Acerca de un artículo sobre el celibato

Con motivo de la reciente renuncia del Obispo de Merlo-Moreno, muchos han visto la oportunidad de poner en discusión el celibato sacerdotal. Es curioso que esas mismas personas ante casos de infidelidad matrimonial -ciertamente mucho más frecuentes que las infidelidades sacerdotales- no pongan en duda la grandeza del matrimonio… Resulta claro que la infidelidad en ambos casos es un fracaso personal, que no quita grandeza ni al matrimonio ni al celibato.

La revista Para Ti, ha publicado un artículo muy interesante sobre el celibato sacerdotal, con diez opiniones sobre el tema -la mía entre ellas-, cinco a favor del celibato y cinco en contra. Los invito a leerlas columnas.

Nota sobre el celibato en Para Ti

Al mismo tiempo, me animo comentar las cinco contrarias al celibato, que me resultan -por via negativa- un apoyo al celibato que atacan. Me explico:

Al acabar de leer me impresionó el contraste, que me pareció grotesco: por un lado, cinco personas escriben llenas de alegría sobre la grandeza del celibato; mientras que por el otro lado, cuatro personas llenas de amargura, llenan de ofensas a la Iglesia y a quienes felices lo viven. Y me llamó la atención la carga de agresividad -y por tanto, la carencia de argumentación racional- de algunos de ellos.

Quienes se oponen al celibato, aportan bastantes datos erróneos -es decir, falsos-, que incluso se contradicen entre ellos. Es el caso del origen del celibato sacerdotal, que cada uno de ellos sitúa en siglos distintos: IV, XI, XII, XVI, según el autor… Resulta curioso, ya que el origen del celibato está en Cristo y en las cartas de San Pablo. Es al menos imprudente, citar concilios sin precisar exactamente qué tema trataron. Para quien tenga interés en un artículo serio y profundo sobre el tema, les ofrezco El celibato eclesiástico. Historia y fundamentos teológicos. Los datos históricos con los que contamos hoy, muestran que el celibato (entendido como abstención total de la vida sexual, tanto para los solteros como para los casados), fue ley desde el comienzo de la Iglesia: los casados que se ordenaban, se obligaban a dejar la vida matrimonial.

Lo mismo ocurre en cuanto a la justificación del celibato: afirman que en su origen hay cuestiones ¡económicas!, visiones maniqueas de la corporeidad… Es algo que nunca he leído en los libros de teología, y que contrasta bastante con la antropología y teología católicas… Resulta llamativo que atribuyan el celibato a cuestiones que no son verdaderas… ya que el cristianismo nunca fue maniqueo… (San Agustín lo fue, pero antes de su conversión).

En cuanto al psicoanalista ateo, me sorprende que se interese tanto por el tema, se haya tomado el trabajo de hacer una investigación, aporte un supuesto dato histórico disparatado y termine acusando a quienes creemos en la vida eterna de sufrir un «delirio colectivo». Le podría mostrar en la vida de la inmensa mayoría de los sacerdotes que conozco que no despreciamos la alegría y la vida.

Por último, me resulta original (en la única opinión anti-celibato que no es agresiva ni insultante), el argumento de que el celibato pertenezca a la vida monástica, ya que ni Jesús ni los Apóstoles fueron monjes. Es cierto que los monjes viven el celibato, pero eso no quiere decir que sea algo exclusivo para ellos. Que ellos lo vivan, no significa los demás no deban vivirlo. Y poner en la misma línea, la eliminación del celibato y la ordenación de mujeres, parece un error teológico grosero, ya que en el segundo caso, se trata de algo que está esencialmente ligado al sacramento del orden.

Y les recomiendo las cuatro opiniones a favor que son encantadoras (sobre la mía, como es obvio no emito un juicio).

Anuncio publicitario

¿Qué sentido tiene el celibato?

[Bajar el artículo en Word: ¿Qué sentido tiene el celibato?]

El capítulo 7 de la carta a los Corintios contiene un consejo de San Pablo que hoy resulta ser de las cuestiones que el mundo actual menos entiende del cristianismo: la vocación al celibato. San Pablo transmite su propia experiencia, su propio don. Su vivir en exclusiva para Cristo. Su celibato, que él desearía que fuera para muchos. Y lo hace, diría que con entusiasmo.

Un cristiano debería tener una gran estima por el celibato. Es la forma de vida que Dios asumió para sí en su encarnación (es decir, el tipo de vida que Él quiso vivir como hombre), y el que pidió a las personas que tuvo más cerca: la Virgen, San José, los Apóstoles. Es un dato bastante indicativo de su grandeza. Un género de vida que Dios quiere para muchos cristianos, no sólo para sacerdotes y religiosos; ya que de hecho muchos laicos también son llamados a vivirlo en medio del mundo.

Para valorar el celibato, es necesario entender de qué se trata. Para esto hay que entender qué es el amor y el sentido de la sexualidad.

Este artículo no pretende desarrollar un estudio sobre el celibato, sino solamente acercarnos a entender de qué se trata; es decir, qué es lo que vive quien decide ser célibe (ya desde el comienzo anticipo que es mucho más que un simple no casarse).

A un mundo erotizado como el nuestro se le hace muy difícil entender el amor. Obsesionado, de un modo casi enfermizo con el sexo, se hace incapaz de amar. Y cuando pretende excluir a Dios de la vida, le resulta absolutamente intolerable que haya personas que renuncien al sexo por Dios. Lo constataba Benedicto XVI:

Para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que ver, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. ¡Y esto debería desaparecer!

Efectivamente, el célibe vive a Dios como una realidad que llena la vida, le da sentido, es capaz incluso de provocar esta renuncia que a algunos parece tan imposible.

Entenderlo

El celibato es un don, no una imposición de la Iglesia. Muchas veces me han preguntado –en ocasiones de forma casi agresiva-: ¿por qué los sacerdotes no pueden casarse? Siempre respondo que a mí nadie me persigue con una pistola para impedir que me case. Recibí una vocación maravillosa para dedicar mi vida entera a Dios. Amo mi vocación, por eso no es que no pueda casarme, es que no quiero casarme.

Por otro lado, si bien es cierto que el celibato tiene como consecuencia práctica que quien lo asume no se case, no consiste esencialmente en no casarse, sino en dedicar la vida entera a Dios. El mero no casarse no es vivir el celibato (una persona puede no casarse por muchos motivos y vivir de muchas maneras).

En qué radica la esencia del celibato. Cuál es su razón de ser. ¿Por qué Dios llama a muchos al celibato y éstos lo asumen gustosamente? ¿Consiste sólo en negarles el matrimonio? ¿Es sólo una cuestión sacrificial? No.

Vocación al amor y su realización

La vocación del hombre al amor como don de sí, se realiza de forma total –por tanto, exclusiva y definitiva- en el matrimonio y en el celibato. No son opuestos: son las dos maneras de realizar la entrega total de sí en el amor. Dios llama a unos por un camino, y a otros por el otro.

El celibato es una entrega de amor a Dios: eso es mucho más que no casarse. Es una entrega positiva. Es la entrega total del corazón y la vida a Dios que realiza la vocación al amor. Y como la entrega total en el ser humano incluye la entrega de la sexualidad –basta mirar lo que sucede en el matrimonio-, la entrega en el celibato, también la incluye.

Es una realidad gozosa, no tortuosa. En el mundo lo viven más de 400 mil sacerdotes (y más de cien mil seminaristas que se dirigen al sacerdocio), más de 700 mil religiosas y muchos fieles laicos (aquí son más difíciles las estadísticas). Es decir que estamos hablando de un género de vida que asumieron y hoy viven libremente bastante más de un millón de personas.

Y no son infelices: la revista Forbes en noviembre 2011 publicó un estudio de la Universidad de Chicago sobre las profesiones más felices del mundo. Sorpresa: el sacerdocio es la primera de la lista.

No es mera soltería.

Puede resultar curiosa la crítica constante al celibato en un mundo en el que parece ponerse de moda no casarse. Esta aparente paradoja nos puede ayudar a entender mejor qué es el celibato. Así lo explica el Papa:

Este no casarse es algo totalmente, fundamentalmente distinto del celibato, porque el no casarse (postmoderno) se basa en la voluntad de vivir solo para sí mismos, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de tener la vida en todo momento en una autonomía plena, decidir en cada momento qué hacer, qué tomar de la vida; es por tanto un «no» al vínculo, un «no» a la definitividad, un tener la vida solo para sí mismo. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un «sí» definitivo, es un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del Señor, en su “yo”, y es por tanto un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este «no», de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere entrar en un vínculo; es precisamente el «sí» definitivo que supone, confirma el «sí» definitivo del matrimonio.

Cuando me hablan de novios que se van a vivir juntos, me da mucha lástima. Me apena que no se quieran. Bueno, al menos que no se quieran lo suficiente. Están dispuestos a compartir la cama y los gastos del departamento por algún tiempo, pero no la vida. El problema es que no se quieren, al menos no lo suficiente para entregarse la vida mutuamente, para tener un proyecto común de vida.

En cambio el no casarse del celibato, es una entrega definitiva, por amor, de la propia vida. Para vivir exclusivamente para ese amor: Para Dios y los demás. Quien lo asume, tiene un gran proyecto de vida con Dios, y quiere que sea definitivo.

El celibato en la Iglesia tiene un apellido, es apostólico. Celibato apostólico: dar  la vida a Dios por los demás, por su salvación. Y esta entrega amorosa consigue una gran fecundidad espiritual: hace muy fecunda la propia existencia. De modo que el paralelismo con el matrimonio es bastante completo.

Entonces se comprende que su razón de ser no es sólo una cuestión funcional. Obviamente la disponibilidad de los célibes es muy  útil para la tarea apostólica, pero no es el único motivo que justifica el celibato; casi podría decirse que es su consecuencia. El celibato es una realidad  positiva, vocacional, una forma de realizar la vocación al amor que tiene todo hombre, toda mujer; y llena de fecundidad la vida:  se dedica la vida a los demás que vienen a ser como hijos espirituales, ya que reciben la vida sobrenatural gracias a la entrega del célibe.

¿Es muy difícil ser célibe? No es fácil, exige esfuerzo, como también lo exige el éxito en el matrimonio.  ¿Cuesta mucho? Depende del amor y la prudencia con que se viva.

Siendo una entrega de amor, se entiende la gran importancia que tiene para el célibe su vida interior: su relación personal de amor con Dios. Esto es válido para todos los cristianos, pero para los célibes adquiere una relevancia especial, ya que en ella está en juego la intimidad que justica el celibato mismo. Lo mismo puede decirse de su generosidad apostólica. El célibe no es un solterón –en el sentido despectivo del término-, sino una persona que vive una entrega de amor, dedicada a los demás.

Valorar

Venite post me: Venid en pos de mí. Es decir, dejá todo por Mí, viví conmigo y para Mí. Los Apóstoles se entregaron por amor, lo mismo hicimos los muchos millones de célibes a lo largo de la historia de la Iglesia. Entrega por amor: al amor infinito de Dios, para establecer una comunión de vida.

Un don de Dios para algunos, siempre serán una minoría, pero minoría no significa pocos: son muchos los llamados a vivir el celibato.

Rezar por las vocaciones al celibato. La Iglesia las necesita está es juego se vitalidad –y es signo de la misma: una Iglesia que no fuera capaz de mover a la entrega total de Dios, sería una Iglesia muerta. Aquí se ve su fuerza, su vitalidad, su credibilidad. Es su tesoro.

Rezar no sólo en general, desearlo en la propia familia. Don de Dios para la familia. Una madre de dos hijos chiquitos –el segundo tiene un año, la mayor es una chica-, me hizo reír recientemente con su insistencia. Me decía: rece por Fulano –su hijo de un año-que tiene que ser sacerdote. Dios lo llamará o no, pero su madre reza con entusiasmo para que lo llame. Es un buen termómetro del espíritu cristiano de una familia. Si uno deseara vocaciones al celibato en general, pero fuera del propio entorno, mostraría que no las valora demasiado… Una madre de familia numerosa, sus hijos iban creciendo y ninguno parecía tener síntomas de una vocación de entrega total; me contaba que es su oración, le decía a Jesús, un poco protestando: ¿es que no te gustan mis hijos?

Castidad, condición de la vocación al amor

Para realizar la vocación al amor, tanto en el celibato como en el matrimonio, requiere una virtud fundamental: la pureza. “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”. Pero no se refiere sólo a que verán a Dios en la otra vida, sino a que ya aquí lo pueden ver. Y hay más: como Dios es amor, se podrían cambiar los términos de la bienaventuranza y decir: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán el amor, lo experimentarán. Bienaventurados porque son capaces de amar.

Sólo un amor puro es puro amor

La pureza es condición de un amor puro en sentido propio: amor puro es un amor que es puro amor: sin mezcla, limpio, auténtico, no contaminado, libre de corrupción. No sólo a Dios, de amor puro a los demás.

La impureza contamina el corazón, lo hace incapaz de un amor pleno. Tanto en el celibato, como en el matrimonio. Lo contamina de egoísmo, ese amor corrompido que contamina las relaciones personales. Parece amor, pero es un amor falsificado y como tal no dura, se desvanece dejando un sabor amargo.

¡Cuánto necesitamos la pureza para amar! Nunca ha fracasado tanta gente en el amor como en nuestros días. Y una de las causas principales de estos fracasos es la falta de pureza: corrompe cualquier corazón, contamina cualquier amor, corroe cualquier relación.

Ante la falta de pureza que contemplamos en el ambiente, hay una actitud que no contribuye a mejorarlo: la queja. Dios nos pide una actitud positiva: empeñarse en levantar el nivel de pureza en uno mismo y en el propio ambiente. Supone mejorar desde el modo de vestir y de mirar –obviamente ambos-, de hablar, de pensar, de divertirse, de bromear, de lecturas y películas que se ven, de relacionarse, etc. Sin complejos, sin obsesiones. Con alegría, con naturalidad, con entusiasmo. Y enseñar el sentido del amor.

Hablar de celibato, hablar de matrimonio, hablar de pureza, es hablar de amor. De ese amor que llena la vida, le da sentido, y por eso mismo, constituye la realización personal.

Tenemos que pedirle a la Virgen que nos ayude a ser grandes difusores del amor en el mundo. Nadie puede amar y enseñar a amar como un cristiano: un seguidor por amor de un Dios que es amor.

P. Eduardo Volpacchio
14-2-2012

 NOTA: Las dos citas de Benedicto XVI proceden del Coloquio con sacerdotes en la clausura año sacerdotal (14-6-10).

¿Sacerdocio femenino?

  • ¿Por qué las mujeres no pueden cumplir el rol de sacerdotes?

Jesucristo nos consiguió la salvación (que no sólo es el perdón de los pecados, sino sobretodo la vida divina) y nos la concede a través de unos ritos sensibles a través de los cuales la gracia llega a nosotros: los sacramentos.

Como instrumentos divinos de la gracia, fueron instituídos por Él personalmente: nosotros podemos rezar, pedir, interceder, pero no podemos «producir»  la gracia (que es una participación de la vida divina).

La Iglesia los administra, pero no puede crear nuevos, ni cambiar lo esencial de los que Jesús instituyó. No puede bautizar con agua con detergente (interpretando que significaría mejor la limpieza que el agua sola), no puede consagrar pan de arroz para los celíacos, etc.

Este es el motivo principal por el que la Iglesia no puede ordenar mujeres: Jesucristo instituyó el sacramento del Orden y consagró sólo varones. La Iglesia no puede cambiar eso.

A otro nivel, podemos pensar motivos de conveniencia (que no serían determinantes, ya que Jesús podría haber ordenado mujeres; y si lo hubiera hecho la cosa sería distinta: como si hubiera consagrado leche en lugar de vino).

El sacerdocio realiza una especial identificación con Cristo para «impersonarlo» (es decir, para actuar en persona suya: es mucho más que representarlo, es «ser» Cristo). Siendo que Jesús es varón, un varón es más signo de su presencia por serlo.

Juan Pablo II publicó la  Carta Apostólica  Ordinatio Sacerdotalis, dando por cerrado el tema:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_22051994_ordinatio-sacerdotalis_sp.html

Ses puede encontrar una explicación más detenida en:
http://www.apologetica.org/ordenacion_mujeres.htm

Para entender el celibato sacerdotal

En la cultura actual a muchos les cuesta entender el valor del celibato sacerdotal.

¿Qué sentido tiene que los sacerdotes no se casen? ¿De donde salió esta exigencia para ser ordenado presbítero?

Este artículo explica brevemente los motivos básicos de este tesoro de la Iglesia.

¿Por qué los sacerdotes no se casan?