Es la pregunta de Roberto, amigo a quien se le casa un hijo.
En primer lugar maticemos el término obligación…
No hay una obligación específica de confesarse antes de casarse, en cuanto no es un requisito explícito para recibir el sacramento del matrimonio.
Obvimente, en la parroquia no hay detectores de no confesados para obligarlos a hacerlo; ni pistolas apuntando para obligar a confesar al que no quiere… La confesión es libre, como todo en la Iglesia…
Más allá de la «obligación» (vista como imposición…), sí que puede ser necesario que lo hagan lo novios antes de casarse.
El sacramento del matrimonio, como todo sacramento «de vivos»1 ha de recibirse en estado de gracia. De ahí que, quien no lo estuviera, tendrá que confesarse (pero no porque sea «obligación», sino porque necesita recuperar la gracia, es decir, tener vida sobrenatural).
Quien lo recibiera sin estar en gracia de Dios -además de cometer un sacrilegio: usar algo divino, sin la vida divina en nosotros-, no recibiría la gracia para vivir el matrimonio. El matrimonio sería válido (estaría casado), pero ilícito (no recibiría la gracia del sacramento, que recibirá cuando se confiese…).
Por eso más que obligación, es necesidad, lógica interna del asunto.
Es como si uno preguntara: ¿Hay que bañarse antes de casarse? ¿ir bien vestido?
Lo más básico es casarse reconciliado con Dios, para que Dios esté bien metido en la pareja, bendiciendo, sosteniendo, animando… esa unión.
Preparar el alma para recibir con fruto un sacramento tan grande, debería estar bien metido en el corazón de los contrayentes.
Plantearlo solo como obligación, hace perder de vista la esencia del asunto.
P. Eduardo Volpacchio Mendoza, 16.07.2022
1 Sacramentos que requieren el estado de gracia: que quien lo recibe esté «vivo» espirualmente. Todos menos el bautismo y la confesión.
Está de moda que muchos novios se vayan a vivir juntos antes de casarse. La costumbre se ha normalizado, ya casi no llama la atención; creo que con demasiada superficialidad. Porque este hecho plantea una serie de interrogantes serios sobre qué es el matrimonio –si cambia algo, si tiene sentido, si es una formalidad, si añade algo o no a la relación– que deberían resolverse.
En la base de este artículo hay muchas preguntas, algunas serían como de este estilo:
¿El amor es más importante que el matrimonio? ¿qué tipo de amor? ¿cuánto –qué cantidad– de amor? ¿Cómo se mide?
¿Vivir como casados sin estarlo? ¿es lo mismo? ¿si nos queremos y nos vamos a casar, qué cambia?
¿Es lo mismo desear casarse que estar casados? ¿Es verdad que el amor y el deseo de casarse en el futuro son equivalente al matrimonio? ¿el matrimonio es solo una formalidad o es una realidad? ¿cambia algo el casarse?
Mi tesis – que intentaré demostrar en estas páginas– es que la separación conceptual de amor e institución matrimonial es presagio de problemas matrimoniales (o al menos exponerse seriamente a ellos).
Cuando dos novios aceptan vivir juntos sin estar casados, con la excusa de que quisieran casarse pero no pueden hacerlo ahora, están dando un paso en falso en su relación.
Te pediría que tengas la paciencia de seguir los razonamientos que siguen y juzgues su racionalidad.
Porqué la convivencia previa al matrimonio hace daño al futuro matrimonio.
En otro artículo ya me ocupé del tema de vivir sin estar casados pero desde otra perspectiva. Me centraba en esa ocasión sobre todo en quienes conviven sin proyecto ni compromiso[1]. En esta oportunidad, me referiré a la convivencia marital de no casados que quieren casarse –al menos eso afirman– y el problema conceptual que encierra el asunto.
Me da lástima lo mucho que se pierden cuando lo hacen, ya que su futuro matrimonio no aportará exteriormente mucho cambio a su vida –para muchos sólo significará la fiesta más grande que organicen en su existencia–, pero a esta fiesta faltará mucha de gracia y magia, ya que es difícil que no vivan su matrimonio –el casarse– como una formalidad.
Me siento obligado a comenzar a aclarando que los cristianos no somos dinosaurios aferrados a una tradición absurda. Tenemos muchos motivos –y muy bien fundados– para pensar como pensamos.
Queremos ser consecuentes con nuestro ser imagen y semejanza de Dios. Un Dios que es sabiduría y amor. Y lo que creemos e intentamos vivir tiene una racionalidad antropológica impecable. Y, no podía ser menos, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano.
En el caso de la institución matrimonial, ¿quién no aspira a un amor eterno?
El modelo cristiano de matrimonio, además, tiene una verificación empírica importante: el aumento desmedido del fracaso matrimonial ocurrido desde que se perdieron valores antropológicos muy importantes. Hoy más del 50% de los matrimonios fracasan. Es un dato. Y es razonable pensar que quien hace lo que hacen todos, no puede esperar conseguir resultados distintos.
No es fácil vivir la doctrina católica, pero hay algo hay grandioso por detrás y una promesa de eternidad. Por otro lado, quien no quiera fracasar en su matrimonio como la mayor parte de la gente, tendrá que hacer algo distinto de lo que hace la mayoría (de otro modo, conseguirá los mismos resultados que los demás).
Qué es el amor conyugal o matrimonial
Cuando se habla de amor, es importante distinguir a qué tipo de amor nos referimos, porque existen muchos tipos de amor: desde el paterno/materno/filial, pasando por el fraterno, de amistad… hasta el más profundo de todos que es el conyugal.
Entre tantos tipos de amor, hay un amor único, que se da entre un varón y una mujer, se llama conyugal. Se define como un amor total porque es un amor que lo abarca todo: cuerpo y alma, cabeza y corazón, alcanza toda la existencia, presente y futuro, hasta dimensiones muy pequeñas de la vida diaria (comparten todo)…
La Sagrada Escritura usa una expresión muy gráfica y fuerte para este tipo amor: los hace una sola carne (como si dijera una sola persona). Y precisamente esa totalidad exige que sea exclusivo (no puede uno entregarse del todo a más de una persona) y definitivo (no tiene sentido decir: te amo con toda mi alma por seis meses…). Cuando este amor se hace efectivo, se habla de matrimonio.
Es necesario distinguirlo del amor entre amigos “con derechos”, porque éste último, aunque incluye la dimensión sexual, no tiene nada que ver con el amor conyugal, porque no incluye la entrega de la vida, ni es total. En ese caso no son uno, sino que están juntos…
El matrimonio es una comunidad de vida y amor, que hace de dos vidas, una. Esta “fusión” de vidas se realiza mediante el acto de la voluntad (denominado consentimiento) por el cual los contrayentes entregan y reciben, mutuamente, la vida. Lo hacen –en el caso del matrimonio canónico– con una fórmula que expresa el recibimiento de la entrega del otro y la solidez de la unión, cualesquiera sean las circunstancias:
“Yo, N., te recibo a ti, N., como esposa/o, prometo serte fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en la enfermedad, amándote y respetándote durante toda mi vida”.
Sus dos vidas se hacen una, mediante la entrega mutua –querer pertenecer al otro y, de hecho, entregarle mi vida: dársela para siempre– y la recepción mutua –querer que el otro sea mío y, de hecho, aceptar esa entrega que me hace, hacerme cargo de su vida, comprometerme a hacerlo feliz…–. Cuando lo han hecho, cada uno le pertenece al otro, y se hace cargo del otro. Antes de hacerlo, esto obviamente no ha sucedido.
Es importante subrayar que la unidad es el resultado de la entrega y recepción mutua: ambos y al mismo tiempo se entregan y se reciben, uno al otro, del todo y para siempre. Eso es la forma de amar más grande que puede darse entre seres humanos, un amor total y exclusivo, que quiere hacerse eterno.
Así con el casamiento comienzan una vida nueva, en la que no conjugan el “yo y el vos” sino el “nosotros”, con una vida en común, en la que lo personal –que sigue siendo personal– se conjuga con lo personal del otro, y se abre a los hijos que vengan como fruto de su amor.
Raíz de las crisis afectivas de las parejas
La gran crisis afectiva –roturas de relaciones afectivas– es una pandemia. Más de la mitad de los matrimonios fracasan. Es demasiado. Si se cayeran la mitad de los aviones, nadie tomaría un avión… (quizá por eso hay muchos que optan por no casarse).
Las causas son muchas y no es el fin de este artículo estudiarlas.
Nos limitamos a una raíz conceptual.
Cuando no se entiende qué es el matrimonio, es muy fácil que su vivencia falle.
Cuando el amor y el matrimonio se separan como cosas independientes, cuando se confunden conceptos relacionados pero diferentes, cuando prima el sentimiento inestable en la relación, no estamos en el mejor escenario para el éxito matrimonial.
Distinciones conceptuales importantes
Amor afectivo y entrega de la vida.
Cuando se separan conceptualmente el amor conyugal (ese tipo de amor específico de los esposos, diferente de cualquier otro tipo de amor, que tiene como expresión propia la entrega sexual) y el matrimonio (que realiza la unión efectiva), como si fueran cosas diferentes, separables, y se prioriza el primero, algo no funciona. Significa que estamos ante una concepción del amor que falla en su raíz antropológica.
En el amor podemos distinguir dos dimensiones. Una afectiva: la que se siente –no dependiente de la voluntad–, totalmente ligada al momento presente (es lo que siento ahora, no puedo saber qué sentiré en el futuro, ni puedo decidirlo) y a mi estado emocional circunstancial. Y una dimensión volitiva: la decisión libre de amar, de hacer eterno ese amor que tengo y no quiero perder, de defenderlo, protegerlo, fomentarlo, garantizarlo… Esta segunda dimensión del amor proyecta, decide, construye el futuro. Genera confianza ya que solo puedo confiar en serio, si puedo confiar en la continuidad del amor de la otra persona, en su compromiso de amarme, más allá de lo que pueda sentir en un momento particular.
Estas dos dimensiones del amor son complementarias y no tienen por qué oponerse; de hecho, la segunda es la madurez de la primera. Pero si reduzco mi horizonte afectivo a la primera, es probable que nunca llegue a la segunda. Porque a veces me cansaré de amar, me molestarán cosas del amado…, surgirán conflictos; y solo un compromiso estable de amor definitivo, será capaz de superarlos. Solo si soy capaz de amar cuando la otra persona “menos lo merezca”, la amaré de verdad.
Ahora bien, esa palabra “compromiso” no es un añadido al amor, algo que viene de fuera, sino que es exigencia intrínseca del amor total que es el conyugal. Si amo del todo, quiero que ese amor sea eterno; no es que además hago un compromiso que no querría hacer: el mismo amor lo lleva consigo. Si es amor total, quiere ser para siempre. Si es amor sólo mientras no me canse, mientras dure… claramente no es total. Y como se entregan de verdad (no es una ficción la que hacen al casarse), de hecho no se pertenecen a sí mismos, cada uno le pertenece al otro, y no pueden romper la unidad que en su voluntad ha sido definitiva. Si se unieron para siempre, se unieron para siempre. Si no lo hicieron, no se pertenecen. Hay matrimonio o no hay matrimonio, no hay término medio.
Esta es la grandeza del matrimonio: que dos personas se quieran tanto, que se jueguen el uno por la otra, de modo total, poniéndose en las manos del otro, confiando definitivamente en el otro y ofreciendo esa confianza. Así el amor puede ser total, de otra manera, no.
Un amor reducido a su dimensión afectiva –a que se siente– no puede sostener una relación toda la vida y menos una familia, porque por definición está sujeto a los vaivenes anímicos que son inestable por definición.
Pero el amor conyugal se realiza mediante el acto de entrega que hacen cuando se casan. Ahí se entregan y reciben. Hasta ese momento, todo es deseo, pero nada más…
Relaciones reales y deberes morales.
Separar lo que va junto, confundir sentimientos y realidades, hechos con deberes, no puede ser bueno.
Una cosa es el vínculo real que existe entre dos personas y otra los deberes morales que ese vínculo lleva consigo. Soy hijo de mis padres, debo amarlos; pero el vínculo no depende del amor. No es que si dejo de quererlos, dejaré de ser hijo. Tampoco es que el amor establezca el vínculo: soy hijo independientemente del amor que puedan tenerme. Lo mismo sucede con otras relaciones como ser hermanos, primos, etc.
El vínculo matrimonial se establece por el libre consentimiento de los contrayentes. En principio el amor los lleva a casarse –es deseable que así sea– pero no es el amor quien crea el vínculo, ni éste depende de él.
Si se han casado, están casados. Entonces, el amor se convierte también en un deber, porque al casarse se han obligado a quererse mutuamente. Pero el amor no hizo el vínculo, así como la falta de amor no lo hace desaparecer.
Porque por definición, si se casaron, se entregaron el uno al otro para siempre. Y si no se entregaron para siempre, en realidad no se casaron. Así de sencillo.
Si no confían el uno en el otro como para entregarse la vida y comprometerse a amarse siempre, es que no se quieren con un amor total, que es el que lleva a casarse. Y sería mejor que no se casen…
Promesas y realidades
Imaginemos que te quiero y estoy entusiasmado por vos. Ese amor me lleva a querer darte la mitad de mis bienes… Pero hasta que no haya hecho la escritura a tu nombre de las propiedades que ahora son mías, no serán tuyas, por más grande que sea el deseo que tengo de hacerlo.
Si mi deseo cambia antes de transferirte mis bienes, nunca será tuyos. Si mi deseo cambia después de hacerlo, ya no podría recuperarlos.
La cuestión entonces, es ¿te lo doné o no? ¿Ya lo puse a tu nombre? Si la respuesta es no, los bienes no son tuyos.
Lo mismo sucede con el amor y la propia vida. Entre decir “Te quiero con toda el alma”, “sos mi vida”, “soy todo tuyo”… y entregarte la vida hay una distancia a recorrer. ¿Te entregué la vida, y me la entregaste para siempre? “No, pero queremos hacerlo”. Perfecto, pero sólo se pertenecerán cuando lo hagan. “Pero nos queremos”. De acuerdo, pero ese quererse no ha llegado todavía a la entrega, y, por lo tanto, no se pertenecen mutuamente.
El matrimonio no es cuestión de fe
Hay quienes se excusan para no casarse en que no tienen fe. Eso es otra cosa. El matrimonio en sí mismo no es cuestión de fe, es cuestión de entrega de vida para convertirse en una comunidad de vida y amor.
La decisión de casarse es humana y depende del amor. La pregunta es ¿te quiero para toda la vida? ¿Sí o no? ¿Me juego por vos, te entrego mi vida, acepto tu vida en la mía para siempre? Esto es objeto de una decisión personal y de amor, no de fe. Si no querés ofrecer ni aceptar un amor entregado para toda la vida, no le eches la culpa a la falta de fe en Dios, sino a tu egoísmo o tu falta de amor por la otra persona o a que la otra persona no merece semejante confianza.
El matrimonio es algo muy grande, que requiere mucha gracia –aquí aparece la dimensión sacramental para los cristianos–, para que no sólo sea un proyecto humano, sino que sea también -sin dejar de ser muy humano- muy divino.
Con su matrimonio, los esposos cristianos, son signo de la unión de Cristo y su Iglesia –esto es muy fuerte– y forman una iglesia doméstica (una comunidad de vida y amor, en la que se hace la Iglesia, en la que los demás verán a la Iglesia).
Esto es lo que el hecho de estar bautizados añade al matrimonio natural, pero la base –el hecho de entregarse mutuamente la vida, pertenecerse, formar una comunidad de vida y amor– es común a todo matrimonio, independientemente de la religión, raza, etc.
Un problema conceptual serio: separación conceptual del amor y el matrimonio como institución
Veamos dos problemas: el problema del amor sin matrimonio y el problema del matrimonio sin amor.
Se podría relacionar esta separación a la del amor y la entrega; es decir, el eros sin ágape, y la entrega sin amor, el ágape sin eros. Los dos son un problema.
El matrimonio es la unión de dos personas en una sola carne, es decir, en un solo proyecto existencial, donde dos -en un cierto sentido y con un contenido concreto- se hacen uno: comparten un proyecto existencial que abarca hasta lo más íntimo y cotidiano de sus vidas y los proyecta en los hijos que son el fruto de esa unión.
Como ya hemos visto, se realiza por la mutua entrega de la vida expresada en el consentimiento matrimonial: acto por el que entregan y reciben la propia vida. Se entregan al otro y reciben la entrega del otro. Así se hacen uno. Con una decisión irrevocable. Eso es casarse y cambia radicalmente la relación. Antes no se pertenecían, ahora se pertenecen. Se pertenecen porque se entregaron uno al otro y aceptaron la entrega del otro. Hasta el momento de hacerlo, no tienen obligaciones respecto al otro. Pueden finalizar la relación cuando quieran y comenzar otra, porque no se han entregado. Después de casarse, no es posible, porque ya no se pertenecen.
El amor los lleva a entregarse mutuamente la vida (quieren pertenecerse mutuamente, unir sus vidas para siempre), y esa unión (el matrimonio que han realizado) crea el deber de fomentar ese amor; el deber de quererse, porque a eso se han comprometido mutuamente. El matrimonio está muy relacionado con el amor, pero no se identifica con él.
La cultura moderna ha separado el amor y la entrega mutua, el amor y la institución, dando primacía absoluta al amor. Un amor que, además, se reduce al amor afectivo, sensible. Que se mide por lo que sienten (lo que no medible exteriormente, ya que no es posible construir una máquina mida el amor de una persona hacia otra). Y que es tan inestable como lo es el sentimiento…
Cuando en la concepción del matrimonio se separa el amor conyugal (es decir, el amor que lleva a compartir toda la vida y se expresa con la entrega sexual) de la institución matrimonial (la real entrega mutua de vida) estamos en problemas (mejor dicho está en problemas quien lo separa). Separar quiere decir hacerlos independientes uno del otro: ya sea por vivir el amor conyugal sin institución; o por pretender romper la institución en nombre del amor.
¿Qué pasa cuando se los “separa” antes de casarse?
Son los novios que piensan que para “amarse” (es decir, para vivir como si estuvieran casados sin estarlo) no hace falta casarse. Entonces, antes de casarse, viven de modo matrimonial (como si estuvieran casados), porque lo importante es amor que sienten y no los papeles (como si el matrimonio fuera un mero papel, una formalidad). Dicen, para justificarlo, que quieren casarse aunque en este momento no pueden hacerlo[2].
Así estos novios se van a vivir juntos (no es pecado –piensan y dicen–, porque se aman, y se van a casar…). Confunden el amor con la institución. No se entregan la vida (lo que sucede cuando se casan). La entrega de vida no importa, importa que ahora te quiero, y eso justifica todo. No se entregan la vida… solo conviven…, comparten los gastos, la cama… obviamente ahora no quieren tener hijos… El deseo de casarse en el futuro, obviamente, no cambia la realidad de que no se han entregado la vida, y de que hasta el mismo momento de dar el “sí”, no tienen ninguna obligación de hacerlo.
Y después de casarse, esta manera de pensar lleva no considerar el matrimonio indisoluble, ya que ¿para qué seguir juntos si no nos queremos o si ahora quiero a otro/a?
Esto explica la mayor tasa de divorcios entre quienes conviven antes de casarse que entre quienes no lo han hecho. En sus mentes, la entrega no es tan importante, lo sustantivo es el amor de sienten (y que obviamente pueden dejar de sentir, ya que no decidimos los sentimientos que podamos tener en el futuro). El amor que hoy justifica la vida similar a la conyugal sin estar casados, mañana podrá justificar la separación si faltara, aunque lo estuviéramos.
La indisolubilidad del matrimonio tiene que ver con la entrega, no con el amor (que los lleva a entregarse la vida).
La licitud (mejor dicho, santidad) del acto sexual tiene que ver con la entrega, no con el amor (que obviamente es necesario para la santidad del acto). El acto matrimonial es la expresión corporal de la entrega de vida y mutua pertenencia en el amor que tienen. Sin entregarse la vida, el acto está vacío, es una mentira: significa una unión que no tienen. No los une, porque no están unidos.
Después de casados, ese mismo error, cuando uno se ha cansado del otro, lleva a decirle: “ya no te amo, desaparecé de mi vida”. Que se hayan entregado la vida (lo que significa que no se pertenecen) no importa, importa que ahora ya no te quiero…
Como en muchos casos no hay “entrega”, sino solo “amor”; muchos matrimonios hoy son nulos. Porque si no hay voluntad de entregarse, obviamente no hay entrega, y la fórmula que la expresa es una farsa: digo entregarme, pero no me entrego; digo para siempre, pero no quiero que sea para siempre sino solo mientras dure el amor… Y si no me entrego, no hay matrimonio por más pomposa que sea la ceremonia en la que se “casan” o la fiesta que lo celebra.
¿El matrimonio civil es matrimonio? ¿casa a los que “se casan” o es un mero trámite formal?
Aunque pretenda tener aires de matrimonio y hasta haya un juez que predique sermones… el matrimonio civil para un cristiano es –en principio– un trámite civil. Y no casa a los contrayentes tanto por motivos humanos como sobrenaturales[3].
Además, el matrimonio civil (que es matrimonio para un no católico) en su forma actual en Argentina no refleja lo que es el verdadero matrimonio. Porque, de hecho, es el mismo para distintos tipos de uniones que nada tienen que ver con el matrimonio, lo que lo convierte en una unión civil de dos personas con un contenido incierto; y porque es esencialmente disoluble (es casi más fácil divorciarse que despedir un empleado…). Por esto corre el peligro de vaciar de contenido el consentimiento de los contrayentes, que es inválido si carece de elementos esenciales del matrimonio (que en la forma civil no están presentes).
De manera que para un cristiano es un signo de cierto compromiso –es mucho más que nada–, pero no casa a quienes lo contraen. De hecho, una persona casada civilmente se puede casar por la Iglesia con cualquier otra persona: a efectos eclesiales es considerado soltero/a[4].
La contradicción de algunos signos matrimoniales y el convivir antes de casarse.
Cuando se separa conceptualmente el amor conyugal del matrimonio, el matrimonio –la entrega mutua de las vidas– pierde en sus cabezas su valor. La misma ceremonia, llena de simbolismo, es ridícula.
¿Qué sentido tiene el traje blanco de la novia? Su pureza –incluso si no ha sido capaz de vivirla de hecho, significa el hecho de que quiso vivirla: no vivió matrimonialmente antes de casarse–. Si han convivido, obviamente es una farsa. Un color mentiroso, ya que no puede entregar una pureza que no tiene.
¿Qué sentido tiene que la novia entre a la iglesia del brazo de su padre?, ¿que la entregue al novio en al pie del altar antes de la ceremonia? Significa que el padre se la cede, ella deja su casa, para ir a vivir con el novio. Deja su familia de origen, para formar una nueva familia, en una nueva casa. Pero, si han vivido juntos es una broma…, una mentira… Un signo vacío.
¿Qué cambia el día del casamiento? Obviamente mucho espiritualmente porque se han entregado la vida. Pero esa entrega mutua no tiene ninguna implicancia concreta en la vida de todos los días. Externamente, para ellos, significa muy poco. El estar casados no les ha cambiado la vida en lo más mínimo. Y esto es terrible, aunque solo sea desde el punto de vista simbólico: casarse no les significa ningún cambio en su vida. Existencialmente les cambió la vida (ya no se pertenecen a sí mismo, son uno del otro), pero exteriormente no les cambió nada.
A modo de conclusión
La visión que realza la importancia del amor conyugal en detrimento del matrimonio, en realidad responde a una visión antropológica del amor alternativa a la cristiana.
Son dos modelos alternativos de amor. Uno de amor total y el otro de amor light. Uno de amor para siempre; y otro, de amor mientras dure. Uno proyectado hacia el futuro; y otro, centrado en el momento presente. Uno, con entrega de vida; y otro, con algo de entrega, compartiendo el presente. En uno están unidos, y el otro están juntos. En uno se juegan por el otro; en el segundo, disfrutan el momento (mientras dure).
Una pregunta fundamental que deben hacerse quienes se quieren es cómo se quieren, con cuál de los dos amores. Cuánto están dispuestos a sacrificar por otro. Y si ambos hablan del mismo tipo de amor cuando dicen que se quieren (es relativamente frecuente que uno quiera amor definitivo y total, y el otro no tanto…, pero el primero piense que los dos quieren lo mismo…).
* * *
Para padres: un caso particular
La objeción de conciencia de los padres ante la imposición de cooperar a una acción inmoral de un hijo.
Cuando un hijo pretende que sus padres lo ayuden económicamente a irse a vivir con la novia antes de casarse, se plantea a los padres un dilema muy grande entre su conciencia y el deseo de ayudar a su hijo; entre sus deberes ante Dios y el miedo a que su hijo de distancie de ellos, por seguir sus principios.
Los pone entre la espada y la pared.
Es importante distinguir entre el respeto de la libertad –siempre necesario– y la cooperación a una acción mala.
Los padres deben respetar la libertad de sus hijos mayores de edad. Si un hijo decide irse a vivir con la novia, no compartirán la decisión, les hará sufrir, pero respetan la libertad de su hijo. Sólo intentarán hacerles ver por qué esa decisión les parece inadecuada. Pero, lo dejan ir, ya no pueden evitar que se vaya, lo siguen queriendo, respetan su libertad. Y punto.
Por eso, podrían decirle a su hijo:
“No discutimos tu libertad. Está fuera de duda el respeto de tu libertad. Sos mayor de edad, respetamos lo que hagas, aunque nos duela (porque no podemos ocultar que nos duele algo que pensamos que le hará daño a tu futuro matrimonio).”
Pero en el caso en que el hijo requiere la colaboración de sus padres para hacerlo, lo que está en juego no es la libertad del hijo, sino la libertad de los padres.
Es cuando se les pide/exige que lo ayuden a realizar esa decisión, ya sea prestando un departamento, pagando parte del alquiler, contribuyendo con muebles, etc.
Le podrían explicar:
Está aquí en juego obligar a tus padres a cometer un pecado para darte un gusto: a actuar contra su conciencia. Vos pensás que no es pecado vivir matrimonialmente sin estar casados, pero nosotros creemos que es una ofensa a Dios (somos católicos y respetamos la doctrina católica). Así como nosotros respetamos tu libertad, te pedimos que respetes la nuestra, y no nos pidas que actuemos contra nuestra conciencia. Te pedimos que aceptes nuestra objeción de conciencia (ejercer el derecho a no ser obligado a actuar contra la propia conciencia).
¿Cuál es el problema en cuestión?
El problema se llama cooperación al mal. Una acción mía que contribuye a que otro actúe mal. Es un tema muy estudiado en la Teología Moral. Es el caso de quien presta dinero para alguien haga un aborto, o vota un partido político que promueve políticas inmorales, o le da alcohol a un amigo para que se emborrache… Sobre el tema se puede consultar cualquier tratado de Teología Moral. En este caso, alquilarle al hijo un departamento propio a bajo precio, para que vaya vivir con su novia es un caso típico de cooperación al mal. Y unos padres cristianos no deberían estar dispuestos a hacerlo[5].
Los padres podrían explicar a su hijo:
“Te podés ir a vivir a cualquier lugar del mundo, cuando quieras, no dejaremos de quererte porque no quieras vivir la moral cristiana, pero no nos pidas a nosotros que te ayudemos, cuando esa ayuda significaría dejar de vivir nuestra fe y principios morales. No sería justo”.
Si el hijo, se enojara y amenazara a los padres de distanciarse de ellos por esto, estaríamos en un caso de extorsión, lo que agravaría la cuestión, ya que el hijo estaría no pidiendo ayuda, sino violentando la conciencia de sus padres.
Por tanto, sí a dar a los hijos toda la libertad que tienen; pero no a la cooperación al mal. Son dos cuestiones muy distintas. Los hijos necesitan la coherencia moral de sus padres, no pueden obrar mal ellos, para dar una alegría a sus hijos. Quizá en el momento no lo entiendan, pero si son sinceros, valorarán la coherencia de sus padres.
Eduardo Volpacchio Córdoba, 30 de abril de 2021
Para los que quieran profundizar en el matrimonio, les ofrezco cuatro charlas sobre el matrimonio que di el año 2020 por Zoom, durante la cuarentena, y que subí a mi canal de YouTube a modo de curso sobre el matrimonio.
[2] Cosa que parece extraña: si tienen donde vivir juntos, no se entiende qué les falta para estar casados. ¿Casarse es sólo una cuestión de tener más dinero?
[3] Ministros del matrimonio son los contrayentes, de manera que bastaría su consentimiento para casarse. Pero el Concilio de Trento en el siglo XVI, ante cierto caos debido a los matrimonios clandestinos (gente que se casaba pero que nadie sabía que estaba casada) puso como condición de validez del matrimonio que ese consentimiento sea expresado delante testigos cualificados (en principio el párroco). De manera que el matrimonio civil es inválido para un católico como matrimonio por no cumplir los requisitos de validez del consentimiento. Sólo es válido realizado con la forma canónica.
[4] Esto se podría matizar un poco, pero para el objeto de este artículo alcanza.
[5] Aclaro que en casos extremos, cabe la cooperación material al mal en ciertas condiciones, sin cometer pecado, pero me parece claro que este caso –en principio– no cumple tales condiciones.
Vamos a hablar de la antropología del acto conyugal, ese acto específico en el que los esposos corporalmente expresan y sellan esa unidad existencial que han realizado en el matrimonio.
Comenzaremos con tres cuestiones previas, para enmarcar la cuestión.
El particular modo de aproximar las cuestiones morales, para progresar en su entendimiento, unas premisas que damos por supuestas y el progresivo vaciamiento de la sexualidad que se ha realizado en un poco más de medio siglo.
Cómo progresar en la comprensión de las cuestiones morales
En primer lugar hace falta buenas disposiciones morales. Si no las tengo (si no estoy dispuesto a vivir aquello) es muy difícil que lo entienda. Porque no es como las matemáticas, en las que 2+2=4 no tiene implicancias existenciales. Las cuestiones morales, sí. Por ejemplo: quien es egoísta tiene serias dificultades para entender la justicia, porque siempre pensará que le corresponde más de lo que en realidad le corresponde: no entenderá qué es lo justo, porque su mirada carece de imparcialidad.
Peleas por herencias familiares. Con frecuencia, alguno trata de sacar una tajada más grande… incluso convencido de que lo merece, que los demás le están haciendo la guita (como dicen los tucumanos). O esos jueces coimeros que piensan que es justo que les den una gratificación. Porque no es justo que los abogados se lleven suculentos honorarios, cuando es él quien hace gran parte del trabajo…
Una segunda idea, es que en las cuestiones morales se avanza en su entendimiento de forma de espiral: dando vueltas a los asuntos, mirándolos desde distintas perspectivas, me voy acercando. Hace falta tiempo, leer…
En un mundo supererotizado, no pretendo que con esta charla, agotar sus inquietudes sobre el tema. Sí ayudarlos a da un paso racional hacia el entendimiento de la relación entre el amor conyugal y la apertura a la vida.
Lo que diremos no es cuestión cumplir de reglas. Son exigencias antropológicas de la persona humana. Lo que la realidad exige para recorrer el camino de la plenitud y la felicidad. Procede de la razón –que es capaz de discernir el bien y el mal en la conducta–. En esta tarea se ve ayudada por la revelación divina y por el Magisterio de la Iglesia, que es su intérprete auténtico.
Cuatro premisas para encarar este tema:
La unidad corpóreo espiritual que es el ser humano, que hace que el cuerpo sea expresión de toda la persona. Esto lleva consigo que haya un lenguaje del cuerpo, y que por tanto haya verdad o falsedad en sus expresiones. Sonrisa, si/no, saludo… si te abrazo para robarte la billetera, estoy traicionando el abrazo, lo prostituyo.
La naturaleza sexuada del ser humano. No existe en neutro: dos modalidades: mujer y varón. En todo el ser: cuerpo –hasta la última célula–, psicología, afectividad, cerebro, forma de pensar… Complementariedad que permite llegar a ser una sola cosa, una carne…
El amor total que supone el matrimonio. Cuerpo, alma, presente y futuro, dinero… Implica: exclusivo, definitivo, para siempre…
El sentido de la sexualidad como vehículo corporal del amor. El amo ser expresa sexualmente a través de la feminidad y la masculinidad.
El progresivo vaciamiento de la sexualidad
En los últimos 60 años ha habido cuatro divorcios fatales para el sexo. Lo han ido vaciando de contenido, robándole lo más valioso… hasta dejar solo el placer.
1º se lo separó de la procreación (anticoncepción)
2º se lo separó del matrimonio: no hace falta estar casados: prematrimonial, “pareja”.
3º se lo separó del amor: amor libre, amigos con derechos, actividad lúdica: juntos pero no unidos.
4º se lo separó de la corporeidad (de la biología), autopercepción. Todos con todos…
Así se lo fue empobreciendo, vaciando de significado, de valor, despersonalizando, deshumanizando, instrumentalizando. Sólo resta compadecerse: ¡pobre sexo!
De algo sagrado pasó a ser algo tan banal que no es nada. La persona es la que pierde…
EL AMOR ES FECUNDO
Por definición el amor conyugal está abierto a la vida.
Francisco le dedica el 5º capítulo en Amoris laetitia. Veamos los tres primeros números.
Capítulo quinto. AMOR QUE SE VUELVE FECUNDO
165. El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal «no se agota dentro de la pareja […] Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre» (JPII; FC 14).
Uno dice: ¡Wow!
Los hijos están en el amor de sus padres, antes de ser concebidos.
166. La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida «nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen» (Catequesis 11.2.15). Esto nos refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa, porque los hijos «son amados antes de haber hecho algo para merecerlo» (Id).
Y ya enseguida el Papa entra en la mentalidad antivida, con una descripción que hace patente la crueldad y egoísmo que lleva consigo.
Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! […] ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?» (Catequesis 8.4.15). Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño. Porque «cuando se trata de los niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será considerado demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada y que ha sido abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de los hombres» (Ibid).
Tema central: la cooperación de los padres y Dios en la generación de nuevos seres humanos.
Un paréntesis antes: en los seres humanos hablamos de procreación y no de reproducción como en los animales. Porque Dios participa del asunto, creando el alma personal.
El don de un nuevo hijo, que el Señor confía a papá y mamá, comienza con la acogida, prosigue con la custodia a lo largo de la vida terrena y tiene como destino final el gozo de la vida eterna.
Contexto existencial de los hijos: toda la eternidad. Tema central: ¿para qué tienen hijos? Dar la existencia a personas para que sean felices por toda la eternidad. No cabe mayor generosidad…
Yo no puedo hacer eso: yo ayudo a llegar al cielo a seres que ya existen…
Una mirada serena hacia el cumplimiento último de la persona humana, hará a los padres todavía más conscientes del precioso don que les ha sido confiado. En efecto, a ellos les ha concedido Dios elegir el nombre con el que él llamará cada uno de sus hijos por toda la eternidad.
Por eso no tiene sentido, pensar solo en coordenadas económicas, sociales… terrenales en última instancia.
Y termina la introducción al capítulo, con una referencia a las familias numerosas.
«167. Las familias numerosas son una alegría para la Iglesia. En ellas, el amor expresa su fecundidad generosa. Esto no implica olvidar una sana advertencia de san Juan Pablo II, cuando explicaba que la paternidad responsable no es «procreación ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos» (JPII).»
¿Cuántos hijos debe tener un matrimonio?
Es un tema que deben resolver con Dios. Con generosidad y responsabilidad.
Ni cuantos más, mejor. Ni cuantos menos, mejor.
Depende de los hijos que estén en condiciones de sacar adelante. Tantas variables: salud física, psíquica. Carácter, energía. Condiciones materiales: casa, dinero…; laborales. Capacidad de educar…
Prudencia y generosidad: las dos cosas. No querer tenerlo todo bajo control.
* * * * *
Lo que sigue a continuación está inspirado/ tomado/ sintetizado… del Cap. 9 “La consumación del amor”, del libro “El destino del eros. Perspectivas de moral sexual”, de José Noriega, Ed. Palabra, Madrid 2005, pp. 234-259
Tratar de entender la conexión entre el amor conyugal y la apertura a la vida.
¿Qué sentido tiene el acto conyugal?
Preguntar por el significado de algo quiere decir preguntar por su valor, su sentido dentro de la vida de la persona, por su razón de ser;
El acto conyugal realiza, consuma, significa la entrega de vida de los cónyuges. Corporalmente expresan la unión total de sus vidas. Es sacramento de su unión existencial. Por eso se lo llama conyugal. Por eso ese mismo acto sin conyugalidad, sin estar casados, es una mentira, un engaño, una traición, porque expresa algo que no existe. La unión de vidas, total y exclusiva, definitiva, se realiza en el matrimonio. Y el acto conyugal lo expresa corporalmente.
De manera semejante, se miente cuando se priva al acto conyugal de un significado esencial. Cuando voluntariamente se lo hace infecundo, se esteriliza el amor. Se da un signo de entrega total, que no es verdadero, porque se están reservando, están rechazando, algo de esa entrega.
Es un acto antropológicamente viciado, falso. Contradice el lenguaje del cuerpo.
¿Cuál es el significado del acto conyugal? Los esposos obviamente no teorizan para hacerlo, simplemente se entregan.
Movidos por el deseo, se entregan mutuamente, sin reflexionar. Pero esa espontaneidad que supone el dinamismo sexual no implica que lo realicen sin sentido.
Y esto se hace evidente por dos hechos precisos: en primer lugar, solamente siguen ese deseo con una persona, su cónyuge, único e insustituible, por lo que esa acción es vivida con una exclusividad única. Y en segundo lugar, porque, al seguir ese deseo, ambos son conscientes de que puede venir un tercero, el hijo. No es una acción, por lo tanto, cuyo misterio escape totalmente a nuestra comprensión.
Es una acción llena de misterio. Porque hay algo demasiado grande detrás. La sexualidad es un mundo, porque alcanza hasta lo más íntimo de la persona. Por eso promete tanto, porque se intuye detrás algo que supone plenitud.
¿Qué hay detrás del deseo?
El deseo de entregarse, de cercanía, de unirse, de un modo muy peculiar –sexual– en una unión que conlleva una función procreativa.
El significado, es el valor que perfecciona a la persona. El sentido no viene de la acción física, sino de las personas que la realizan, a las que expresa íntimamente.
La comunión reclama que las personas sean acogidas como persona, no por placer. No es una mera acción que genera placer: expresa unión, amor, lo realiza corporalmente. Una unión particular (exclusiva, total, definitiva), que potencialmente los puede hacer padres.
Básicamente dos significados.
Significado unitivo.
El acto conyugal tiene un significado porque implica su libertad y su corporeidad: el cuerpo que es expresión de la persona y que por tanto tiene un lenguaje, se transmiten algo. En el encuentro de los cuerpos se encuentran las personas y su amor.
La dignidad humana no acepta –demasiado pobre– que la entrega de los cuerpos tenga solo el sentido de experiencia de placer: si solo fuera eso, instrumentalizaría al otro.
La mutua entrega de los cuerpos es expresión y actualización de la voluntad mutua de donación, por lo que es capaz de unir a sus protagonistas: no solamente sus cuerpos, sino también sus afectos, sus libertades, sus personas, sus vidas. La persona toda ella se da. Y dándose acoge al otro. Este mutuo darse y recibirse en la sexualidad abre el espacio de la intimidad al mutuo encuentro, a la presencia real y concreta de ambos, a la compañía recíproca, al aprecio mutuo.
Dos paréntesis
Los animo a profundizar en la riqueza de contenido del acto conyugal, para que de hecho lo realicen en su vida. Para evitar que la rutina, el egoísmo, la superficialidad, empobrezcan su amor.
Es un desafío: cultivar el amor de verdad.
En una cultura hedonista, que en la sexualidad sólo ve placer, descubrir la grandeza del misterio que viven, y entonces el mismo placer se identificará con el amor y no será algo al margen del mismo…
Para que sea real, es necesaria la virtud de la castidad. No nos da el tiempo: pero la castidad es la integración de la sexualidad en la unidad de la persona. Es decir, la sexualidad integrada, expresa a la persona. Cuando falta la castidad, la sexualidad se desconecta de lo espiritual, se convierte en una cabra loca que corre por el monte en busca de cualquier placer…
Seguimos…
Este significado de la unión conyugal se apoya en la función sexual de acoplamiento sexual mutuo, pero no se reduce a ella, ya que le ofrece una plenitud que la mera funcionalidad sexual no es capaz de producir: la unión de las personas. Y porque es una plenitud, adquiere de ella su significado.
Consuma, resume, concentra toda la unión personal.
Tenemos así la posibilidad de situar esta acción concreta dentro de la globalidad de la vida y entender su valor, su finalización. La unión de los esposos que este acto actualiza y favorece no es su única plenitud. Más aún, para que lo sea, aparece un nuevo significado, la capacidad de ser padres que viene a integrarse no como algo extrínseco, sino como algo que pertenece a la misma unión de ambos, ya que esta unión no es de total complementariedad, sino que implica una cierta asimetría que solo el hijo puede llenar.
La capacidad de ser padres no es algo desligado de esta unión. No es una cuestión meramente biológica… es algo personalísimo.
Es más, ser una carne, ser una sola realidad, en sentido pleno lo son como único principio generativo. En el ser padres, se hacen uno: en cada hijo están los dos… Cuando se separan… es una ficción… porque en los hijos no pueden separar lo que es de cada uno…
Es significado procreativo.
La comunión de los esposos, por implicar la totalidad de la persona, les hace capaces de transmitir la vida, porque dicha unión implica la función sexual, que incluye la función reproductiva. Son capaces de transmitir la vida. No se trata de que si de hecho la transmiten o no, lo cual depende de muchas cosas.
El hecho es que es una acción capaz de generar a una persona.
Entregarse sexualmente implica, entonces, donar la capacidad de convertirse en padre o madre en virtud de lo que se está haciendo. Esta potencialidad de generar vida que se expresa en el significado procreativo se constituye como un verdadero bien inmanente de la misma acción de los esposos. El que los esposos, uniéndose, estén abiertos a generar una vida indica la plenitud de su amor. Hablamos de «capacidad», porque el hecho de que el hijo venga no dependerá de la sola donación. Solamente un número reducido de uniones entre los esposos es fecunda, pero en todo acto está presente esta fecundidad en esta apertura.
Dios interviene, creando el alma. La acción de los esposos adquiere la forma de una colaboración con Dios creador, asumiendo el significado procreativo
Así los esposos participan de una cualidad singular del amor de Dios: porque Dios ha amado cada persona antes que existiera como alguien digno de existir y ser amado por sí mismo, y ha sido ese amor el que le ha movido a creamos. El amor de los esposos es también así, porque cada persona ha sido amada por sus padres antes de que fuese engendrada. Ella es el fruto de un amor que se dirige, en primer lugar, al cónyuge, pero que, dirigiéndose a él, incluye en sí la posibilidad de acoger un nuevo don del amor. El hijo es así amado también como alguien digno de existir por sí mismo, y no en función de los propios deseos a satisfacer o ulteriores utilidades.
La mutua donación se convierte así en el templo santo donde Dios celebra su liturgia creadora, generando una persona como alguien que es amado por sí mismo.
Por eso el hijo es un don. Engendrar un ser humano es un acto humano, no una consecuencia biológica de un acto humano.
Esta apertura a la fecundidad es necesaria para su amor, no es independiente de él, ni puede ser separado de él.
¡Hace que ese amor no se cierre en ellos mismos!
Por ello, esta dimensión procreativa incluye en sí misma también la dimensión educativa, que se radica, por lo tanto, en el mutuo amor de los esposos, en su mutua entrega.
La unión conyugal incluye en sí el significado de la transmisión de la vida que es posible por el don que Dios hace al amor esponsal.
Por eso protege de egoísmos: porque un egoísmo hacia el posible hijo, no puede no ser también egoísmo entre ellos. La apertura a la vida implica y realiza la apertura entre los esposos.
Por eso esta apertura protege el amor.
De hecho hay muchas menos separaciones y divorcios entre quienes no recurren a la contracepción.
La inseparable unión de los dos significados.
¿Se puede eliminar un significado sin afectar al amor? ¿sin que afecte la naturaleza del acto?
Los significados están unidos: se reclaman mutuamente, en una relación de enriquecimiento mutuo, que es constitutiva para ambos. Tienen una dependencia mutua que procede de la misma realidad. No son independientes.
Si no es un acto de amor, la generación de la vida se desnaturaliza.
El significado procreativo se realiza de modo humano en la donación recíproca de amor. Generar una persona –alguien que debe ser querido por sí mismo, no por su utilidad o conveniencia de su existencia– supone acogerla en sí misma, no puede ser producida. Es el gran problema de la fecundación artificial. En la donación recíproca lo esposos acogen el hijo como un don.
Si no es procreativo, el amor se desvirtúa, porque es lo que lo caracteriza en su más profunda realidad.
El significado unitivo, como acto de donación, es un amor interpersonal en la sexualidad capaz de procrear. Solo este tipo de amor es procreativo a diferencia de otros. Es un amor espiritual y corporal. Desde el inicio está especificado como amor procreativo.
Cada uno de los significados adquiere sentido en relación al otro.
Intentar buscar uno de estos significados independientemente del otro lleva a perder la especificidad de cada uno de ellos. Porque cada uno adquiere su sentido en la relación con el otro: una unión capaz de generar una persona, una procreación en la mutua donación. Esta unión de ambos es lo que constituye la especificidad e identidad de cada uno de ellos.
No es una cuestión moral (un deber ser). Es decir, no es que no se deban separar porque hay una ley que lo exige. Se trata, más bien, de una inseparabilidad antropológica: esto es, no se pueden separar, porque, si se separan, se pierden ambos, haciéndose imposible realizar ninguno.
Y ello porque dejan de ser lo que son. Un amor conyugal que no sea procreativo en su significado no es un amor conyugal, o una procreación que no se dé en la mutua donación no es procreación: serían otra cosa. Así como, en la persona, alma y cuerpo están unidos «sustancialmente» del mismo modo la separación de estos dos significados hace que el acto sexual sea algo distinto desde el punto de vista moral, y no quede especificado por ninguno de ellos, asumiendo otros significados.
Resumen
Son significados. No dos funciones o realidades físicas. Obviamente físicamente une y tiene un significados procreativo. Perdón, pero la acción de introducir espermatozoides en un útero… no parece orientarse a otra cosa más que a fecundar óvulos que pueda haber ahí… pero la cuestión va mucho más allá: es muy profunda.
Es procreativo en la medida que es unitivo. Y porque es unitivo, es procreativo. Porque el tipo de unión de amor que realiza no se cierra en los cónyuges sino que está abierta a un nuevo posible ser fruto de ese amor.
Es un amor tan grande que es creador…, más precisamente procreador (porque no crea solo, necesita que Dios cree el alma).
Me refiero a procreativo como exigencia antropológica: es el contexto en el que debe ser engendrado un ser humano. Su dignidad exige ser fruto de un acto de amor humano, que esté en sintonía con el acto de amor divino que crea su alma. Fruto del amor de sus padres y del amor de Dios.
Y siempre un don. Porque más allá de que pueda no ser esperado, es fruto de la unión amorosa de sus padres.
Cuando el amor se hace infecundo: el problema de la contracepción
Porque –debemos decirlo– la anticoncepción no es una solución, es un problema.
La malicia de la anticoncepción reside en el rechazo de la fecundidad del otro cónyuge. En excluir anulando positivamente de la unión sexual, la fecundidad de amor.
El problema de la contracepción
¿Dónde se sitúa la dificultad de la contracepción?
No está en la elección de no tener más hijos. Puede haber situaciones complicadas en la vida de los matrimonios en las que no vean conveniente la generación de un nuevo hijo. Elegir no tener más hijos no es el problema de la contracepción, porque, además, también los que recurren a la continencia periódica han elegido no tener más niños.
No está en el método. Tampoco se sitúa el problema en el «medio» elegido para no tener hijos. No es el hecho de ser un medio artificial.
El problema está propiamente a nivel de la definición de la acción «unión sexual» que realizan los esposos en una acción contraceptiva.
Es decir, la acción que hacen: porque la anticoncepción afecta a la acción en lo más profundo, cambiando su naturaleza, al cambiar su significado. Es otro acto distinto, aunque físicamente parezcan idénticos.
Si la unión sexual se define como «entregarse en la totalidad de lo que ambos son» , ahora la acción que realiza es una entrega sexual-contraceptiva, que implica eliminar una dimensión intrínseca de la totalidad de la persona. Los esposos –por determinadas circunstancias que les hace valorar como no oportuno el nacimiento de un nuevo hijo– deciden unirse sexualmente eliminando la posibilidad de ser padres, para así poder encontrarse mutuamente y actualizar la unión de sus personas.
¿Se unen de verdad? Cierto que se unen corporalmente, pero en la entrega del cuerpo no está la voluntad de entrega en totalidad, porque han eliminado la posibilidad de ser padres. Entonces, en el acto de voluntad de donación recíproca, se ha introducido un elemento que lo cambia, esto es, deja de ser una entrega en totalidad y una acogida en totalidad de lo que ambos son en su realidad personal. Los cuerpos, ciertamente, están unidos. Pero el acto de amor que motiva la entrega es un acto de amor que se ha hecho infecundo intencionalmente, por lo que no es un acto de amor total.
Ha surgido, dentro del acto de amor, una nueva intención que se dirige contra la función reproductiva, eliminándola. Pero de este modo, la acción deja de tener inmediatamente un significado procreativo, ya que se ha hecho infecunda. Al perder el significado procreativo, la donación deja de tener un significado unitivo, porque a nivel intencional no se incluye la totalidad de entrega. ¿Qué queda en él? Queda la función sexual.
No es una entrega total porque se unen específicamente en cuanto varón y mujer, pero excluyen la fecundidad que es específico de su masculinidad y feminidad.
Como se puede apreciar en la explicación realizada, el problema de la contracepción está en la intención de hacer estéril el amor, y no en que la funcionalidad reproductiva pueda o no realizarse. La misma declaración magisterial que rechaza la contracepción especifica que se trata de aquella acción que se proponga hacer estéril el amor: esto es, que tenga esa intención:
Queda excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga (intendat), como fin o como medio, hacer imposible la procreación (HV 14).
¿Por qué? Sencillamente, porque esta intención de hacer infecundo el amor contradice la verdad del amor conyugal. Aquí está su drama: lo hace imposible, ya que elimina su especificidad propia. El lenguaje sexual, interactuar sexualmente, pierde ahora su significado propio, el de la totalidad de una donación y de una acogida, para adquirir un nuevo significado, el de la posibilidad de colmar una necesidad, un deseo. De ser un regalo mutuo que los esposos se hacían, pasa a ser la ocasión de saciar una carencia, un deseo. Se ha introducido una lógica muy diferente en la sexualidad: ya no es la lógica de la donación, sino la lógica de la necesidad. Aquí está el cambio simbólico que se ha introducido y que vendrá a determinar su relación.
Ciertamente, los esposos pensarán que no es así como ellos quieren vivir sexualmente su amor, proponiéndose la posibilidad de expresarse mutuamente su aprecio, de encontrar momentos de intimidad. Es cierto, pero el problema es que la expresión de ese amor ha sido vaciada de contenido: no dirigiéndose a la donación y aceptación en totalidad de la otra persona, se concentra en la posibilidad que esta acción tiene de autosatisfacción. Aquí está su sentido, más allá de la vivencia que le quieran dar.
No hay entrega… sino satisfacción de una necesidad de sexo… o te necesita a vos sexualmente, si apertura a la familia. Excluyo tu fecundidad, no la quiero…. El acto sale de la esfera de la donación mutua.
Como vemos la anticoncepción no respeta la dinámica del amor conyugal. Por eso siempre fue considerada ilícita.
La píldora es de los 60… pero la anticoncepción existió siempre. En el primer libro de la Biblia aparece: Onán (2º hijo de Judá, es decir, bisnieto de Abraham) le da el nombre al pecado de onanismo (coito interrupto). 1900 años antes de Cristo.
Hasta 1930 todas las confesiones cristianas fueron unánimes. Los anglicanos fueron los primeros… Ahora desgraciadamente, se han apartado de la tradición moral judeocristiana.
Las consecuencias han sido nefastas. Las pandemia de rupturas matrimoniales, tiene en parte su raíz acá. El aborto. La aceptación social de la homosexualidad.
No soy profeta.., pero hace 30 años… decía: quien acepta la anticoncepción, no tiene argumentos para rechazar la homosexualidad, porque está destruyendo la lógica del acto sexual y el sentido de la sexualidad…
Los divorcios de los que hablé al principio: iter: no procreación, no matrimonio, no amor, no biología… solo placer. Trágico para el sexo, y trágico para la persona porque afecta profundamente la capacidad de amar, y por tanto de ser felices.
Cuando el Gobierno de CABA les dice a los adolescentes: disfruta tus derechos, los está animando frívolamente a dar rienda suelta al instinto sexual… y los destruye. ¡Pobres! Se incapacitan para amar de verdad… Además de agarrarse todas las ETS y empujarlos al aborto.
Regulación natural de la fertilidad
¿Cómo afrontar, entonces, aquellas situaciones más o menos temporales en la vida matrimonial en las que no se ve prudente engendrar un hijo más? Estas situaciones concretas de salud física o psicológica, de momento económico o laboral de la familia u otras semejantes, pueden llevar a los esposos a «interpretar» la voluntad de Dios respecto a su vida conyugal y entender que deberían distanciar o posponer la posibilidad del nacimiento de un hijo.
El mismo Creador ha puesto en el dinamismo sexual de la mujer la posibilidad de administrar la fertilidad. Hoy en día es relativamente fácil conocer los ritmos de fertilidad de la mujer con los diferentes métodos de observación.
Y de eso tratan los métodos de regulación natural de la fertilidad.
Premisa: exige un cambio en la vida sexual de la pareja.
Para eso hace falta de una manera particular la virtud de la castidad, como virtud del amor verdadero, ya que, integrando los diversos dinamismos del amor en el amor a la persona, al don de sí misma y a la acogida de la persona amada en totalidad, es capaz de mover al sujeto a cambiar su comportamiento sexual, adaptando su vida sexual a los ritmos de fecundidad.
Así, los esposos se unirán conyugalmente en los tiempos en que previsiblemente la mujer es infecunda, dejando de unirse en los momentos de previsible fecundidad.
Este cambio de su comportamiento sexual tiene lugar por una motivación muy gorda: conservar el sentido íntegro que la mutua unión tiene, esto es, el don total de sí mismos. Por esta razón, el hecho de cambiar entraña ya en sí un acto de amor a la persona, y un acto de amor que compromete también la corporeidad.
¿Esto atenta contra el significado procreativo?
Ciertamente que los esposos obran así porque han elegido no tener un hijo. Los esposos obran así porque han elegido no tener un hijo. Pero esta elección no les mueve a realizar nada contra la función reproductiva, por lo que el significado procreativo de sus actos permanece inalterable: son actos -en sí y por sí mismos- capaces de engendrar vida, aunque ahora la función reproductiva no se activa porque en sí misma no es capaz de hacerlo. Con ello están administrando una posibilidad dada por el Creador de la naturaleza humana.
El que los esposos no quieran tener hijos no es algo negativo, si ellos tienen motivos serios para no tenerlos.
La dificultad surge cuando se hace intencionalmente algo contra la totalidad de la entrega, eliminando de ella la posibilidad de ser padres.
La continencia periódica y los métodos contraceptivos comparten, por tanto, algo: la elección de posponer el nacimiento de un hijo.
Sin embargo se configuran como acciones totalmente diferentes.
La radicalidad de su diferencia reside en que, en la continencia periódica, la persona asume el dinamismo sexual-afectivo y, por amor a la persona, espera el momento oportuno para unirse. Mientras que, en la contracepción, la persona no asume su dinamismo sexual-afectivo en su integridad, realizándolo sin implicar una totalidad de entrega, para lo que debe resolver técnicamente el problema que le plantea: debe hacerlo estéril.
Es verdad que cambiar las costumbres sexuales no es fácil: exige dominio de sí, y conocimiento de un método que, en ocasiones, puede ser complejo.
La dificultad es real. No hay que minusvalorarla. Pero, se le puede dar vuelta y verla no como un obstáculo a su espontaneidad, sino como una ocasión de madurez en su propio amor. La continencia periódica exige madurez porque requiere un diálogo recíproco, una escucha atenta de la otra persona, un aprender a esperar sus propios tiempos, ya que no siempre se encuentra disponible para la unión conyugal.
La continencia periódica pide asumir el impulso sexual en el amor personal, evitando que este impulso tienda a imponerse como una exigencia. La castidad conyugal ayuda a los esposos a orientar su mirada, a integrar los dinamismos del amor, a buscar con creatividad formas nuevas de expresión de la ternura y del diálogo que permitan abrir espacios de comunión y transmitirse su mutua compañía.
No tiene porqué apagar el amor, lo puede enriquecer.
Integrarlo en el seguimiento de Cristo.
Por otro lado, la dificultad que puede conllevar la continencia periódica en la vida de los esposos no es algo extraño a su propio amor conyugal. Al pertenecer al mismo dinamismo amoroso integrado por la virtud de la castidad, constituye el caminar del matrimonio, que en el seguimiento de Jesús es capaz de acoger los desafíos que conlleva su propia vocación. Es cierto que estos desafíos pueden implicar momentos difíciles, por el esfuerzo que comportan: esfuerzo en el cambio del comportamiento sexual, en el dominio del impulso erótico, de la imaginación y de la atención que se le presta… El gozo de la comunión vivida en la entrega sexual incluye también la dificultad que pueden suponer los momentos de abstinencia. Este es su modo propio de amarse, y, por ello, de seguir a Jesús y, por lo tanto, su modo propio también de santificación.
Diferencia con la anticoncepción: a dos niveles
La exhortación apostólica Familiaris consortio habla, en su número 32, de la diferencia antropológica y moral entre el método de la continencia periódica y el método contraceptivo. Es una diferencia antropológica, porque está en juego es el sentido de la sexualidad, la posibilidad de expresar a la persona en el lenguaje sexual: posibilidad que se ancla no simplemente en un «querer expresar el amor», sino en un efectivo entregarse en totalidad. El cuerpo con todos sus dinamismos se convierte en verdadero sujeto de acción junto con el espíritu, en verdadero principio de operación. La continencia periódica asume la subjetividad del cuerpo en la totalidad de entrega, permite que sea verdadero principio operativo; mientras que, en la contracepción, se establece una división entre el amor espiritual, lo que quiere expresarse, y el lenguaje corporal, lo que de hecho se da, objetivando el cuerpo al eliminar de él su capacidad procreativa.
Y es una diferencia ética, porque entre ambos métodos hay una diferencia radical en el modo como la persona se sitúa ante el impulso sexual y la acción: en la continencia periódica lo hace como verdadero dueño de sí mismo, por lo que puede cambiar su comportamiento y entregar un amor entero; mientras que, en la contracepción, no lo domina y quiere dejarse llevar de él, para lo que tiene que resolver técnicamente el problema que se le plantea.
Un desafío…
Esto es mucho más que un mandamiento a vivir (el sexto), es un desafío, posiblemente uno de los mayores desafíos de los matrimonios católicos.
El desafío de mostrar al mundo que este punto de la moral, no es una carga insufrible, sino una protección del amor y garantía de felicidad, también cuando cuesta vivirlo, cuando se puede hacer cuesta arriba, incluso cuando el cónyuge no entienda mucho.
Es una cuestión de fe, de creer y confiar que Dios no pide imposibles, y que lo que pide es camino de felicidad.
Muy floja estaría nuestra fe, si la viéramos como una carga, y no como una liberación.
Tenemos, –tienen– toda la gracia sacramental para vivirlo y testimoniarlo con alegría.
Si Dios es amor, el amor es lo que más nos asemeja a Dios.
Por eso el amor nos mejora.
Amar nos engrandece. El amor saca lo mejor de nosotros. Por amor somos capaces de cosas de las que no seríamos capaces sin amor.
El amor mejora a los demás. Sólo amándolos serán mejores. La base de la autoestima de una persona se construye con el amor de los padres: quien se sabe y siente amado con amor incondicional, tendrá una buena autoestima.
El amor completo, maduro, en plenitud, es incondicional.
No es un premio: te portaste bien, entonces, te amor… Es gratuito. No es merecido: te amo porque merecés mi amor…
Se ama personas, no partes de personas: no somos partibles… Si te amo, te amo a vos, como sos, no la imagen que yo tenía de vos: eso es un fantasma…
Si amo solo que me gusta de vos, lo valioso, lo que me hace sentir bien… todavía no he llegado a amarte a vos: se ama a la persona. El amor madura: toda la vida.
El amor de mis padres después de 62 años de casados… era mucho más grande que el del día que se casaron. Y mi padre estaba bastante sordo, mi madre tiene problemas para caminar…
Es clásica la distinción de amor de concupiscencia y de benevolencia. Concupiscencia: amor básico: por el bien que me hace, me gusta… pizza love, lo llama Mary Bonacci. Benevolencia: amor por sí mismo, gusto de hacer feliz, tu existencia llena mi vida, te amo a vos. Amor de madres. Primero tiende a ser posesivo: sos mío (está centrado en mí, por eso puede ser más egoísta…). El segundo es de entrega: soy feliz haciéndote feliz…
Todo amor comienza con complacencia y debería madurar en la entrega (que obviamente incluye el gusto). Similar a la distinción entre eros y ágape.
Amor incondicional. Amo a esta persona, amor que incluye sus defectos (que los tiene).
El amor nos mejora y hace mejor a los demás.
Sólo mejoramos en un clima de amor y con una actitud positiva (y los demás también)
La crítica nos humilla, no nos hace mejores. El pase de factura, nos enoja; sentirnos atacados, nos lleva a defendernos y nos mueve al contraataque. No es verdad que la ley con sangre entra…
Todos tenemos discapacidades: nuestras limitaciones y defectos. Discapacidades afectivas, intelectuales, de atención (no nos damos cuenta de cosas, como un sordo no escucha, y no es por mala voluntad…). Cuando una persona anda en silla de ruedas, no le echamos en cara que no pueda caminar, sino que con cariño procuramos ayudarla… De manera similar deberíamos reaccionar ante las discapacidades de carácter o personalidad de los seres queridos.
¿Cómo conseguir amar cuando el otro no lo merezca? ¿Cómo dejarme amar cuando yo no lo merezca (o cómo facilitarme que me ame… cuando no lo merezco: porque si se lo hago más difícil…)?
1. Conocerse mutuamente, con empatía (sólo desde el otro podemos conocerlo).
Cuando llegué a Kenia, en escala a mi ida a vivir en Uganda, un sacerdote español que llevaba muchos años en África, me dijo: no te preocupes, ya entenderás las costumbres de estos países… Pensé que entendía… pero pasados dos años comprendí el consejo recibido al llegar… uno mira desde dentro: al llegar yo entendía, pero entendía y juzgaba desde mis esquemas mentales argentinos: lo entendía desde otra perspectiva; necesita tiempo para conseguir meterme en la cultura africana y entenderla desde dentro.
Si no sé lo que le pasa, difícilmente lo entienda, imposible que lo pueda ayudar, evitar lo que le molesta. Sólo podré hacerlo feliz si sé lo que lo hace feliz. Y sólo podrá hacerme feliz si sabe lo que me hace feliz.
Parece una tontería, pero no lo es.
Tratar de comprender al otro. Cosa que no es fácil: los varones y las mujeres pensamos, sentimos, experimentamos y reaccionamos de manera diferente. No olvides el famoso libro: Los hombres son de marte y las mujeres de venus. Y tenemos que aprender cómo vive las cosas el otro, de otro modo seremos injustos en nuestra valoración. Y para esto hay que aprender a escuchar sin defenderse, sin sentirse atacado. Y a expresarse abriendo el corazón, sin atacar, buscando entender al otro y que el otro entienda lo que me pasa. Con esa mutua empatía, no vamos poniendo en condiciones de comprendernos y ayudarnos.
Tratar de entender al otro y comunicar sentimientos.
Varones y mujeres tenemos necesidades distintas. Además, se suman las diferencias de carácter que tenemos.
“Debería darse cuenta”… a veces decimos enojados. Pero posiblemente no se da cuenta. Habrá que decírselo.
No me corresponde. No lo valora. Le enoja todo. Siempre quiere salirse con la suya… El asunto es ¿cómo lo digo sin que se ofenda? ¿cómo lo digo con cariño, de modo positivo, animante?
Y ¿cómo me dejo decir las cosas? Caso mujer que me dice: Padre, tengo un problema…
Todos tenemos ese problema: dejarnos decir las cosas, todo: sin ofenderme, sin defenderme, sin replicar (en silencio, escuchar, dejar hablar), si atacar, sin refugiarme en una cueva después…
Una tentación frecuente es banalizar las necesidades que yo no experimento. Quien no siente la necesidad de algo que el otro le reclama, tiende a pensar que lo que el otro le pide o le reclama es una pavada. Si soy muy casero y no me gusta salir, cuando me reclamen que salimos poco, reaccionaré menospreciando esa necesidad… Sin empatía, solo consigo aumentar el sufrimiento del otro, ya que no se siente comprendido (porque de hecho, no lo comprendo…), y rechazo satisfacer su necesidad.
Los varones -simplificando muchísimo…- necesitan sexo y comida. Las mujeres, cariño, compartir, hablar. Los varones y las mujeres suelen quejarse de las mismas cosas del «otro bando». ¿Y si en vez de despreciar las necesidades ajenas, cada uno se propone ayudar a satisfacerlas? ¿Y si cada uno se propone hacer feliz al otro, en vez de reclamar lo que el otro no le provee?
Sólo me conocerá si me doy a conocer. No pretender que sepa o adivine lo que me pasa. Porque le otro no es yo… es él o ella.
Para esto fundamental mejorar la comunicación. Sin discursos, sin sermones. No se trata de recordar al otro lo que no hace o hace mal, sino de trasmitirle una necesidad mía que el otro no percibe. Alcanzan frases telegráficas: «me haría feliz…», «no sabés cuanto valoro…», «me dolió mucho lo que me dijiste el otro día…». Sin sermón, sin reclamo.
Mostrar necesidades no es una debilidad. Mostrarnos vulnerables (que algo nos hirió) no es humillante. Todos necesitamos ayuda. Todos tenemos necesidades. Todos necesitamos cariño. Pedirlo cuando haga falta: ¿necesito que me abraces…?
Transmitir mi emoción, sentimiento, carencia… para que el otro lo sepa, para que después lo piense. Con cariño, sin buscar hacerlo sentir culpable: solo para que sepa que algo me haría feliz o lo que me duele. Y si la otra parte tiene un mínimo de corazón –que sí lo tiene– se empeñará en satisfacer esa necesidad o en intentar no volver a hacer sufrir.
2. Principio básico: No sólo el otro tiene que mejorar…
Cada uno de los cónyuges solo puede mejorar a uno de ellos… a él mismo. Pero a veces nos empeñamos en cambiar al otro… y así no vamos muy lejos.
Los defectos del otro, muchas veces, pueden ser una gran ocasión para que yo crezca en virtud. Y mi intolerancia ante ellos, es fruto –en parte– de mi falta de virtud.
Puede acabarse la paciencia –y se nos acaba–, pero en ese caso el problema es de mi paciencia, no del otro. Y siempre puedo recargar la paciencia que necesito.
Cuando hay buena voluntad de los dos lados, casi siempre se puede llegar a una situación aceptable para los dos lados, que es muchísimo mejor que la separación.
¿Qué pasa cuando echamos en cara lo que nos pasa?
Cuando uno está molesto, enojado, cansado… la primera reacción es cargar sobre quien se considera culpable de mis problemas y echarle en cara todo el asunto.
Olvidamos que, en parte, yo también soy culpable de mi malestar: mi impaciencia, mi soberbia, mi baja autoestima, mi frustración, mi susceptibilidad… hacen que me dé manija y agrande problemas.
Además achacar al otro mis problemas no arregla nada. Suscita en el otro, la actitud refleja de defenderse. Ante un ataque recibido, no me fijo en lo que el otro sufre o tiene razón, sino que busco defenderme. Y ¿cual es la mejor defensa? El ataque. De manera, que paso a echar en cara, los defectos del otro. Así entramos en una discusión sobre la malicia del otro, tratando de convencernos que el otro es muy malo… en vez de buscar cómo querernos mejor y hacernos más felices.
Y así se puede vivir en una espiral de reclamo y de mirar negativamente al otro… solamente como defensa de mí mismo…
Para ser felices necesitamos querernos más, mirarnos positivamente, ayudarnos… no atacarnos, criticarnos, defendernos…
3. Punto de partida: amor, actitud positiva, no boicotear el amor
El amor encuentra dificultades, tiene que superar obstáculos y pasa por pruebas que lo maduran, purifican, profundizan, testean su autenticidad, pero también dan lugar a crisis que pueden destruirlo. Es natural que se presenten, sabemos que se presentan, más suaves o más fuertes. La relación puede salir de ellas más sólida que antes. Depende de cómo se manejen, pueden sacar de nosotros lo mejor o lo peor, depende de nosotros: somos libres.
Cuando uno tiene problemas está incómodo, lo pasa mal. El problema se presenta cuando ese malestar dirige el comportamiento y en vez de buscar soluciones, se echa la culpa de los mismos a la otra persona, se pone a la defensiva, en lugar de atacar el problema, se ataca al cónyuge…
Las diferencias matrimoniales se resuelven apostando por mejorar y aumentar lo que los une, no dinamitándolo todo… Así las dificultades podrán ser consideradas en un ambiente positivo y de esperanza, único en el que se resuelven.
Y es importante, no permitir que ese malestar marque la agenda y las respuestas que se dan.
Que sean nuestras virtudes y no nuestros defectos los que manden. Sería muy loco y triste que la soberbia (resistencia a perdonar, a ceder…), el egoísmo (agarrarnos a una pavada y perder lo más importante), el rencor, el deseo de vengarse le ganen a la humildad, el amor, el perdón y la generosidad. Tenemos que evitar que los enojos destruyan lo que más queremos: la familia.
A veces escuchando historias de rupturas matrimoniales me impresiona la cantidad de errores gordos no forzados, tontos, pequeños, que van haciendo una bola de nieve, que acaba destruyendo tontamente una historia de amor.
Con una actitud de bronca, rencor, venganza, impaciencia, incomprensión… las cosas empeoran, no mejoran. Esto es clarísimo, y es el punto de partida. Sólo desde una actitud positiva ante el otro es puede progresar y encarar problemas, dificultades, errores, etc.
Los problemas de comunicación se mejoran con comunicación, no rompiendo la comunicación. Los problemas matrimoniales se resuelven mejorando el matrimonio, no rompiéndolo…
Si me molestan cosas de mi cónyuge no será poniendo distancia, dándome manija o con pequeñas venganzas cómo contribuya a mejorar la relación… Cuántas veces una mujer, ante la falta de cariño de su marido, reacciona poniendo distancia e indiferencia. ¿Es un buen sistema para conseguir cariño? Parece que no… Y es falso el argumento de que lo hago “para que se dé cuenta…”. Porque de lo único de lo que se dará cuenta es que estoy contra él… y a veces ni sabe por qué. El devolver mal por mal –aunque sea indiferencia–, multiplica el mal, no lo combate. Cuantas veces un marido ante el malestar de su mujer, se refugia en el televisor, en el Ipad, en el deporte… con lo que lo único que consigue es aumentar ese malestar…
Los problemas de relación se mejoran de muchas maneras, pero hay cosas que no la mejoran, sino que la boicotean. Sería triste convertirse en saboteador del amor de nuestra vida.
Cuando algo está roto, hay que procurar repararlo, no destruirlo del todo. No demoler, sino construir.
No es fácil. Hay que aprender, cultivar la paciencia (lo bueno crece de a poco), la humildad (la soberbia lo pudre todo) y la generosidad (el egoísmo destruye el amor). Todo lo que sigue supone un mínimo de buena voluntad de las dos partes, que casi siempre –al menos teóricamente existe–. Y a partir de allí construir.
Hay una canción de la Oreja de Van Gogh que podría ser un buen lema para los matrimonios: “quiéreme cuando menos lo merezca”. Me parece colosal.
No siempre merecemos amor… y siempre lo necesitamos, también cuando no lo merecemos. Si amamos a los demás, los amaremos también cuando no lo merecen… porque no son descartables… Incondicionalmente.
¿Cuándo necesito más amor? Cuando menos lo merezco. Y entonces, ese amor no merecido, podrá hacer surgir en mí amor… que me haga merecedor de ese amor que ahora no merezco… Si esperamos que el otro lo merezca, para amarlo… nunca conseguiremos que lo merezca. Aprender de Dios que nos amó y nos ama siempre primero, sin que lo merezcamos. Y así puede despertar nuestro amor.
4. Con malas políticas es imposible conseguir buenos resultados
Vencer el propio malestar para encarar las cosas
Muchas veces la gente –todos sentimos la tentación– hace todo lo contrario de lo que debería hacer para conseguir lo que querría. Porque el enojo y el malestar interior son de los peores consejeros: difícilmente ofrecerán alternativas positivas y esperanzadoras.
Cuál es la reacción instintiva ante algo que molesta o cuya carencia me hace sufrir (y el peor método para resolverlo): echar en cara al cónyuge la carencia de lo que quiero.
Echar en cara conductas o actitudes que molestan, duelen, hacen sufrir… no ayuda a nadie a cambiar. Es un desahogo –normalmente agresivo o victimista–. Humilla al otro, normalmente lo ofende (aunque sea verdadero).
No puedo sentarme a esperar que cambie, tengo que involucrarme en su cambio.
Sin echar en cara, animando, pidiendo, motivando…
Maridos y mujeres se suelen echar en cara lo que les molesta o las necesidades que el otro no satisface.
Empatía. Meterse en los zapatos del otro, no intentar meter de prepo al otro en los míos… No es fácil porque son distintos, tienen necesidades distintas. Hay que esforzarse por conocer las necesidades del otro, una necesidad que yo puedo no experimentar en absoluto, y que no por eso no es importante.
Qué es importante para mí, qué es importante para el otro. Que el otro sepa qué es importante para mí. El amor lleva a esforzarme para que sea importante para mí, lo que es importante para el otro…
¿Qué es lo espontáneo? Que me parezca insoportable lo que me molesta del otro, y que me parezca una pavada lo que al otro le molesta de mí… Porque a cada uno le parece importante lo que pretende y banal lo pretendido por el otro.
Que lo importante para el otro sea importante para mí, porque lo quiero.
Si se descuidan –y se dejan llevar por esa tendencia natural– comienzan a carecer de la mínima empatía necesaria para el diálogo. Esto hace muy difícil la comunicación y uno cada vez está más enojado… Entonces recurre a meterse en la propia trinchera para defenderse de los reclamos ajenos, y a su vez bombardear la otra trinchera con reclamos propios, para demostrarle al otro qué malo que es… y que es mucho peor que yo… Se enojan cada vez más, buscan y encuentran cada vez más cosas negativas en el otro. Se van haciendo incapaces de ver cosas buenas. Se va viendo al otro como culpable de todos mis problemas… Un espiral que –si no se maneja bien– acaba explotando…
Hay que aprender a ser paciente y abrir el corazón sin echar en cara. A escuchar sin defenderse. A comprender al otro, ya que mientras no lo comprenda, no pondré entender lo que le pasa y no podremos resolver los problemas (que como los problemas matemáticos, tienen solución).
No discutir enojados
Un principio fundamental: no discutir enojados. Porque enojados decimos muchas cosas que no pensamos realmente, de la peor manera y que se graban a fuego en la otra persona. «Vos siempre…», «vos nunca…»… «ya no te quiero…»»Como tu padre/madre/…».
Solo se busca herir… y se lo consigue. La persona herida, busca venganza y busca herir… Lastimándose mutuamente no arreglarán nada.
Aprender a manejar mejor: si chocamos es porque manejamos mal, no supimos esquivar el choque, frenar… Si chocamos nos abollamos los dos, nos duele a los dos… Obvio hay que evitar choques…
Parece de locos, pero somos así. Por eso hemos de estar atentos. Si lo manejaran mejor… –los dos– podrían vivir en paz. Vale la pena.
Decirlo: no quiero herirte, hacerte sentir mal, ofenderte… te quiero… Decirlo: te quiero: no te digo esto porque te odie o no te quiera. Quiero que seamos felices y nos hagamos felices el uno al otro.
Si quiero resolver las cosas, ayudar a ser mejor, tengo que hacerlo sin humillar, animando a mejorar, no aplastarlo por lo malo que es…
No se trata de dar oportunidades
A veces, cuando un cónyuge está cansado del otro, lo llena de reproches y, en un alarde de generosidad, se propone darle otra oportunidad para que cambie…
Pero no es cuestión de dar oportunidades. Como quien toma un examen para ver si el cónyuge aprueba o es reprobado. El asunto es cómo nos ayudamos, entre los dos, a superar problemas de comunicación, carácter, defectos… que todos tenemos.
Las cuestiones de amor nunca se resuelven así. Cuando lo pongo a prueba, muchas veces, inconscientemente, tengo la disponibilidad de bocharlo. Pero yo no debería querer bocharlo, debería querer verlo superar con creces el problema que me enoja, molesta, duele, impacienta… Sí le exijo cuestiones concretas, que las charlamos, «negociamos», tirando los dos para el mismo lado.
Se trata de crear oportunidades, de dar ocasiones, de facilitar lo que quiero o necesito del otro.
5. Búsqueda de acuerdos.
Somos distintos. Hay personas más caseras y otras más salidoras. Unos más deportista y otros más sedentarios. Unos más independientes y otros que disfrutan compartiéndolo todo. Unos que necesitan más aire, y otros que tienen a asfixiar al otro… Por eso, hay que encontrar modos de vivir en pareja, en la cual los dos se sientan a gusto. Algunas parejas necesitarán más aire… y eso les hará bien. Hace falta creatividad para modelar el propio estilo de pareja.
Y cuando no hay acuerdos en algunas cuestiones, renunciar por amor a eso que no consigo quizá sea la solución. Obviamente, en una relación sana, las renuncias no son unilaterales, sino que el amor lleva a los dos a renunciar a algunas cosas. Y si la renuncia es por amor, no genera rencores, ni es traumática…
Una concepción del amor como satisfacción personal conduce a fracasar afectivamente. Un amor sin entrega no es amor. Pero entrega amorosa, no entrega rencorosa (cedo, pero me quedo herido, guardo rencor por haber tenido que renunciar a eso…).
Las renuncias rencorosas hacen mal al corazón. Si renuncio a algo, sin «perdonar» al otro por esa renuncia, mala cosa… eso no es un acto de amor. Cuando la renuncia es un acto de amor, me hace feliz. Si me amarga, significa que no la he procesado bien…
Estoy convencido que dos personas, mínimamente buenas y generosas, son capaces de vivir en armonía, más allá de los cortocircuitos que puedan tener. Si el amor las llevó a casarse, significa que tienen la base mínima necesaria –que es bastante grande– para edificar una pareja razonablemente amable. Lo que, en algunos casos, puede incluir tratamientos psicológicos y psiquiátricos cuando haga falta…
6. Invertir cariño.
San Juan de la Cruz nos dejó la extraordinaria frase llena de riqueza: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.
En esta enseñanza se condensan tres enseñanzas de San Pablo:
Uno siembra lo que cosecha. Alguna temporada la cosecha se perderá y no se recoge, como pasa en la agricultura, pero también es posible que la siguiente posiblemente coseche más de lo esperado… Quien deja de sembrar por una mala cosecha, no volverá a cosechar nunca.
El que siembra abundantemente cosecha abundantemente…: “Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).
Ahogar el mal en abundancia de bien: “Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios.No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos (…) No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12,14-21).
3) «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hechos 20,35).
San Pablo recuerda estas palabras de Jesús. Si das generosamente, te llenarás de alegría. Se encuentra la felicidad, no cuando se la busca para uno mismo, sino cuando se la busca para los demás… No midas tanto lo que recibís… Pon amor y sacarás amor. No te canses de amar, serás feliz.
Sabiendo que –si lo hacemos por Dios– nada nunca se pierde….
7. Esperanza
La esperanza es de las virtudes más importantes. Todo lo que se consigue, es porque se ha confiado en conseguirlo. Cuando no se espera, no se consigue.
La desesperanza, el pesimismo, la visión negativa y tremendista, son sentimientos que salen de mi corazón, y debo trabajar sobre ellos. Soy libre de aceptarlos o buscar generar otros. Solo con una actitud positiva y esperanzada mejoran las cosas.
Hay motivos para tenerla, porque se han amado mucho; y tienen muchos motivos para luchar. A partir de esa esperanza se pueden curar heridas y construir un futuro mejor.
Esperanza, además, porque hay milagros. He visto muchos “milagros matrimoniales”.
P. Eduardo Volpacchio Córdoba, 30 de julio de 2020
Como dice la canción de la Oreja de Van Gogh cuando más necesito que me quieras, es cuando menos lo merezco… Eso sí que es amor, y protege el amor: porque ambos cónyuges hay momentos en que merecen cualquier cosa menos amor… Y es ese, precisamente, el momento para quererlos, porque queriéndolos es como se los ayuda a que comiencen a merecerlo…
El amor encuentra dificultades, tiene que superar obstáculos y pasa por pruebas que lo maduran, purifican, profundizan, testean su autenticidad, pero también dan lugar a crisis que pueden destruirlo. Es natural que se presenten, sabemos que se presentan, más suaves o más fuertes. La relación puede salir de ellas más sólida que antes. Depende de cómo se manejen, pueden sacar de nosotros lo mejor o lo peor, depende de nosotros: somos libres.
Cuando uno tiene problemas está incómodo, lo pasa mal. El problema se presenta cuando ese malestar dirige el comportamiento y en vez de buscar soluciones, se echa la culpa de los mismos a la otra persona.
Las diferencias matrimoniales se resuelven apostando por mejorar y aumentar lo que los une, no dinamitándolo todo… Así las dificultades podrán ser consideradas en un ambiente positivo y de esperanza, único en el que se resuelven.
Y es importante, no permitir que ese malestar marque la agenda y las respuestas que se dan.
Que sean nuestras virtudes y no nuestros defectos los que manden. Sería muy loco y triste que la soberbia (resistencia a perdonar, a ceder…), el egoísmo (agarrarnos a una pavada y perder lo más importante), el rencor, el deseo de vengarse le ganen a la humildad, el amor, el perdón y la generosidad. Tenemos que evitar que los enojos destruyan lo que más queremos: la familia.
A veces escuchando historias de rupturas matrimoniales me impresiona la cantidad de errores gordos no forzados, tontos, pequeños, que van haciendo una bola de nieve, que acaba destruyendo tontamente una historia de amor.
Con una actitud de bronca, rencor, venganza, impaciencia, incomprensión… las cosas empeoran, no mejoran. Esto es clarísimo, y es el punto de partida. Sólo desde una actitud positiva ante el otro es puede progresar y encarar problemas, dificultades, errores, etc.
Los problemas de comunicación se mejoran con comunicación, no rompiendo la comunicación. Los problemas matrimoniales se resuelven mejorando el matrimonio, no rompiéndolo…
Si me molestan cosas de mi cónyuge no será poniendo distancia, dándome manija o con pequeñas venganzas cómo contribuya a mejorar la relación… Cuántas veces una mujer, ante la falta de cariño de su marido, reacciona poniendo distancia e indiferencia. ¿Es un buen sistema para conseguir cariño? Parece que no… Y es falso el argumento de que lo hago “para que se dé cuenta…”. Porque de lo único de lo que se dará cuenta es que estoy contra él… y a veces ni sabe por qué. El devolver mal por mal –aunque sea indiferencia–, multiplica el mal, no lo combate. Cuantas veces un marido ante el malestar de su mujer, se refugia en el televisor, en el Ipad, en el deporte… con lo que lo único que consigue es aumentar ese malestar…
Los problemas de relación se mejoran de muchas maneras, pero hay cosas que no la mejoran, sino que la acaban por destruir.
Cuando algo está roto, hay que procurar repararlo, no destruirlo del todo. No demoler, sino construir.
No es fácil. Hay que aprender, cultivar la paciencia (lo bueno crece de a poco), la humildad (la soberbia lo pudre todo) y la generosidad (el egoísmo destruye el amor). Todo lo que sigue supone un mínimo de buena voluntad de las dos partes, que casi siempre –al menos teóricamente existe–. Y a partir de allí construir.
Hay una canción de la Oreja de Van Gogh que podría ser un buen lema para los matrimonios: “quiéreme cuando menos lo merezca”. Me parece colosal. ¿Cuándo necesito más amor? Cuando menos lo merezco. Y entonces, ese amor no merecido, podrá hacer surgir en mí amor… que me haga merecedor de ese amor que ahora no merezco… Si esperamos que el otro lo merezca, para amarlo… nunca conseguiremos que lo merezca. Aprender de Dios que nos amó y nos ama siempre primero, sin que lo merezcamos. Y así puede despertar nuestro amor.
Vencer el propio malestar para encarar las cosas
Muchas veces la gente –todos sentimos la tentación– hace todo lo contrario de lo que debería hacer para conseguir lo que querría. Porque el enojo y el malestar interior son de los peores consejeros: difícilmente ofrecerán alternativas positivas y esperanzadoras.
Cuál es la reacción por excelencia ante algo que molesta o cuya carencia me hace sufrir (y el peor método para resolverlo): echar en cara al cónyuge la carencia de lo que quiero.
Echar en cara conductas o actitudes que molestan, duelen, hacen sufrir… no ayuda a nadie a cambiar. Es un desahogo –normalmente agresivo o victimista–. Humilla al otro, normalmente lo ofende (aunque sea verdadero).
Un principio fundamental: no discutir enojados. Porque enojados decimos muchas cosas que no pensamos realmente, de la peor manera y que se graban a fuego en la otra persona. «Vos siempre…», «vos nunca…»… «ya no te quiero…»»Como tu padre/madre/…».
Solo se busca herir… y se lo consigue. La persona herida, busca venganza y busca herir… Lastimándose mutuamente no arreglarán nada.
Si quiero resolver las cosas, ayudar a ser mejor, tengo que hacerlo sin humillar, animando a mejorar, no aplastarlo por lo malo que es…
No puedo sentarme a esperar que cambie, tengo que involucrarme en su cambio.
Sin echar en cara, animando, pidiendo, motivando…
Maridos y mujeres se echan en cara lo que les molesta o necesitan. Y a todos les parece normal que a cada uno le parezca insoportable lo que le molesta del otro, y una pavada lo que al otro le molesta de uno… A cada uno le parece importante lo que pretende y banal lo pretendido por el otro. Si se descuidan –y se dejan llevar por esa tendencia natural– comienzan a carecer de la mínima empatía necesaria para el diálogo. Esto hace muy difícil la comunicación y uno cada vez está más enojado… Entonces recurre a meterse en la propia trinchera para defenderse de los reclamos ajenos, y a su vez bombardear la otra trinchera con reclamos propios, para demostrarle al otro qué malo que es… y que es mucho peor que yo… Se enojan cada vez más, buscan y encuentran cada vez más cosas negativas en el otro. Se van haciendo incapaces de ver cosas buenas. Se va viendo al otro como culpable de todos mis problemas… Un espiral que –si no se maneja bien– acaba explotando…
Parece de locos, pero somos así. Por eso hemos de estar atentos. Si lo manejaran mejor… –los dos– podrían vivir en paz. Vale la pena.
Hay que aprender a ser paciente y abrir el corazón sin echar en cara. A escuchar sin defenderse. A comprender al otro, ya que mientras no lo comprenda, no pondré entender lo que le pasa y no podremos resolver los problemas (que como los problemas matemáticos, tienen solución).
Tratar de comprender al otro. Cosa que no es fácil: los varones y las mujeres pensamos, sentimos, experimentamos y reaccionamos de manera diferente. No olvides el famoso libro: Los hombres son de marte y las mujeres de venus. Y tenemos que aprender cómo vive las cosas el otro, de otro modo seremos injustos en nuestra valoración. Y para esto hay que aprender a escuchar sin defenderse, sin sentirse atacado. Y a expresarse abriendo el corazón, sin atacar, buscando entender al otro y que el otro entienda lo que me pasa. Con esa mutua empatía, no vamos poniendo en condiciones de comprendernos y ayudarnos.
No se trata de dar oportunidades
A veces, cuando un cónyuge está cansado del otro, lo llena de reproches y, en un alarde de generosidad, se propone darle otra oportunidad para que cambie…
Pero no es cuestión de dar oportunidades. Como quien toma un examen para ver si el cónyuge aprueba o es reprobado. El asunto es cómo nos ayudamos, entre los dos, a superar problemas de comunicación, carácter, defectos… que todos tenemos.
Las cuestiones de amor nunca se resuelven así. Cuando lo pongo a prueba, muchas veces, inconscientemente, tengo la disponibilidad de bocharlo. Pero yo no debería querer bocharlo, debería querer verlo superar con creces el problema que me enoja, molesta, duele, impacienta… Sí le exijo cuestiones concretas, que las charlamos, «negociamos», tirando los dos para el mismo lado.
Se trata de crear oportunidades, de dar ocasiones, de facilitar lo que quiero o necesito del otro.
No sólo el otro tiene que mejorar…
Cada uno de los cónyuges solo puede mejorar a uno de ellos… a él mismo. Pero a veces nos empeñamos en cambiar al otro… y así no vamos muy lejos.
Los defectos del otro, muchas veces, pueden ser una gran ocasión para que yo crezca en virtud. Y mi intolerancia ante ellos, es fruto –en parte– de mi falta de virtud.
Puede acabarse la paciencia –y se nos acaba–, pero en ese caso el problema es de mi paciencia, no del otro. Y siempre puedo recargar la paciencia que necesito.
Cuando hay buena voluntad de los dos lados, casi siempre se puede llegar a una situación aceptable para los dos lados, que es muchísimo mejor que la separación.
¿Qué pasa cuando echamos en cara lo que nos pasa?
Cuando uno está molesto, enojado, cansado… la primera reacción es cargar sobre quien se considera culpable de mis problemas y echarle en cara todo el asunto.
Olvidamos que, en parte, yo también soy culpable de mi malestar: mi impaciencia, mi soberbia, mi baja autoestima, mi frustración, mi susceptibilidad… hacen que me dé manija y agrande problemas.
Además la política de achacar al otro mis problemas no arregla nada. Suscita en el otro, la actitud refleja de defenderse. Ante un ataque recibido, no me fijo en lo que el otro sufre o tiene razón, sino que busco defenderme. Y ¿cual es la mejor defensa? El ataque. De manera, que paso a echar en cara, los defectos del otro. Así entramos en una discusión sobre la malicia del otro, tratando de convencernos que el otro es muy malo… en vez de buscar cómo querernos mejor y hacernos más felices.
Y así se puede vivir en una espiral de reclamo y de mirar negativamente al otro… solamente como defensa de mí mismo…
Para ser felices necesitamos querernos más, mirarnos positivamente, ayudarnos… no atacarnos, criticarnos, defendernos…
Tratar de entender al otro y comunicar sentimientos.
Varones y mujeres tenemos necesidades distintas. Además, se suman las diferencias de carácter que tenemos.
“Debería darse cuenta”… a veces decimos enojados. Pero posiblemente no se da cuenta. Habrá que decírselo.
No me corresponde. No lo valora. Le enoja todo. Siempre quiere salirse con la suya… El asunto es ¿cómo lo digo sin que se ofenda? ¿cómo lo digo con cariño, de modo positivo, animante?
Una tentación frecuente es banalizar las necesidades que yo no experimento. Quien no siente la necesidad de algo que el otro le reclama, tiende a pensar que lo que el otro le pide o le reclama es una pavada. Si soy muy casero y no me gusta salir, cuando me reclamen que salimos poco, reaccionaré menospreciando esa necesidad… Sin empatía, solo consigo aumentar el sufrimiento del otro, ya que no se siente comprendido (porque de hecho, no lo comprendo…), y rechazo satisfacer su necesidad.
Los varones -simplificando muchísimo…- necesitan sexo y comida. Las mujeres, cariño, compartir, hablar. Los varones y las mujeres suelen quejarse de las mismas cosas del «otro bando». ¿Y si en vez de despreciar las necesidades ajenas, cada uno se propone ayudar a satisfacerlas? ¿Y si cada uno se propone hacer feliz al otro, en vez de reclamar lo que el otro no le provee?
Para esto fundamental mejorar la comunicación. Sin discursos, sin sermones. No se trata de recordar al otro lo que no hace o hace mal, sino de trasmitirle una necesidad mía que el otro no percibe. Alcanzan frases telegráficas: «me haría feliz…», «no sabés cuanto valoro…», «me dolió mucho lo que me dijiste el otro día…». Sin sermón, sin reclamo. Transmitir mi emoción, sentimiento, carencia… para que el otro lo sepa, para que después lo piense. Con cariño, sin buscar hacerlo sentir culpable: solo para que sepa que algo me haría feliz o lo que me duele. Y si la otra parte tiene un mínimo de corazón –que sí lo tiene– se empeñará en satisfacer esa necesidad o en intentar no volver a hacer sufrir.
Y cuando no hay acuerdos en algunas cuestiones, renunciar por amor a eso que no consigo quizá sea la solución. Obviamente, en una relación sana, las renuncias no son unilaterales, sino que el amor lleva a los dos a renunciar a algunas cosas. Y si la renuncia es por amor, no genera rencores, ni es traumática…
Una concepción del amor como satisfacción personal conduce a fracasar afectivamente. Un amor sin entrega no es amor. Pero entrega amorosa, no entrega rencorosa (cedo, pero me quedo herido, guardo rencor por haber tenido que renunciar a eso…).
Las renuncias rencorosas hacen mal al corazón. Si renuncio a algo, sin «perdonar» al otro por esa renuncia, mala cosa… eso no es un acto de amor. Cuando la renuncia es un acto de amor, me hace feliz. Si me amarga, significa que no la he procesado bien…
Búsqueda de acuerdos.
Somos distintos. Hay personas más caseras y otras más salidoras. Unos más deportista y otros más sedentarios. Unos más independientes y otros que disfrutan compartiéndolo todo. Unos que necesitan más aire, y otros que tienen a asfixiar al otro… Por eso, hay que encontrar modos de vivir en pareja, en la cual los dos se sientan a gusto. Algunas parejas necesitarán más aire… y eso les hará bien. Hace falta creatividad para modelar el propio estilo de pareja.
Estoy convencido que dos personas, mínimamente buenas y generosas, son capaces de vivir en armonía, más allá de los cortocircuitos que puedan tener. Si el amor las llevó a casarse, significa que tienen la base mínima necesaria –que es bastante grande– para edificar una pareja razonablemente amable. Lo que, en algunos casos, puede incluir tratamientos psicológicos y psiquiátricos cuando haga falta…
Invertir cariño.
San Juan de la Cruz nos dejó una extraordinaria frase llena de riqueza: “donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”.
En este consejo se condensan tres enseñanzas de San Pablo:
1. Uno siembra lo que cosecha. Alguna temporada la cosecha se perderá y no se recoge, como pasa en la agricultura, pero también es posible que la siguiente posiblemente coseche más de lo esperado… Quien deja de sembrar por una mala cosecha, no volverá a cosechar nunca.
El que siembra abundantemente cosecha abundantemente…: “Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).
2. Ahogar el mal en abundancia de bien: “Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios.No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos (…) No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12,14-21).
3. «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hechos 20,35).
San Pablo recuerda estas palabras de Jesús. Si das generosamente, recibirás alegría. Se encuentra la felicidad, no cuando se la busca para uno mismo, sino cuando se la busca para los demás… No midas tanto lo que recibís… Pon amor y sacarás amor. No te canses de amar, serás feliz.
Sabiendo que –si lo hacemos por Dios– nada nunca se pierde….
Esperanza
La esperanza es de las virtudes más importantes. Todo lo que se consigue, es porque se ha confiado en conseguirlo. Cuando no se espera, no se consigue.
La desesperanza, el pesimismo, la visión negativa y tremendista, son sentimientos que salen de mi corazón, y debo trabajar sobre ellos. Soy libre de aceptarlos o buscar generar otros. Solo con una actitud positiva y esperanzada mejoran las cosas.
Hay motivos para tenerla, porque se han amado mucho; y tienen muchos motivos para luchar. A partir de esa esperanza se pueden curar heridas y construir un futuro mejor.
Esperanza, además, porque hay milagros. He visto muchos “milagros matrimoniales”.
P. Eduardo Volpacchio Córdoba, 9 de junio de 2020
* Título de una canción de la Oreja de Van Gogh (recomiendo escucharla).
El Papa Francisco ha manifestado en varias ocasiones su preocupación –que es una preocupación de toda la Iglesia- por la situación de los católicos divorciados: en muchos casos se sienten excluidos de la Iglesia, sin lugar en ella. Los ha animado a acercarse, y espera que el próximo Sínodo de la Familia, encuentre soluciones para éste y tantos otros desafíos que la pastoral familiar presenta a la Iglesia.
En efecto, los divorciados son miembros de la Iglesia, de los que la Iglesia como buena madre debe ocuparse también. Sería un grave error confundir el hecho de que, en principio, no puedan comulgar, con que estuvieran excomulgados. Ambas cosas son muy diferentes. Están en plena comunión con la Iglesia.
Por otro lado, sería un reduccionismo enfocar el tema sólo desde la perspectiva de la posibilidad de que puedan recibir el sacramento de la Eucaristía. Nuevas soluciones pastorales para este tema, vendrán en el conjunto de una pastoral familiar general e integrada; y no de la búsqueda de parches puntuales para situaciones concretas.
Hay persona que entusiasmadas, piensan que el Papa cambiará la doctrina católica sobre el matrimonio. En otro campo, hay quienes tienen miedo a que lo haga… Pero si hay una cosa clara es que el Papa no quiere cambiar la doctrina: quiere encontrar soluciones pastorales auténticas para los problemas que plantea la crisis de la familia en el mundo actual. Siendo que con frecuencia los medios de comunicación opinan sobre el asunto con cierta ligereza y sin fundamento teológico, en este artículo queremos presentar algunas ideas sobre el tema.
Cuando se plantea el tema de la Comunión de los divorciados vueltos a casar (1) , con frecuencia se mezclan varias cuestiones, algunas doctrinales y otras pastorales. Sería interesante una aclaración.
El tema doctrinal que está en la base es simple: para comulgar es necesario estar en gracia de Dios (es decir, tener la conciencia libre de pecados graves). La recuperamos –cuando la hemos perdido– con el sacramento de la penitencia. Y para recibirlo es necesario el propósito de enmienda (intención concreta de esforzarse por evitar los pecados de los que uno se confiesa).
En otros campos quien comete un pecado mortal, se confiesa, es perdonado y está en condiciones de comulgar. Nadie le exige que garantice que no vuelva a pecar, sino solamente que se esfuerce por no hacerlo.
Quien vive maritalmente con una persona que no es su esposa/o(2) (sea cual sea su situación civil: soltero, casado, viudo, separado o divorciado), vive en un estado que le impide acercarse a la confesión y, por tanto, a la Comunión. Quien quisiera hacerlo debería remover la causa que se lo impide (casarse, si es soltero o viudo; conseguir la nulidad matrimonial, si es casado, y casarse; separarse; comenzar a vivir como hermanos) o al menos esforzarse por hacerlo. De otro modo, no puede recuperar la gracia necesaria para comulgar. Estoy abierto a que el ingenio humano sea capaz de descubrir otros sistemas para hacerlo, pero hoy por hoy no los hemos encontrado.
Quien sin estar casado por la Iglesia vive maritalmente, si quiere comulgar no tiene otra solución que casarse, separarse o vivir como hermanos. Punto. Aquí reside todo el problema.
Quien tuviera un vínculo anterior no puede volver casarse por la Iglesia mientras este vínculo exista. Si el primer matrimonio ha sido válido, a quien quiera comulgar sólo le quedan la segunda y la tercera opción del párrafo anterior porque la confesión perdona los pecados pero no disuelve los vínculos matrimoniales.
Pero hay un problema pastoral bastante complicado: en nuestros días debido a la ignorancia religiosa, a la existencia de visiones alternativas del matrimonio que difieren esencialmente del cristiano, etc., es razonable suponer que haya muchos matrimonios que son nulos. Quienes los contrajeron de hecho no se casaron, porque su matrimonio fue nulo.
Cuando nos encontramos con matrimonios sospechosos de nulidad, en los que no hay manera de comprobar que lo sean… ¿qué hacer? Porque si el matrimonio fue válido, no hay nada que hacer, ya que el matrimonio es indisoluble. Pero si es nulo y no puede demostrarse…
Cómo saber si un matrimonio es válido o no, es problema difícil. A resolver estos problemas se dedican los tribunales eclesiásticos. Pero no sería razonable poner en duda automáticamente la validez de los matrimonios que sufren una crisis… Se crearía un problema pastoral peligrosísimo: se expondría a las parejas a que ante las dificultades que lleva consigo la vida en común, dieran su matrimonio por nulo… La presunción está por la validez, lo que habría que demostrar es su nulidad.
Siendo algo público no cabe la solución propuesta por algunos de que cada uno vea en conciencia si su matrimonio fue nulo o no. Esto, no sólo atentaría contra la estabilidad del matrimonio, sino que lo haría posible sujeto de una condena de nulidad –unilateral y sin proceso– por parte de alguno de los cónyuges. Además no solucionaría nada, ya que esa persona –aunque estuviera subjetivamente libre del vínculo anterior– para poder comulgar debería casarse por la Iglesia. Para esto, la Iglesia tendría que dar a ese juicio de conciencia validez legal, cosa que parece ser contraria al derecho: una cosa es el fuero interno y otra el fuero externo, una cosa es la conciencia y otra los juicios canónicos y la validez de los sacramentos. El matrimonio tiene una dimensión pública.
Recientemente un artículo publicado en el diario La Nación planteó que nos encontramos en una encrucijada entre la doctrina y la pastoral. Como si la doctrina impidiera la pastoral. Pero esto no es cierto. La pastoral es la forma de llevar a la práctica la doctrina. La doctrina no es un corsé que impide la vida, sino la explicación de la vida cristiana. No tendría sentido plantear una pastoral que negara la doctrina.
Un error frecuente es presentar la cuestión en términos antagónicos, como si la misericordia llevara en una dirección y la justicia en otra diferente. Es necesario tener en cuenta todas las circunstancias, para no caer en una falsa disyuntiva: comunión o excomunión, pues no es real. Misericordia y justicia.
La misericordia no se opone a la justicia. No tendría sentido faltar a la misericordia en nombre de la justicia, ni en nombre de la misericordia, faltar a la justicia. Un justicia inmisericorde y una misericordia injusta son inmorales. Ambas atentan contra la caridad y la justicia.
La preocupación por los divorciados, que rezan, quieren formar cristianamente a sus hijos y sufren la no recepción de la Comunión, etc., necesita una pastoral concreta (obviamente los divorciados que viven al margen de la Iglesia no tienen ninguna intención de comulgar, su interés en el tema podría venir a lo sumo del deseo de que la Iglesia apruebe su opción de vida).
Los divorciados tienen lugar y un papel en la Iglesia, aún aquellos que no puedan recibir la comunión. Como todos pueden y deben rezar, asistir a Misa, educar cristianamente a sus hijos, participar en grupos de oración, de formación, de ayuda social, catequesis, etc. La comunión es importante, pero no es la única forma de participar de la vida de la Iglesia.
Al ocuparnos de los divorciados, debemos hacerlo en el contexto de todos los fieles y de la realidad de la situación de cada uno. No podemos olvidar, por ejemplo, a los tantísimos cónyuges que, una vez separados en su matrimonio, han permanecido fieles al vínculo conyugal. A nadie se le ocurriría decir que han sido víctimas de la doctrina, ni que deberían buscar alguien con quien rehacer su vida.
Defender la indisolubilidad del matrimonio y buscar el acercamiento de los divorciados a la Iglesia no son cuestiones alternativas, sino ambas exigencias de la misión de la Iglesia.
Pienso que una época de crisis familiar es muy importante ayudar a entender la indisolubilidad matrimonial, y ayudar a vivir la fidelidad. Y que la necesaria misericordia para con los divorciados vueltos a casar, no contradiga la misericordia con los separados fieles al vínculo, ni socave la estabilidad de los matrimonios en crisis. Y que la promoción de la estabilidad matrimonial no signifique la exclusión de los divorciados. Este es uno de los desafíos que tendrá en próximo Sínodo.
Algunos medios pretenden transmitir el mensaje de que la Iglesia va hacia aprobación del divorcio o a –lo que es lo mismo– abrir el acceso a la comunión a todos los divorciados. Esto, además de no ser cierto, da lugar a un problema muy serio, y no sólo porque crea falsas expectativas. No hay soluciones mágicas para la cuestión.
Cuidemos de no simplificar cuestiones tan complejas. La Iglesia busca una pastoral hacia los divorciados que esté en perfecta sintonía con su pastoral matrimonial general, en la que se pide –y se exige– el esfuerzo para sacar adelante el propio matrimonio. Si consideráramos el divorcio superficialmente ¿con qué cara le vamos a pedir a los casados que cuiden su matrimonio?
Quien buscara soluciones pastorales que negaran la doctrina, estaría creando nuevos grandes problemas pastorales. En nombre de la misericordia con los divorciados vueltos a casar, agravaríamos el terremoto que sufre la familia en nuestros días.
El gran desafío pastoral que tenemos no reside en conseguir dar la comunión a los divorciados a cualquier precio (bendito sean los casos que se pueda resolver, ya sea por vía de una nulidad auténtica o por vía de abstención de vida marital), sino que es triple: cómo ayudar a que los jóvenes quieran casarse y se casen con las debidas disposiciones –que sus matrimonios sean válidos–; a que los matrimonios duren toda la vida; y el acercamiento a Dios de los divorciados, acercamiento que para cada persona supone un camino que toca a cada uno recorrer.
P. Eduardo Volpacchio
(1) Los divorciados que no han formado una nueva pareja no tienen ningún problema para comulgar (deben cumplir las mismas condiciones que los demás fieles). (2) Se sobrentiende que nos referimos a su esposa/o en un matrimonio canónico (lo que comúnmente se llama “casados por la Iglesia”).
¿Qué hay en la raíz de tanto fracaso matrimonial? Un respuesta muy interesante.
¿Qué pasa ante tantos fracasos matrimoniales?, ¿cuáles son sus causas? Una de las causas más importantes es que no sabemos amar.
El amor esponsal, para fructificar, no admite probaturas. En la logica del amor no hay término medio, o se entrega uno mismo o usa del otro, o se ama de verdad o no se ama.
En esta conferencia el P. Joan Costa explica las condiciones para vivir un amor a prueba de fracasos.
La tesis de la conferencia es muy interesante: los amores a prueba (es decir, los amores que se ponen a prueba con la convivencia previa al matrimonio) nunca serán amores probados…
Siempre había ocurrido que cuando un hombre y una mujer se querían de verdad, querían casarse. Pero ahora sucede que esa sucesión natural de noviazgo a matrimonio parecería estar en discusión.
¿Por qué un hombre y una mujer que dicen quererse no se casan?
La crisis del matrimonio -tantos jóvenes que no piensan casarse- tiene muy variadas causas, pero entre ellas, quizá una de las principales sea una visión distorsionada del matrimonio.Desvirtuado por costumbres tales como el divorcio y el llamado casamiento homosexual, se podría decir que el matrimonio que rechazan es una visión desfigurada del verdadero matrimonio, que no conocen. Se puede pensar que si lo conocieran, no lo rechazarían.
Pero, ¿qué es casarse? ¿para qué una persona se casa? ¿qué sucede cuando se casa? ¿por qué una persona supuestamente enamorada puede querer no casarse con quien dice amar?
Quien desconoce la grandeza del matrimonio… o tiene una visión distorsionada del mismo difícilmente pueda quererlo para sí en una sociedad que no lo promueve.
Si el matrimonio fuera algo meramente formal –un papelito que se firma después de una ceremonia… y que sirve de excusa para la fiesta más grande de la vida– es fácil preguntarse: ¿para qué quiero un papelito? ¿mi amor a Fulano/Fulana no depende de un papel? Con la fiesta me alcanza…
Y si el matrimonio no fuera más que un papelito, tendrían razón… Si fuera un rito… lo mismo. La falta de rito no cambiaría las cosas.
El asunto es muchísimo más que un papelito (hay un papelito, pero el matrimonio no es el papelito). El matrimonio cambia la vida, y mucho. Y tiene mucho que ver con el amor y el sentido de la propia vida.
¿Qué es el amor conyugal?
De los distintos tipos de amor, hay uno muy especial, el amor conyugal. Un amor total, capaz de ser fecundo. Un amor total, que une de tal manera a dos personas que las hace capaces de generar la vida. Es decir, un amor fecundo del modo más radical: una persona humana es fruto de ese amor (por eso los padre después dan la vida por sus hijos…).
El amor conyugal sólo puede realizarse entre un hombre y una mujer –sólo ellos pueden ser fecundos– que se quieren con un amor total. Es decir: se aman con toda el alma y con todo el cuerpo: con todo su ser y toda su vida, que quieren compartir plenamente. Así unen sus vidas en un único proyecto existencial.
La totalidad propia del amor conyugal implica dos requerimientos:
1) exclusividad: para ser total, tiene que ser exclusivo. Si me doy a varios… no me puedo dar del todo. No hay otra posibilidad: si es del todo, sólo puede ser a uno/una.
2) definitividad: no tiene fecha de vencimiento: quiere ser definitivo, irreversible y para siempre. Si tiene fecha de vencimiento (o situación de vencimiento: te amo por dos años… o hasta que me canse… o consiga otra/otro mejor…) mi amor no puede ser total. Si es total, es para siempre. Si no es para siempre, no es total.
Esto de la totalidad del amor conyugal es una cosa seria. O amo con amor total, o amo con amor reservado (no me entrego, me reservo cosas que no entrego). Este amor es incondicional.
El amor total supone y genera una confianza tal, que a su vez lo hace posible: sólo cuando puedo confiar del todo en el amor de la otra persona y el otro puede confiar en mí plenamente (en su entrega exclusiva y definitiva), entonces podemos amarnos del todo. Si mi confianza no es total, mi entrega tampoco lo será. Y mi amor tampoco. Si la entrega no es total, no puede haber una confianza que no se ofrece.
Sólo cuando amo del todo, mi entrega engendra en el otro una confianza plena que hace posible el amor total.
Si no confío en el otro de esta manera (que siempre estará, pase lo que pase –enfermedad, situación económica, etc.–) no puedo abrirme, ni proyectar, si amar desinteresadamente, sin reservarme nada… y por supuesto podré compartir cosas sueltas, pero no me entregaré.
El amor conyugal se prepara con el amor del noviazgo: un amor que madura, hasta hacerse total. ¿Cuándo se produce el click, es decir, cuando se realiza la unión total? Eso es el matrimonio: el acto por el cual dos personas se entregan y reciben mutuamente la vida. A partir de ese momento se pertenecen mutuamente. El bien de cada uno de ellos, pasa a ser el bien del otro, y recíprocamente.
¿Qué es el matrimonio?
Como hemos dicho, el amor conyugal lleva a un hombre y una mujer a entregarse mutuamente el uno al otro y recibirse el uno al otro. El acto en que se entregan la vida –toda la vida– y la reciben, hasta que la muerte los separe es el matrimonio. Porque se quieren del todo, con un amor total, y quieren que ese amor no termine: deciden hacerlo definitivo. Porque confían mutuamente en el amor del otro, de verdad, hasta el punto de ponerse enteramente en sus manos.
Como es algo muy importante, normalmente se realiza en una ceremonia solemne. Esta entrega y recibimiento mutuo se realiza cuando delante de testigos, mediante una declaración -palabras- se entregan y reciben, comprometiéndose a quererse y a cuidarse el resto de sus vidas, en una unión exclusiva e inseparable. Se expresa en unos anillos, cuya figura circular quiere expresar el amor que no tiene fin.
Antes del momento de la entrega, hay deseos de entrega, proyectos de entrega, pero la entrega se realiza en el momento del matrimonio: es precisamente eso: dar el propio ser al otro y recibir el ser del otro. Dar y recibir. Y esta mutua entrega, crea comunión. Un momento antes de realizarla, no existe; un momento después, sí. Antes de casarse, se quieren, tienen deseos de pertenecerse, pero no han realizado la entrega, no se pertenecen, son libres de hacerlo o no. Es sólo algo posible. No se ha realizado: no existe. En el matrimonio se juegan por el amor, queriendo hacerlo definitivo y eterno.
Quienes se aman con amor total, quieren casarse. Quieren entregarse mutuamente la vida, del todo y para siempre. Y lo hacen públicamente para que toda la sociedad sepa de su amor. Si sólo uno de los dos ama con amor total no es posible el matrimonio, ni tampoco el amor total (ya que no es correspondido). Es el caso de una mujer que había fracasado en su matrimonio. Me explicaba: “cuando nos casamos, los dos queríamos lo mismo: lo queríamos a él”.
Entonces, ¿por qué hay gente que dice quererse y no se casa?
Es verdad que se quieren, pero no lo suficiente como para casarse. Su amor tiene un problema. No quieren a la otra persona ni confían en ella tanto como para jugarse por ella de esta manera tan loca como es el matrimonio. No quieren construir y compartir un proyecto existencial común con ella. Es una lástima, piensan que se quieren mucho, pero en realidad no se quieren tanto, se quieren con un amor limitado, que impide la confianza total que permita entregar la vida.
¿Vivir juntos antes de casarse es una alternativa?
Vivir juntos antes de casarse no resuelve el problema de la falta de deseos de una entrega mutua total.
Dos personas que se van a vivir juntas manifiestan que se quieren –si no, no querrían vivir juntos–, pero también muestran la insuficiencia de ese amor: no da como para casarse.
Lo que quieren del otro –estar juntos…– es claro que, por ahora, no lo quieren del todo y para siempre, sino un poco y por un tiempo, después veremos, lo tienen sin mayor entrega y compromiso. Entonces, ¿para qué más, si no quiero darle más, ni que me dé más?
Estar dispuestos y deseosos de compartir la cama y el pago del alquiler del departamento no es una muestra de amor conyugal. Es una muestra de cierto amor, pero parcial, temporal y provisional. Y no tiene futuro, salvo que los convivientes quieran comenzar a amarse de otra manera, con un amor que incluya la totalidad…
Una relación inestable…
Vivir juntos sin estar casados es una situación bastante confusa existencialmente. ¿Qué son? ¿Novios? No. ¿Esposos? Tampoco.
El noviazgo es algo provisional: por definición tiene fecha de vencimiento. Está llamado a acabarse en un plazo relativamente corto de tiempo. Y acaba ante un altar (cuando los novios se casan, dejan de ser novios: el amor deja de ser una promesa, para ser una realidad) o porque cada uno sigue su camino (cuando se dan cuenta que no son el uno para el otro, mejor es que se acabe el noviazgo: continuarlo les haría daño a ambos: para qué perder tiempo y dañarse afectivamente). Y es bueno que acabe (en ambos casos).
Ahora bien, en el caso de novios que viven juntos, pasa una cosa rara: una relación provisional (por definición eso es el noviazgo), toma visos de una definitividad de la que carece. Y esto no es sano.
Un problema de identidad en la relación
¿Qué son dos novios a partir de que se van a vivir juntos? ¿Cómo se llama su relación? Porque en cuanto viven juntos, dejan de ser novios…
En efecto, cuando dos novios se van a vivir juntos, dejan de ser novios para convertirse en concubinos. Es la palabra con que el idioma castellano designa a dos persona que conviven con intimidad sexual sin estar casadas (cualquier duda consultar el diccionario de la Real Academia Española). El lenguaje precisa las cosas para no confundir las realidades. Realidades distintas, tienen distintos nombres; y es bueno usarlos, para no confundir las realidades. A veces se generaliza con “pareja”, término que incluye casi toda relación entre dos personas (desde el jugar el tenis hasta el matrimonio…).
Es decir, sería bueno usar el lenguaje correcto: no es exacto llamar novios a dos personas que conviven maritalmente sin estar casados.
Pero, en realidad tampoco son propiamente concubinos…, ya que en general los concubinos son personas que quieren vivir juntos pero rechazan el matrimonio, adoptando una forma de convivencia que tiene cierta estabilidad. Y los novios que viven juntos, en realidad no saben bien qué quieren… ni cómo va a seguir la relación… Quieren vivir juntos por ahora, no quieren casarse por ahora, no saben si quieren casarse entre ellos o con algún otro/a. Es una relación anclada en el presente, que carece de proyección en el tiempo.
¿Qué viene después? No lo saben. No hay proyecto que se construye. ¡No tienen en común –no ponen juntos, en la mayoría de los casos– ni el dinero para comprar un departamento!
¿Qué aporta el concubinato temporal?
Se argumenta que es bueno convivir antes de casarse para experimentar si la relación funciona… Pero para eso no es necesario vivir juntos. Es más, no parece muy razonable ir por la vida probando la convivencia con los hombres/mujeres que nos caigan simpáticos para probar si la relación tiene futuro… Y la dignidad de la persona, rechaza la posibilidad de probar con ella. La convivencia que incluya la intimidad sexual es algo demasiado íntimo para estar probando…
Y una vez que están viviendo juntos, la cuestión se complica.
De entrada no suelen querer tener hijos, ya que si no quieren casarse, menos quieren tener hijos que los unirían más entre ellos. Dicen que al menos por ahora…; y en ese caso, no hay tiempos de definición… puede ser un año, dos, cinco, diez… quién sabe). Es decir, comienzan lo que parece un amor total, pero que no es total. Un amor no exclusivo –no se garantiza nada cara al futuro, como máximo se supone que habrá algo de exclusividad temporal– y menos, definitivo. Y de entrada no quieren que su amor sea fecundo. Con lo cual es un amor que comienza anulado las dimensiones más profundas del amor conyugal: la exclusividad, la confianza y el gozo de poder abrazar un hijo, fruto de su amor. Todo esto es puesto entre paréntesis.
¿Es bueno animar a casarse a quienes viven juntos?
¿Es bueno empujar a casarse a los convivientes solteros? No. Porque el matrimonio es para siempre. Vivir juntos no.
Si las personas tienen un proyecto para toda la vida, porque se quieren de verdad con amor total, sí sería bueno que se casen: para que su amor total deje de ser algo esperado, supuesto, deseado, y pase a realizarse en los hechos: una cosa es decir que estoy dispuesto a casarme… (a entregarme, serte fiel…) y otra muy distinta hacerlo hasta que la muerte los separe. Entre el dicho y el hecho… hay mucho trecho.
Tienen un problema a resolver. No es bueno eternizar situaciones afectivas provisionales.
Por eso, quienes viven juntos, sería bueno que resuelvan su situación: ¿se quieren con amor total o no? De otra manera están perdiendo el tiempo… y eso es malo para los dos, pero sobre todo para la mujer, cuya fecundidad tiene fecha de vencimiento… Cuando me cuentan de treintañeras que viven con el novio… me duele por ellas. Tendrán que resolver pronto su situación… porque si no van a casarse con el que viven…, mejor que lo dejen cuanto antes, para buscar el amor de su vida. Si no perderán la capacidad de ser madres…
¿Una cuestión de fe?
Cuando los católicos hablamos de matrimonio con entusiasmo, muchos piensan que lo hacemos por cuestiones de fe. Que queremos hacer casar a todo el mundo porque el concubinato es un pecado. Algo de cierto hay, pero el problema –antes de ser un problema de fe–, es un problema humano.
En un primer momento, Dios no tiene nada que ver…; después sí, y mucho …
Tiene que ver en cuanto que creó al hombre como lo creó (el hombre es lo que es y no otra cosa), con su complementariedad, capacidad de amor, de paternidad y maternidad…
Tiene que ver en cuanto un católico juntado no puede acceder a la Sagrada Comunión, es decir, su casarse o no casarse tiene una influencia decisiva en su vida sacramental.
Pero, no es lo primero en cuanto a motivación. A fin de cuentas, los motivos por los que dos personas que dicen quererse íntimamente no se casan pueden reducirse a dos: o porque no saben lo que es el matrimonio –por eso les resulta lo mismo estar casados o no– o porque no quieren realizar la unión total que significa –en cuyo caso no se quieren de verdad–. Y es muy importante que se aclaren si quieren unir sus vidas o no. Y no esto por motivos religiosos, sino profundamente humanos.
Dios aparece un momento después: en caso de que se casen, bendice ese amor y lo diviniza a través de un sacramento. En caso de que convivan conyugalmente sin estar casados, también aparece, en cuanto que desaparece… ya que no podrán vivir la vida sacramental que es la que mete a Dios en sus vidas…
La cuestión de fondo
La verdadera cuestión es humana… no es de religión. Es una cuestión de proyecto existencial. El amor –si es abierto y generoso- crea comunión, crea proyecto común, deseo de unirse para siempre.
¿Tienen un proyecto común a largo plazo o no? ¿Se quieren y confían mutuamente como para entregarse la vida?
En caso de que la respuesta a estas preguntas sea negativa, se ruega no engañarse más. Es recomendable que cada uno siga su camino por su lado. Pero no por motivos religiosos, ¡¡¡por motivos humanos!!! No sigan perdiendo el tiempo precioso que podrían estar dedicando a vivir una relación estable y duradera, de amor total, con un proyecto existencial común, que incluye algo tan grande y precioso como los hijos. Y si siguen juntos, que sepan que están perdiendo el tiempo, al menos en cuanto a la construcción de un proyecto de amor para toda la vida… están alejando la posibilidad de que sea una realidad en sus vidas.
Cuando se pone de moda que parejas de novios se muden a vivir juntos, es bueno reflexionar un momento sobre la cuestión.
Desde el momento en que viven juntos, ya no estamos hablando propiamente de un noviazgo, porque su relación ha cambiado: han establecido entre ellos una unión libre. Sería interesante analizar de qué está libre esa relación. Está libre de las siguientes cosas:
libre de compromiso
libre de sacrificio
libre de entrega
libre de futuro
libre de generosidad
libre de proyecto a largo plazo
libre de grandeza
libre de fecundidad
libre de profundidad
Pero… ¿se puede llamar amor a eso?
Se trata de una relación bastante curiosa, en contradicción entre su intimidad y su libertad; lo que la hace bastante complicada… con una complicación que se ve muy bien reflejada en un mail que recibí en estos días.
Conocí un chico y se me hizo fácil, sin medir a futuro, vivir en unión libre con él, sin contraer matrimonio. En un inicio él quería casarse conmigo y yo también; pero después de unos problemas ya no quisimos. Después quede embarazada y nació mi bebe. Sigo insistiendo para que nos casemos, pero sé que no puedo forzar su voluntad. Me ha llegado a contestar que solo quiero casarme con él porque me lo exige mi religión. (…) sigo llorando haber tomado esa decisión apresurada, que me ha hecho dejar de lado la práctica de mi fe; sé que no puedo confesarme ni comulgar hasta que me case o deje de vivir con él. Y pienso en el ejemplo que debo dar a mi hijo…
La respuesta fue la siguiente:
Más que casarse o no casarse, el tema es el proyecto de vida. Allí es donde has fallado, has vivido una unión libre, que por definición es libre, es decir, sin compromiso; no incluye un proyecto, de forma que pueda acabar de cualquier manera, en cualquier momento. No es un estado definitivo, ni fluye hacia ningún lado. No nos engañemos, eso es lo que has elegido al elegir una unión libre (como su nombre lo indica: abierta, suelta, sin futuro claro).
Ahora no se trata ni de lamentarse, ni de «obligarlo» a casarse. Se trata de ver si se quieren lo suficiente como para querer quererse para siempre. Aquí está la cuestión.
Cuando dos novios se van a vivir juntos, a mí me duele. Me digo: «que lástima que no se quieran». Podrán responder: «nos queremos». Bueno, pero no se quieren lo suficiente como para querer quererse para siempre: no lo suficiente como para querer tener una vida en común. Es decir, no se quieren lo suficiente para casarse… (casarse no es una formalidad: es realizar el deseo de querer unir las vidas para siempre, precisamente porque se quieren, con un amor que quieren que dure para siempre).
¿Qué te aconsejaría? Depende. Si lo querés de verdad (es decir, querés que tu vida y la suya sean una sola), entonces, «trabajá» la relación. Cultivala, ayudalo a mirar a largo plazo… y si él te quiere, se casarán.
Si no querés unir tu vida para siempre con él, no te cases con él: el matrimonio es para siempre. Has tenido un hijo, podrás casarte con otra persona o permanecer soltera, no es problema.
Aquí la cuestión no es la religión: es la existencia humana. Casarse no es un hecho primariamente religioso: se casan porque quieren unir sus vidas para siempre. Se convierte en algo religioso porque lo hacen en la presencia de Dios, pero el hecho es humano, terriblemente humano. Es el amor humano, el que hace que dos personas se quieran casar. Un amor grande, tan grande que es total: por eso mismo exclusivo (uno con una) y definitivo (sin límite de tiempo). Decile que no ponga la excusa de la religión. Aquí lo que tienen que definir es la relación entre Uds: se quieren o no se quieren. Si quieren que su amor dure para siempre, o solo por un tiempo. Esa es la cuestión. Se casarán o no según la respuesta que den a esa pregunta.
* * *
Recemos por la protagonista, que me contestó: Gracias Padre por su tiempo, oración, bendición y respuesta, por aclararme las cosas que a lo mejor no quería ver, voy a trabajar es éste proyecto, también Dios lo bendiga.
Ante la posible reforma del artículo 172 del Código Civil que ya cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados de la Nación, el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral quiere reiterar sus argumentos ya expuestos públicamente:
Al hablar de la persona de condición homosexual, queremos destacar el sustantivo persona respecto del adjetivo homosexual. En tanto persona, es titular de todos los derechos humanos fundamentales. Por lo tanto, tiene derecho a casarse (con persona de otro sexo) no existiendo en nuestro régimen legal civil vigente ningún impedimento matrimonial que afecte a la condición homosexual.
No es de interés público la amistad y los afectos sexuados heterosexuales u homosexuales de los ciudadanos aunque formen parte de la realidad social. Luego, no hay legislación ni debería haberla al respecto. Las situaciones de daño patrimonial que se deriven de dichas relaciones particulares, tienen en nuestro régimen legal vigente vías de prevención y de reparación: sociedad de hecho, teoría del enriquecimiento sin causa, donaciones, testamento.
Es de interés público (por lo tanto sujeto a legislación pertinente) la unión sexuada en la que sus protagonistas asumen un compromiso con posibilidades de cumplimiento, respecto de las funciones sociales estratégicas sin las cuales ningún país o sociedad es viable: procreación y educación de las próximas generaciones de argentinos, enriquecimiento personal a través de la diversidad sexuada masculina y femenina. Este tipo específico de unión sexuada transculturalmente es el matrimonio.
Es civilizado en una sociedad llamar con nombres distintos a realidades distintas. Generaría confusión cívica si quien sólo tiene derecho de uso de un inmueble y quien tiene la plena disposición del mismo no se distinguieran con nombres distintos (locatario y propietario respectivamente). Analógicamente, la unión sexuada entre personas del mismo sexo no puede ser denominada matrimonio ya que transculturalmente se llama matrimonio a la unión total de un hombre y una mujer en tanto varón y mujer, hacerlo, generaría la confusión antes citada.
Es justo tratar igual lo igual y desigual lo desigual. Por el contario sería una discriminación injusta tratar igual lo desigual o desigual lo igual. La equiparación en nombre y derechos de ciudadanos que asumen un compromiso respecto de las funciones sociales estratégicas antes mencionadas (los cónyuges), respecto de los ciudadanos que no pueden (personas de condición homosexual) o no quieren asumirlos (convivientes), sería evidentemente una discriminación injusta respecto de los cónyuges que si las asumen libremente. Además, la equiparación del matrimonio a la unión de personas del mismo sexo en cuanto a sus derechos, sería discriminatorio de otras personas convivientes con vínculos de parentesco consanguíneos.
En el proceso de maduración de un ser humano hay décadas de psicología evolutiva y psicología de la personalidad que respaldan científicamente la necesidad del niño de tener un padre y una madre. Luego, la adopción de un niño por una pareja homosexual lesionaría el interés superior del niño
Lic. Carlos Camean Ariza
Director
Instituto de Ciencias para la Familia
Universidad Austral
LA IGLESIA CONSIDERÓ «MUY GRAVE» AVANCE DEL «MATRIMONIO HOMOSEXUAL»
El obispo auxiliar de La Plata y responsable de la Conferencia Episcopal Argentina del seguimiento legislativo, monseñor Antonio Marino, calificó de “muy grave” el avance parlamentario del proyecto de ley sobre “matrimonio” entre personas del mismo sexo, porque, advirtió, “no constituye ningún progreso” y va a cambiar “de manera revolucionaria el concepto de sociedad, de familia”.
“Se trata de una revolución conceptual y cultural sobre la cual la Iglesia no está de acuerdo”, subrayó en declaraciones a la agencia AICA.
El prelado insistió en afirmar que “la reingeniería conceptual para llamar matrimonio a otras realidades que no lo son, nos parece grave. Matrimonio viene de mater, madre, mujer que se une con un varón, de un varón que se une con una mujer. Que se equipare este concepto nos parece muy serio”.
Pero consideró que “lo más grave es la posibilidad de que estas parejas puedan adoptar niños”.
“Es negar la evidencia científica y quitarle al niño el derecho a crecer y desarrollarse en su dimensión psicosexual que requiere de la presencia masculina y femenina. Siempre debe primar el bien superior del niño, criterio rector de la Convención sobre los Derechos del Niño. Y si hay cuestiones médicas o psicológicas todavía por comprobar, no se puede estar experimentando con el bien superior del niño”, aseveró.
Monseñor Marino señaló que la Iglesia va a continuar “dialogando y ofreciendo argumentos en este sentido” a los senadores, instancia legislativa que deberá próximamente analizar el proyecto de ley aprobado en Diputados anoche por 129 votos positivos, contra 109 negativos y seis abstenciones.
El prelado lamentó, además, que “algunos legisladores cedan ante presiones de grupos minoritarios y no tengan la valentía de expresar lo que en conciencia creen”.
Asimismo, estimó que la votación en el Senado “puede ser un poco más difícil” para la aprobación, y expresó su confianza en que “así sea, para que vuelva a Diputado para su modificación o archivo”.+
Buenos Aires, 3 May. 10 (AICA)
La Conferencia Episcopal Argentina y la Universidad Católica Argentina (UCA) mantienen reuniones periódicas con diputados y senadores, a fin de manifestarles la posición de la Iglesia y ofrecerles argumentos para oponerse a los proyectos de ley para modificar el Código Civil y permitir el “matrimonio” entre personas del mismo sexo y que estas parejas puedan adoptar. También sobre las iniciativas para despenalizar el aborto.El obispo auxiliar de La Plata, monseñor Antonio Marino, encargado por el Episcopado de seguir las cuestiones legislativas, e Inés Franck, Guillermo Cartasso, Nicolás Lafferriere y el presbítero Rubén Revello, peritos de la UCA, son los encargados de exponer ante los legisladores estas cuestiones de inminente tratamiento parlamentario.
En los argumentos esgrimidos, se advierte sobre la inconstitucionalidad de los proyectos, sobre el porqué afecta el interés superior del niño, sobre cómo se pretende modificar en forma sustancial de la organización social, y la baja incidencia de uniones homosexuales y el deterioro de la unión heterosexual, entre otros.
Resumen de los argumentos
INCONSTITUCIONALIDAD DE LOS PROYECTOS: La Constitución Nacional y los Tratados Internacionales de Derechos Humanos con jerarquía constitucional reconocen al matrimonio como la unión de un varón y una mujer, como surge de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) cuando reconoce en el artículo 16.1: “Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia…”; del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966) en su artículo 23.2: “Se reconoce el derecho del hombre y de la mujer a contraer matrimonio y a fundar una familia…” y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (1969) en el artículo 17.2: “Se reconoce el derecho del hombre y la mujer a contraer matrimonio y a fundar una familia…”. Por tanto, las uniones de personas del mismo sexo no tienen título jurídico para requerir la tutela del Estado.
SE AFECTA EL INTERÉS SUPERIOR DEL NIÑO: La legalización de uniones de personas del mismo sexo vulnera el interés superior del niño, criterio rector de la Convención sobre los Derechos del Niño, pues incluye la pretensión de tener descendencia, ya sea por técnicas de procreación artificial o por adopción. En este sentido, el niño tiene derecho a crecer y desarrollarse en su dimensión psicosexual a partir de la complementariedad entre varón y mujer. Tal legalización altera los principios civiles que regulan la filiación matrimonial y sus presunciones. Los proyectos pretenden eliminar todas las leyes donde se habla de “padre” y “madre”. No puede experimentarse con los niños, máxime cuando se han señalado diversas consecuencias negativas que podrían derivar de la sanción de estos proyectos de ley.
MODIFICACIÓN SUSTANCIAL DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL: La reforma del matrimonio tal como está regulado en el Código Civil proyecta sus efectos sobre todo el ordenamiento jurídico y la sanción de una ley de estas características supondría la modificación de partes sustanciales del Código Civil y de otras numerosas normas vigentes, sin que se cuente con los estudios sobre las consecuencias de tales modificaciones. Por otra parte, los beneficios que se conceden legalmente al matrimonio fueron instituidos considerando su constitución por varón y mujer y sus funciones intransferibles en la transmisión de la vida y la educación de los hijos. Estas uniones de personas del mismo sexo no cumplen tales funciones ni generan esos beneficios.
SOBRE LOS PROYECTOS DE UNIÓN CIVIL: Los argumentos de fondo sobre la pretensión de reconocer como “matrimonio” a las uniones de personas del mismo sexo, se extienden también a los proyectos de ley que pretenden una legalización de tales uniones a través de leyes de “unión civil” o similares. En estos casos, no se las puede equiparar al matrimonio, sin grave injusticia contra el bien común y el derecho de familia, en especial por la función pedagógica de la ley y por las diferencias esenciales existentes entre la unión de varón y mujer estable y abierta a la vida que es el matrimonio, y las uniones de personas del mismo sexo, que no se corresponden con la complementariedad sexual propia de la naturaleza humana.
BAJA INCIDENCIA DE UNIONES HOMOSEXUALES Y DETERIORO DE LA UNIÓN HETEROSEXUAL: Sin perjuicio de los argumentos de fondo, cabe señalar que, en los países en los que se legalizó como matrimonio la unión de personas del mismo sexo apenas un 5% (o menos) de la totalidad de la población de orientación homosexual tiene interés en contraerlo, y una vez que lo contrae la unión tiene baja duración. Ello provoca la disminución de la tasa de matrimonialidad. En consecuencia: las personas de orientación homosexual una vez que tienen el matrimonio, no se casan; pero perjudican a las personas heterosexuales, y a la institución matrimonial: después son menos los que quieren contraer matrimonio (ni homosexuales, ni heterosexuales).+
DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN PERMANENTE DEL EPISCOPADO ARGENTINO
La heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminar
Ante el conocimiento de un próximo debate legislativo sobre proyectos de ley de matrimonio homosexual, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, dijo que “afirmar la heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminar, sino partir de una nota objetiva que es su presupuesto. Lo contrario sería desconocer su esencia, es decir, aquello que es”. “En el matrimonio se encuentran y realizan tanto las personas en su libertad, como el origen y el cuidado de la vida. Esto no debe ser considerado como un límite que descalifica, sino como la exigencia de una realidad que por su misma índole natural y significado social, debe ser tutelada jurídicamente. Estamos ante una realidad que antecede al derecho positivo y, por lo mismo, es para él fuente normativa en lo sustancial”, subrayó en un comunicado.
LA HETEROSEXUALIDAD COMOREQUISITO PARA EL MATRIMONIO NO ES DISCRIMINACIÓN
Ante el conocimiento de un próximo debate legislativo sobre proyectos de ley de matrimonio homosexual, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, dijo que “afirmar la heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminar, sino partir de una nota objetiva que es su presupuesto. Lo contrario sería desconocer su esencia, es decir, aquello que es”.
“El matrimonio como relación estable entre el hombre y la mujer, que en su diversidad se complementan para la transmisión y cuidado de la vida, es un bien que hace tanto al desarrollo de las personas como de la sociedad. No estamos ante un hecho privado o una opción religiosa, sino ante una realidad que tiene su raíz en la misma naturaleza del hombre, que es varón y mujer”, subrayó en un comunicado.
Tras indicar que “este hecho, en su diversidad y reciprocidad, se convierte, incluso, en el fundamento de una sana y necesaria educación sexual”, advirtió que “no sería posible educar la sexualidad de un niño o de una niña, sin una idea clara del significado o lenguaje sexual de su cuerpo”.
El Episcopado señaló que “estos aspectos que se refieren a la diversidad sexual como al nacimiento de la vida, siempre fueron tenidos en cuenta como fuente legislativa a la hora de definir la esencia y finalidad del matrimonio. En el matrimonio se encuentran y realizan tanto las personas en su libertad, como el origen y el cuidado de la vida”.
“Esto no debe ser considerado como un límite que descalifica, sino como la exigencia de una realidad que por su misma índole natural y significado social, debe ser tutelada jurídicamente. Estamos ante una realidad que antecede al derecho positivo y, por lo mismo, es para él fuente normativa en lo sustancial”, aseveró.
Texto completo de la declaración
Ante el conocimiento de un próximo debate legislativo sobre proyectos de ley de matrimonio homosexual, la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina manifiesta al respecto:
El matrimonio como relación estable entre el hombre y la mujer, que en su diversidad se complementan para la transmisión y cuidado de la vida, es un bien que hace tanto al desarrollo de las personas como de la sociedad. No estamos ante un hecho privado o una opción religiosa, sino ante una realidad que tiene su raíz en la misma naturaleza del hombre, que es varón y mujer. Este hecho, en su diversidad y reciprocidad, se convierte, incluso, en el fundamento de una sana y necesaria educación sexual. No sería posible educar la sexualidad de un niño o de una niña, sin una idea clara del significado o lenguaje sexual de su cuerpo. Estos aspectos que se refieren a la diversidad sexual como al nacimiento de la vida, siempre fueron tenidos en cuenta como fuente legislativa a la hora de definir la esencia y finalidad del matrimonio. En el matrimonio se encuentran y realizan tanto las personas en su libertad, como el origen y el cuidado de la vida.
Esto no debe ser considerado como un límite que descalifica, sino como la exigencia de una realidad que por su misma índole natural y significado social, debe ser tutelada jurídicamente. Estamos ante una realidad que antecede al derecho positivo y, por lo mismo, es para él fuente normativa en lo sustancial.
Afirmar la heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminar, sino partir de una nota objetiva que es su presupuesto. Lo contrario sería desconocer su esencia, es decir, aquello que es. “El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes”.
El matrimonio se funda en la unión complementaria del varón y la mujer, cuyas naturalezas se enriquecen con el aporte de esa diversidad radical. La realidad nos muestra que toda consideración física, psicológica y afectiva de los sexos, es expresión de esa diversidad, la cual además no se explica en un sentido antagónico, sino de complemento mutuo. El varón y la mujer, conforman desde esa diversidad complementaria, una nueva realidad que es la familia y que, desde los inicios mismos de la humanidad, ha sido protegida por las sociedades civilizadas, con la institución del matrimonio. Confirma esa realidad, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre la cual exige “reconocer el derecho del hombre y de la mujer a contraer matrimonio y a formar una familia”.
Es responsabilidad de todos proteger este “bien de la humanidad”, (como llamaba Juan Pablo II a la familia), de allí el deseo que nos mueve a sumar las presentes reflexiones en un diálogo sincero con la sociedad y como aporte a quienes tienen la difícil tarea de legislar sobre estos temas.
La Sagrada Familia de Nazareth, modelo permanente, ayude a descubrir a nuestros jóvenes, el valor de la vocación matrimonial.+