¿Por qué necesitamos la Misa del domingo?

Para bajar en Word: Por qué necesitamos la Misa del domingo

No vamos a cumplir una regla, vamos por una necesidad existencial: la necesidad de unirnos con Dios y “divinizar” nuestra vida.

10 motivos fundamentales

  1. El domingo es el día de la resurrección de Cristo, día de la nueva creación, de la vida nueva glorificada. La Misa nos hace participar –a través de un gran milagro– de esa resurrección. Así introduce en nuestra vida la vida eterna de Jesús resucitado. Esa vida divina “entra” en nuestra vida por la participación en la Misa. Somos redimidos y santificados. Sin la Misa nuestra vida queda reducida a la sola dimensión temporal –por tanto transitoria y caduca–, se ve privada de su enriquecimiento sobrenatural. Por tanto, lo 1º: aporta la dimensión de eternidad a nuestra vida.
  2. Dios baja a nosotros y nos da el sacrificio de su Hijo para que se lo ofrezcamos. Es imposible pensar en algo de mayor valor para ofrecerle. Con la Misa le ofrecemos el sacrificio perfecto. Lo 2º: ofrecemos a Dios lo único digno de Dios que podemos ofrecer.
  3. La Misa dominical centra nuestra vida en Dios. La semana es una unidad de tiempo fundamental de nuestra vida. El centro de la semana lo tenemos en el domingo (“dies Domini”: el día del Señor). Con la misa centramos nuestra semana en Dios, todo gira en torno al altar: consagramos la semana que hemos vivido y ponemos en las manos de Dios la que tenemos por delante. Así divinizamos nuestra vida semana a semana, domingo a domingo. 3º: La Misa garantiza que nuestra semana esté centrada en Dios.
  4. Concreta el mandamiento de “amar a Dios sobre todas las cosas”. La asistencia a Misa semanal pone de manifiesto que no hay actividad que prioricemos ante el gran don de Dios de la Eucaristía (descanso, deporte, viajes, asados…). Así Dios es lo primero en mi vida, no de un modo teórico, sino existencial.
  5. Es el alimento que necesitamos. En nuevo maná. Necesitamos alimentar nuestra alma semanalmente. ¿Cada cuánto alimentamos nuestro cuerpo? ¿Qué necesidad de alimento tiene nuestra alma?
  6. La necesitamos para dar un nuevo valor a lo que hacemos. Es fuente de gracia y santidad. En la misa dominical ofrecemos toda la semana: así la santificamos, le damos una dimensión divina que no tiene al margen de la Misa. Así la Misa asume toda la semana y Dios pone otra dimensión a la humana: del tiempo a la eternidad.
  7. Crea comunión eclesial. No amamos a Dios solos, no le damos culto solos, sino en comunión de caridad, unidos a nuestros hermanos. Así la Misa dominical supera un posible individualismo y nos integra en la oración común. Porque como miembro de la familia de Dios, rendimos culto a Dios de acuerdo a nuestra naturaleza social, junto a nuestros hermanos. El culto a Dios no es sólo interior (en tu corazón) sino también exterior (que los demás vean tu fe) y comunitario (dar culto unido a tu hermanos). Es decir, es necesario reunirnos con otros para adorar juntos a Dios. Más allá de tus gustos personales, asistís a Misa no por vos mismo (porque te guste) sino para mostrar tu reverencia al Omnipotente en comunión con los demás. Nuestra relación con Dios tiene una dimensión comunitaria. No basta rezar solo, tampoco en familia, hace falta hacerlo unidos a nuestros hermanos en la fe. En este sentido es un acto de comunión con nuestros hermanos en la fe: compartir lo más importante que tenemos: la Eucaristía, es decir, Cristo mismo. En este sentido faltar sería un desprecio de tus hermanos y una falta de unidad.
  8. Tenemos que obedecer a la Iglesia. No es cuestión de un capricho del Papa, sino de una necesidad. En el siglo IV, la Iglesia se vio obligada a imponer este precepto para garantizar a sus fieles el mínimo de vida eucarística que necesitan. La Sagrada Escritura da una gran importancia (cfr. Adán y Eva, diluvio, Abraham, Saúl…). Desde esta perspectiva, faltar a Misa es un acto de desobediencia. Este precepto de la Iglesia concreta el tercer mandamiento del Decálogo: Santificar las fiestas. La gran fiesta es el domingo, y se santifica con la participación en la fuente de santidad, que es la Misa.
  9. Si faltáramos (sin un motivo serio que nos lo impida) cometeríamos un pecado grave. El precepto que obliga a los bautizados a asistir a Misa los domingos y fiestas supone una obligación grave: su incumplimiento también lo es.
  10. En el caso de los padres: no sólo está en juego su deber personal de asistir a Misa, cuando faltan impiden que sus hijos asistan, ya que cuando son menores, no pueden ir solos. Basta recordar las palabras de Jesús: “dejen que los niños vengan a Mí y no se lo impidan” (Mt 19,14).

Otros seis motivos no menores.

  1. Porque Dios es nuestro Creador y debemos dedicarle un tiempo semanal. Es la manifestación de vivir centrado en Dios y en la salvación: vivir el año centrado en la Pascua; la semana, en el domingo; el domingo, en la Misa. Tu Creador ha dispuesto que un día de la semana sea para El: «Acuérdate da santificar el día sábado. Los seis días de la semana trabajarás y harás todas tus labores. Mas el séptimo es sábado, consagrado al Señor tu Dios» (Exodo 20,8-10). Y parece que tiene derecho a tu obediencia. Faltar sin un motivo serio a Misa es una desobediencia evidente (decirle a Dios «no te quiero dar mi tiempo»). Y más allá de la obediencia… Dios se lo merece.
  2. Porque necesitamos de la Eucaristía para vivir una vida realmente cristiana. Es una necesidad vital, de manera que sin la Eucaristía semanal, no nos darían las fuerzas espirituales para vivir como un hijo de Dios.
  3. Porque sin la Eucaristía no tendríamos acceso a la vida eterna. Jesús no dejó lugar a dudas: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre»; «en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros»; «el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna» (cfr. Juan 6,30-58)
  4. Porque Jesús nos invita a su mesa y sacrificio. El lo mandó explícitamente a sus discípulos al instituir la Eucaristía: «Hagan esto en memoria mía». Asistir a Misa no es más que cumplir este mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente su llamado, sería un desprecio bastante considerable.
  5. Porque viviendo en una sociedad que en muchos aspectos no es cristiana, la Misa es la primera manera de defender, robustecer y manifestar nuestra fe. Es necesaria para «proteger» tu espíritu del materialismo sofocante que nos rodea: que tu espíritu pueda al menos una vez a la semana «respirar» un aire espiritual. Además es el primer testimonio cristiano: los demás necesitan tu ejemplo. ¿Te das cuenta qué testimonio de fe da a los que no creen… quien dice creer y muestra no valorar lo que cree?
  6. Porque es mucho mejor ir que no ir. Puede parecer tonto… pero para quien aspira a lo mejor… alcanzaría solo este motivo. Yo no creo que haya un plan más santo y santificante para el domingo. Seriamente, ¿te has puesto a pensar qué es lo que Dios quiere que hagas? Si el domingo se te apareciera un ángel y le preguntaras ¿que hago, voy a Misa o me quedo viendo una película? ¿qué pensás que te contestaría? Es claro que el más interesado en que no vayas a Misa es el demonio… De esto no cabe duda.

Motivos comúnmente aducidos para perderse el tesoro de la Misa

  1. Me aburro. La acusación más frecuente contra la Misa es que es aburrida. En primer lugar a Misa no vamos a divertirnos… Es un problema personal a resolver: no parece que Dios sea aburrido -es la perfección absoluta-. Además si tanta gente va a Misa con gusto, algunos incluso todos los días… será que algo le ven… que a vos se te escapa… La solución será descubrir qué tiene la Misa para que los cristianos la consideren tan importante.
  2. Tengo fiaca. «Prefiero quedarme durmiendo». No parece que sea un motivo muy racional, meritorio o valioso que merezca ser tenido en cuenta.
  3. No tengo ganas/No lo siento. ¿Tus ganas son más importantes que la voluntad de Dios? Además a Misa no vas porque a vos te guste sino para agradar a Dios. Se va a Misa a honrar a Dios y no a honrarte a vos. Es decir que mientras que a Dios le agrade… no hay problema… la cosa va bien. Y si te cuesta… ¿acaso Dios no merece ese sacrificio que incluso hace más valioso y meritorio el acto?
  4. Es siempre lo mismo. Si se tratara de una obra de teatro o de una película… estaría absolutamente de acuerdo con vos. Pero no es una representación teatral… Es algo vivo, que pasa ahora. No sos (al menos no deberías ser) un espectador. Sos partícipe, actor. Imagináte que alguien dejara de asistir a un asado porque en los asados siempre pasa lo mismo… (perdón a la Misa por la comparación).
  5. Desinterés. Las cosas de Dios no me interesan. Si Dios te resbala… estás en problemas… Habrá que ver cómo solucionar la falta de apetencia de lo divino… que te hace no apto para el cielo… y desarrollar la sensibilidad espiritual.
  6. No tengo tiempo. No parece que lo que te pide Dios -1 de las 168 horas de la semana- sea una pretensión excesiva. En concreto, quien te creó, te mantiene en el ser y te da lo que te queda de vida -y sólo El sabe de cuánto se trata…- se merece el 0,59% del tiempo que El te da. Si no tenés tiempo para Dios… ¿para quién lo vas a tener?
  7. Otros planes mejores. No parece que a Dios le interese competir con el fútbol, hockey, cine… No te olvides que el primer mandamiento es «amar a Dios sobre todas las cosas»… Si tenés otros planes que te importan más que Dios… quizá el problema más que en el tercer mandamiento está antes en el primero…
  8. Tengo dudas de fe. La fe es un don de Dios, con lo cual hay que pedirla. Alejarte de Dios dejando de ir a Misa, no parece el mejor método para resolver dudas la fe e incrementarla… La frecuencia de sacramentos -confesión y comunión- es la más efectiva manera de aumentar la fe.
  9. Estoy peleado con Dios. «Hubo algo que pasó en mi vida (la muerte de un ser muy querido, un fracaso muy doloroso, una enfermedad… o cualquier otra tragedia) que me hizo enojar con Dios: si El me hace esto… ¿por qué yo voy a ir a Misa? Es la manera de mostrarle a Dios mi disconformidad con la forma de tratarme». Hay quienes dejan de ir a Misa como una manera de vengarse de Dios. Pero, en los momentos de dolor ¿no será mejor refugiarnos en Dios y buscar su fortaleza más que reaccionar como un chiquito caprichoso de tres años? Él sabe más… Además, acusar de maltratarnos a quien más nos quiere y murió por nosotros… ¿no será demasiado? ¿No seré yo el que pierdo… alejándome de Dios?
  10. «Hay gente que va y después se porta mal». «Yo no quiero ser como ellos», decís seguro de vos mismo. «Además, hay otros que no van, y son buenos». Es evidente que ir a Misa sólo no basta. Pero, no se puede mezclar la física nuclear con el dulce de leche, ya que las dos cosas no tienen nada que ver. En quienes van y después no son honestos, lo que es malo es ser deshonestos… no el hecho de ir a Misa… que sigue siendo algo bueno aunque ellos después se porten mal fuera de la Misa… Además la causa de su supuesta deshonestidad no es el ir a Misa. Lo mismo se puede decir de los «buenos» que no van a Misa: su «bondad» no procede de su falta de Misa… y tan «buenos» no serán si les falta una dimensión tan importante de bondad como la bondad misma… es decir Dios. Por otro lado, yo creo que nadie se atrevería a afirmar que los que no van a Misa son mejores que los que van… Finalmente, esto no es un concurso de bondad, ni comparaciones… sino tratar de determinar cuán bueno es ir a Misa. Y claramente, el dejar la Misa no mejora a nadie…
  11. No me he confesado y entonces no puedo comulgar. No es necesario comulgar, ni hay ninguna obligación de hacerlo. No comulgar no es pecado; no ir a Misa, sí. Además el problema se solucionaría bastante fácilmente con una breve confesión…
  12. Llevarle la contraria a mis padres. Ofender a Dios para hacer sufrir a tus padres no parece una actitud muy inteligente…
  13. El cura me cae mal. Por más tonto que te parezca el cura, no vas a Misa para darle el gusto, ni para hacerle un favor. El no gana ni pierde nada con tu asistencia o ausencia. El que gana o pierde, sos vos: tu amor a Dios. Además… estoy seguro de que la ciudad en que vivís es lo suficientemente grande como para que puedas encontrar alguno que te caiga más simpático…

Cómo conseguir disfrutar de la Misa

  1. El sistema básico consiste, primero, en ir a Misa: nunca nadie ha conseguido valorar la Misa a base de no ir.
  2. Para gozar la Misa hay que entenderla, para entenderla hay que saber qué es. No se puede disfrutar si no se sabe lo que pasa. Un misterio de amor infinito está escondido en signos, habrá que conocer esos signos. Hay muchísimos libros y folletos… los encontrarás en cualquier librería.
  3. Tratar de vivir la Misa. No asistir como una estatua, estar atento, responder, rezar, cantar, evitar las distracciones, etc. Es decir que «gozar» la Misa depende más de uno que de la Misa…
  4. Leer y meditar los textos de la Liturgia. Tiene una riqueza inagotable, de manera que nadie que medite las partes y oraciones de la Misa puede aburrirse. Es absolutamente imposible. No se encuentra un límite, de manera que siempre se les puede sacar nuevos sentidos, matices, dimensiones, etc.
  5. Hay oraciones lindísimas para preparar el corazón para tan importante encuentro con Dios.

P. Eduardo Volpacchio (La Plata, 27.8.2015)

Nota: Este artículo es una nueva versión de uno publicado hace unos años.

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¿Cuanto cuesta una Misa?

En estos días he recibido un mail, en el que escuetamente me comentan sobre el valor de una Misa:

Una misa de un funeral cuesta para los pobres y para los ricos. Casarse….cuesta dinero. Una misa cuesta dinero.

Quisiera compartir la respuesta:

La Misa es el mayor tesoro que tenemos: la entrega de Cristo mismo -de su vida, de todo su amor y gracia- a toda la humanidad y a cada uno de nosotros. Vivir la Misa no cuesta nada: podés asistir en cualquier iglesia, de cualquier pueblo del mundo, y todos estarán felices de contarte entre los feligreses que viven la entrega de Cristo.
Como es natural, es necesario sostener el culto, los edificios, los trabajos pastorales. Cada parroquia, cada capilla se sostiene con la contribución de los mismos fieles que participan de ella. La Iglesia no es como un Estado que cuenta con la financiación de los impuestos de todas las cosas que hacen los ciudadanos (cuando hablás por teléfono, tomas un colectivo, compras comida o un caramelo, hagas lo que hagas -trabajar, descansar, pasear, etc.- estás pagando impuestos al Estado). Es natural que con ocasión de ceremonias que encargamos -un casamiento, por ejemplo- contribuyamos a los costos que la misma ceremonia lleva consigo (gasto de luz, limpieza, sueldos, flores, mantenimiento, etc.). De modo que es razonable que en esas ocasiones se pida una contribución. Al mismo tiempo, te puedo asegurar que no conozco nadie que no se haya casado por el costo de la ceremonia, ya que lo caro es la fiesta. Además, cualquier parroquia casará sin costo alguno al feligrés (es decir, al miembro de esa comunidad) que lo necesite.
Es decir, que el dinero no es problema.
Sí te animaría a descubrir el valor infinito del amor de Cristo en la Eucaristía: el sentido y el valor de la Misa, la locura de amor de recibir a Dios en nosotros. Para asistir a Misa no tenés ningún requerimiento. Para comulgar sí hay algo que necesitás: estar en gracia de Dios (es decir, purificar tu alma de los pecados que hayas cometido -todos los comentemos-, en la confesión).

Una vez más se confirma que si explicamos las cosas de buena manera y quien pregunta tiene buena voluntad, las cosas siempre se aclaran. Quien me envió la pregunta, me respondió a vuelta de correo: Gracias, Padre creo que esta vez he comprendido mejor.

¿Dejar de amar a Dios porque es bueno?

Aunque parezca curioso —y en realidad sea paradójico— hay personas que se alejan de Dios porque piensan —con razón— que es muy bueno. ¿Tiene esto sentido?

Me preocupa que haya almas que se alejen de Dios por una concepción sentimental del amor, sin darse cuenta de lo poco razonable de un planteo que dan por obvio, y que no lo es en absoluto.

En concreto, hay personas que justifican, por ejemplo, su inasistencia a la Misa dominical, con un argumento sorprendente:

«Yo no voy a Misa los domingos. Dios es bueno y no me va a castigar por eso»

Parecería que detrás se esconde el siguiente razonamiento:

“No voy a Misa porque Dios no me va a condenar por eso; es decir, sólo iría en caso de que corriera peligro de condenación”.

Y con la misma actitud se intenta justificar algunos comportamientos contrarios a la moral cristiana (el uso de anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, el concubinato —que es como se llama técnicamente que novios vivan juntos—).

Ante estos casos, tenemos que preguntarnos si la misericordia infinita de Dios es motivo para ofenderlo sin reparo. Y si esa ofensa es gratis; es decir, no tiene un costo personal para nuestras almas.

No vamos a ir aquí al fondo de la cuestión (el papel de la moral en la vida cristiana, la obligatoriedad moral de los preceptos de la Iglesia y el papel de la Eucaristía en la vida cristiana, etc.), sino que simplemente nos preguntaremos si el supuesto que Dios no va a castigarme por dejar de adorarlo, de amarlo y de dedicarle tiempo, es un motivo razonable para dejar de hacerlo; si pensar que no va a condenarme es motivo suficiente para ofenderlo con actos contrarios a su ley moral.

La aclaración de algunos puntos fundamentales ayudará a entender el error que esconde la justificación que nos estamos analizando.

1) El amor y la vida cristiana

Comenzamos por analizar el papel del amor de Dios y de nuestra correspondencia en la salvación.

Una cosa es clara: lo que nos salva es el amor de Dios, no nuestras obras. Hay una primacía absoluta de la gracia sobre nuestras obras.

Jesucristo no se hizo hombre para evitar la condenación de los hombres, sino para llevarlos a la plenitud de la filiación divina: eso es lo que nos salva.

La causa de la salvación no es el amor que tenemos a Dios, sino el amor que Dios nos dona con la gracia.

Un amor cuyo fruto no es sólo la satisfacción afectiva de quien lo recibe, sino sobre todo una vida nueva (ese amor es amor divino, y como tal, nos diviniza). Esa vida, la recibimos y vivimos nosotros. Ser amados por Dios no es algo meramente pasivo, hemos de aceptar y asimilar ese amor, haciéndolo nuestro y ¡viviéndolo!

“Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, decía San Agustín. Nuestra libertad tiene un papel fundamental.

Haciendo nuestro amor que Dios no dona, podemos amar con ese amor y entonces la salvación se expresa en ese amor: recibimos el amor para asimilarlo, y una vez asimilado –hecho nuestro- poder amar con ese amor de Dios, que ahora es nuestro.

Es decir, es Dios quien nos salva, pero nuestras obras coherentes con esa salvación resultan indispensables para aceptación y la vivencia de esa salvación.

2) Quien salva y quien se condena

Si nos negáramos a amar, rechazaríamos el amor y con él, la salvación que se nos ofrece… y, por lo mismo, dejaríamos de estar salvados.

El amor de Dios es inagotable (es infinito), de manera que no se cansa de ofrecernos su amor salvador. Siempre estará dispuesto a perdonarnos, si volvemos a El arrepentidos. Siempre estará dispuesto a recibirnos, si a Él nos acercamos. Pero para que efectivamente nos perdone, nos salve y nos reciba, hemos de aceptarlo amando: nuestra libertad también aquí es imprescindible.

Dios no nos condena, pero no porque no pueda hacerlo, sino porque ¡no quiere hacerlo! Espera paciente y quiere la conversión de nuestro corazón. Conversión que sólo se llevará a término recorriendo el camino que El nos señala. Si nosotros no queremos amarlo, si rechazamos su voluntad, si nos cerramos a las fuentes de la gracia, estamos rechazando libremente su amor, su perdón y su salvación. Y esto es muy malo, haciéndolo nos condenamos a nosotros mismos. En esto consiste el infierno:

Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno».

Catecismo de la Iglesia Católica, 1033.

3) Razón de ser de las exigencias de Dios

Dios no necesita nuestro culto ni nuestra obediencia. Simplemente pide lo que necesitamos para alcanzar la plenitud humana y sobrenatural. Así lo creemos los cristianos. Detrás de sus mandamientos no vemos un capricho irrazonable, sino una voluntad paterna que conduce a la plenitud en la vida eterna, a través de las vicisitudes de esta vida. Eso vale para los mandamientos y para la recepción de los sacramentos, para la oración y para la caridad. Todo es importante, porque nuestro Padre Dios nunca nos pedirá algo para molestarnos.

Jesús nos enseñó a pedir: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Y pedimos que la cumplan los planetas, y los animales y los hombres… comenzando por nosotros mismos. Porque ¡de verdad!, es lo mejor para nosotros.

4) El perdón de Dios y realización personal

El pecado hace mal al alma. El perdón, no es una cuestión formal: Dios cura el alma cuando perdona. Sería una locura pecar solamente porque Dios perdona (como diciendo, ¿para qué dejar de pecar si después te perdonan igual?).

Este planteo supone que pecar es bueno —lo mejor que podemos hacer—, pero un Dios caprichoso nos lo prohíbe. Pero como tan malo no es, nos deja una puerta de escape: que lo hagamos tranquilos ya que después El nos perdona. ¡Esto es absurdo!

Otra cosa es que seamos débiles y caigamos. Entonces necesitamos perdón de por las cosas malas que hacemos, y por el bien que dejamos de hacer, por el amor que dejamos voluntariamente de tener. Y el primer paso para el perdón es el arrepentimiento: es imposible el perdón sin el rechazo personal del pecado, ya que Dios no nos liberará de las acciones que nosotros no rechazamos (una vez más respeta nuestra libertad). Pero esto imposible si pensamos que lo que hicimos es bueno.

Pero no es sólo cuestión de que pensar en el perdón de Dios. Es el aspecto negativo: liberarnos de lo malo que haya en nuestra vida.

Pero hay una cuestión mucho más importante y muy positiva: para realizarnos, cumplir su palabra es esencial.

Cumplir la ley de Dios no es lo que nos salva, sino que es la consecuencia natural de haber sido alcanzados por su amor. La procuramos cumplir no por miedo a castigo, sino porque hemos descubierto el amor de Dios. Queremos hacer lo que Dios nos pide porque lo amamos. Porque entendemos lo grande que es su sabiduría y su amor.

En el caso de la Misa; no asisto por miedo a que Dios me castigue (sé que me va a perdonar todas las veces que sinceramente le pida perdón por haberlo ofendido), sino porque quiero participar de la mayor donación de amor de Dios a los hombres: la Eucaristía.

5) Amor y temor

La Teología nos enseña que el temor de Dios es un don del Espíritu Santo: se nos infunde junto con la gracia santificante y las virtudes infusas.

Esto podría resultar un poco curioso: ¿Acaso Dios quiere que le temamos? ¿No es acaso nuestro Padre? ¿El buen Pastor que busca la oveja perdida y da la vida por ella?

Ante estas perplejidades es justo que nos preguntemos qué tipo de temor nos infunde el Espíritu Santo, de qué miedo se trata.

En relación a Dios, puede haber varios tipos de temores, uno malo, uno imperfecto y otro óptimo.

Tener miedo a Dios y mantenerse alejado de Él por eso, es un temor malo, sin sentido. Un miedo que teme a un Dios del que habría que cuidarse…

Está claro que no hemos de tener miedo a Dios: es el más amoroso de todos los padres.

Entonces, ¿miedo a qué hemos de tener? En primer lugar a nosotros mismos… a que —por nuestra debilidad— nos apartemos de Dios, a que lo ofendamos. Se trata de un sano temor a ofender a quien tanto nos quiere, un temor que nos lleva a alejarnos de las ocasiones de hacerlo. En esta línea el sacerdote reza en Misa, antes de recibir la Comunión: “haz que siempre cumpla tus mandamientos y no permitas que me separe de Ti”. Este es el temor de Dios bueno: temor a fallarle a nuestro Padre, a estropear nuestra vida con el pecado. Es un “miedo” muy santo, filial, cariñoso.

Un temor a cometer la locura de rechazar su amor pecando, de vivir lejos de El; y, por lo mismo, terminar lejos suyo por toda la eternidad (te recuerdo que eso es el infierno).

Hay quienes piensan el amor y la confianza excluyen todo respeto y temor. Pero no es así; el amor incluye el respeto como línea de mínimo: respeto a quien amo, y difícilmente amaré a quien ni siquiera respete.

Y el respeto es una cierta forma de temor: un temor que puede ser amoroso, cuando lo que se teme es alejarse del amado, hacerlo sufrir, fallarle, ofenderlo.  De manera que amor, temor y respeto, si se los considera en su justo lugar, están relacionados.

Por eso la Sagrada Escritura enseña que “el comienzo de la sabiduría es el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican” (Ps 111,10).

6) El miedo y el cumplimiento de los preceptos

En relación al temor de Dios y el cumplimiento de su voluntad caben varias posibilidades. Analicemos sólo tres de ellas.

a) Podemos movernos en la vida por miedo al infierno, un miedo nada filial ni amoroso. Sería un miedo timorato, un miedo que nos apartaría del pecado y nos haría cumplir la voluntad de Dios; un miedo que nos llevaría a hacer cosas buenas y evitar las malas —por tanto que nos haría buenos—, pero imperfecto porque le faltaría amor. Imperfecto no significa malo: es bueno, pero carece de perfección.

Antiguamente –y también en nuestros días- era frecuente encontrar personas que cumplían los preceptos de la ley de Dios por este tipo miedo: miedo a un castigo de Dios, miedo al infierno, etc.

Aunque debemos reconocer que no todo era miedo. Querían a Dios lo suficiente para no querer perdérselo en la eternidad, y estaban dispuestas a pagar el precio de cumplir con lo que Dios mandara para conseguirlo. Se trataba de un miedo que era bueno, porque las apartaba de hacer cosas malas y las conducía a hacer otras buenas, aunque como dijimos bastante imperfecto. No habían descubierto el amor a Dios como motor de su comportamiento. Esas personas tendrían que superar este temor, aprendiendo a cumplir la ley de Dios por amor a Dios.

b) También existe –y ojalá lo tengamos- el santo temor de Dios, que excluye todo miedo a Dios y está lleno de confianza en El.

Quien tiene este santo temor de Dios, hará lo que Dios le pide por amor. Un amor que le llevará a sacrificarse cuando le cueste, para evitar ofender a quien tanto quiere.

c) Podríamos experimentar también una carencia de miedo “patotera”, que enfrenta a Dios. Éste es el caso del que nos ocupamos en este artículo.

Nos encontramos aquí con una versión radicalizada del miedo como motor de la relación con Dios, pero desde una perspectiva negativa: ya no es que cumpla con Dios por miedo al infierno, sino que dejo de cumplir con El, precisamente porque no le tengo miedo.

En esta versión Dios se ha vuelto inofensivo: ya no inspira miedo. Entonces no mueve.

Es bueno no tener miedo; pero es muy triste dejar de gozar de la Eucaristía por falta de miedo. Es bueno no tener miedo a Dios, pero es triste alejarse de El con la excusa de esa falta de miedo.

7) La esperanza y la presunción

En este análisis no puede faltar una breve referencia a la presunción. Es un pecado contra la virtud de la esperanza, que el Catecismo de la Iglesia (n. 2092) define de la siguiente manera:

“Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas, (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito)”.

De más está decir que el caso que no ocupa se encuadra absolutamente en estos términos.

De más está decir que el caso que no ocupa se encuadra absolutamente en estos términos.

Conclusión: cosas que no cierran…

Dejar de ir a Misa porque Dios no me va a condenar por eso, resulta curioso. Y parece bastante egoísta.

Si Dios no me condena, entonces no hago lo que me pide, no me acerco a la Eucaristía, no cumplo sus preceptos. Como si la voluntad de Dios fuera opuesta a la mía… y mientras no corra peligro de condenación, no tengo ninguna intención de corregir la mía para identificarla con la suya.

Además surge otro inconveniente: la asistencia a Misa dominical no es un opcional de la vida cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica señala que “la Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (…) (y) recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días” (n. 1389). Es decir, es de las cosas que determinan la identidad cristiana.

Lo mismo ocurre con los preceptos morales: no son simples consejos, sino que hacen a la fidelidad fundamental a Cristo.

Ante semejante planteo, surgen muchas preguntas que no encuentran respuesta:

¿Donde queda el amor? ¿Qué espero de Dios? ¿No me importa vivir y edificar mi vida al margen de El? ¿Puedo decidir yo cómo amar a Dios, independientemente de lo que Él me pide? ¿Qué es la Eucaristía para mí? ¿Puede ser que me importe tan poco lo que pide?

¿Donde queda el sentido más profundo del cristianismo como divinización del hombre? ¿Qué es para mí la vida de la gracia? ¿Qué es esa vida eterna que me da la Eucaristía?

¿Donde queda el «haced esto en memoria mía»? ¿Qué «pasa» en la Misa para que tenga que ir? ¿Qué falta en mi vida cuando no voy?

¿Por qué la Iglesia enseña que faltar a Misa sin causa grave, sea un pecado mortal? ¿Exagera? ¿Quiere asustar? ¿Acaso miente o simplemente no sabe de qué está hablando? ¿Qué importancia tiene un pecado? El hecho de que Dios perdone los pecados ¿hace que sea lo mismo cometerlos o no cometerlos?

¿Me hace bien el no ir a Misa? ¿Pierdo algo si no voy? ¿Es indiferente ir o no ir? ¿Hace algún daño a mi alma dejar voluntariamente la Misa?

Los que cumplen la voluntad de Dios ¿acaso son tontos? ¿no se han dado cuenta que no es necesario?

Este planteo deja demasiadas preguntas sin responder. Y no es cuestión de que Dios me vaya a castigar… es cuestión de que no puedo vivir sin El…

Y es una actitud que acaba siendo demasiado peligrosa, ya que vivir voluntariamente desconectado de las fuentes de la gracia hace que nuestra vida sea sobrenaturalmente muy pobre, si no es que acaba careciendo totalmente de la vida sobrenatural que dan los sacramentos.

Ir al fondo de las cosas

Para terminar, te invito a que por tu cuenta consideres varias cosas: qué es la Misa, para qué la ha instituido Dios, qué espera de mí. Por qué la Iglesia me insiste tanto en la necesidad que tengo de ella, al punto de obligarme a ir bajo pena de pecado mortal. Qué sentido tienen las exigencias morales. Qué es el amor a Dios y qué papel tiene el santo temor en la vida cristiana.

Si todavía no has descubierto el tesoro divino escondido en la Misa, o en los bienes que protegen los mandamientos… no dejes de asistir o de vivirlos, buscá y pedí a María que te lo enseñe: serás feliz cuando lo encuentres y tu vida alcanzará una dimensión divina.

Y por último que no te dejes llevar por la falta de miedo.

¿Dejar de cumplir la voluntad de Dios excusado en que va a perdonarme?

¿Ofenderlo porque me perdona?

¿Vivir lejos suyo porque no me quiere condenar?

¿Tiene esto algún sentido?

Que Dios no quiera condenarme no es excusa para ofenderlo, sino que ¡hace más grave el desprecio! Endurece el corazón.

Podría sucedernos lo que a los judíos en Meribá, después de cruzar el Mar Rojo: cuantos más prodigios veían, más caprichosos y patoteros con Dios se volvían (cfr. Exodo cap. 15-17; Ps 94).

Eduardo María Volpacchio

2-3-10

«No voy a Misa porque los que van se portan mal»

Hay quienes dejan de asistir Misa poniendo como pretexto que no lo hacen, porque ven  que los que lo hacemos no cambiamos, seguimos igual o peor. Mi pregunta es:

¿Es correcto lo que dicen ellos y qué se les puede contestar?

Es sencillo darse cuenta que el argumento no tiene mucho sentido: carece de coherencia lógica. Decir que no voy a Misa porque los que van no mejoran, no quiere decir nada. Simplemente es una excusa: tratar de justificar algo que hacen mal (no ir a Misa), con defectos que otros podamos tener los que sí vamos.

Para analizar el tema razonablemente habría que ver si asistir a Misa es bueno o es malo. Si hace bien o hace mal. También habría que pensar para qué uno va a Misa y si faltar a Misa hace mejor a la persona, es muestra de amor a Dios, o es lo contrario.

Por último habría que considerar si quien va a Misa y no se porta bien; se portar mal porque va a  Misa (es decir, si ir a Misa hace mala a la gente).

Pero:

1) Ir a Misa es bueno: quien tiene fe en la Eucaristía, no tiene duda de esto (quien carece de fe en la Eucaristía ni se plantea ir o no a Misa, se supone que estamos hablando con gente que cree que Jesús está en la Eucaristía). Dios se nos entrega en la Eucaristía, y eso no puede hacernos mal.

2) Afirmar que todos los que asistimos a Misa nos comportamos mal o no mejoramos  es una agresión gratuita, sin fundamentación alguna. Obviamente tenemos defectos -como todos- pero lo normal es que procuremos portarnos bien, aunque no siempre nos salga. Este juicio colectivo condenatorio, negativo, generalizado, es injusto y carece de fundamento. Por otro lado, tendrían que demostrar dos cosas:

a) que quienes vamos a Misa somos peores que los que no van.

b) que somos peores precisamente por ir a Misa (es decir, la Misa es la causa de ser peores).

3) Puede ser que haya personas que asistan a Misa y lleven una doble vida (es decir, una vida incompatible con la vida cristiana). Pero eso no es culpa de la Misa. La solución para sus vidas no es dejar de ir a Misa, sino cambiar de vida y comportarse de modo coherente con la Misa.

4) Los defectos de los cristianos pueden dar mal ejemplo (y daremos cuenta a Dios de este mal ejemplo), pero no excusa de amar a Dios, rendirle el culto que le debo como mi Creador y Padre.

Habrá que animar a esas personas a compararse menos con los demás, a no buscar justificaciones para no ir a Misa y a descubrir la maravilla de la Eucaristía: vale la pena.