queda el amor? ¿Qué espero de Dios? ¿No me importa vivir y edificar mi vida al margen de El? ¿Puedo decidir yo cómo amar a Dios, independientemente de lo que Él me pide? ¿Qué es la Eucaristía para mí? ¿Puede ser que me importe tan poco lo que pide?

¿Donde queda el sentido más profundo del cristianismo como divinización del hombre? ¿Qué es para mí la vida de la gracia? ¿Qué es esa vida eterna que me da la Eucaristía?

¿Donde queda el «haced esto en memoria mía»? ¿Qué «pasa» en la Misa para que tenga que ir? ¿Qué falta en mi vida cuando no voy?

¿Por qué la Iglesia enseña que faltar a Misa sin causa grave, sea un pecado mortal? ¿Exagera? ¿Quiere asustar? ¿Acaso miente o simplemente no sabe de qué está hablando? ¿Qué importancia tiene un pecado? El hecho de que Dios perdone los pecados ¿hace que sea lo mismo cometerlos o no cometerlos?

¿Me hace bien el no ir a Misa? ¿Pierdo algo si no voy? ¿Es indiferente ir o no ir? ¿Hace algún daño a mi alma dejar voluntariamente la Misa?

Los que cumplen la voluntad de Dios ¿acaso son tontos? ¿no se han dado cuenta que no es necesario?

Este planteo deja demasiadas preguntas sin responder. Y no es cuestión de que Dios me vaya a castigar… es cuestión de que no puedo vivir sin El…

Y es una actitud que acaba siendo demasiado peligrosa, ya que vivir voluntariamente desconectado de las fuentes de la gracia hace que nuestra vida sea sobrenaturalmente muy pobre, si no es que acaba careciendo totalmente de la vida sobrenatural que dan los sacramentos.

Ir al fondo de las cosas

Para terminar, te invito a que por tu cuenta consideres varias cosas: qué es la Misa, para qué la ha instituido Dios, qué espera de mí. Por qué la Iglesia me insiste tanto en la necesidad que tengo de ella, al punto de obligarme a ir bajo pena de pecado mortal. Qué sentido tienen las exigencias morales. Qué es el amor a Dios y qué papel tiene el santo temor en la vida cristiana.

Si todavía no has descubierto el tesoro divino escondido en la Misa, o en los bienes que protegen los mandamientos… no dejes de asistir o de vivirlos, buscá y pedí a María que te lo enseñe: serás feliz cuando lo encuentres y tu vida alcanzará una dimensión divina.

Y por último que no te dejes llevar por la falta de miedo.

¿Dejar de cumplir la voluntad de Dios excusado en que va a perdonarme?

¿Ofenderlo porque me perdona?

¿Vivir lejos suyo porque no me quiere condenar?

¿Tiene esto algún sentido?

Que Dios no quiera condenarme no es excusa para ofenderlo, sino que ¡hace más grave el desprecio! Endurece el corazón.

Podría sucedernos lo que a los judíos en Meribá, después de cruzar el Mar Rojo: cuantos más prodigios veían, más caprichosos y patoteros con Dios se volvían (cfr. Exodo cap. 15-17; Ps 94).

Eduardo María Volpacchio

2-3-10