La obligatoriedad de la asistencia a Misa no tiene límite de edad. Sólo se indica el comienzo: haber alcanzado el uso de razón; pero no su terminación.
Y esto por dos motivos: primero porque la Misa no es una obligación que se nos impone, de la que -cumplida fielmente por mucho tiempo- nos veríamos liberados en determinado momento, sino una necesidad en cualquier edad de la vida.
Y segundo porque para las personas mayores que están imposibilitadas de asistir vale lo mismo que para cualquier persona de cualquier edad: el precepto no obliga cuando hay una grave incomodidad. Y esto no depende de edades, sino de posibilidades, que para los mayores son muy variadas: desde la época de frío en que un anciano débil, es mejor que no salga de casa -obviamente el precepto no lo obliga-, hasta la posibilidad de que alguien lo lleve -es obvio que no puede caminar muchas cuadras-, pasando por muchas otras circunstancias.
Y cuando no puede asistir, será feliz si desde la Parroquia le llevan la Comunión, y cada tanto, el sacerdote va a confesarlo.
La Misa es el gran tesoro que enriquece nuestras vidas, el precepto sólo existe para recordar que «no podemos vivir sin la Eucaristía». Cuando no podemos asistir, no asistimos, pero con dolor en el corazón, conscientes de estar perdiéndonos lo más valioso, más allá del precepto que en esas ocasiones no nos obliga.